El pueblo italiano de Viganella es completamente real. Se sitúa en la región del Piamonte, en la provincia de Verbano-Cusio-Ossola, a unos 120 km al norte de Turín. Sólo tiene 13 km2 cuadrados de superficie, así como una población de poco menos de 200 habitantes. Se puede pisar, se puede vivir en él, la gente que vive allí es de carne y hueso. Sin embargo, el sol que brilla en su cielo es tan de mentira como el de una obra de teatro.
El problema de Viganella, situado al norte del país, es que se encuentra en el punto más bajo de un valle flanqueado de altas montañas. Con esas paredes tan altas rodeando el pueblo, durante los meses invernales no llegaba ni un rayo de sol al pueblo, que permanecía sumido en la sombra más absoluta, como si hubiese sido condenado a la oscuridad. Los lugareños no eran muy felices durante esos meses, así que un arquitecto y diseñador de relojes de sol, un tal Giacomo Bonzani, optó por fabricar su propio sol.
Como concebir un generador nuclear que quemara hidrógeno en lo alto del pueblo era una ida tecnológicamente fuera del alcance del ser humano y poner una bombilla muy grande en la plaza del pueblo sería un gasto demasiado elevado, Bonzani recurrió a una solución mucho más ingeniosa y barata: un gran espejo que reflejara el sol de verdad.
El enorme reflector rectangular de acero bruñido de unos 40 metros cuadrados (ocho metros de alto por cuatro de ancho) fue instalado en una de las montañas que rodean Viganella, el monte Scagiola, a 870 metros de altura. El diseño del espejo es del ingeniero Emilio Barlocco.
Un software se encarga de girar el espejo automáticamente, siguiendo la trayectoria del sol para reflejarlo siempre hacia el pueblo. Capta y refleja el sol durante seis horas, siendo especialmente eficaz a las 11 de la mañana. Así que desde el momento de su instalación, el 17 de diciembre de 2006, en Viganella ya brilla el sol, aunque el sol sea de mentira y cueste casi 100.000 euros.
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