martes, 27 de enero de 2015
El Concilio Vaticano II – Un paso hacia la modernización de la Iglesia
En plena Guerra Fría y en el mismo año -1962- en que se produjo la crisis de los misiles de Cuba y en que Argelia obtuvo su independencia de Francia, el papa Juan XXIII inauguró solemnemente el Concilio ecuménico Vaticano II. En ese marco de inestabilidad política mundial, en el que la sociedad cristiana había evolucionado mucho más rápido que la Iglesia, el pontífice apostó por la reforma y la actualización eclesiásticas, propugnando la unidad de todas las ramas del cristianismo.
El año 1962 estuvo marcado por el cenit de la Guerra Fría. La sociedad mundial, al borde de la hecatombe nuclear, vivía momentos de globalización e interdependencia en un contexto de dualidad política. La vieja Europa, partida en dos, dividida entre capitalismo y comunismo, entre la OTAN y el Pacto de Varsovia, entre los Estados Unidos y la Unión Soviética… Sin embargo, la profunda transformación social, política y económica que aconteció durante el último medio siglo no había afectado, en absoluto, a la Iglesia Católica Romana, que seguía estancada en una concepción decimonónica de las relaciones entre Dios y la sociedad humana.
A mediados del siglo XX, entre convulsiones sociales y asombrosos progresos científicos, la Iglesia debía renovarse y replantearse el papel de los fieles en el mundo eclesial. Esta necesaria modernización pasó a la historia como el Aggiornamiento (“Puesta al día”).
La institución vaticana se hallaba muy jerarquizada y no cabía la desobediencia o el cuestionamiento de los dogmas, las opiniones y la jerarquía de las altas esferas piramidales de Roma. Mientras tanto, la sociedad laica tendía hacia la democratización de sus instituciones políticas. Por tanto, si la religión no secundaba dicha tendencia, no tendría cabida en el nuevo orden mundial. Además, la globalización del planeta también tuvo su reflejo en el Vaticano. La Iglesia estaba demasiado europeizada; en ella, predominaban los altos cargos de origen italiano. A partir de este momento, la nueva orientación que marcó el futuro de la Iglesia fue el ecumenismo, que habría de dar acceso a todo prelado, sin límites geográficos ni raciales, a los sillones decisorios de la Iglesia vaticana.
Los preparativos para el Concilio comenzaron en mayo de 1959, aunque fue anunciado por Juan XXIIII (1958-1963), cuatro meses antes. El pontífice pidió sugerencias a todos los obispos católicos del mundo, a las facultades teológicas y a las universidades católicas de todo el mundo: Trece comisiones preparatorias, con más de mil miembros, fueron seleccionadas para revisar las versiones preliminares sobre un amplio abanico de temas. Se prepararon 677 documentos o “esquemas”, que posteriormente quedaron reducidos a 17.
A este vigésimo primer concilio ecuménico del cristianismo acudieron no sólo los casi 2.400 obispos y superiores de las órdenes religiosas masculinas, sino también representantes de las iglesias ortodoxas y protestantes, en calidad de observadores, y un nutrido grupo de oyentes laicos y, por primera vez, representantes femeninas.
El 11 de octubre de 1962, Juan XXIII inauguró solemnemente el Concilio Vaticano II. En su discurso de apertura, el sumo pontífice señaló que el principal objetivo de aquel Concilio era la unión de todos los cristianos del mundo.
Desde el día de la inauguración hasta su clausura, pasaron casi tres años y dos meses. Durante este tiempo, como resumen y fruto de todas las reuniones y sesiones de trabajo, se publicaron 16 documentos, entre los que destacan los relativos a la revelación divina Dei Verbum-, el papel de la Iglesia –Lumen Gentium- y la nueva relación entre el mundo moderno y la Iglesia pastoral –Gaudium et Spes-.
El papa apostó firmemente por la puesta al día de la Iglesia y por el acercamiento al resto de los cristianos, así como a las demás religiones no cristianas. Para lograr estos fines, el Vaticano debía cambiar, en primer lugar, su organización interna y, a continuación, desarrollar una “diplomacia evangélica” acorde a la creciente globalización de los tiempos modernos. Una mención especial merece el rechazo público que hizo el Concilio de “todas las acciones de odio, persecuciones y demostraciones de antisemitismo llevadas a cabo en cualquier momento o a partir de cualquier fuente contra los judíos”.
Otra proposición conciliar fue el acercamiento y el diálogo con el mundo: para ello se sustituyó el latín por las lenguas vernáculas en la celebración de las misas y se proclamó que la Iglesia “compartía la alegría y la esperanza, el dolor y la angustia de la humanidad contemporánea, particularmente de los pobres y afligidos”.
La primera reacción en el seno de las altas esferas eclesiásticas ante el Concilio fue, en su mayor parte, favorable. Pero, ante la rápida extensión de los aires renovadores, el sector más conservador –y más poderoso- de la Curia romana temió que las reformas fuesen demasiado radicales. Pronto surgieron grupos disidentes que desafiaron la autoridad del Concilio y la de los papas que posteriormente apoyaron y aplicaron las conclusiones del Concilio.
El líder más destacado de los católicos tradicionalistas fue el arzobispo francés jubilado Marcel Lefèbvre, quien fundó en 1970 el grupo internacional “Fraternidad Sacerdotal de Pío X”. Declaró que las reformas del Concilio “nacen de la herejía y terminan en ella”. Esta beligerancia provocó que, en 1976. Pablo VI (1963-1978) lo suspendiese en el ejercicio de sus funciones sacerdotales. Lefèbvre no sólo no obedeció, sino que ordenó sacerdotes que sirvieran a las iglesias tradicionalistas.
Más, pese a la dura oposición de esos sectores ultracatólicos, la renovación de la Iglesia se impuso a la inmutabilidad conservadora.
El significado del Concilio Vaticano II va estrechamente ligado a la aparición del papa Juan XXIII. Angelo Giuseppe Roncalli (1881-1963) nació en el seno de una modesta familia campesina italiana. Se ordenó sacerdote en 1904. Enseñó en seminarios, se especializó en historia y fue capellán durante la Primera Guerra Mundial. Consagrado obispo en 1925, realizó una fructífera carrera diplomática. Accedió al cardenalato en 1953 como patriarca de Venecia. En 1958, tras la muerte de Pío XII, el cardenal Roncalli fue elegido sumo pontífice de la Iglesia Católica.
Su antecesor, Pío XII, fue un intelectual preocupado por los peligros de las ideologías de la época. A su muerte, los primeros años del pontificado de Juan XXIII estuvieron marcados por el continuismo. Ya consolidado en el papado, Juan XXIII desveló sus ideas progresistas e inició la renovación de la Iglesia con la convocatoria mundial del catolicismo. Pero no pudo ser testigo de la clausura del evento, ya que murió a finales de 1963, dos años antes de la sesión de clausura. En aquellos momentos, era papa Pablo VI, quien aprobó los propósitos de Juan XXIII y añadió, además, el diálogo con el mundo moderno.
Desde aquel Concilio se viene reformando la Curia romana en el sentido de un mayor ecumenismo en detrimento de la preeminencia curial italiana. Se suprimieron los anatemas o excomuniones a escritores considerados como contrarios a la doctrina. Fue el caso del jesuita Pierre Teilhard de Chardin, quien se reafirmaba en la teoría de la evolución biológica del ser humano, frente a la concepción bíblica del origen del hombre y de la Tierra. Teilhard estuvo a punto de ser condenado, pero Juan XXIII se negó a firmar la condena.
La nueva concepción del papel que debían desempeñar obispos, sacerdotes, seminarios, misioneros… estaba basada en la de las primeras congregaciones. De éstas también deriva el abandono del latín, utilizado desde el bajo Imperio Romano, en beneficio de las lenguas propias de las distintas comunidades de fieles. Asimismo, el Concilio elaboró una política de acercamiento respetuoso y dialogante a las demás religiones, proclamando el derecho de todo hombre a la libertad religiosa.
Por último, la diplomacia vaticana se reafirmó en la independencia de la Iglesia respecto de los partidos, los regímenes políticos y los bloques de poder. El Vaticano criticaba tanto al comunismo soviético como a la feroz economía de mercado estadounidense, y recibía en Roma tanto al presidente Kennedy como a Adjuvei, yerno de Kruschev. Pablo VI, además, de viajar a Tierra Santa, abrazó al primado ortodoxo Atenágoras.
Juan XIII sólo duró cinco años en el papado, pero ha pasado a la historia como el pontífice que logró que la Iglesia asumiese, en cierto grado, la cultura y la sociedad contemporáneas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario