lunes, 27 de octubre de 2014
LA COMPAÑÍA DE JESÚS – El legado de San Ignacio de Loyola
Fundada en 1540 por Ignacio de Loyola, la Compañía de Jesús ha practicado a lo largo de la historia un original apostolado y una importante labor educativa. Tras superar una época de crecimiento boyante, fue disuelta por el papa Clemente XIV para ser finalmente reinstaurada por Pío VII.
Los preceptos de la Compañía de Jesús quedan claros en las siguientes palabras extraídas de la “Formula Instituti” de Ignacio de Loyola (¿1491-1556): “…emplearse en la defensa y dilatación de la santa fe católica, en ayudar a las almas en la vida y la doctrina cristiana, predicando, leyendo públicamente y ejercitando los demás oficios de enseñar la palabra de Dios, dando Ejercicios Espirituales, enseñando a los niños y a los ignorantes la doctrina cristiana, oyendo las confesiones de los fieles y administrándoles los demás sacramentos para espiritual consolación de las almas”.
La aprobación de la Compañía de Jesús –Societas Iesus- se publicó en la bula Regimini militantes Ecclesiae, emitida por el papa Pablo III el 27 de septiembre de 1540, que respondía a la propuesta de Ignacio de Loyola explicitada en su Formula Instituti. La Compañía nació como una orden religiosa que aportaba sustanciales novedades con respecto a las órdenes religiosas al uso en el siglo XVI: no imponía el uso de un hábito fijo, rechazaba el oficio litúrgico del coro, no exigía el cumplimiento de normas estrictas en cuanto al número de penitencias o ayunos… Los votos simples eran emitidos sólo tras dos años de noviciado, mientras que la incorporación definitiva a la Compañía sólo ocurría tras un largo periodo de educación espiritual y científica. El ingreso se obtenía tras la profesión de cuatro votos, el último de los cuales era el de obediencia al Romano Pontífice.
Este último voto expresaba la voluntad expresa de San Ignacio de poner al servicio de la Iglesia a su congregación a modo de “caballería ligera”. Y así fue, al menos en sus primeras décadas de existencia: el pontífice y sus obispos utilizarían con profusión las prestaciones de los jesuitas. Éstos, en principio, realizaron una extensa labor por toda Europa –Italia, Alemania, Francia, España, Suecia, Noruega…- y, más tarde, por las regiones infieles del resto del mundo. Por todas partes fundaron colegios y universidades. Pero, además, los jesuitas fueron utilizados por príncipes y obispos europeos como enviados diplomáticos, legados o negociadores de cruzadas. Pronto se extenderían más allá de las fronteras de la cristiandad los tentáculos evangelizadores jesuíticos, promovidos por el padre general, sucesor de Ignacio de Loyola, Francisco de Borja. El carácter misionero de la Compañía fue ya propuesto por su fundador, pero las técnicas de conquista ideológica llegaron a tales grados de originalidad e innovación que causarían el rechazo de muchos.
Así ocurrió respecto a los métodos de evangelización de territorios tan herméticos y hostiles como eran la China mandarina y la India brahmánica del siglo XVII. El jesuita Roberto de Nobili decidió presentarse ante la inaccesible aristocracia de la India como un gurú, previa lectura de los Vedas y aprendizaje de las lenguas sánscrita y tamil. Con estas armas comenzó a discutir con los brahmanes el contenido de sus libros sagrados, para después de poner en evidencia sus faltas, ofrecerles las tesis cristianas. El éxito de esta conducta se cifró en abundantes conversiones de otro modo irrealizables.
Otra forma astuta de llevar a cabo el apostolado fue la empleada por Matteo Ricci en China, quien adquirió los usos, las costumbres y los atavíos de los mandarines. Sus conocimientos de matemáticas y astronomía le abrieron las puertas de las mentes de los sabios chinos e, incluso, del emperador. Gracias a ello consiguió fundar una casa de la Compañía de Jesús en Pekín a principios del siglo XVII.
Todo ello redundó en un florecimiento considerable de la comunidad. Proliferaron los colegios y las universidades, se escribió la magna obra jesuítica Acta Sanctorum y aumentó espectacularmente todo tipo de actividades. Su grado de compromiso alcanzó tal nivel que inevitablemente aumentaron las bajas en acto de servicio: numerosos jesuitas se convirtieron en mártires tras morir contagiados de peste por los enfermos a los que ayudaban, o en la guerra, ejerciendo de capellanes militares. Chile, Paraguay, Canadá o México se sumaron a las zonas misioneras jesuitas. En Paraguay, por ejemplo, surgió una especie de estado jesuítico con leyes propias y una estructura económica que podría calificarse como de “comunismo cristiano”.
Pronto, el éxito de la doctrina jesuítica hizo que, en países como Italia o España, se produjera una cierta relajación de conducta. Se sucedieron las acusaciones de laxitud moral, que alcanzaron su cenit en las cáusticas Lettres d´un provinciel, escritas por el influyente Blaise Pascal. Además, el enfrentamiento desgastador de los jesuitas contra el jansenismo, unido a las acusaciones de desobediencia a la autoridad eclesiástica y de práctica de ritos supersticiosos por parte de misioneros como aquellos, luego mártires, Nobili y Ricci, hizo que se creara un ambiente tenso que perjudicaría a los jesuitas.
Jansenistas, enemigos de Roma, enciclopedistas, regalistas, galicanos parlamentarios de París e, incluso, algunos religiosos estaban en su contra y los acusaban, no sin cierta razón, de favorecer a las clases más privilegiadas, de utilizar métodos inapropiados para la enseñanza o de excesivo romanismo. Con tantos enemigos presionando a reyes y obispos no fue extraño que fueran expulsados de varios países. Así, fueron desterrados brutalmente de España y su imperio en 1764, y de Portugal en 1759 y disueltos en Francia en 1764. Finalmente, el papa Clemente XIII claudicó ante las presiones y disolvió oficialmente la Compañía en 1773.
Pero, en 1814, gracias a la labor de San José de Pignatelli, el papa Pío VII tomó la decisión, plasmada en su bula Sollicitudo ómnium Ecclesiarum, de restaurar canónicamente la Compañía. Desde entonces, aunque ya nada sería como en la primera época, la Compañía fue recobrando fuerza gracias a la dirección de padres generales como Luis Martín o W.Ledóchowski.
Molinistas en los aspectos teológicos, aristotélicos de Pedro Fonseca en los filosóficos y cristocéntricos y apostólicos en los espirituales, los jesuitas son, en la actualidad, unos 17.600 en todo el mundo. Sus actividades específicas son los ejercicios espirituales, la educación, las misiones, las obras benéficas, el apostolado de la oración y las congregaciones marianas.
Los ejercicios espirituales son una de sus principales actividades, aludidas explícitamente por su fundador. Se trata de jornadas de retiro, silencio y meditación para sacerdotes y seglares dirigidas por un jesuita en casas de ejercicios abiertas a tal fin –en el siglo XVII, la más conocida de todas fue la francesa de Vannes-.
La educación jesuítica está muy difundida por todo el mundo. Ya en 1551, Ignacio de Loyola, consciente de la importancia de la educación, creó el famoso Colegio Romano, más tarde conocido como Universidad Gregoriana. Pronto proliferarían los colegios de jesuitas hasta llegar al punto, en el siglo XVII, de monopolizar las enseñanzas no superiores. Toda ciudad importante de Europa poseía en ese siglo al menos un colegio jesuita. Estos centros aplicaban la Ratio studiorum como método pedagógico. Hoy existen multitud de centros de enseñanza jesuíticos, sobre todo en Estados Unidos, donde cuenta con 19 universidades. En España, el Instituto Católico de Artes e Industrias (ICAI) y las Universidades de Deusto y de Comillas son tres ejemplos que muestran la implantación de la enseñanza jesuita.
Las misiones son otro de los grandes logros –ayer y hoy- de la Compañía. Su precursor fue San Francisco Javier, prototipo de misionero para los jesuitas actuales. San Ignacio ya encomendaba a los jesuitas al trabajo junto a pobres y enfermos. Las obras benéficas son parte integrante de la Compañía de Jesús. Los Círculos católicos obreros, la Action populaire o la Confederación Nacional Católico-agraria, agrupaciones jesuitas de choque contra los problemas sociales, son un ejemplo de ello. Escuelas profesionales gratuitas o escuelas nocturnas para la clase trabajadora, hogares obreros, cooperativas o cajas de ahorros son también actividades llevadas a cabo en la actualidad por jesuitas.
La Compañía de Jesús está organizada en provincias y éstas a su vez en asistencias. La Congregación general elige un padre general, cabeza de la Compañía. Los generales más famosos, aparte del fundador San Ignacio, han sido entre otros, Mercuriano (1573-1581), Claudio Acquaviva (1581-1606), Beckx (1853-1857) o Ledóchowski (1915-1942)
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