domingo, 21 de abril de 2013
EL AUTÉNTICO DARTAGNAN
Gatien Courtiliz de Sandras es el nombre de un oscuro escritor francés del siglo XVIII que hoy casi nadie recuerda. Pero él fue el primero que, en 1700, recogió las andanzas de un personaje destinado, con el tiempo, a ser el símbolo de una época de capa y espada: sus “Memorias del señor D´Artagnan” narraban la vida del mosquetero Charles de Batz-Castelmore, uno de los muchos hombres de armas que protagonizaron valerosamente las frecuentes guerras de la Francia del siglo XVII, el grand siècle del Rey Sol Luis XIV. El relato tuvo un éxito muy relativo –Voltaire lo tildó de irreal y fantasioso-, hasta que en el siglo XIX Alejandro Dumas padre y su asistente literario Auguste Maquet lo aprovecharon para idealizar al personaje en un exitoso ciclo de folletines. Así que D´Artagnan existió, Pero, como queda claro al estudiar su vida, ésta fue muy diferente de la que el gran público conoce a través de las famosas novelas y del mundo del cine.
Charles de Batz descendía de una de las familias más antiguas de Gascuña, que tomó su nombre de la Baronía de Artagnan. En el siglo XI esta Baronía, separada de los dominios de los condes de Fézensac, fue heredada por un joven caballero de la villa de Montesquieu. En el siglo XVI, uno de sus descendientes, Paul de Montesquieu, añadió a su apellido el de Artagnan (o Artaignan, como aparece en la documentación), al contraer matrimonio con la Jacquette d´Estaing, señora de Artagnan en Bigorra. La familia Artagnan se distinguió en la milicia en los siglos siguientes. Joseph de Montesquieu, conde de Artagnan, fue capitán de mosqueteros y lugarteniente general a comienzos del siglo XVIII. Sus parientes también ocuparon cargos relevantes: Pierre de Montesquiou d´Artagnan fue mariscal de Francia y su hermano Henri fue lugarteniente real de Bayona. Su sobrino, Charles de Batz, es nuestro protagonista.
Charles de Batz nació en una fecha indeterminada entre 1611 y 1615. Su madre, Françoise de Montesquieu d´Artagnan, se había casado en 1608 con Bertrand de Batz, señor de Castelmore, de una antigua casa noble de la región del Bearn. El matrimonio tuvo varios hijos; entre ellos, Paul de Batz, que era mosquetero del rey hacia 1640, y Charles de Batz, que tomó de su madre el apellido D´Artagnan. Charles se crió en un entorno rural, y su ansia de aventuras y sus deseos de prosperar en el mundo del ejército dejando de lado los negocios familiares, lo impelieron a abandonar a su familia y a viajar a París con unas vagas cartas de presentación.
En la primavera de 1640, D´Artagnan llegó a París. En cuestión de días, acaso horas, tomó contacto con los mosqueteros y se vio envuelto en un duelo entre estos y la Guardia personal del cardenal Richelieu, el personaje más poderoso del reino y primer ministro de Luis XIII. La prohibición de los duelos estaba por entonces vigente en todo el reino y el joven gascón que por entonces ya había dado muestras de un carácter turbulento y se había visto envuelto en alguna pugna de taberna-, sin imaginarlo estuvo a punto de acabar prematuramente sus días.
Unos años antes, en mayo de 1627, había tenido lugar el duelo más famoso de la historia moderna francesa, el protagonizado por François de Montmorency, conde de Luxe y Bouteville, y el marqués de Beuvron. Este duelo tuvo una proyección pública extraordinaria.
Logró ser abortado por oficiales reales y mientras Beuvron pudo huir a Inglaterra, Bouteville fue arrestado y encerrado en la Bastilla por contravenir las ordenanzas reales que prohibían estas pruebas de honor. El prestigio del duelista capturado puso en un gran aprieto al cardenal Richelieu. Se trataba de hacer cumplir la ley o de transigir a causa del prestigio del personaje implicado. Sin embargo, el rigor se impuso y Bouteville fue ajusticiado frente al Ayuntamiento de París en junio de 1627.
Richelieu había asumido la lucha contra los duelos como una tarea personal, continuando las disposiciones punitivas de Enrique IV destinadas a acabar con un auténtico monstruo que devoraba a la nobleza francesa. Solo entre 1588 y 1608, casi ochocientos caballeros habían perecido en este tipo de enfrentamientos. Desde 1620, el problema había adquirido de nuevo proporciones alarmantes, pues los duelos habían convertido las calles parisinas en un campo de batalla. La situación estaba más controlada a la llegada del joven D´Artagnan a París, y su primera aventura fue perdonada. La intervención de Luis XIII, que por entonces desconfiaba de su ministro Richelieu, fue crucial, pues mostró un apoyo decidido a sus mosqueteros frente a la Guardia del Cardenal.
Fue entre los mosqueteros donde Charles encontró a sus tres camaradas de armas: Armand de Sillegue d´Athos (Athos, en la novela de Dumas), Isaac de Portau (Portos) y Henri d´Aramitz (Aramis), al mando de su capitán Jean-Armand du Peyrer, conde Troisvilles o Tréville. Todos ellos procedían de la pequeña burguesía rural del sur de Francia y este paisanaje afianzó aún más sus lazos de amistad. Tréville había ingresado en las Guardias Francesas en 1616 y en 1625 pasó a ser corneta en la Compañía de Mosqueteros. Su carácter intrépido lo elevó diez años más tarde al cargo de lugarteniente de los Mosqueteros, con lo que la Compañía quedó bajo su control efectivo.
Las historias de Athos, Portos y Aramis, sin embargo, no corren paralelas a la de D´Artagnan. Ciertamente, los cuatro tuvieron ocasión de combatir juntos y de prestarse ayuda al grito de la consigna de “À moi, mousquetaires!” (“¡A mí, mosqueteros!”). Pero Athos murió muy joven, en 1643, con apenas 28 años, herido en una refriega en las calles de París. Es irónico que Dumas lo convirtiera en un paladín invencible. Ese mismo año, los historiadores pierden la pista de Portos, quien parece ser que optó por los quehaceres pacíficos de un gentilhombre de provincias. Murió en 1712, a la provecta edad de 95 años. Aramis sirvió en los ejércitos reales durante quince años y hacia 1650 volvió al Béarn, donde se casó. Murió en 1654. Mientras la estela de sus compañeros se difuminaba, D´Artagnan comenzó a escribir su biografía con trazos muy fuertes.
Fue, pues, en la primavera de 1640, cuando Tréville y D´Artagnan se conocieron. La participación de Charles de Batz en el duelo mencionado tuvo como consecuencia inmediata y no deseada que el joven gascón no pudiera entrar en la Compañía de Mosqueteros. Las influencias de Tréville, sin embargo, permitieron que fuera admitido en las Guardias Francesas.
Charles formó parte de la Compañía de las Guardias Francesas como cadete y participó en los asedios de Arras, Aire y Bépaune, en el norte de Francia, entre 1640-1641. Combatió en la Guerra del Rosellón contra los españoles, con especial arrojo en los combates de Colliure y Perpiñán, en 1642. En 1644 fue enviado al asedio de Gravelinas, cerca de Calais. Ese mismo año vistió por vez primera el uniforme de los mosqueteros, como reconocimiento a su valor en la guerra. El fragor de las batallas en que participó fue extremo. Sólo en las campañas del norte, el ejército francés sufrió la pérdida de 18.000 de los 26.000 hombres que combatieron entre 1635 y 1643.
Aunque apenas sabía leer o escribir, Charles era un personaje ambicioso. Había demostrado un valor marcial indudable, pero también había procurado, siempre que estaba en París, ampliar su círculo de influencia y poner en evidencia su fidelidad a los hombres fuertes del momento, comenzando por los monarcas y sus principales ministros. Parecía que en 1644 se habían cumplido todas sus esperanzas vitales, al ser aceptado como mosquetero. Sin embargo, los inesperados giros del destino iban a cambiar irremediablemente su suerte y permitirían al soldado asumir cometidos más allá del campo de batalla.
La reina regente Ana de Austria se hizo cargo del poder en 1643. Francia fue gobernada, en nombre del joven Luis XIV, por una española de Valladolid y un italiano, el cardenal Mazarino, que había estudiado Derecho canónico en Alcalá, por lo que presumiblemente, ambos se hablaban en castellano. En 1646, los Mosqueteros fueron disueltos por orden de la reina. La enemistad entre Tréville y el cardenal Mazarino y las antipatías de la viuda de Luis XIII por el primero, que había sido un súbdito fidelísimo de su marido, pesaron en esta decisión. El intrigante Mazarino, pese a todo, fue capaz de advertir que, entre aquellos valerosos soldados, podría reclutar nuevos y eficaces secuaces.
Así la vida de D´Artagnan sufrió un vuelco en 1646, cuando el poderoso cardenal lo asignó a su servicio personal en diversas misiones secretas. Como recompensa, la carrera de D´Artagnan fue meteórica. En 1649 volvió a integrarse en las Guardias Francesas con el cargo de lugarteniente, e iba a ser nombrado capitán del cuerpo cinco años después.
Entre las misiones que le asignó Mazarino destacaron las emprendidas en Inglaterra. D´Artagnan debía informarse del grado de apoyo social con que contaba el lord protector Oliver Cromwell, cuyo hijo Richard era un apetecible candidato matrimonial para la sobrina de Mazarino, Hortense Mancini. Cuando la república de Cromwell entró en colapso, las pretensiones de Mazarino se dirigieron a lograr el enlace de su sobrina con el nuevo rey de Inglaterra, Carlos II. D´Artagnan fracasó en ambos cometidos que, todo hay que reconocerlo, adolecían de una extrema dosis de delirio, sólo explicable por la codicia ilimitada del cardenal italiano.
En 1657, por fin, D´Artagnan logró, por intercesión de Mazarino, regresar al cuerpo de Mosqueteros (que se había reinstaurado) con el rango de subteniente de la primera compañía. A partir de entonces, el mosquetero tomó el título de conde D´Artagnan. Por esos años, la primera compañía de mosqueteros estaba a cargo del duque de Nevers, Philippe Mancini, el joven sobrino de Mazarino y hermano de Hortense, quien había sido instruido por Paul de Batz, el hermano de D´Artagnan. La experiencia de D´Artagnan se impuso fácilmente al carácter veleidoso de Mancini, un joven de 25 años más preocupado por la vida cortesana que por la milicia. En la práctica, D´Artagnan fue escalando posiciones hasta lograr el control pleno de los mosqueteros, mientras conseguía también crearse un círculo propio de allegados. Estaba en condiciones de cambiar de señor, y quién mejor que el propio rey.
Los historiadores han sido implacables al describir a Luis XIV, destacando su pasión por la gloria militar y por el amor, terrenos en los que fue realmente insaciable, pero también su falta absoluta de virtudes morales. Solo mediante una hábil y costosa operación de propaganda orquestada por su entorno palatino, la frágil figura del monarca acabó adquiriendo una plenitud sobrehumana hasta verse convertido en el Rey Sol, la representación suprema del absolutismo. En el camino de construcción de ese poder soberano que identificaba al rey con el Reino y el Estado (“El Estado soy yo”), cuando murió su mentor Mazarino, el monarca optó por asumir personalmente el gobierno.
El 9 de marzo de 1661 falleció el cardenal Mazarino. Al día siguiente, el rey, que a la sazón contaba con 23 años, reunió a sus ministros y declaró que nunca más nombraría a un primer ministro. Por fin, Luis XIV reinaba y también gobernaba. Sin embargo, tuvo que mantener en su entorno a los antiguos colaboradores de Mazarino: Le Tellier, Fouquet y Lionne. Acabar con su influencia fue una misión delicada, sobre todo hacer frente al poderoso Nicolas Fouquet.
Intendente de la Generalidad de París, procurador general del Parlamento, superintendente de Hacienda y ministro de Estado, este ambicioso y astuto personaje había hecho suya la divisa Quo non ascendam? (“¿Adonde no subiré?”). Fouquet se había ganado con los años la confianza de los ricos banqueros que sufragaban las necesidades financieras de Luis XIV, aunque también había aprovechado sus relaciones para enriquecer a su protector Mazarino, quien acumuló una inmensa fortuna, la mayor que un particular consiguiera reunir jamás durante el Antiguo Régimen, según los historiadores económicos de la Francia moderna. Por su parte, Fouquet también amasó un abundante patrimonio y articuló una densa red de relaciones de fidelidad.
La detención de Fouquet, ordenada por Luis XIV en septiembre de 1661, fue una misión difícil que solo llegó a buen fin gracias a la energía, la resolución y la incondicional devoción personal de D´Artagnan por el monarca. Fouquet fue conducido a Pignerol, una de las fortalezas más remotas de Francia, situada a la entrada de tres valles de los Alpes en el camino hacia Italia. Durante años, D´Artagnan actuó como carcelero de este personaje. Fouquet fue utilizado como chivo expiatorio en un juicio espectacular que intentó moralizar la vida pública francesa, pero que solo consiguió favorecer el ascenso de un nuevo factótum, un antiguo intendente de Mazarino, Jean-Baptiste Colbert.
Bajo su nuevo patrón, D´Artagnan llevó adelante su carrera. A la muerte de Mazarino, los Mancini perdieron también todo protagonismo y el mosquetero gascón se hizo cargo progresivamente de la Compañía de Mosqueteros, hasta ser nombrado capitán en 1667.
Ese mismo año, Luis XIV decidió reiniciar la guerra contra España. Era la guerra de devolución: como no se había pagado la dote de su esposa, la española María Teresa, Luis XIV exigió en compensación los territorios españoles de los Países Bajos. El rey determinó que toda la Corte fuera a la guerra. El mosquetero escoltó permanentemente a la familia real y desafió a la muerte en los enfrentamientos, por lo que fue premiado con el cargo de brigadier de Caballería. Sirvió con honores en los asedios de las ciudades de Tournai, Douai y Lille, que condujeron a la conquista del Franco Condado por Luis XIV. D´Artagnan fue gobernador de Lille durante unos meses, aunque esta responsabilidad fue excesiva para un iletrado como él. Con innegable desahogo, se hizo cargo de otra misión de Estado.
De nuevo, en diciembre de 1671, los servicios incondicionales de D´Artagnan fueron requeridos por Luis XIV. En esta ocasión, se trataba de detener a Antonin Nompar de Caumont, quien sería nombrado posteriormente duque de Lauzun, un militar de categoría y antiguo favorito del rey que había osado inmiscuirse en el harén que Luis XIX tenía en Versalles. Lo cierto fue que las implicaciones de D´Artagnan en las cenagosas bambalinas de la Corte adquirieron entonces tintes repugnantes. De nuevo, el mosquetero se encaminó a Pignerol, donde condujo al desgraciado prisionero, que iba a permanecer encerrado durante diez eternos años hasta recuperar el favor real.
Aunque D´Artagnan no era un cortesano, sus ocupaciones ajenas a la milicia ganaron importancia con los años. A partir de la lectura de sus memorias –que, pese a ser apócrifas, recogen los grandes momentos de su turbulenta existencia- no se sabe si fue más determinante en su destino la intriga o el valor. Se nos presenta como un arquetipo de la mentalidad del súbdito del Antiguo Régimen. D´Artagnan acaba siendo un gentilhombre de a pie, pero que juega un papel trascendental en un orden social sentido como inmutable y natural. El único mundo que cuenta es el de la corte, organizado por la Providencia de manera absoluta. Los pasillos palaciegos aparecen como una jungla, en la que todos los vicios y enredos son posibles; pero esto no hace más que reforzar todavía más la superioridad del monarca. Las intrigas son debilidades que afectan a los favoritos y a los cortesanos del rey, la falta incumbe siempre al ministro y jamás al soberano. En todo momento, D´Artagnan se consideró el buen súbdito que obedecía a su buen señor.
Cuando se declaró la guerra a Holanda, en 1672, consiguió el cargo de mariscal de campo y con este rango participó en el sitio de Maastricht al año siguiente. Fue una campaña triunfal para Luis XIV. El ejército francés atravesó el Rhin por Tolhuis el 12 de junio de 1673 y pronto se tomaron más de cuarenta ciudades. Tras sortear las inundaciones defensivas provocadas por los holandeses, las tropas se dirigieron a Maastricht, cuyo asedio fue muy duro. Entre las operaciones llevadas a cabo, destacó el asalto a la fortaleza del Día de San Juan de 1673, que fue de los más feroces de aquel año. Entre ese día y el amanecer del 25 de junio, 53 mosqueteros fueron heridos y 37 cayeron muertos junto a su capitán, el conde D´Artagnan. Fue una de aquellas acciones de esperanza perdida. Un testigo escribió que “todos los mosqueteros que regresaron tenían sus espadas ensangrentadas hasta las empuñaduras y melladas por los golpes que habían dado”. El cadáver de D´Artagnan no fue encontrado jamás.
Con la desaparición de su más famoso integrante, parecía que el tiempo de los mosqueteros también estaba acabándose. Maastricht cayó el 30 de junio de 1673, pero su conquista fue mérito de Sébastien de Vauban, el ingeniero militar encargado del operativo de asalto –con los años iba a diseñar casi cuarenta fortalezas y la fortificación de más de trescientas ciudades francesas según las nuevas modalidades bélicas-
En esta línea, como elemento estratégico, la infantería continuó desarrollándose, mientras que la caballería solo iba a representar en el futuro una cuarta parte escasa del Ejército francés. Los dragones, una fuerza que combinaba caballería e infantería, tomaron el relevo de los piqueros y los mosqueteros. Gradualmente, estos cuerpos, que siempre recurrían a la espada como complemento en el combate, perdieron su carácter emblemático. En 1699, se decidió la supresión del mosquete y en 1703 la de la pica. Como sustituta, la bayoneta ganó relevancia desde 1689. El arma blanca colocada en la boca del arma de fuego permitió a la infantería conjugar un arma ofensiva y defensiva que relegó al pasado la cruda realidad y la enardecida mitología de los grandes espadachines.
Pero D´Artagnan no murió en Maastricht. Aquello fue sólo su paso a la inmortalidad. Alejandro Dumas, padre, y Auguste Maquet confirieron fama universal al conde D´Artagnan. Basaron gran parte de sus datos en las memorias apócrifas de D´Artagnan que escribió Gatien Courtilz de Sandras en 1700. Este escritor conoció las hazañas de D´Artagnan durante los meses que permaneció recluido en la prisión parisina de la Bastilla, por entonces gobernada por François de Montlezau, señor de Besmaux, un ex compañero de nuestro mosquetero protagonista.
La trilogía de Dumas sobre D´Artagnan (“Los tres mosqueteros”, 1844; “Veinte años después”, 1845; y “El vizconde de Bragelonne”, 1848-1850) fue poco respetuosa con la historia real. En sus libros el mosquetero es quince años más joven y participa en acciones militares que, en realidad, protagonizaron otros miembros de la familia Montesquieu. Asimismo, el nudo dramático se basa en el inexistente antagonismo entre Luis XIII y Richelieu, así como en la fabulada relación de la reina Ana de Austria con el duque de Buckingham. Ni la espía inglesa Milady de Winter ni su hija Mordaunt existieron. Para caracterizar al personaje literario de Milady, Dumas quizás se inspirara en Lucy Perry (1599-1660), hermana del conde de Northumberland y esposa del conde de Carlisle. Fue famosa por su gran belleza e ingenio, y se la relacionó con Richelieu y el espionaje francés en Londres. Sus intrigas políticas en la convulsa Inglaterra la llevaron a ser encerrada varios meses en la Torre de Londres en 1649 tras la caída de su protector Stafford. Tampoco es real la misión de D´Artagnan en Inglaterra, presuntamente enviado por la reina para recuperar los herretes de diamantes regalada por Luis XIII e imprudentemente entregada por Ana de Austria a Buckingham.
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