
El pintor mexicano Diego Rivera trabajaba en un mural cuando una joven pintora con talento fue a verlo para enseñarle algunos de sus trabajos. Frieda Kahlo, de veintiún años (que más tarde cambió su nombre por el de Frida) era de ascendencia multicultural, con un padre alemán y una madre mexicana. Quería saber qué pensaba Rivera de su obra. Amigo de Pablo Picasso, Rivera había vivido en París y luego había vuelto a México para convertirse en uno de los artistas más importantes del movimiento del realismo social. Le dijo a Kahlo que encontraba su trabajo expresivo, sensual y de un estilo decididamente propio. Rivera dijo, posteriormente, que supo de inmediato que aquella mujer tenía un talento excepcional. Le aconsejó que siguiera pintando y la visitó con frecuencia. Se enamoraron. En 1929, Kahlo se casó con Rivera, que era veintiún años mayor que ella.
“La delicada paloma y el sapo gordo” eran ahora pareja, aunque su vida en común era

La manera en que Kahlo recordaba su primera boda queda recogida en este cuadro, “Frieda y Diego Rivera”. Todos sus cuadros reflejan los sucesos de su tormentosa vida, que no solo se vio ensombrecida por su infeliz matrimonio. Kahlo sufrió de mala salud toda su vida. En 1913, la polio la dejó inválida del pie derecho que, más tarde, tuvieron que amputarle. En 1925, el destino le asestó un nuevo golpe: iba en un autobús que chocó contra un tranvía; Kahlo sufrió heridas graves en la parte inferior del abdomen y la espina dorsal, que la obligaron a llevar un corsé ortopédico. Estas enfermedades y desdichas pesaron mucho en ella y convirtió su propio dolor

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