lunes, 27 de agosto de 2012

Sodoma y Gomorra


En el capítulo 19 del Génesis, el primer libro del Antiguo Testamento, se relata la historia admonitoria de las ciudades de Sodoma y Gomorra.

Un día, tres visitantes cenaron con Abraham en su tienda cerca de Mamre, en Canaán. Cuando ya se despedían, le dijeron a Abraham que Dios iba a destruir las ciudades de Sodoma y Gomorra por la maldad de sus habitantes. Abraham rogó a Dios que salvara las ciudades pero, al descubrir éste que no había nadie sin pecado en ninguna de las dos, decretó que sólo el sobrino de Abraham, Lot, y su familia, que vivían en Sodoma, merecían ser salvados.

Avisado del desastre que se avecinaba por dos ángeles, Lot huyó con su esposa y sus dos hijas. Pero su esposa ignoró el aviso de los ángeles de que no mirara a las ciudades cuando éstas fueran destruidas y se convirtió en una estatua de sal. El lenguaje es gráfico: “Entonces Jehová hizo llover sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y fuego de parte de Jehová desde los cielos;
y destruyó las ciudades, y toda aquella llanura, con todos los moradores de aquellas ciudades, y el fruto de la tierra”.

En fechas recientes, científicos y geólogos especializados comenzaron a desvelar la realidad de esta leyenda bíblica. Encontraron evidencia de que Sodoma y Gomorra existieron y también de su destrucción a principios de la Edad de Bronce, alrededor del año 2350 a.C. Según los restos arqueológicos, las ciudades estaban situadas al sudeste del mar Muerto, posiblemente cerca de una falla. Aunque no se han hallado los restos de las poblaciones, sí se han encontrado en esta zona esqueletos con los huesos aplastados.

La descripción de la catástrofe podría encajar con la de una erupción volcánica combinada con un terremoto; o con la de la caída de un gran meteorito. Desde luego, tales acontecimientos han demostrado ser bastante calamitosos en épocas recientes. En 1883, una erupción volcánica en la isla de Krakatoa, en el estrecho entre las islas indonesias de Java y Sumatra, acabó con la vida de
36.000 javaneses.

La cuestión es, sin embargo, saber el emplazamiento de Sodoma y de las demás ciudades de la llanura antes de su destrucción. Parece que la «llanura» se refiere a toda la depresión ocupada por el río Jordán y el mar Muerto, que, según el Génesis 13.10, estaba «enteramente regada». Ciertamente, las costas del mar Muerto son hoy yermas y estériles, pero ello puede deberse a la catástrofe que se describe en este capítulo.

La posibilidad más interesante se desprende de ciertos signos que indican que, en la época de Abraham, el nivel del mar Muerto tal vez estuviera unos metros más bajo que en la actualidad. Por tanto, podría ser que en aquel tiempo el mar Muerto se encontrara limitado en su parte más profunda, a los dos tercios de la sección norte. El tercio sur, menos profundo, podría ser la llanura seca, o quizá pantanosa, donde se asentaban Sodoma y sus ciudades hermanas, con una meseta de agua dulce que mantenía fértil la zona al verterse en dirección norte en el mar Muerto. Esa zona bien podría ser el «valle de Sidim» que se menciona en Génesis 14.3.

Pudo ocurrir que la catástrofe que asoló Sodoma y las demás ciudades, ya se tratara de un volcán y de un terremoto o de la caída de un meteorito, produjera un hundimiento del terreno de manera que las aguas del mar Muerto se desbordaran hacia el sur; y tal crecida pudo agravarse a consecuencia de una elevación del nivel normal de las aguas de ese mar. Si fue así, lo que quedó de las ciudades (y si consideramos el tamaño y disposición de las ciudades cananeas del 1900 a.C, no sería mucho) acabaría cubierto por las aguas del mar Muerto.

Sin embargo, hay que advertir que fuera de la Biblia no hay pruebas de que se conociese tal catástrofe y no existen documentos ni restos de civilización alguna enterrada bajo las aguas del extremo sur del mar Muerto.

Aunque aquí no se mencionan, según el Deuteronomio otras dos ciudades de la llanura también quedaron destruidas:

Deuteronomio 29.22 ... como la catástrofe de Sodoma y Gomorra, de Adama y Seboyim, que destruyó Yahvé en su furor... Soar, la última ciudad de la llanura y refugio de Lot, se salvó.

En el Libro de Jeremías, el profeta maldice a Moab, mencionando a Soar
entre sus ciudades:

Jeremías 48.33. Huyeron el regocijo y la alegría de... Moab.
Jeremías 48.34. ...desde Soar hasta Joronáyim...

A partir del emplazamiento conocido de Moab, esto situaría con toda probabilidad a Soar al sudeste del mar Muerto, tal vez cerca del borde de la costa actual, lo bastante lejos de las demás ciudades para haber escapado a la catástrofe y a la inundación. En tiempos modernos no quedan rastros de Soar.

Hay expertos que sugieren que a principios de la Edad del Bronce ocurrió, como hemos dicho, un
terremoto de al menos 6 grados en la escala de Richter. Otras evidencias han llevado a los geólogos Graham Harris y Tony Beardow a proponer la teoría de la licuefacción: el terremoto presiona agua a través del suelo, desestabilizando el terreno. En pendientes pronunciadas, este proceso puede generar un deslizamiento de grandes dimensiones capaz de devastar edificaciones como las de la Edad del Bronce. Un fenómeno similar tuvo lugar en China en 1920, cuando un movimiento sísmico causó la destrucción de 77.000 km2. Harris y Beardow admiten, no obstante, que “el análisis de un fenómeno sísmico del pasado, especialmente uno del que se carece completamente de datos e incluso testimonios de primera mano, es difícil”, especialmente cuando tal fenómeno es especulativo y tuvo lugar en los albores de la Historia.

¿Y la referencia a la lluvia de azufre? Esto se explicaría por los depósitos naturales de asfalto, o betún de Judea, en el mar Muerto. Estas sedimentaciones habrían sido lanzadas al aire por el terremoto, cayendo sobre los edificios e incluso provocando combustiones al contacto con alguna llama. El capítulo 19 del Génesis relata: “Y subió Abraham por la mañana al lugar donde había estado delante de Jehová. Y miró hacia Sodoma y Gomorra, y hacia toda la tierra de aquella llanura; y he aquí que el humo subía de la tierra como el humo de un horno”.

En cuanto a la conversión de la mujer de Lot en estatua de sal, es muy probable que, aunque la Biblia
no mencione nunca al mar Muerto, ésta parte del mito pueda provenir de esa formación geográfica. El «mar de la Sal» o mar Muerto es el mar interior en que desemboca el Jordán, y es de lo más insólito. No presenta una extensión considerable, solo tiene setenta y cinco kilómetros de largo y no más de dieciséis de ancho. Su área mide 592 kilómetros cuadrados.

El río Jordán discurre a 425 metros por debajo del nivel del mar cuando desemboca finalmente en el «mar de la Sal», cuyas costas son más bajas que cualquier otro territorio del mundo. Si la depresión en que se asienta el mar de la Sal pudiera llenarse hasta el nivel del mar, formaría un mar interior mucho mayor, de trescientos veinte kilómetros de largo por treinta y dos de ancho

La razón por la que el mar Muerto no llena la depresión es muy sencilla. El volumen de agua que recibe es pequeño: el del río Jordán que deposita las lluvias de las montañas del sur de Siria y del Líbano. Su temperatura es alta, y en sus alrededores se han registrado hasta 60 grados centígrados; la pérdida de agua por la evaporación es elevada. Por decirlo así, el mar Muerto es una charca que se ha desecado parcialmente.

El agua que deposita el Jordán es fresca, pero contiene pequeñas cantidades de residuos químicos que se disuelven en el lecho sobre el que corre y en las orillas entre las que pasa. Los residuos químicos se acumulan en el mar Muerto. Si éste tuviera una abertura al océano, los residuos químicos desaparecerían tan rápidamente como entraran, y sus aguas permanecerían frescas. Pero no hay salida, y el mar sólo pierde agua por evaporación. Los residuos químicos no se evaporan, permanecen; van acumulándose de continuo y no desaparecen. En consecuencia, el mar se compone ahora del 23 al 25 por ciento de residuos químicos, en su mayor parte clorato sódico (sal común) y clorato magnésico, además de pequeñas cantidades de otras sustancias diversas. Su nombre bíblico de mar de la Sal está bien elegido.

Tan alta es la concentración de sal (siete veces la del océano), que no puede haber vida en sus aguas. Por esa razón los geógrafos griegos lo llamaron mar Muerto, y por ese nombre lo conocemos. Sin embargo, el nombre de mar Muerto no aparece en la Biblia.

Por cierto, durante la época medieval, cuando pocos europeos habían visto el mar Muerto, la
impresión que de él se tenía, surgida del capítulo decimonoveno del Génesis, era de lo más horrible. Se creía que sus aguas eran negras; los vapores que flotaban sobre ellas venenosos; los pájaros no podían volar por encima. Nada de esto es cierto, claro está. Tiene un clima pésimo, no contiene vida y sus aguas son amargas, pero exteriormente no es venenoso y, si quieren, las personas pueden bañarse. (Nadar en él es una experiencia notable, porque la concentración salina hace que el agua sea sumamente densa y uno no puede hundirse aunque lo intente.)

Como vemos, hay explicaciones racionales a la leyenda bíblica. Algunos estudiosos, sin embargo, piensan que no son necesarias, puesto que el verdadero desafío para los arqueólogos bíblicos no sería la búsqueda de ciudades desaparecidas hace milenios, sino comprender por qué los antiguos israelitas imaginaron esos mitos, mitos que quizá no tengan siquiera base real.

1 comentario:

  1. " Fè es creer lo que no vemos`porque Dios lo ha revelado"

    Palabra de Dios

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