
El 8 de diciembre de 1854 un papa, el noveno de los Píos, Pío Nono, definió como obligatorio para los católicos creer que la Virgen fue concebida libre de pecado original, ése que transmitieron a todo hombre Adán y Eva. La Inmaculada Concepción es uno de los símbolos más característicos del catolicismo, pero también ha sido uno de los más polémicos. En contra estuvo Santo Tomás de Aquino. A favor, los franciscanos; y mucho más en contra que Santo Tomás, los dominicos. La guerra interna por demostrar si la Virgen nació o no con el pecado original puesto trajo más de un insulto entre religiosos.
Como virgen eterna, María fue un modelo de pureza para los cristianos de la Edad Media. Devotos de María como Bernardo de Claraval, sostenían que había mantenido su condición virginal no sólo antes y después, sino también durante el nacimiento de Jesús. “El nombre de la Virgen era María” (Lucas 1:27), observaba Bernardo, “que significa “estrella de los mares”. Este nombre era especialmente apropiado para la Virgen, explicaba, porque “como una estrella envía sus rayos sin deterioro para a ella misma, la Virgen dio a luz a su Hijo sin provocarse daño”. Bernardo insistía en que María había pasado por el parto sin esfuerzo alguno, como una estrella irradiando luz, con su pureza virginal intacta. Nacida de esta virgen, Jesús quedaba exento de heredar el pecado original que se había transmitido generación tras generación desde los primeros padres.
Pero, ¿y María? Si ella había nacido igual que cualquier otro ser humano, ¿cómo había alcanzado ese estado de pureza, de limpieza de cualquier pecado? La doctrina de la Inmaculada Concepción, que afirma que María había nacido sin la mácula del pecado original, era una solución a ese problema. Una fiesta anual celebrando la milagrosa concepción de María y que había venido observándose en la Iglesia Oriental desde el siglo VIII, se introdujo en el calendario católico en Inglaterra en 1030, extendiendo luego su popularidad por toda Europa. La doctrina de la Inmaculada Concepción, por tanto, emergió como un rasgo significativo de la nueva devoción a la Mater Matrix, la “Madre de las Madres”.
Como la madre de María no aparecía mencionada en los Evangelios, los cristianos tuvieron que apoyarse en las fuentes no incluidas en el Nuevo Testamento. Escrito a mediados del siglo II, el

Ciertos pasajes del Nuevo Testamento, sin embargo, ponían en cuestión la virginidad perpetua de María, al referirse a los hermanos de Jesús. En varias ocasiones, su madre y hermanos aparecían juntos en historias sobre el ministerio o milagros de Jesús. ¿Cómo podía reconciliarse esto con la virginidad de María antes, durante y tras el nacimiento de Jesús? Pedro Lombardo, teólogo escolástico del siglo XII, proponía en su influyente obra Libro de Sentencias, que los hermanos de Jesús debían ser entendidos bien como hijos de José, fruto de un anterior matrimonio, o como primos de María, interpretando el término “hermanos” como un concepto familiar amplio. Aunque la primera alternativa podía ser apoyada con la autoridad del Protoevangelio de Santiago, la segunda solución fue la caló más a nivel popular. Durante el siglo XIV, el dilema de mantener la virginidad de María al tiempo que se mencionaba a los hermanos de Jesús se resolvió por vía del elaborado simbolismo de la “familia sagrada”, la imagen de una especie de familia divina extendida que se remontaba a la madre de María, Ana.
En la familia sagrada, Ana era la raíz de un árbol familiar en el que figuraba como abuela no sólo de Jesús, sino también de Santiago y Juan el Evangelista, ambos mencionados en el Nuevo Testamento como hermanos de Jesús. Sin embargo, los propios hijos de Ana, que serían las madres de estos “hermanos”, nacieron de tres matrimonios diferentes. De su primer matrimonio con Joaquín, Ana concibió milagrosamente a una hija, María. Entonces, Joaquín murió. De acuerdo con la ley y tradición judías según las cuales un hermano menor del fallecido debe hacerse responsable de la viuda, Ana se casó con el hermano menor de Joaquín, Cleofás. Ambos tuvieron otra

Con el tiempo, las tres hijas de Ana serían madres de hijos importantes para la historia del Cristianismo. Mientras que la Virgen María heredó de su madre el don espiritual de la Inmaculada Concepción concibiendo a su hijo mediante el Espíritu Santo, María Cleofás sería la madre de Santiago, el “hermano del Señor”, y María Salomé la madre de Juan el Evangelista.
A medida que este simbolismo de la familia sagrada se iba desarrollando en la Europa Medieval,


No obstante, hubo pensadores que objetaron a la doctrina de la Inmaculada Concepción. Anselmo de Canterbury, por ejemplo, era devoto de María, pero pensaba que había nacido con el pecado original como cualquier otro ser humano. Santo Tomás de Aquino ofreció un compromiso en la propuesta de que María había sido concebida con total normalidad, pero había recibido la santificación espiritual mientras aún estaba en el vientre de su madre. Con el apoyo sobre todo de los franciscanos, sin embargo, la doctrina de la Inmaculada Concepción fue ganando fuerza durante el siglo XV. Aunque la iglesia la declaró doctrina de fe en un concilio en Basilea en 1438, el asunto continuó siendo fuente de tanto desacuerdo que su valedor, el papa Sixto IV, prohibió en 1483 cualquier discusión sobre él so pena de ser excomulgado.
Esta prohibición papal a cualquier debate pareció tener un efecto inesperado: incrementar la

En el centro de la controversia sobre la Inmaculada Concepción, el trinubium y la Sagrada Familia, Ana continuaba inspirando una gran devoción. La visionaria del siglo XIV Bridget de Suecia, viuda y fundadora de su propia orden religiosa, afirmó haber tenido una visión milagrosa en la que contemplaba el nacimiento de Cristo. Rodeada de luz y música celestial, Bridget vio cómo la Virgen María daba a luz, sin dolor, a Jesús. Decía también que había recibido una visión espiritual de la madre de María, Ana, presentándose a sí misma como “dama de todos los casados”. En el ejemplar matrimonio de Ana y Joaquín, caracterizado por la “caridad y honestidad divinas”, Bridget observaba que Dios había encontrado los padres perfectos para María. Ana era, por tanto, la patrona perfecta para los cristianos casados.
Mujeres religiosas que habían tomado los votos del celibato también podían ser devotas de santa Ana. En el caso de Colette de Corbie (1381-1447), la reformadora franciscana de las Clarisas, santa Ana se afirmó como el foco de una especial devoción en las capillas de sus conventos. De

A comienzos del siglo XVI, la devoción a santa Ana era enormemente popular en Europa. Apoyada por relatos de visiones, milagros e intervenciones espirituales, santa Ana se convirtió en un poderoso símbolo cristiano de autoridad femenina, la reproducción, la fertilidad y la gloria espiritual. Alrededor de 1550, sin embargo, se puede observar un cambio desde la devoción a la

Con o sin autorización del papa, sin embargo, el dogma de la Inmaculada Concepción, continuaba siendo objeto de debate. Fueron los dominicos quienes mantuvieron durante siglos que tal idea era una paparruchada producto de la “plebe indocta”, arrastrada por religiosos interesados que rehuían la cuestión. La chispa definitiva para conseguir el dogma se prendió en Sevilla, después de que un dominico rechazara en público la pura concepción de la Virgen. Los sevillanos se encabritaron, el enfado saltó al resto de España y luego a la Europa católica. El asunto de la Virgen se convirtió casi en una campaña electoral de los franciscanos y el clero sevillano. Se organizaron procesiones diarias, responsos (por no llamarlos mítines) y hasta pegada de carteles por toda la ciudad en los que se leía “María, sin pecado original”.
La respuesta popular fue masiva y, aunque varios papas se resistieron a definir el dogma, Pío Nono acabó haciéndolo a mediados del siglo XIX. Desde entonces, se acabó la discusión. La buena noticia es que, gracias a aquella decisión, ese día es fiesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario