Centralia fue una vez un próspero pueblo minero de Pensilvania con una población que superaba los 2.000 habitantes, pero en 1962 un incendio se desató debajo de él. Después de varios intentos fracasados de sofocarlo, se decidió dejarlo arder hasta que se extinguiera por sí solo –lo cual puede tardar otros 250 años-. De este modo Centralia se quedó sin futuro. Actualmente tiene una población de unas diez personas. Para aquellos que se quedaron, Centralia es el pueblo que su gobierno ha preferido olvidar.
Centralia se empezó a construir en 1854 y se llamó Centreville hasta 1865, cuando la oficina de correos insistió en que se cambiara el nombre debido a que ya había otro Centreville en la zona. Durante un siglo el pueblo contó con las minas de antracita para dar trabajo a sus habitantes. Entonces llegó la fatídica noche de mayo de 1962, cuando los operarios del servicio de recogida de residuos quemaron basuras en la entrada de una antigua mina, lo cual encendió el carbón que había justo debajo.
Se acometieron varios intentos para apagar el fuego, pero todos fracasaron o resultaron económicamente inviables. A medida que el incendio se prolongaba, la calidad del aire en la zona empeoraba y muchos vecinos sufrieron los efectos de los altos niveles de monóxido y dióxido de carbono. Aun así, en 1981 todavía quedaban unos mil habitantes en el pueblo. Por desgracia ese año un niño cayó en una grieta que se abrió de repente en el terreno y casi perdió la vida a causa de los gases nocivos. Quedó claro que había que hacer algo para proteger a los vecinos.
En 1984, el gobierno federal destinó 42 millones de dólares para trasladar a todos los vecinos. Casi todos tomaron el dinero que se les ofrecía y se mudaron a lugares cercanos, pero algunas almas valientes decidieron arriesgarse y se quedaron. En 1992, el gobierno se hizo con el control legal de Centralia y declaró los edificios que quedaban no habitables. Una década más tarde, la oficina de correos, que una vez insistió en el cambio de nombre, retiró el código postal a Centralia. En 2009, el gobernador del estado de Pensilvania inició el desahucio de los vecinos que quedaban. Era como si Centralia estuviera siendo borrada de todos los registros.
Aun así, unas cuantas casas permanecieron ocupadas entre las señales de aviso sobre el fuego subterráneo y posibles corrimientos de tierra. En algunos lugares se puede ver humo y vapor sulfuroso emerger del suelo de forma inquietante, incluso en tramos de la Ruta 61 que se usaba para abastecer al pueblo. Con esa carretera clausurada, Centralia cerró sus puertas.
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