miércoles, 7 de mayo de 2014

Abonos, Fertilizantes e Insecticidas – Los peligros del progreso agrícola




La modernización de las técnicas agrícolas y el notable aumento en las producciones de los últimos años han ido inevitablemente unidos a un incremento en la utilización de productos fertilizantes y plaguicidas, frente a cuyas ventajas en este sentido se contraponen los riesgos y peligros que su uso excesivo o inadecuado puede conllevar para la salud pública y el medio ambiente.

La modernización de la agricultura y el espectacular aumento productivo de los últimos tiempos han ido inevitablemente acompañados –además de un incremento en la mecanización y en el consumo de agua- por la utilización de abonos y fertilizantes, que aumentan decisivamente la producción, y de productos insecticidas que disminuyen las pérdidas ocasionadas por plagas y enfermedades. Pero no son productos totalmente inocuos en ningún sentido.

Los insecticidas se utilizan frecuentemente como plaguicidas tanto en el medio agrícola como en el forestal para combatir a determinadas especies de insectos que, por algún motivo –condiciones climáticas favorables para su proliferación, inexistencia de enemigos naturales por tratarse de especies no endémicas de la zona…-, aumentan sus poblaciones de manera alarmante, causando plagas.

Los primeros utilizados fueron compuestos minerales de origen inorgánico, tales como los arsenicales de plomo y calcio, el azufre y sus compuestos, etcétera, y también otros de origen vegetal, como la nicotina –extraída del tabaco-, la piretrina –obtenida de las flores de ciertos crisantemos- y la rotenona –procedente de las raíces de ciertas plantas tropicales-.

A finales de 1939, se sintetizó en Suiza por primera vez un compuesto con propiedades insecticidas: el DDT. Tan efectivo fue para combatir los piojos y otros vectores de enfermedades humanas que se convirtió en secreto de guerra y se utilizó a gran escala, aplicado directamente sobre el cuerpo de los soldados aliados como protección contra los piojos y también contra la malaria y otras enfermedades de zonas pantanosas e
insalubres. Posteriormente, se siguió utilizando en programas de erradicación del paludismo y son millones las personas que deben su vida y su salud a este insecticida que, no obstante, actualmente está prohibido en casi todo el mundo.

El DDT fue el primero de los llamados insecticidas orgánicos de síntesis –los que se obtienen mediante síntesis química-, que se clasifican en tres grupos: organoclorados, organofosforados y carbamatos.

Los organoclorados –y, entre ellos, el DDT- son bastante persistentes y, por ello, por su toxicidad crónica y por su capacidad de bioconcentración, los más peligrosos han sido retirados del mercado o se ha restringido mucho su uso. Los insecticidas organofosforados resultan muy eficaces, pues su persistencia es escasa y su toxicidad bastante alta.
Los carbamatos, muy utilizados para desinsectar animales domésticos por su menor toxicidad, son también poco persistentes y se degradan fácilmente.

Recientemente, han aparecido otros insecticidas de características toxicológicas y modos de actuación muy distintos y, en general, menos dañinos ecológicamente y menos peligrosos que los anteriores. Son los llamados insecticidas de tercera generación, entre los que se pueden citar a los piretroides de síntesis, que actúan por contacto y tienen un rápido efecto de inmovilización sobre los insectos. Su toxicidad es, en general, elevada para insectos y animales de sangre fría, pero muy baja para los de sangre caliente.

Otro grupo es el de los inhibidores de crecimiento, que interfieren en la formación de la quitina que
compone la cutícula externa o piel del insecto, impidiendo que se desarrolle y llegue al estado adulto al ser incapaz de mudar su cutícula, por lo que muere deshidratado. La toxicidad de estos productos es muy baja o casi nula; además, al ser muy específicos y actuar por ingestión, los demás animales no sufren daño. Por último, las hormonas juveniles son productos que actúan sobre el metabolismo de los insectos provocando su muerte prematura, razón por la cual se emplean contra los que causan daño como adultos y no en sus fases larvarias, como mosquitos y otros dípteros.

Como ya se ha dicho, los tratamientos masivos de las plagas con productos químicos presentan una serie de inconvenientes que hacen desaconsejable su uso indiscriminado y asiduo, a no ser que la amenaza sea verdaderamente grave y no se pueda remediar con otros métodos más sencillos y menos nocivos. Algunos efectos perjudiciales de fertilizantes y plaguicidas son:

-Sobre la fauna: Muerte por intoxicación de gran número de animales; alteraciones en el desarrollo embrionario de invertebrados; variaciones en la composición o morfología de los huevos de distintas aves; alteración de las cadenas alimentarias naturales.

-Sobre la misma plaga: Pérdida progresiva de eficacia, al desarrollar el insecto patógeno resistencia al producto; Reinvasión de plagas controladas anteriormente y que, al librarse de sus enemigos naturales, logran un nivel reproductivo superior al habitual.

-Sobre la salud humana: Presencia de residuos de los productos en los alimentos; intoxicación de las personas que los aplican.

-Sobre el medio ambiente: Contaminación de aguas superficiales y subterráneas; efecto de algunos productos sobre la atmósfera –como el bromuro de metilo, perjudicial para la capa de ozono-.

Todas las acciones llevadas a cabo sobre los ecosistemas forestales deben orientarse a la estabilización y el equilibrio entre las diferentes especies que los pueblan. En tal sentido, para mantener el buen estado sanitario de las masas vegetales se debe dar una especial importancia a las medidas preventivas, integrándolas con el resto de las operaciones de manejo del monte. Pero, en caso de que la plaga se desate, hay que tender a evitar –en lo posible- los tratamientos químicos masivos que pueden ocasionar contaminación y toxicidad directa sobre la fauna y poner en peligro el equilibrio del sistema. Para ello, resulta especialmente útil la llamada lucha integrada, método de control de plagas que consiste en utilizar todos los factores naturales perjudiciales para el insecto –introducción, colonización y promoción de los parásitos y predadores que causan la plaga, plantación de especies vegetales más resistentes…-, complementados con los métodos artificiales que se estimen convenientes en cada caso. Así se consigue reducir al mínimo la cantidad de producto plaguicida empleado y, por tanto, sus efectos nocivos sobre el ecosistema.

El riesgo en cuanto a toxicidad y contaminación del uso de los fertilizantes agrícolas es similar: los venenos que incorporan son asimilados por los organismos de los niveles inferiores de la cadena alimentaria, transmitiéndose posteriormente a lo largo de ella y acumulándose en grandes cantidades en los animales de niveles superiores.

Se llama fertilizante o abono a toda sustancia orgánica o inorgánica, natural o sintética, que aporta a
las plantas uno o varios elementos nutritivos que éstas necesitan para su buen desarrollo. Estos elementos nutritivos se dividen en macroelementos o macronutrientes –necesarios en mayores cantidades-, de entre los cuales los principales son el nitrógeno, el fósforo y el potasio, y microementos o micronutrientes –necesarios en menores proporciones, aunque igualmente vitales para las plantas-: magnesio, hierro, cloro, cobalto, cobre, molibdeno y cinc. De los tres macroelementos principales, el nitrógeno es el fundamental para el crecimiento de las plantas, que lo absorben gradualmente a lo largo prácticamente de todo su ciclo de crecimiento. El fósforo incide fundamentalmente en la formación de las raíces, en la floración y en la fecundación, y forma gran parte de lo que se podría llamar el esqueleto de la planta. El potasio da mayor resistencia a la planta frente a las plagas, enfermedades y sequía, actuando a la vez como vehículo de transporte de las sustancias que la planta usa como reserva.

En el suelo, existen unos valores críticos de macro y microelementos por debajo de los cuales el desarrollo de las plantas no es óptimo y, por tanto, la producción agrícola no alcanza su máximo potencial, lo que hace necesario el abonado que corrija las carencias del suelo, la restitución de los elementos fertilizantes exportados por cultivos anteriores o el aumento de las reservas de estos nutrientes en el suelo.


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