domingo, 31 de enero de 2010

¿Cuáles son los dioses de la trinidad hindú?


Son Brahma, Vishnu y Shiva.

Más que una Trinidad en el sentido cristiano, los tres dioses de la Trimurti (en sánscrito, “tres formas”) constituyen en realidad una especie de tríada de deidades hindúes que se hallan en lo alto de un panteón que cuenta con más de 30 millones de dioses. Personifican un Espíritu Universal supremo, impersonal, eterno, conocido como Brahman y cuyos tres aspectos reflejan sus diferentes facetas de creador, preservador y destructor.

No debe confundirse el dios creador Brahma con Brahman (el Espíritu Universal que acabamos de mencionar) o con los brahmanes, miembros de la más alta casta hindú. Nacido de un loto en el ombligo de Vishnu, Brahma es a menudo representado como dios de cuatro caras (representando los cuatro Vedas y las cuatro épocas del tiempo) sentado en una flor de loto. Sus cuatro brazos son los cuatro cuadrantes del universo. También tiene un rosario con el que controla el tiempo, un libro que contiene todo el conocimiento y un jarro de agua que representa las aguas de la creación. La tradición dice que fue él quien escribió, sobre hojas de oro, el Rig-Veda, una colección de 1.028 himnos en sánscrito dedicados a los dioses.

El culto a Brahma se fue apagando debido a que una vez que su principal misión, la creación del mundo, se había ido completando, el resto del trabajo competía a Vishnú y Shiva. Algunos escritos mencionan que Brahma puso e incubó el huevo del Universo hasta que éste se completó. La tradición hindú también afirma que un día en la vida de Brahma dura un kalpa, esto es, 4.320.000.000 años. Cuando finaliza cada kalpa, todo lo que existe se destruye sólo para renacer otra vez en un ciclo eterno de muerte y creación.

Vishnu, el dios preservador, ha tenido nueve avatares (encarnaciones) principales y la décima y última será de la de Kalki, un jinete sobre un caballo blanco que, espada en mano, acabará con todos los pecados y los pecadores. Entre los avatares de Vishnu podemos destacar la séptima, Ramachandra o Rama; la octava como Krishna; y la novena como Buda. Rama es el héroe del poema épico Ramayana, en la que el joven protagonista recupera su reino y su amada tras cincuenta mil versos. Más tarde, cuando un tiránico dios-demonio estaba sembrando el caos en la India, Krishna regresó a la Tierra después de que Vishnu tomara uno de sus cabellos negros y lo transformara en Krishna –que significa “negro” y quien a menudo es representado artísticamente de ese color o bien azul oscuro-. Krishna aparece también como un poderoso guerrero en otro poema épico sánscrito, el Mahabharata, de más de 200.000 versos.



Vishnu es probablemente el dios hindú más popular, siempre dispuesto a encarnarse una y otra vez para salvar al mundo de gigantes, demonios, tiranos y calamidades diversas. No es de extrañar por tanto que a principios del siglo XX, los cristianos indios albergaran el temor de que Cristo acabara siendo asimilado en la figura de Vishnu como uno de sus avatares. Muchos hindúes lo veneran como la deidad suprema y dios del amor. Su principal encarnación, Krishna, es a menudo representado tocando una flauta para atraer a las gopis (las lecheras que ha seducido) y que bailen con él bajo la luz de la luna.



El dios destructor, Shiva, es un dios complejo. Su fiereza queda compensada por otros rasgos, como su amabilidad y suavidad, lo que lo hace el favorito de los ascetas y lo convierte en el patrón de las artes y las letras, la música y el baile. Su más famosa representación es la de una figura blanca con cuatro brazos ejecutando la danza cósmica sobre el cuerpo de un desagradable demonio cuya espalda ha quebrado. El baile de Shiva simboliza la eterna alternancia de destrucción y creación que tiene lugar en el Universo ya que, de acuerdo con el pensamiento hindú, a la destrucción siempre sigue la creación.

Esta idea es la fuente de otro aspecto esencial de Shiva: su dominio sobre los poderes de fertilidad y reproducción. Como tal, su símbolo es el lingam o falo, que se dice es tan gigantesco que ni siquiera Brahma recorriéndolo hacia arriba tan lejos como pudo, ni Vishnu haciendo lo propio hacia abajo, pudieron llegar a su final o principio. Shiva es ciertamente un dios contradictorio: bebe una poción narcótica elaborada con marihuana –algunas estatuas le representan con ojos “nublados”- pero también practica yoga. Protege el ganado, pero también es la fuente del fuego que destruirá el universo. Y en su frente cuenta con un maléfico “tercer ojo” que suele mantener cerrado porque, si lo abre, de su interior surgirá un torrente de llamas.


A diferencia de Vishnu, Shiva es más apreciado por sus consortes que por sus avatares. Su principal esposa, Kali (“La Negra”) es una diosa sanguinaria cuyos seguidores practicaban el estrangulamiento ritual para conseguir su favor. Kali es habitualmente representada como una mujer negra desnuda con cuatro brazos, con la lengua fuera goteando sangre, colmillos y ojos rojos. Lleva pendientes hechos con cadáveres y un collar de cráneos. Su cara y pechos están manchados de sangre. En ocasiones, monta sobre un león y en sus ocho brazos, que representan las ocho direcciones, sostiene armas para destruir el mal y proteger a sus devotos.

Curiosamente, Kali es también la diosa de la maternidad. Efectivamente, el concepto de Diosa Madre, que los invasores arios adoptaron de los pueblos del Indo, está plenamente desarrollado en el culto a Kali, que se identifica también como Parvati, Amba o Durga.

El Trimurti, representando artísticamente como una figura masculina con tres cabezas, es todavía, al menos teóricamente, un elemento central en el hinduismo contemporáneo, si bien el culto a la segunda y tercera deidades de la tríada, junto a sus avatares y consortes, ha relegado a Brahma a un muy segundo plano. En la práctica, el Trimurti siempre atrajo más al intelecto que a los corazones del pueblo indio.

martes, 26 de enero de 2010

Helechos: supervivientes vegetales

Hace casi 400 millones de años tuvo lugar un acontecimiento importantísimo para la historia de nuestro planeta: la tierra firme comenzó a ser colonizada por las primeras plantas. Los helechos son vegetales primitivos que tuvieron un importante papel en estos primeros momentos, facilitando la posterior invasión del medio terrestre por otras plantas más evolucionadas.

Durante una gran parte de la historia de nuestro planeta, la vida se desarrollaba por completo en el agua. Hace unos 500 millones de años no había ni un solo ser vivo en la superficie terrestre y, mientras en el mar la vida era abundante, la tierra firme se mantenía aún estéril y el paisaje rocoso y carente de suelo fértil presentaba un aspecto desolador.

Anteriormente, durante millones de años, diminutas plantas acuáticas parecidas a gotas de gelatina se habían estado encargando de elaborar el oxígeno necesario para hacer el aire de la Tierra respirable. Cada pequeño soplo de oxígeno producido por estas plantas al elaborar su alimento daba lugar a una pequeña burbuja de oxígeno que, al alcanzar la superficie, explotaba y se acumulaba en el aire.

Estas plantas acuáticas fueron evolucionando lentamente, hasta que, hace aproximadamente unos 400 millones de años, abandonaron el medio acuático en el que vivían, dispuestas a conquistar la tierra firme, lugar que hasta entonces había resultado inalcanzable e inhóspito para todo organismo viviente. Poco a poco, algunas algas marinas se las arreglaron para vivir en las orillas de los mares, pero de ahí no podían pasar, ya que ir más allá significaba una segura desecación y la muerte por pérdida de agua. El siguiente paso evolutivo fueron los musgos, plantas pioneras y resistentes a condiciones extremas que, junto a los líquenes, colonizan la roca madre y ayudan a la formación de suelo fértil.

Tanto los musgos como los líquenes son plantas criptógamas –uno de los grandes grupos en que se divide el reino vegetal y que comprende todos aquellos vegetales carentes de flores u órganos sexuales visibles-. Todas las plantas primitivas y menos evolucionadas pertenecen a este grupo, ya que se sabe que las fanerógamas –plantas con flores y que se reproducen por semillas- no aparecieron hasta un periodo geológico relativamente reciente.

Dentro de este grupo de plantas primitivas, los pteridofitos, grupo al que pertenecen los helechos, resultan ser el más evolucionado y el que ha dado lugar al resto de las plantas actuales. Son plantas terrestres primitivas que poseen un cuerpo vegetativo o cormo formado por raíz, tallo y hojas verdaderos y también sistemas vasculares que transportan el agua, los minerales y los alimentos. Sin embargo, no se reproducen por semillas sino que utilizan un sistema más primitivo, implicando la presencia de agua, ya que los gametos masculinos o espermatozoides deben nadar para alcanzar el óvulo, mientras que en las plantas superiores la fecundación está asegurada sin la intervención de un medio acuoso exterior al vegetal.

El de los helechos es un grupo vegetal muy antiguo que alcanzó gran desarrollo en el pasado geológico. Se trata de plantas que ocuparon un lugar destacado en la vegetación del periodo Carbonífero –iniciado hace 345 millones de años y que se prolongó durante 65 millones de años-. Por este motivo, los principales hallazgos de helechos fósiles se encuentran en capas sedimentarias correspondientes a este período geológico.

Las selvas del Carbonífero, situadas en zonas pantanosas poco profundas y sobre deltas que las aguas cubrían periódicamente, estaban formadas por bosques de helechos gigantes con porte arbóreo. En los trópicos, sobre todo en zonas montañosas, todavía crecen hoy en día helechos arbóreos de hasta 15 metros de altura. Pero estos grandes helechos no son más que vestigios del pasado. La inmensa mayoría de los helechos que podemos encontrar hoy en día es de tipo herbáceo –tanto terrestres como trepadores, existiendo también unas pocas especies acuáticas-.

A pesar de que se encuentran en un estadio mucho más adelantado evolutivamente hablando, el ciclo vital de un helecho se parece al de un musgo, existiendo también una alternancia de generaciones y dos tipos diferentes de reproducción. En una primera etapa asexual, la planta de un helecho produce esporas en el interior de unas estructuras en forma de cápsulas llamadas esporangios. Los esporangios o cápsulas de esporas se reúnen en grupos llamados soros, los cuales se encuentran situados normalmente en el envés de las hojas o frondes de la planta. Al llegar a la madurez las esporas, cada cápsula se abre, dispersando diminutas esporas que deberán caer sobre el sustrato apropiado para germinar.

En la segunda fase sexual de la vida del helecho, la espora germinada da lugar a una pequeña planta de color verde y forma generalmente acorazonada llamada protalo, que crece aplanado sobre la superficie de una roca, del suelo o de un árbol, superficies a las que se fija por medio de delgados hilos. Esta plantita, de corta vida y que pasa inadvertida la mayor parte de las veces debido a su reducido tamaño, presenta una estructura muy sencilla sin raíz, tallo ni hojas, y es en su cara inferior, en la que se produce un rocío abundante, en donde se forman más tarde los órganos sexuales que se encargarán de producir los gametos: el masculino o espermatozoide nada hacia el femenino y se fusiona con él. El zigoto resultante de esta unión da lugar a la formación del embrión, el cual absorbe y destruye al protalo. Al crecer y desarrollarse, el embrión dará lugar a una nueva planta de helecho que al principio vive a expensas de su “madre” y, más tarde, cuando saca raíces, tallo y hojas, se convierte en helecho independiente.

miércoles, 20 de enero de 2010

1928-Juan Trippe y Pan Am: la revolución de la aviacion comercial


Juan Trippe nació en 1899 en Seabright, Nueva Jersey (Estados Unidos). Su carrera en la aviación comenzó en 1917, cuando obtuvo una excedencia de la Universidad de Yale para alistarse en la marina y entrenarse como piloto de bombarderos.

Trippe volvió a la universidad en 1919, con la determinación de convertir su afición a la aviación en un negocio. Inspirado por los aviadores pioneros de su época, Trippe vio en el aeroplano un medio de transporte para el futuro. Quería crear una compañía de aviación que contribuyera a reducir las distancias entre los continentes.

Tras licenciarse en 1922, Trippe entró a trabajar en el banco de su difunto padre, pero, ansioso por hacer realidad su sueño, dejó el puesto un año después para organizar su primera aerolínea. Trippe compró siete hidroaviones de los excedentes del ejército y fundó la Long Island Airways, que ofrecía un servicio de vuelos chárter para transportar a los ricos que iban de vacaciones a sus casas de veraneo en la costa este.

En 1925, el departamento de correos de los Estados Unidos ofreció, por primera vez, contratos de correo aéreo a compañías privadas. Trippe se apresuró a aprovechar la oportunidad. Dejó Long Island Airways y fundó la Colonial Air Transport, que obtuvo uno de los primeros contratos con el gobierno. Los compañeros de Trippe en Colonial no eran lo suficientemente ambiciosos para él, por lo que abandonó, con la intención de formar una empresa con más futuro. En 1927, formó la Aviation Corporation of America, con el apoyo de 13 poderosos banqueros.

Como era un astuto negociador, Trippe pronto amplió su nuevo negocio gracias a su unión con Pan American Airways el año siguiente. La Pan Am, que como otras compañías transportaba pasajeros junto con el correo, había recibido un contrato postal para volar desde Key West, en Florida, hasta La Habana, en Cuba, y Trippe fue elegido como presidente y consejero general de la compañía.


Trippe contrató a los mejores expertos en aviación que pudo encontrar. Incluso tuvo la suerte de reclutar a Charles Lindbergh, piloto pionero de los vuelos transatlánticos, para poner a prueba sus nuevos aparatos. Bajo la sabia dirección de Trippe, Pan Am se expandió hasta Sudamérica. Aunque allí aún no existían muchas pistas de aterrizaje, Trippe solucionó el problema usando hidroaviones Sikorsky.

En 1931, la Pan Am ya contaba con la red más extensa de rutas aéreas de la época, que incluía a más de veinte países; pero Trippe quería que su compañía diera la vuelta al mundo. El primer reto de Trippe fue el Pacífico, adonde envió materiales para construir dos pueblos enteros y cinco bases aéreas en diferentes islas a lo largo del océano, que permitirían realizar las escalas necesarias para repostar.

En 1935, Trippe recibió el contrato transpacífico de correo aéreo. Una multitud de 25.000 personas observó cómo el China Clipper de Pan Am despegaba de la bahía de San Francisco para realizar su primer vuelo. Aterrizó en Manila, Filipinas, 59 horas y 48 minutos después, donde se encontró con un cuarto de millón de personas que lo esperaban para recibirlo. La nueva ruta aérea de Pan Am causó sensación y pronto se extendió hasta Hong Kong y Nueva Zelanda.


El siguiente reto fue la ruta transatlántica. En 1939, Trippe puso en marcha un servicio de 29 horas de duración hasta Portugal, que se realizaba con el hidroavión Boeing 314. El avión estableció un nuevo estándar de lujo, con asientos para 70 personas, literas para dormir, una sala y un comedor.




La competencia entre aerolíneas se intensificó a partir de la Segunda Guerra Mundial. Los hidroaviones tenían los días contados y Trippe inició una nueva era con los jets comerciales. En 1955, Pan Am fue la primera compañía en encargar un Boeing 707, el primer jet comercial estadounidense.

Trippe se retiró de su puesto como director ejecutivo de Pan Am en 1968 pero vivió para ver realizado otro de sus sueños, en 1979, cuando la aerolínea compró National Airlines con todas sus rutas nacionales. Murió en 1981.

domingo, 17 de enero de 2010

1942-Los halcones de la noche - Edward Hopper


A pesar de que en el siglo XX muchos artistas siguieron el camino hacia la abstracción, el arte figurativo continuó practicándose. Algunos artistas lo utilizaron para expresar cuestiones sociales y denunciar pobreza o marginación. Artistas de Estados Unidos y Europa plasmaron las consecuencias de la depresión económica y de la inestabilidad social durante el período de entreguerras. Edward Hopper fue uno de ellos.

En los cuadros urbanos de Edward Hopper no hay rascacielos. Tampoco hay enormes redes de autopistas, extensas agrupaciones de tiendas, fábricas ni barrios bajos. Los afroamericanos, los latinos o los asiáticos están igualmente ausentes de sus escenas ciudadanas. Hopper (1882-1967), nacido en Nueva York, estudió publicidad, asistió a la escuela de arte e hizo varios viajes a Europa antes de empezar a trabajar como dibujante en una empresa de publicidad. Solo pintó el Estados Unidos blanco, de clase media, con referencias ocasionales a su civilización mecánica: una gasolinera desierta o una máquina de escribir abandonada. Se le sigue considerando el mejor pintor realista de su generación.

Los cuadros de Hopper retratan la vida cotidiana americana, entre 1920-1960, destacando, en particular, su monotonía. Se negó a cantar himnos de alabanza a la tierra de las oportunidades sin límite. Pensaba que Estados Unidos era “repugnantemente caótico” y dirigió su atención hacia la gente ignorante, vulgar y corriente, hacia los que no empezaron fregando platos antes de convertirse en millonarios. Al pintar las actividades triviales y, al parecer faltas de alegría de la vida de cada día, evitó manifestar brillantez técnica y precisión artística.


Hay una monotonía paralizante, casi trágica, una ansiedad sigilosa, tanto si insinúa unas interminables extensiones despobladas, más allá de los árboles que bordean una carretera desierta, como la escualidez deprimente de las viviendas de Manhattan vistas bajo el resplandor hostil del tren elevado. Hopper solía pintar sus figuras sobre el fondo de la ciudad de Nueva Yorkn que, en la primera parte del siglo XX, ya había engullido a tres millones y medio de vidas anónimas.
Pocos cuadros son más inquietantes que “Los halcones de la noche”. Según el propio Hopper, la obra muestra un restaurante en un cruce de Greenwich Avenue. Simplificó la melancólica escena y agrandó el restaurante. Explicó que, más o menos instintivamente, había tratado de retratar la soledad de una gran ciudad. Hopper nunca azucaraba nada.

domingo, 10 de enero de 2010

¿Podemos recordar nuestro nacimiento?


Intenta pensar en tu primer recuerdo. Quizá imágenes de una fiesta de cumpleaños o pasajes de unas vacaciones familiares. Ahora procura ubicar temporalmente esos recuerdos. Lo normal es que la memoria no se extienda más atrás del tercer cumpleaños. De hecho, sólo se recuerdan cosas aisladas del periodo que va de los 3 a los 7 años aunque los álbumes de fotografías familiares puedan recuperar más imágenes del fondo de la mente.

Los psicólogos se refieren a esta incapacidad de la mayor parte de los adultos a la hora de recordar acontecimientos de su primera infancia, incluido el nacimiento, como amnesia infantil. Sigmund Freud fue el primero en acuñar ese término en 1899 para explicar los pocos recuerdos que los adultos conservan de sus primeros años. Freud teorizaba que se trataba de un medio de reprimir impulsos sexuales traumáticos. Para bloquear esos latigazos involuntarios del inconsciente y proteger el ego consciente, Freud creía que los humanos dan forma a una especie de recuerdos “pantalla” o versiones reelaboradas de los acontecimientos de sus primeros años.

Más de cien años después, los investigadores aún tienen que dar con una explicación precisa de por qué sucede la amnesia infantil. Sólo desde hace veinte años se viene investigando la memoria infantil a la búsqueda de una respuesta satisfactoria. Por el contrario, esas investigaciones han dado con una nueva serie de preguntas acerca de los matices de la memoria en los niños.

Durante mucho tiempo, la explicación para la amnesia infantil se basaba en la creencia de que las partes del cerebro infantil responsables de la fijación de la memoria se encontraban aún sin desarrollar. A partir de los tres años, las habilidades memorísticas de los pequeños se incrementaban rápidamente hasta niveles adultos.

Sin embargo, los psicólogos han descubierto que niños de tres y seis meses pueden guardar recuerdos durante mucho tiempo. La diferencia estriba en qué tipo de recuerdos son los que “graban”. Por ejemplo, parece que los bebés nacen con una serie de recuerdos implícitos, inconscientes. Al mismo tiempo, la memoria explícita o episódica –la que registra acontecimientos específicos- no guarda información acerca de ese periodo de tres años, lo que explica el por qué la gente no recuerda el momento de su nacimiento.

Pero, ¿por qué sucede esto y qué cambios tienen lugar en esos años? Y, si como bebés podemos tener recuerdos, ¿por qué no los conservamos al ir creciendo?

Para dar forma a los recuerdos, los humanos creamos sinapsis o conexiones entre las células cerebrales. Ello sirve para codificar la información sensorial de una vivencia en nuestra memoria. Desde ahí, nuestros cerebros “organizan” la información en categorías y la unen a datos similares, lo que recibe el nombre de consolidación. Para la que la memoria perdure, debemos “revivir” periódicamente esos recuerdos y “recorrer” las sinapsis iniciales, “reforzando” las conexiones existentes.

Los estudios han refutado la opinión de que los bebés son incapaces de codificar información que sirva de recuerdo. Por ejemplo, en un experimento con niños de dos y tres meses, se conectó las piernas de los bebés a un cablecito unido a un colgante con figuras móviles colocado sobre ellos. Aprendieron (y, por lo tanto, recordaron) que pateando sus piernas hacían moverse el colgante. En una fase posterior del experimento, se puso a los niños bajo el colgante, esta vez sin cuerda atada a las piernas. Los niños recordaban que debían mover sus piernas para agitar el colgante, y así lo hacían, aunque esta vez su truco no les daba resultado. Cuando se repitió el experimento con niños de seis meses, éstos aprendieron la relación “mover piernas-colgante móvil” mucho más rápidamente, lo que indicaba que su habilidad para codificar información como recuerdos se aceleraba gradualmente con el tiempo en lugar de producirse un único y súbito “empujón” a los tres años.

Todo esto podría estar relacionado con el desarrollo del córtex prefrontal. Esta zona del cerebro, que se activa durante la codificación y recuperación de recuerdos explícitos, no está totalmente operativa al nacer. Sin embargo, a los 24 meses, el número de sinapsis del córtex ya ha alcanzado el nivel adulto. Además, el tamaño del hipocampo en la base del cerebro crece gradualmente hasta el segundo o tercer año de vida. Y este es un dato importante, porque el hipocampo determina qué información sensorial va a ser transferida a la “memoria a largo plazo”

Pero, ¿qué hay acerca de la memoria implícita? Almacenada en el cerebelo, la memoria implícita es esencial para los recién nacidos, ya que les permite asociar sentimientos de calidez y seguridad con el sonido de la voz de su madre, dirigiéndose instintivamente hacia ella para alimentarse. Habiendo confirmado la presencia de esta memoria a tan temprana edad, los estudios han revelado que experimenta pocos cambios a medida que envejecemos. Incluso en muchos casos de amnesia en adultos, las habilidades implícitas como montar en bicicleta o tocar el piano, a menudo sobreviven al trauma cerebral que causó la amnesia.

Ahora que sabemos que los bebés tienen una fuerte memoria implícita y que son capaces de codificar datos en la memoria explícita, podríamos deducir que la amnesia infantil puede provenir de algún fallo a la hora de recuperar recuerdos explícitos. A menos que estemos pensando específicamente en un acontecimiento pasado, ha de tener lugar algún tipo de “chispa”, de estímulo que dispare el mecanismo de recuperación de un recuerdo explícito.

Nuestros primeros recuerdos pueden permanecer bloqueados y aislados de nuestro mundo consciente debido a que en el momento de codificarse carecíamos de habilidades verbales. Un estudio del año 2004 rastreó la relación que existía entre el aprendizaje del lenguaje en niños de 27 a 39 meses y su capacidad para recordar un acontecimiento vivido. Los investigadores averiguaron que si los niños no conocían las palabras para describir el hecho cuando sucedió, aunque luego aprendieran el lenguaje necesario para ello, no podían describirlo.



El acto de reconocerse en el espejo es uno de los primeros indicadores del desarrollo de la memoria autobiográfica. Verbalizar nuestros recuerdos personales contribuye a este tipo de memoria, que nos ayuda a definir nuestro sentido del “yo” y la relación que establecemos con la gente que nos rodea. Estrechamente relacionado con ello está la habilidad de reconocerse uno mismo. Algunos investigadores han propuesto la teoría de que los niños no desarrollan la capacidad de reconocerse y una identidad personal hasta los 16-24 meses.

Además de todo esto, desarrollamos una memoria de nuestro pasado cuando comenzamos a organizar los recuerdos dentro de un contexto. Muchos niños de preescolar pueden detallar las diferentes partes de un suceso en orden secuencial, como por ejemplo lo que pasó el día que fueron al zoo. Pero no es hasta que cumplen cinco años cuando son capaces de comprender las ideas de tiempo y pasado y situar aquella visita al zoo dentro de una línea temporal mental.

Los padres juegan un papel fundamental en el desarrollo de la memoria autobiográfica de sus hijos. Las investigaciones muestran que la manera en que los progenitores recuerdan verbalmente acontecimientos con sus hijos se relaciona con el estilo narrativo de éstos incluso años después. En otras palabras, niños cuyos padres les cuentan en detalle cosas como fiestas de cumpleaños o viajes al zoo, serán capaces de describir más vívidamente sus propios recuerdos. Y, curiosamente, la memoria autobiográfica tiene un componente cultural: los recuerdos personales de los occidentales se centran más en uno mismo, mientras que los orientales lo hacen situándose en contextos de grupo.

Existen más explicaciones detalladas relacionadas con la amnesia infantil, pero la estructura cerebral, el lenguaje y el sentido del yo son sus bases. Y, por cierto, relacionado con todo esto, algunas personas afirman recordar acontecimientos pre-verbales e incluso fragmentos de la vida en el útero. Existe una forma de psicoanálisis llamado terapia primal, que se centra en tempranos recuerdos de corte traumático, algo parecido a lo que defendía Freud. La terapia primal trata de conectar el dolor del paciente con el de su nacimiento, “trasladándolos” mentalmente a los recuerdos de ese momento en un proceso al que se denomina “renacimiento”. A pesar de episodios anecdóticos, no existen estudios científicos que verifiquen la autenticidad de dichas experiencias ni que demuestren que en el cerebro existen realmente esos recuerdos almacenados en sitio alguno.

jueves, 7 de enero de 2010

¿Qué es lo más grande que puede tragar una ballena azul?


Una uva.

Casi todo en la ballena azul es colosal. Con 32 metros de longitud media, es el animal más grande que jamás haya existido –tres veces más grande que el mayor de los dinosaurios-. Su lengua pesa más que un elefante; su corazón es del tamaño de un automóvil familiar; su estómago puede contener más de una tonelada de alimento. Y también emite el sonido más alto de la naturaleza: un gemido de baja frecuencia que puede ser escuchado por otras ballenas a 16.000 km de distancia.

Pero su garganta, curiosamente, tiene casi exactamente el mismo diámetro que su ombligo, algo así como un plato de postre. Es incluso más pequeña que su tímpano.

Durante ocho meses al año, la ballena no come prácticamente nada, pero cuando llega el verano se alimenta de manera continua, recogiendo tres toneladas de alimento al día. Como todos aprendemos en la clase de biología de la escuela o los documentales de la tele, su dieta consiste en pequeños crustáceos rosados parecidos a gambas llamados krill, que nadan en bancos tan grandes que pueden pesar 100.000 toneladas. La palabra krill es noruega. Proviene del término holandés kriel, que significa algo así como “poca cosa” y usado también para referirse a los pigmeos.

La estrecha abertura de la garganta de la ballena azul hace imposible que jamás se hubiera tragado a Jonás. La única ballena con una garganta lo suficientemente grande como para engullir a una persona es el cachalote y, una vez dentro, la intensa acidez gástrica del estómago del animal hubiera hecho la supervivencia imposible. El caso del “Jonás moderno” de 1891, en el que un tal James Bartley afirmaba haber sido tragado por un cachalote y rescatado por sus compañeros de tripulación quince horas más tarde, se demostró que era un fraude.

miércoles, 6 de enero de 2010

1937-El ángel del hogar - Max Ernst


Cuadro pintado tras la finalización de la Guerra Civil española, el “ángel del hogar” de Ernst es un monstruo apocalíptico desbordante de energía destructiva, un ángel de la muerte que, como un King Kong, siembra el pánico y también el terror.

Ernst nació en 1891 en Brühl, cerca de Colonia, y como pintor era un completo “degenerado”; por lo menos, así es como lo describían los propagandistas del Tercer Reich. En 1921 se trasladó a París, donde se dedicó a la escultura, el grabado y el cine, además de la pintura. Allí participó en el movimiento dadaísta, de corta vida (1906-1922), una reacción anarquista al idealismo de las vanguardias y al horror de la guerra, que declaraba que la catástrofe de la Primera Guerra Mundial había vaciado de sentido todos los valores, la moral y la estética.

Más tarde, en 1924, Ernst se convirtió en miembro del movimiento surrealista que siguió al dadaísmo y se le considera uno de sus miembros más innovadores. Los surrealistas seguían pregonando la importancia del azar en su trabajo, igual que los dadaístas, pero le añadían más control y teorías tomadas del psicoanálisis, haciendo hincapié en el subconsciente, la exploración de la mente en el ámbito de la pintura y la importancia de la imaginería de los sueños.

Los artistas surrealistas subvertían el orden racional de la mente consciente al representar ideas y temas extraídos del subconsciente. Los estilos de sus seguidores (André Breton, Giorgio de Chirico, Joan Miró, Salvador Dalí, Man Ray o René Magritte entre otros) eran muy diferentes, pero en todos ellos se daba una fuerte combinación de elementos racionales e irracionales. Las formas humanas se metamorfoseaban en otros objetos, las figuras podían no tener cabeza y las extremidades podían estar flotando. Con “El ángel del hogar”, Max Ernst recogía elementos de las pesadillas y los terrores de la mente y el espíritu.

En 1937, el año en que pintó este cuadro, Ernst se enteró de que los nazis habían confiscado sus primeras obras, que había dejado en Alemania, y que pronto serían destruidas dentro de la campaña nacionalsocialista cuyo objetivo era “purificar” el arte alemán. Podemos suponer, pues, que cuando pintó el cuadro, la Guerra Civil española no era lo único que le preocupaba. Al empezar la Segunda Guerra Mundial, los franceses internaron a Ernst en Aix-en-Provence, en tanto que “extranjero enemigo”, pero sus amigos intercedieron en su favor. Fue liberado y le ordenaron que abandonara Francia. Marchó a Estados Unidos con la ayuda de la experta en arte Peggy Guggenheim, con quien posteriormente se casó.

sábado, 2 de enero de 2010

El animal más peligroso del mundo

La mitad de los seres humanos que han fallecido a lo largo de la historia de nuestra especie, quizá unos 45.000 millones de personas, han sido asesinados por mosquitos hembra (los machos, como veremos, son vegetarianos).

Los mosquitos son portadores de más de un centenar de enfermedades potencialmente letales, incluyendo la fiebre amarilla, la malaria, el dengue, la encefalitis, la filariasis y la elefantiasis. Incluso en la actualidad, matan a una persona cada doce segundos.

Aunque resulte sorprendente, nadie tenía ni idea de lo peligrosos que eran los mosquitos hasta finales del siglo XIX. En 1877, el médico británico sir Patrick Manson –conocido como “Mosquito Manson”- demostró que la elefantiasis era provocada por las picaduras de mosquitos. Diecisiete años más tarde, en 1894, se le ocurrió que la malaria podía tener un origen similar. Animó a su alumno, Ronald Ross, un joven doctor que vivía en la India, a investigar la hipótesis.

Ross fue la primera persona que demostró, usando aves, cómo los mosquitos hembra transmiten el parásito conocido como Plasmodium en su saliva. Manson decidió ir más allá e infectó a su propio hijo –utilizando mosquitos que habían sido llevados a Inglaterra en valija diplomática desde Roma-. Afortunadamente, el muchacho se recuperó tras una dosis de quinina. Ross ganó el Premio Nobel de Medicina por su descubrimiento en 1902. Manson, por su parte, fue nombrado caballero y fundó la Escuela de Medicina Tropical de Londres.

Existen unas 2.500 especies conocidas de mosquito, 400 de las cuales son miembros de la familia Anófeles y, de estas, 40 son posibles portadoras de malaria. Pero, ¿por qué los mosquitos nos atacan? ¿Y por qué a mí?

Su aguijón es una probóscide, es decir, una jeringa elástica con una aguja hueca y una envoltura externa que sube cuando la aguja penetra nuestra piel y tantea la sangre. Sin embargo, acertar el punto exacto no es fácil. Menos del 5% de la epidermis está constituida por vasos sanguíneos, así que el mosquito tiene que explorar mucho. Arremete con su aguijón sobre la piel una y otra vez. Si logra encontrar algún capilar, chupa vertiendo flujos de saliva que dilatan los vasos y diluyen la sangre para que su comida fluya libremente. Y, por si alguna vez se lo preguntó, lo que nos produce la picazón y el enrojecimiento de la piel es una reacción alérgica a la saliva del mosquito.

Este insecto puede chupar dos o tres veces su peso en sangre. Eso equivale a que un hombre de 70 kilos ingiera de 140 a 120 kilos de comida de una sentada. En ese momento, los receptores elásticos que hay en el abdomen del mosquito, completamente hinchado y a punto de estallar, le envían un mensaje al cerebro: “¡Sal de ahí!”. Al parecer se trata de un reflejo mecánico. Existen vídeos que muestran lo que sucede cuando se impide que esos mensajes lleguen al cerebro: para los mosquitos, nunca es demasiado y comen hasta estallar.

En circunstancias normales, cuando un mosquito ha comido hasta hartarse, está tan pesado que no puede volar. Busca donde recostarse y hacer lo que cualquiera haría tras un gran festín: excretar como loco. Después de unas horas ha reducido su merienda de sangre a la mitad.

Afortunadamente, menos de la mitad de los mosquitos pican. Eso se debe, primero, a que sólo las hembras se alimentan de sangre. Los machos son amantes del néctar de las flores. Segundo, las hembras sólo consumen sangre cuando necesitan proteínas para sus huevos. En realidad, alimentarse de sangre es una aventura compleja y peligrosa, por lo que las hembras tienen controles que les avisan cuándo no atacar más víctimas de lo necesario. Ello nos lleva a las preguntas que nos agobian: ¿Cómo escogen los mosquitos a sus víctimas? ¿Por qué prefieren a ciertas personas? Cuando era niño, su mamá le aplicaba una loción y lo consolaba diciendo: “Es porque tienes sangre dulce”.

Los entomólogos nos dicen que los mosquitos se guían por muchas señales para encontrar comida: el contraste de colores, el movimiento, la temperatura de la piel y la humedad. Pero, sobre todo, según los estudios, se guían por el olfato. Para los mosquitos nuestra estela de emanaciones es una pista fácil de seguir. Cada vez que exhalamos y emitimos dióxido de carbono, les estamos diciendo a los mosquitos (y a otros insectos detestables, como las garrapatas) que hay un vertebrado con sangre en las cercanías. Los mosquitos tienen receptores llamados palpos con los que detectan emanaciones a unos 16 metros a la redonda.

El problema se agrava con otra de las secreciones de nuestro cuerpo, un compuesto químico llamado ácido láctico. Los humanos exudamos esta sustancia por las manos, la cara y los hombros; en realidad, por cada poro, en forma de grasa y sudor. El ácido láctico también fluye por la boca, generalmente cuando hacemos ejercicios muy fuertes. Esto quizás explique por qué no todos somos picados con la misma intensidad. Existe una marcada diferencia entre nuestras emanaciones y su efecto en los mosquitos. Los entomólogos están seguros de que la clave está en la constitución química de la piel. Pero ésta exuda cientos de sustancias químicas y ¿quién puede decir cuáles son las predilectas de los mosquitos? Se cree que los alimentos que ingerimos podrían ser un factor importante.

Por otra parte, no hay duda de que los mosquitos son exigentes: distintas especies pican a diferentes individuos, e incluso en partes específicas del cuerpo, lo cual sugiere que responden a señales diversas. Por ejemplo, el Anofeles Gambiae, uno de los principales portadores de malaria, es tan “fanático” de los humanos que vuela sobre las vacas, ignorando sus olores, hasta llegar al campesino y picarlo. Los A.Gambie, además, prefieren los tobillos y los pies, mientras que otras especies optan por la cabeza y los hombros. Según su patrón de vuelo, parece que cada especie halla un lugar favorito siguiendo el rastro del aliento o del olor de los pies.

El caso es que hombre y mosquito libran una lucha sin cuartel desde tiempos inmemoriales. Se han utilizado desde fórmulas cercanas a la brujería hasta los más estrambóticos artilugios. Veamos algunos de ellos:

1- Trampas eléctricas: supuestamente dedicadas a incinerar al malévolo díptero, sería mejor que las desenchufe. Investigadores franceses realizaron un exhaustivo estudio del funcionamiento de estos aparatos y encontraron que no sólo atraen a muy pocos de ellos, sino que el 98% eran mosquitos machos –los que no pican-, así que la única que sale ganando es la empresa eléctrica.

2- Zumbadores: Robert Novak, profesor de entomología de la Universidad de Illinois, realizó un estudio de todos los modelos. Resultado: no sólo no repele el mosquito, lo atrae.

3- Repelentes químicos: no son recomendables más que para casos excepcionales. La mayoría usa en su fórmula grandes concentraciones de un insecticida conocido como DEET, lo que, además de estropear la ropa, pueda causar, utilizado en exceso, irritaciones en los ojos y la piel. Además, aquellos repelentes con un 20% de DEET en su fórmula ofrecen la misma protección que uno al 100%.