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El 26 de marzo de 1947, el Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes (HUAC por sus siglas en inglés) se reunió para escuchar el testimonio público de J.Edgar Hoover, director del FBI. Fue un momento épico en la vida de éste. Tenía entonces 52 años y llevaba dirigiendo el FBI casi un cuarto de siglo. Era el rostro del anticomunismo en Estados Unidos.
Hoover declaró aquel día al Congreso y al pueblo estadounidenses que el Partido Comunista, impulsado por los sueños de dominación mundial de la Rusia soviética, se estaba introduciendo en las estructuras sociales y políticas de Estados Unidos con la misión de subvertir el país, y que la administración de Truman no se estaba tomando en serio la amenaza. “El comunismo, en realidad, no es un partido político –declaró-. Es una forma de vida, una forma de vida maligna y diabólica. Revela una condición semejante a la enfermedad que se propaga como en una epidemia, y, como en una epidemia, es necesaria una cuarentena para impedir que infecte a la nación”.
Sobre el papel, el Partido Comunista podía parecer una fuerza insignificante en la política

Hoover proclamó su apoyo político al Comité de Actividades Antiamericanas y a sus miembros en la guerra contra el comunismo. Ahora formaban un equipo. El FBI reuniría pruebas en secreto, trabajando por el “implacable procesamiento” de los subversivos. El Comité haría su mayor contribución por medio de la publicidad, lo que Hoover denominaba “la revelación pública de las fuerzas que amenazan a Estados Unidos”.
Aquel día Hoover rompió con la más alta autoridad del país. Durante el siguiente cuarto de siglo y hasta el día de su muerte, solo obedecería las órdenes ejecutivas cuando considerara oportuno. Su testimonio fue un acto de desafío a la administración de Truman, una declaración de que Hoover ahora se había aliado con los enemigos políticos más acérrimos del presidente en el Congreso.

A estas acciones se asociaron las labores de investigación y seguimiento realizadas por el FBI, cuyos informes permanecieron en secreto para mantener el anonimato de las confidencias o acusaciones de lo que generalmente se conoció como el grupo de soplones, agentes infiltrados en determinados ámbitos que delataban a los elementos más sospechosos. En el proceder de los agentes policiales y del Comité, se institucionalizó la noción de la duda razonable, lo que permitió procesar a los investigados cuando no existían las pruebas suficientes para demostrar los hechos por los que estaban acusados.
A mediados del verano de 1948, el poder político de Harry Truman estaba en su nivel más bajo.

Pero Hoover sabía el modo de emplear la inteligencia como instrumento de guerra política. A tal fin, preparó una poderosa arma para los republicanos y los cazadores de rojos del Congreso, quienes, a su vez, asestaron un duro golpe al presidente y los demócratas.
Envió al subdirector Lou Nichols, que gestionaba el departamento de relaciones públicas del FBI y actuaba como enlace entre Hoover y el Congreso, a reunirse con miembros y colaboradores del HUAC, así como de un subcomité de investigación del Senado. Nichols, que llevó un montón de expedientes secretos y confidenciales del FBI, filtró los nombres de dos informadores del FBI a los congresistas y sus colaboradores. Su trabajo no era un secreto en Washington: el periodista sensacionalista Drew Pearson no tardó en divulgar que Nichols entraba y salía de la sede central del HUAC “como una pelota de bádminton animada”.

Sin embargo, Hoover la envió al Congreso. Allí habló largo y tendido de su trabajo como correo para el servicio de inteligencia soviético durante la Segunda Guerra Mundial. Dio nombres: 32 en total, entre ellos el subsecretario del Tesoro, Harry Dexter White; siete miembros del personal del cuartel general de la Oficina de Servicios Estratégicos de “Wild Bill” Donovan, incluido el secretario personal de Donovan, Duncan Chaplin Lee; y varios personajes de la administración de Roosevelt, desde las fuerzas armadas hasta la Casa Blanca. Aunque una gran parte de su testimonio fuera de oídas, aquella fue la primera revelación pública que tuvo el gobierno estadounidense de que había sido infiltrado por espías soviéticos. Y aquel conocimiento vino de Hoover.
Al día siguiente, el Comité citó a un jefe de redacción de la revista “Time” llamado Whittaker Chambers.
Chambers solía decir la verdad, pero no toda la verdad, cuando estaba bajo juramento. Había contado

Tenía un aspecto ajado y los ojos enrojecidos y su historia resultó fascinante. Se había afiliado al Partido Comunista en 1925, y en la década de 1930 había sido agente de la inteligencia soviética durante seis años. Explicó que los soviéticos habían tenido espías en puestos destacados en la administración de Roosevelt. Uno de ellos fue Laurence Duggan, un jefe de la división latinoamericana del Departamento de Estado que había trabajado en la formación del Servicio Especial de Inteligencia del FBI. El otro era Alger Hiss, otra figura destacada del Departamento de Estado, que ahora dirigía el Fondo Carnegie para la Paz Internacional. El presidente del Fondo era John Foster Dulles, que sería el próximo secretario de Estado si los republicanos conquistaban la presidencia en noviembre.

“No, no lo fui”, contestó Chambers.
Aquello era una mentira descarada. Pero cuando el Comité se reunió en público aquella mañana ante una multitud de periodistas y fotógrafos en la sala de audiencias del Comité de Mediación y Arbitraje, el mayor escenario público del Capitolio, Chambers cambió su declaración. Dijo que había pertenecido “a una organización clandestina del Partido Comunista de Estados Unidos” desde 1932 hasta 1938. Nombró a ocho miembros de la red; el nombre más conocido era, con mucho, el de Alger Hiss.
Alger Hiss, de la Oficina de Asuntos Políticos Especiales del Departamento de Estado era una figura

“El objetivo de aquel grupo por entonces no era principalmente el espionaje –explicó Chambers-. Su objetivo original era la infiltración comunista del gobierno estadounidense. Pero el espionaje era sin duda uno de sus objetivos a la larga”. Este era un aspecto crucial. La infiltración y la influencia política invisible eran inmorales, pero posiblemente no ilegales. En cambio, el espionaje era traición, y tradicionalmente se castigaba con la muerte.

Truman, que ridiculizaba a los cazadores de rojos como Nixon, denunció la persecución de Hiss. Pero ni una sola vez criticó a Hoover en público: no se habría atrevido a ello.
Las acciones de los agentes federales y del Comité no se limitaron a las personas individuales, sino también a numerosos grupos y partidos políticos a los que se consideraba de dudoso patriotismo. El partido comunista americano no estuvo prohibido legalmente hasta 1954, pero por las acciones de las que fue objeto, es como si lo hubiera estado desde el principio. Desde luego, no todo era limpio en ese partido. En 1948, once de sus dirigentes fueron arrestados y condenados a prisión bajo la acusación de organizar y fomentar una conspiración para derribar al gobierno americano. El Tribunal Supremo confirmó la sentencia.
Los motivos para mirar con desconfianza al comunismo no se limitaron al mencionado arriba y al ya expuesto de Alger Hiss. En 1950, Klaus Fuchs confesó a los británicos que había espiado para los soviéticos y que había pasado los secretos de la bomba atómica a Moscú; de entre sus confidentes o colaboradores en Estados Unidos, figuraban Harry Gold y David Greenglass, que implicaron al matrimonio Rosenberg.
El físico Julius Rosenberg y su esposa fueron acusados de haber entregado al vicecónsul soviético en

Los casos Hiss y Rosenberg causaron una inmensa conmoción en la sociedad norteamericana, dieron mayor fuerza a los que defendían la tesis de que los comunistas estaban profundamente infiltrados en las instituciones del país, justificando un endurecimiento de la batalla interior. Y aquí entra McCarthy.
Como dijimos, durante sus dos primeros años como senador su trayectoria fue bastante anodina, a no ser por su encendida defensa de un grupo de soldados nazis de las Waffen SS acusados de perpetrar la matanza de Malmedy, argumentando –sin presentar prueba alguna- que sus testimonios habían sido obtenidos bajo tortura. Fue en febrero de 1950 cuando comenzaría a pronunciar firmes denuncias sobre la infiltración comunista en la Administración norteamericana aprovechando la inicial campaña puesta en marcha por la Administración Truman.

La cosa comenzó en febrero de 1950, cuando pronunció un discurso en el club de Mujeres Republicanas de Wheeling, Virginia Occidental. Aunque no existen grabaciones del mismo, parece que sacó una hoja de papel que dijo que contenía una lista de 205 comunistas que trabajaban para el Departamento de Estado. Tiempo después McCarthy comentaría que aquella carta, objeto de un inmenso debate histórico, había sido enviada en 1946 por el Secretario de Estado al congresista Adolph J.Sabath. En aquella carta se decía que una investigación interna había resultado en la recomendación de despido para 284 personas, de las que, en el momento del discurso, 79 ya habían sido expulsadas de su puesto de trabajo. Lo cierto es que McCarthy fue cambiando el número de sospechosos y parece que la lista procedía de una investigación llevada a cabo por el FBI unos años antes.
Las acusaciones de McCarthy provocaron la formación de un Subcomité de Investigación en el

De los 159 sujetos de la lista, los archivos soviéticos proporcionaron evidencia de que nueve eran efectivamente espías al servicio del KGB. Muchos otros pueden, como mínimo, ser considerados riesgos para la seguridad, gente que no sólo entonces sino ahora, nunca serían admitidos a trabajar para agencias gubernamentales de carácter “sensible”. Entre esas personas se encontraba gente con historial de irresponsabilidad financiera y adicción al juego, personas con parientes viviendo en países hostiles a Estados Unidos y vulnerables al chantaje y simpatía probada hacia una potencia extranjera considerada enemiga, lo que en la Guerra Fría incluía a todos aquellos que tuvieran inclinaciones comunistas. De hecho, la desclasificación de archivos ha puesto de manifiesto que varios centenares de norteamericanos que espiaron para la URSS durante las décadas de los treinta, cuarenta y cincuenta del pasado siglo, eran miembros –incluso en secreto- del Partido Comunista de Estados Unidos.

Pero todo esto no se sabría más que con el tiempo. Mientras tanto, el inicio de la Guerra de Corea, en junio de 1950, con la invasión de Corea del Sur por parte de las tropas comunistas de Corea del Norte y la implicación de Estados Unidos en el conflicto unos meses después, dieron fuerzas renovadas a las acciones de McCarthy. La campaña del senador acusando al Subcomité del Senado de blandura frente al comunismo tuvo una incidencia directa en las elecciones, en donde logró presentar tantas acusaciones contra el presidente de ese Subcomité, Tydings, que cayó derrotado en aquéllas.
McCarthy tenía una gran habilidad para manejar a la prensa, a la radio y a la televisión, en donde realizaba acusaciones complejas mezclando burdamente diferentes asuntos, desde los desastres en la contención comunista exterior de los demócratas hasta los datos de las actividades comunistas en diferentes partes del país. Durante veinte años de traición –utilizando las palabras de McCarthy, los demócratas dirigidos por Roosevelt y Truman, habían conspirado para entregar América y el mundo a los rojos, habían entrado en la Segunda Guerra Mundial para ayudar a Rusia y cedieron todo a Stalin en Yalta. Harry (como llamaba a Truman) había cedido China a los comunistas y había planteado la Guerra de Corea de tal forma que ésta sólo podía acabar en una derrota. La teoría de la conspiración tendría sin lugar a dudas un papel fundamental en la victoria del candidato republicano a presidente, Dwight D.Eisenhower, en 1952.
(Finaliza en la siguiente entrada)
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