
(Continúa de la entrada anterior)
En abril de 1993, el comandante de Naciones Unidas en Bosnia, el general francés Philippe Morillon, visitó Srebrenica y se sintió impresionado por la situación de los miles de mujeres y niños musulmanes que lo rodeaban. Asomándose por la ventana de la oficina de correos de la ciudad, dijo a la multitud: “Ahora estáis bajo la protección de las Naciones Unidas”. El 16 de abril, las Naciones Unidas declararon Srebrenica y un área de 48 km2 alrededor como la primera “zona segura”. Las Naciones Unidas propusieron cinco de estas zonas en Bosnia y querían enviar 34.000 cascos azules para protegerlas, pero los Estados Unidos, entre otras naciones, no deseaban mandar tropas a una situación tan volátil, por lo que la misión de patrullar estos enclaves quedó en manos de tan sólo 7.600 cascos azules.
Bajo la presión internacional, los serbios acabaron aceptando la situación, al menos al principio. Junto a los civiles refugiados en Srebrenica, había guerrilleros musulmanes que, supuestamente, debían entregar sus armas a los cascos azules, ya que, de nuevo supuestamente, éstos eran los encargados de protegerlos. Muchos musulmanes así lo hicieron, pero otros no se fiaron y no sólo conservaron su armamento, sino que utilizaron el enclave como base para organizar ataques contra los serbios. Éstos, por su parte, empezaron a bloquear los envíos de agua y comida hacia Srebrenica. En mayo de 1995, los hombres y mujeres de la “zona segura” volvían a encontrarse en una situación insostenible. A comienzos de julio, ocho niños ya habían muerto de hambre en la ciudad.
Al mismo tiempo, Radovan Karadzic, el político serbio que se había declarado a sí mismo presidente de Bosnia (a la que rebautizó como Republika Srpksa), ordenó al Ejército Serbobosnio atacar de una vez por todas Srebrenica, aislarla y crear una situación absolutamente insoportable

Karremans pidió apoyo aéreo a la OTAN y le dijeron que había cursado su solicitud en los

Las cámaras de la televisión serbia captaron al general Mladic, un fanfarrón cincuenton de

Las mismas cámaras de televisión captaron las tropas serbias de Mladic acercándose a la



Al final, el 12 de julio, dio comienzo la evacuación por autobús de las mujeres y niños musulmanes. Los serbios enviaron a las mujeres y los niños menores de trece años en autobuses, pero empujaron a los hombres aparte, prometiéndoles que irían en los siguientes transportes. Los soldados holandeses observaban mientras cinco de estos hombres fueron llevados a una fábrica que se encontraba al otro lado de la calle donde estaba la base de Naciones Unidas. Iban acompañados por un soldado serbio empuñando una pistola. Los cascos azules escucharon cinco o seis disparos. El soldado serbio regresó solo.
A medida que la larga cola de autobuses llenos de mujeres y niños iban dejando Camp Bravo entre el 12 y el 13 de julio (se estima que 23.000 musulmanes fueron evacuados en 36 horas), los serbios reunieron a los hombres que habían ido metiendo en almacenes y fábricas cercanos. Pasado un tiempo, muchos de éstos subieron a autobuses y fueron llevados a granjas de los alrededores, campos de fútbol, polideportivos y fábricas.
Hurem Suljic, un carpintero de 55 años, fue separado de su familia e integrado en un grupo de unos 200 hombres. Después de que los autobuses de mujeres y niños se hubieran ido, los serbios llevaron a estos hombres a un edificio en construcción no lejos de Camp Bravo. Alrededor de las seis de la tarde, el general Mladic llegó y echó un vistazo al grupo con una sonrisa. Les dijo que los musulmanes tenían 180 soldados serbios prisioneros en Tuzla y que Suljic y sus compañeros serían intercambiados por ellos. “No tocaremos ni un pelo de vuestras cabezas”, les dijo.

Poco después, estos hombres entraron en la nave con linternas y sacaron a un musulmán de los que estaban sentados en el suelo. Una vez fuera, los que quedaron dentro oyeron golpes, gritos, y, finalmente, un sonido de borboteo. Cuando los serbios entraron a por otro hombre, y se repitió la horrenda secuencia, algunos se echaron a llorar, otros rezaban mientras las linternas enfocaban aquí y allá. Así pasó la noche, mientras docenas de hombres eran arrastrados afuera para golpearlos hasta la muerte.
Al amanecer, se detuvieron y los centinelas dejaron que los hombres restantes podían ir al baño. Les dijeron que no miraran a su izquierda mientras salían. Suljic mantuvo su vista baja, pero en el camino de vuelta desde el servicio a la nave, vio como los serbios sujetaban a un musulmán, lo golpeaban en la cabeza con una barra de metal y luego le clavaban un hacha en la espalda. Después, su cuerpo fue arrastrado detrás de la esquina del edificio, donde se apilaba una montaña de cadáveres.
La masacre continuó el resto de la mañana. Los serbios entraban y decían: “Necesitamos diez

Pero en lugar de dirigirse hacia territorio musulmán, los autobuses tomaron un desvío mientras los prisioneros guardaban un ensordecedor silencio. Los llevaron a un pequeño pueblo y los metieron en el polideportivo de un instituto, un horno sin aire acondicionado, hasta el mediodía del día 15 de julio. No les dieron nada de comer o beber ni tampoco tenían acceso a los baños.
Una vez más, como en una pesadilla, volvió Mladic. Les dijo que los musulmanes habían rechazado acogerlos, pero que estaba haciendo preparativos para que se les pusiese bajo la protección de un líder musulmán renegado que ahora luchaba junto a los serbios; algunos de ellos serían usados como mano de obra esclava. Les dijo que se irían pronto y que se les facilitaría agua a medida que fueran saliendo del gimnasio. Muchos de los prisioneros se lo creyeron. Otros lloraron. Les dieron agua cuando salieron, sí, pero luego les vendaron los ojos, los metieron en camiones y se los llevaron.
Cuando llegó el turno de Suljic, se dio cuenta de que podía ver algo tras la venda que le tapaba los


(Finaliza en la próxima entrada)
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