martes, 24 de marzo de 2015

El misterio de los Anasazi




Mesa Verde, al sudoeste de Colorado, es una tierra de cañones escarpados y elevadas mesetas donde se asientan algunas de las ruinas prehistóricas más impresionantes de Estados Unidos y unos de los mayores misterios de la arqueología norteamericana. Desde que estos pueblos abandonados fueron descubiertos a finales del siglo XIX, no han dejado de desconcertar a visitantes y arqueólogos. Todavía nadie ha podido explicar por qué los indios anasazi, antiguos habitantes del sudoeste de Estados Unidos, construyeron increíbles asentamientos en acantilados para luego abandonarlos unas décadas después y no regresar jamás. ¿Por qué esta avanzada civilización desapareció de repente?

Muchos arqueólogos piensan que los antiguos anasazi tenían un lado oscuro, que se manifestó en forma de matanzas e incluso canibalismo. ¿Podrían estos actos violentos explicar el traslado a los acantilados? Hoy en día, arqueólogos e indios norteamericanos siguen discutiendo este misterio.



En la región existen cientos de asentamientos similares a los de Mesa Verde. La historia sigue siendo un misterio debido a la ausencia de rastros escritos. Sin embargo, la arqueología permite establecer que el pueblo conocido como los anasazi empezó a colonizar esta zona del sudoeste norteamericano en el año 1 d.C. Durante la mayor parte de su historia, vivieron en pequeñas comunidades repartidas en las mesetas y los valles. A partir del siglo X, sus pueblos llegaron a alojar varias centenas de habitantes. Se situaron en mesetas como en Cañón Chaco (años 950-1100).

Pero a mediados del siglo XIII, ocurrió algo y los anasazi empezaron a juntarse,. Construyeron muros altos alrededor de sus asentamientos o tomaron la sorprendente decisión de trasladar pueblos enteros a los acantilados de los grandes cañones del Colorado, lugares de una inmensa belleza pero donde las condiciones naturales dificultan la vida humana. Su repliegue a los
poblados trogloditas rudimentarios de Mesa Verde marcó el deterioro de su cultura. Apenas cincuenta años después, también abandonaron estas casas, dejando atrás la mayoría de sus posesiones, como si planeasen volver. En lugar de eso, desaparecieron de la Historia.

Existen varias teorías para explicar por qué los anasazi se situaron bajo impresionantes acantilados en el siglo XIII. La primera que surge es que se produjo un cambio climático que amenazaba las cosechas o un deterioro que redujo las tierras cultivables disponibles. Según Lorisa Qumawuun, guarda forestal del Parque Nacional de Mesa Verde –declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1978- y perteneciente a la tribu hopi, que se autoproclamaban descendientes de los anasazi, la razón de este éxodo a los acantilados fue la búsqueda de suministro de agua tras una enorme sequía. Sin embargo, otros expertos no comparten esta hipótesis, ya que los anasazi podrían haber tenido acceso a manantiales sin necesidad de vivir en la pared de estos acantilados donde la aridez marcaba la mayor parte de la zona. ¿Por qué exponer a toda una comunidad a semejante riesgo?

La zona conocida como Four Corners, las Cuatro Esquinas, donde convergen Arizona,
Colorado, Utah y Nuevo México, fue el lugar donde habitaron los anasazi durante más de cien años. Toda la meseta está repleta de escarpados cañones, remotos e inhóspitos, bien disimulados entre las rocas. Los dos ríos más importantes que recorren estas tierras son el río Grande y el Colorado. Hoy en día, la mayor parte de esa región está cubierta de bosques de pinos piñoneros y enebros. Pero hace novecientos años estaba lleno de campos de maíz, calabazas y judías. Los arqueólogos creían que con los cultivos de esta zona, los anasazi abastecían a cuarenta mil o cincuenta mil personas.

Gracias a la arqueología se conoce una gran variedad de poblaciones anasazi. Vaughn Hadenfeldt, experimentado alpinista y guía local, lleva los últimos veinte años explorando las ruinas anasazi del sudeste de Utah, en la zona de Cedar Mesa, y ha tenido un papel importante en la conservación y el descubrimiento de muchos de los asentamientos más interesantes para los arqueólogos. En Cedar Mesa se han hallado las primeras pruebas convincentes de que el
miedo fue lo que habría incitado a los anasazi a trasladarse a los acantilados. La teoría de Vaughn Haenfeldt es que “buscaban protección y empezaron a asentarse en estos pequeños sitios donde disponían de agua. La orientación de los pueblos los protegía de la lluvia y la nieve en invierno, y de calores del verano. Además, presentaban la ventaja de ser una protección natural frente a los ataques. Se puede observar que en los asentamientos hay varias torres, lo que demuestra que podrían estar vigilando su pequeño manantial o al enemigo”, explica. En cambio, la ubicación en los cañones los alejaban de los cultivos, haciéndolos menos accesibles a los habitantes.

En la cornisa rocosa Cedar Mesa existen unas peculiares ruinas en la cima de la meseta con
todas las paredes cubiertas de dibujos de osos, leones de montaña, carneros con grandes cuernos y figuras antropomórficas, todo ello testimonio de una cultura rica y dinámica. Lo que más asombra a los arqueólogos es que fueran capaces de realizar tales obras y, después, lo abandonaran todo. Según Vaughn Hadenfeldt, pasó algo que los forzó a huir. “Estoy seguro de que se produjeron enfrentamientos. Tuvo que haber un motivo que los obligó a tener que empezar su vida en estos lugares y, después, a alejarse. En aquellos acantilados, con enormes precipicios, necesitaban masilla para construir, llevar agua para hacer la masilla y juntar todas estas piedras. Es un esfuerzo increíble, sólo justificable si estuvieran huyendo de algo”, indica.

Además, el lugar está repleto de aspilleras que apuntan hacia direcciones diferentes. “Muchos interpretan estas paredes agujereadas, como un eficaz método de defensa. Desde aquí podrían estar vigilando el agua, pero también podían estar vigilando la cornisa de roca por donde alguien podría intentar entrar en el asentamiento, posiblemente para atacarlos, o estar alertas ante cualquier cosa”, explica. El escondite de los anasazi parece como un puesto de avanzada o una torre de vigilancia, pero ¿qué estaban vigilando? Hadenfeldt afirma que sus enemigos más probables, los navajos, no llegaron a esta zona, al menos, hasta cien años después. De hecho, no parece haber pruebas de que hubiese ninguna otra tribu por esta zona en el siglo XIII. Entonces, ¿Quién era el enemigo?

En Cortez, Colorado, justo bajando por la carretera que da entrada al Parque Nacional de
Mesa Verde, se han encontrado cuatrocientas ruinas, pueblos enteros donde vivían las tribus antes de que se trasladaran a los acantilados. El propietario, Archie Hansen, ha descubierto unos doscientos cincuenta asentamientos en su terreno repletos de piezas arqueológicas que demuestran un conocimiento de la cerámica, el tejido y la irrigación. El pueblo estrella es un emplazamiento parcialmente reconstruido en el que probablemente vivían unas veinte personas, alrededor de cuatro familias. Estuvo ocupado desde 650 hasta 1150 d.C. Uno de los hallazgos más fascinantes son unos túneles subterráneos que conectaban las kivas con otras zonas del poblado. Las kivas eran habitaciones comunes circulares excavadas en el suelo y recubiertas de un techo, dedicadas a la práctica del culto o para reunir al consejo del pueblo.

Además, en las excavaciones se han obtenido cientos de piezas de cerámica, restos macrobotánicos, bioarqueología de restos desarticulados y restos de fauna. Los descubrimientos de Archie Hansen y su equipo de arqueólogos no encajan precisamente con la imagen tradicional de los anasazi como pueblo pacífico. “Está claro –dice- que de aquí no se fueron pacíficamente. Este lugar, evidentemente, marcó el final de un periodo para ellos. Aquí encontramos pruebas de muerte y violencia”. En el asentamiento había tres kivas subterráneas. Eran centros en los que se reunía la comunidad anasazi y, según parece, se convirtieron en el escenario de horribles matanzas. Se han encontrado pruebas de violencia extrema y de canibalismo. “Hay indicios de canibalismo bastante claros, como el brillo en el fondo de las vasijas; las fracturas y los huesos totalmente rotos: la médula separada de los huesos, los cuerpos desarticulados, la ausencia de cráneos, de vértebras, de manos, de pies…”, cuenta.

Éste es un asunto polémico. Los indios norteamericanos se niegan rotundamente a que se
identifique a sus antepasados como caníbales. Pero muchos arqueólogos han encontrado pruebas concluyentes en los asentamientos anasazi. Citan como tales las pequeñas zonas de brillo que se forman cuando un hueso es cocinado en una olla de barro y marcas de cortes y abrasiones en los restos humanos que son idénticas a las que tienen los animales que han sido consumidos. Y el asentamiento de Archie Hansen está lleno de estos indicios. “Hallamos -indica- a un varón de 14 años y a otro de, aproximadamente, 21 años a los que probablemente mataron y consumieron en el sitio, porque encontramos sus trozos en la hoguera y en los bancos de alrededor de la hoguera”. Después de la matanza, las pruebas apuntan a que los demás habitantes abandonaron el pueblo. “Supongo que lo que ocurrió fue que había enemigos exteriores. Podría tratarse de un pueblo vecino, que no tenía suficiente comida y los atacaron porque ellos tenían más recursos alimentarios, o también podrían ser tribus procedentes de México, lo que sería bastante extraño en esa época”, explica Archie Hansen.

Los anasazi dejaron huesos sospechosos de canibalismo en unos cincuenta asentamientos arqueológicos. Pero lo realmente curioso es que casi todas las fechas de las pruebas son de ese mismo periodo, que comprende desde 900 d.C. hasta alrededor del año 1150. Estas fechas corresponden exactamente al periodo en el que la civilización anasazi estaba encabezada por un lugar llamado Cañón Chaco, una ciudad tan misteriosa como grandiosa en medio de la nada, la ciudad más extraña que los anasazi construyeron jamás, ahora convertida en unas desoladas ruinas en el desierto de Nuevo México.

Cañón Chaco, en su apogeo, alrededor de 900 a 1150 de nuestra era, fue el centro cultural más
grande de las Four Corners. La gente transportaba los bloques de roca desde varios kilómetros de distancia para construir enormes conjuntos de edificaciones, que a los conquistadores españoles les recordaron los pueblos de su país, por lo que llamaron “pueblos” tanto a las construcciones como a los indios que las habitaban.

El más grande de todos era Pueblo Bonito; tenía cuatro o cinco pisos y ochocientas habitaciones. Los arqueólogos no tienen claro cuántas personas vivieron aquí. A principios del siglo XX se calculaba que varios millares, de acuerdo con el número de habitaciones. Posteriormente se pensó que era imposible que este terreno sostuviese una población tan numerosa; de hecho, había pocos rastros de hogares para cocinar la comida familiar. Además, una buena parte de las habitaciones eran demasiado pequeñas para ser habitables; estarían dedicadas a almacenes u otros destinos, por lo que el número de habitantes hipotéticos se redujo a unos cientos. Se piensa incluso que Pueblo Bonito no tenía función residencial, sino ritual. En todo caso, hasta finales de 1800 se lo llamaba “el edificio de pisos más grande del mundo”. No había nada parecido en toda la Norteamérica prehistórica.

Chaco fue mucho más que una simple ciudad: era un centro ceremonial donde la gente iba desde lugares lejanos y se reunía a adorar a sus dioses en grandes kivas. Las kivas de Chaco, donde se celebraban las fiestas religiosas relacionadas con los ciclos agrícolas, tenían un diámetro de 18 metros y estaban subdivididas en partes según los puntos cardinales. Pero en 1150 la ciudad fue completamente abandonada y sus habitantes desaparecieron. Los arqueólogos están aún intentando averiguar qué ocurrió. ¿Acaso fue la sequía? ¿Acaso había demasiada gente y pocos recursos? ¿O acaso sucedió algo más siniestro que acabó con esta gran ciudad?

Tras un análisis mediante técnicas de dendocronología –la ciencia que data la madera
estudiando sus anillos- realizado por el doctor Jeff Dean de las antiguas vigas de madera de una de las escasas habitaciones que quedan intactas en Pueblo Bonito, este experto cree que una combinación de tres factores podría ser la causa del abandono del cañón: la sequía, la inundación de las tierras por la crecida del río y el aumento de la población. Sin embargo, el upeblo de Cañón Chaco había superado anteriormente fuertes sequías y los datos aportados por los anillos de los árboles muestran que las sequías no detuvieron la construcción de viviendas. Sin embargo, algo ocurrió en la sequía del año 1100.

El Cañón Chaco parece representar para ciertos estudiosos un gran centro de peregrinación para las poblaciones circundantes, pero otro de los misterios del lugar es saber cómo fue posible que sus sacerdotes tuvieran tanto poder como para construir el grandioso centro ceremonial. Una de las teorías dice que llegaron aquí algunos indios procedentes de México. Hay arqueólogos que creen que tomaron Chaco, sembrando el terror entre sus gentes. Podría haberse tratado de los toltecas o los aztecas, que practicaban rituales sangrientos en los que se sacrificaban a humanos. Tal vez esto podría explicar por qué de repente el canibalismo apareció en la historia de los anasazi. Pero no es más que una de las teorías que se siguen barajando. Los anasazi no dejaron ningún documento escrito. Sin embargo, los indios navajos, que hoy en día habitan en las Four Corners, siempre han estado alejados de Cañón Chaco. Si se les pregunta por qué, afirman: “Allí sucedió algo malo”.

Para buscar las respuestas a tantas incógnitas en relación con Chaco, los arqueólogos están
investigando en las pequeñas comunidades que abastecían a la gran ciudad. Se han realizado excavaciones en uno de estos lugares, a aproximadamente unos ochenta kilómetros de Cañón Chaco. Se sabe que Chaco tenía muy pocos recursos: poca agua, sólo para cultivar algunas cosas. Está en medio de la nada y carecía de casi todo. Las comunidades próximas están mucho mejor situadas: hacía mejor tiempo, había más piedra y más madera, por lo que se encargaban de abastecer a Cañón Chaco. ¿Qué había en Cañón Chaco que atrajera a tanta gente? La mayoría de los arqueólogos creen que el lugar, poco a poco, se convirtió en un centro de peregrinación bastante poderoso, de una religión que esta gente profesaba y que los impulsaba a viajar hasta allí.

Nadie sabe a ciencia cierta cuál era la religión de los chacos, pero muchos arqueólogos creen que tenía un lado oscuro y misterioso y que esto podría explicar los actos de canibalismo y también el hecho de que la gente anduviese más de ochenta kilómetros sólo para ir al poderoso centro ceremonial. Y la población creía tanto en lo que fuera que estaba dispuesta a llevar bienes hasta Chaco para que pudiese subsistir. Después, se cree que Cañón Chaco empezó a hacer lo que los antropólogos llaman una “materialización del sistema religioso”. Y materializaron sus actos fabricando cosas que eran imprescindibles para el sistema religioso, para los rituales y ceremonias, y de esta manera podrían controlar a los creyentes. La gente de estas tierras sentía que necesitaba esas cosas –que podrían ser piezas de hueso, coral o azabache o piedras como la turquesa- y, para conseguirlas, tenía que ir hasta Cañón Chaco donde las intercambiaban por una participación en ese sistema religioso. Así se fue extendiendo con éxito esta religión.

La causa de que todo se desmoronara, según algunos expertos, fue que cayó el poder y la autoridad de los líderes religiosos de Cañón Chaco, posiblemente a causa de una sequía que hubo a principios del año 1100. Fue una sequía relativamente pequeña, sobre todo en comparación con otras que se habían producido en el pueblo, pero suficiente para desencadenar los problemas. Básicamente, se produjo un vacío de poder y eso dio lugar a un enorme caos social. Éste, a su vez pudo dar lugar a la violencia, lo que condujo a los anasazi a refugiarse en los acantilados, como una especie de refugios, trasladándose hacia el norte a sitios como Mesa Verde.

Pero también hay otra versión de la misma historia: la de los indios del sur de las Four
Cornerss que dicen ser los descendientes de los anasazi. Los indios zuni y hopi tienen sus propias tradiciones orales sobre sus antepasados. Según la versión hopi, al sudeste de Utah, en río San Juan, existen algunos petroglifos –figuras estilizadas, grabadas en las rocas por los antiguos anasazi hace mil quinientos años- donde además de figuras humanas a escala real están representadas algunas espirales, signo inequívoco de que hubo una migración. Para algunos nativos actuales, los anasazi abandonaron la zona porque les había llegado la hora de irse…no por el caos social o la violencia. Así, para los hopi, el misterio de los anasazi es simplemente una historia de migración.

Lo cierto es que ni los autodenominados descendientes saben de dónde viene el término anasazi. Se ignora, ya que no hay pruebas escritas, con qué nombre se designaban a sí mismos los anasazi. Los indios hopi utilizan la palabra Hisatsinom, que quiere decir “los antepasados”, y consideran la palabra anasazi como despectiva. Es una palabra navajo que significa “antiguos enemigos”. En la actualidad, la mayoría prefiere utilizar el término “antiguos pobladores” en vez de anasazi. Los historiadores reagrupan con la designación anasazi a distintas culturas similares que residieron en la misma zona: los hohokam, los mogollón y los patayan, desaparecidos todos antes del siglo XVI y la llegada de los españoles.

Algunos nativos actuales están muy seguros al negar la teoría de que era una tribu caníbal, ya que, según ellos, en la época en la que iniciaron la migración no había ningún enemigo. Hasta que llegó el segundo grupo, el de los navajos y los paiute; ellos fueron los que empezaron la guerra contra el pueblo hopi. Así, para los indios hopi, no hubo enemigos antes de los navajos y ellos no llegaron a las Four Corners hasta mucho después de que los anasazi se hubieran ido, lo cual hace suponer a algunos expertos que el enemigo no fue un invasor, sino que hubo un enfrentamiento interno entre ellos. Puede que la guerra se produjera entre la gente que vivía allí y no necesariamente contra enemigos exteriores. Quizá fuera la gente del cañón de al lado.

Así, según las investigaciones de sus vestigios monumentales y litúrgicos en distintos lugares por parte de diferentes expertos, la violencia y probablemente la guerra, fue lo que llevó a los anasazi a huir a los acantilados. Pero es muy probable que su enemigo no fuera otro… que los propios anasazi. Entonces, la historia de migración de los hopi tendría sentido. Los anasazi no desaparecieron; simplemente se fueron de las Four Corners. Además, las investigaciones en los anillos de los árboles muestran que a finales del siglo XIII se produjo una gran sequía en esta zona, y cansados de décadas de lucha, los supervivientes probablemente hicieron lo que sus antepasados habían hecho años antes…emigrar al sur para empezar una nueva vida.

No obstante, todo son meras suposiciones. Quizá algún día nuevas pruebas puedan resolver este misterio. Por ahora, los arqueólogos y los actuales habitantes de estas tierras seguirán discutiendo sobre el tema y buscando pistas en los dibujos de las paredes de roca roja de los cañones norteamericanos.

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