sábado, 19 de abril de 2014
Centro de Control de Enfermedades
Con el objetivo de mejorar la salud pública y llevar a cabo investigaciones para evitar enfermedades, los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC por sus siglas en inglés) representan uno de los dos únicos lugares autorizados para conservar muestras del virus de la viruela, actualmente extinguidos en todo el mundo. Hoy se discute si ha llegado el momento de destruir el virus o se deben guardar pequeñas muestras para la investigación.
El CDC fue fundado en 1942 como la Agencia de Actividades de Defensa Nacional para el Control de la Malaria. Atlanta fue elegida para establecer la sede, ya que esta enfermedad era endémica en los estados del sur. Posteriormente, la organización cambió de nombre varias veces y amplió el enfoque de sus investigaciones. Hoy día da empleo a 15.000 personas y tiene un presupuesto anual de varios miles de millones de dólares.
El CDC es, además, uno de los pocos centros que alberga laboratorios de bioseguridad de nivel 4, una categoría que refleja las extraordinarias precauciones que son necesarias para guardar ciertos agentes biológicos nocivos. Son precisamente esas estrictas medidas de seguridad las que permiten que en sus laboratorios se puedan almacenar muestras de la viruela. Solo un puñado de otros virus, como el ébola o el marburgo, están sometidos a ese elevado nivel de seguridad.
La viruela causó millones de muertes en todo el mundo durante siglos y parecía estar fuera de control hasta que Edward Jenner, un médico inglés, descubrió la primera vacuna efectiva en 1796. En 1980, después de un programa de vacunación global que se prolongó durante varias décadas, la Organización Mundial de la Salud (OMS) confirmó que la viruela era la primera enfermedad que había sido completamente erradicada de la Tierra. La última persona que la contrajo de forma natural (no se contagió en un laboratorio de forma accidental) fue un trabajador de un hospital somalí que no se había vacunado.
Se puso entonces en marcha un plan para que todas las muestras de viruela fueran entregadas y destruidas, pero EEUU y la Unión Soviética alegaron que ellos deberían poder conservar pequeñas muestras en instalaciones de alta seguridad para seguir investigando. El CDC fue una de esas instalaciones, y la otra el Instituto VECTOR, el Centro Estatal de Virología y Biotecnología en Koltsovo, Rusia.
El CDC alberga alrededor de 450 muestras, y algunas han sido bautizadas de acuerdo con su origen: por ejemplo, Harvey procede de un paciente inglés que contrajo el virus en Gibraltar; Yamamoto, de Japón, y García, de Sudamérica. Todas se guardan en congeladores bajo llave en un edificio de alta seguridad donde no más de 10 científicos tienen acceso a ellas. En las raras ocasiones en que alguien debe acercarse tiene que equiparse con trajes de protección y con sistema de respiración.
La Organización Mundial de la Salud reabre regularmente el debate sobre si se deben destruir o no las muestras, y hasta ahora la respuesta ha sido negativa. Quienes defienden su eliminación sostienen que un rebrote solo es posible si el virus se conserva, mientras que quienes prefieren conservarlas arguyen que es imposible saber si estas son realmente las últimas que quedan en el planeta. Además, se supone que ningún país se quedó con ninguna pequeña muestra después de la destrucción de 1980, aunque no se puede saber con seguridad.
Por si fuera poco, toda la población nacida a partir de 1980 está sin vacunar y se sabe que los vacunados solo pueden contar con una década de inmunidad. En una época en la que el bioterrorismo es una amenaza constante, los defensores de la conservación de las muestras sostienen que sería una locura eliminar nuestra mejor oportunidad para luchar contra una nueva epidemia.
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