La astrología se basa en una visión del Universo en la que el hombre ocupa el centro y la función principal de los astros es gobernar el destino de los seres humanos. La astronomía ha mostrado un Universo inabarcable y caótico del que el hombre, la Tierra e incluso la galaxia son una parte insignificante. Sin embargo, a pesar de que ni una sola prueba ha apoyado las tesis de los astrólogos, millones de personas se declaran firmes creyentes en la astrología.
Aunque actualmente tendemos a identificarla con una técnica adivinatoria más, no hay que olvidar que la astrología nació como una forma de conocimiento que pretendía dar una explicación unitaria de todo lo existente. En ese sentido, venía a representar la ciencia de lo universal, desde el movimiento de los vientos y las mareas, la formación de los minerales o la vida de las plantas y los animales, hasta la actividad de la mente humana, determinante tanto de las emociones como de la conducta.
La idea en la que se basaba dicho conocimiento era la supuesta analogía o correspondencia entre el

La creencia astrológica en la “simpatía universal”, entendida como el vínculo armónico entre las diferentes partes del cosmos, llevó a identificar a las estrellas con arquetipos (modelos) de todo lo creado. Estos cuerpos celestes contendrían las características genéricas de las variadas especies del mundo natural, de manera que de su observación detallada podría derivarse una sabiduría aplicable no sólo a los fenómenos exteriores, sino también a la psicología de los individuos.

Sobre este fondo se desplazan los cuerpos del Sistema Solar: cuando se dice que una persona es Aries, sólo significa que el Sol se encontraba en la región de los primeros 30º del zodiaco o, lo que es lo mismo, que nació durante los primeros 30 días de la primavera. Además del Sol, están en el zodiaco la Luna y los planetas, cuyas posiciones calculan los astrólogos con precisiones de hasta segundos de arco.
Después, pasan a considerar en qué lugar estaban los planetas con respecto al horizonte del lugar de

El signo imprime –dicen los astrólogos- las características básicas: la casa, el campo de la vida en que éstas se aplican. Aries –el carnero- es luchador y agresivo, tiene iniciativa; la casa I representa la manera en que una persona ha nacido, la manera que tiene de comenzar una empresa o de abordar a otra persona. Si la casa I está en Escorpio, las características atribuidas a este signo se considera que se expresan a través del campo atribuido a la casa I: la persona comienza las cosas secretamente, procura esconder sus intenciones o consigue no emprender una relación con otra

Aparte de estas superposiciones entre planetas y casas, los planetas, el Sol, la Luna y otros puntos pueden establecer relaciones angulares: cuando dos factores están en la misma región del zodiaco a una distancia de 0º, se dice que están en conjunción; si la distancia es de 60º están en sextil; a 90º están en cuadratura. Estas distancias, o aspectos, no han de ser necesariamente exactos: hay un margen de error –orbe- específico para cada aspecto, que permite que planetas que se encuentran ente 86º y 96º de distancia estén en cuadratura, o aquellos que estén separados por un ángulo de entre 58º y 62º estén en sextil. En total, sumando todos los aspectos posibles, un planeta cubre un área total de unos 140º -más o menos, pues los astrólogos no están de acuerdo en los valores de os diferentes orbes y en la validez de algunos aspectos-.
La astrología gozó de una enorme popularidad durante el Renacimiento, aunque fue precisamente

Pero lo cierto es que la astrología daba sentido, tanto al universo como al hombre, imagen y espejo de aquél, pues cada ser humano era concebido como un pequeño mundo que en sí mismo compendiaba el equilibrio de la Creación, incluso desde el punto de vista anatómico. Según dicho presupuesto, no es de extrañar que Flavio Mitridate, astrólogo del duque Federico de Montefeltro, definiera la astrología como “la ciencia divina que hace felices a los hombres y les enseña a parecer dioses entre los mortales”.

La Iglesia católica trató de solucionar el dilema afirmando que sólo el cuerpo se encontraba sometido a la influencia del hado y los fenómenos celestes, mientras que el alma poseía plena libertad de acción. Pero esta dicotomía artificial entre el espíritu y la matera dejaba el problema abierto.
Otro intento de resolver la cuestión fue establecer una distinción entre causas y señales. Según eso,

Durante muchos siglos no existió una auténtica frontera entre la astronomía y la astrología tal y como la entendemos hoy. Prueba de ello es que los considerados tres padres de la astronomía moderna, esto es, Nicolás Copérnico, Tycho Brahe y Johannes Kepler, defensores incansables del sistema heliocéntrico frente a las doctrinas ptolemaicas que situaban la Tierra en el centro del universo, siguieron creyendo firmemente en la astrología. Esto significa que los tres confiaban en la posibilidad de hacer predicciones, ya fuera mediante la realización de horóscopos o la observación de las conjunciones planetarias.
Al margen de las conjunciones planetarias, otros fenómenos de carácter extraordinario como los cometas, los eclipses o los meteoritos (más conocidos como estrellas fugaces) suscitaron gran estupor por su apariencia prodigiosa. Dichas manifestaciones, interpretadas como señales inequívocas enviadas por el cielo, fueron plenamente aceptadas por la Iglesia. En realidad, la astrología en general gozó de tal crédito en el mundo cristiano que, a diferencia de otras ciencias ocultas, nunca llegó a ser condenada de manera categórica.
Por ejemplo, a pesar de su intensa fe y su defensa a ultranza del catolicismo, Felipe II fue un gran

En 1586, el papa Sixto V promulgó la bula Coeli et terrae, en la que se limitaba a distinguir una astrología “falsa”, la que negaba el libre albedrío, de otra “verdadera”, la que podía influir en el mundo natural y, en consecuencia, en la agricultura, la medicina, la navegación o incluso en las tendencias del individuo, pero nunca en sus decisiones.
La fe en los astros estaba tan arraigada que fueron numerosos los intelectuales cristianos dispuestos a

Tan altas que el nacimiento y la muerte de Jesucristo se hicieron corresponder con dos señales celestes inconfundibles: en primer lugar, el cometa visto por los Reyes Magos e interpretado como el anuncio de una nueva religión; y, en segundo lugar, el eclipse solar de tres horas que sumió a Palestina en las tinieblas tras la muerte de Cristo. Todavía en el Renacimiento y durante buena parte del siglo XVII, tanto cometas como eclipses siguieron considerándose signos enviados por Dios para prevenir al hombre de las consecuencias de sus pecados.
En el siglo XVII, los investigadores comenzaron a prescindir de las especulaciones y prefirieron la experimentación para obtener datos de la realidad: fue el nacimiento de la ciencia moderna independizada de la teología y la filosofía.

Por otra parte, los astrólogos jamás han sido capaces de definir las características de la fuerza que

La astrología, al contrario que otras ciencias, como la astronomía, la física o las matemáticas, no ha sufrido profundas modificaciones a lo largo de su historia. La astronomía desarrolló revoluciones como el heliocentrismo o la expansión del Universo, pues proporcionó hechos que obligaban a replantearse la naturaleza real del cosmos; la astrología no ha aportado hechos y se ha mantenido en un universo pequeño y jerarquizado, propio de los primeros siglos de la era cristiana.

Precisamente, el valor de la astrología es el de ser una psicología y una tipología arcaicas: igual que el ser humano vertió en la mitología los contenidos de su psique, la astrología cuenta con un interesante surtido de personajes –casas, planetas y signos- que permite predecir comportamientos –a grandes rasgos-, de la misma manera que lo puede hacer cualquier psicología, sin recurrir a conceptos metafísicos como la presunta unidad del cosmos.
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