El siglo XX ha representado un cambio radical para la Tierra y la atmósfera: el auge de las industrias, la obtención de energía a partir de recursos fósiles, los pesticidas y los transportes, entre otros factores, están ensuciando nuestra atmósfera, y ésta, a su vez, contamina la tierra y los suelos: el aire que respiramos es también el agua que bebemos y los alimentos que comemos.
Por determinadas características geográficas, la ciudad de Los Ángeles favorece la acumulación de

En la actualidad, ha disminuido la densidad industrial en la zona, pero ha aumentado la cantidad de coches: aunque las condiciones han mejorado, no son en absoluto las idóneas, y muchos agricultores se han visto obligados a abandonar la zona por culpa de la lluvia ácida que, además, ha atacado los bosques en las montañas cercanas –lo cual, a su vez, ha contribuido a aumentar la contaminación-. Otras ciudades con problemas similares son Tokio –donde los policías de tráfico disponen como parte de su equipo de botellas de oxígeno-. Milán, Ankara, México o Buenos Aires.
El aire de la atmósfera está formado –o debería estarlo- por un 78.1% de nitrógeno molecular, un 20,9% de oxígeno molecular, un 0,934% de argón y, aproximadamente, un 0,036% de dióxido de carbono. Existen muchos otros componentes, pero en cantidades realmente mínimas.

Varios de estos compuestos suelen provenir combinados de una sola fuente: por ejemplo, los automóviles liberan en la atmósfera monóxido de carbono, varios hidrocarbonos y óxidos de nitrógeno. En las grandes urbes, donde los rayos ultravioleta del Sol proporcionan la energía necesaria para que se combinen estas moléculas, se forma el llamado smog, una capa de contaminación que forma una cúpula oscura.
A gran escala, el resultado más conocido de la contaminación del aire es el aumento de la


Por ejemplo, los incendios forestales que asolaron el estado de Victoria en Australia en 1939 produjeron una clara contaminación a más de 3.000 km de distancia; el polvo del Sahara ha sido detectado en las islas del Caribe; en el Antártico, se han detectado pesticidas –obviamente, han llegado a través de la atmósfera-, y algunos compuestos industriales estables han sido detectados en los tejidos de animales y pobladores del Ártico.
La única solución a medio y largo plazo para combatir y prevenir esta situación es reducir la emisión de gases tóxicos: una quema más completa de los combustibles fósiles –para lo que serán de gran ayuda los catalizadores instalados en los vehículos-, la contención de emisiones mediante la colocación de filtros, el reciclado de materiales y, a más largo plazo, la utilización de energías que no impliquen la emisión de contaminantes.
Pero el problema es más complejo y no se manifiesta sólo a gran escala y en la calle. En realidad, los

En el aire que respiramos se pueden encontrar, además de los gases mencionados al principio, una serie de compuestos:
-Clorofluorocarbonos –CFCs-: productos muy usados en la industria para refrigeración, aire

-Dióxido de carbono-CO2- : activa la fotosíntesis de las plantas y es necesario para su metabolismo. Abunda en la atmósfera debido a las actividades naturales y humanas. Contribuye al efecto invernadero, puesto que la producción excede la capacidad de asimilación.
-Dióxido de sulfuro –SO2-: producto de la combustión incompleta y la fabricación de papel y de la fundición de metales. Productor de lluvia ácida.

-Micropartículas: polvo, hollín y pequeños trozos de materiales sólidos presentes en la atmósfera. Surgen tanto de la combustión como de la mezcla y de la aplicación de fertilizantes y de pesticidas, construcción de carreteras o procesos industriales –fabricación de acero, explotaciones mineras…-. Pueden producir irritación de los ojos y del sistema respiratorio.
-Monóxido de carbono –CO-: gas tóxico producto de la quema incompleta de productos naturales y

-Óxidos de nitrógeno –NOx-: producidos por la quema de gasolina y carbón. Forman las nubes de smog sobre las ciudades y son un componente de la lluvia ácida.
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