jueves, 30 de agosto de 2012
El canto gregoriano: música y religiosidad
A principios del siglo VII tuvo lugar una reordenación de los cantos litúrgicos que en los siguientes siglos se impuso sobre las otras tradiciones occidentales y marcó el posterior desarrollo de la música. La verdadera intervención del papa Gregorio I en esta reforma no está clara. Según la leyenda medieval, el papa envió misioneros a buscar melodías nuevas diciendo: “¿Por qué el demonio ha de tener todas las buenas canciones?”.
Lo que hoy llamamos canto gregoriano –y también canto llano (cantus planus), música plana, cantinela, cantus ecclesiasticus o Carmen gregorianum- es sólo una más de las muchas tradiciones que, desde las primeras comunidades cristianas, evolucionaron en distintos lugares del mundo. Aunque herederas comunes de la liturgia judía, cada una desarrolló unas características propias: en Milán nació el llamado canto ambrosiano; en España, el repertorio conocido como mozárabe, y en Francia, el galicano. El que se practicaba en Roma es conocido hoy como antiguo romano y fue la base de lo que durante muchos siglos sería la música religiosa de Occidente.
Aunque lleve su nombre, los musicólogos coinciden en negar que el papa Gregorio I (540-604) tuviera en verdad mucho que ver con el canto gregoriano. La iconografía del Medievo lo representa casi siempre escuchando melodías dictadas por un pajarillo, y la tradición le ha atribuido la agrupación de los cantos según sus características musicales, su asignación a las diferentes celebraciones del año y la fundación o reorganización de la Schola Cantorum. Cómo afectó esto al repertorio en sí –modificando melodías y estilos y creando cantos nuevos- y qué papel jugó el papa son cosas que se ignoran. Los expertos sólo han conseguido establecer que a principios del siglo VII tuvo lugar una reforma de la liturgia romana y que, en general, Gregorio I no tuvo sino un papel secundario en todo el proceso.
El problema fundamental al que se enfrenta el musicólogo al estudiar el canto gregoriano es la carencia de documentos. Hasta el siglo IX no empezó a existir una verdadera notación. Eso también representó un problema obvio para la propia música, pues la transmisión oral y la retención mnemónica amenazaban la integridad de las melodías –introduciendo distorsiones por fallos de la memoria- así como su pervivencia y difusión. Aprender un repertorio tan extenso necesariamente retardaba la generalización del rito, lo que era totalmente opuesto a las intenciones de la Iglesia romana.
La necesidad de un sistema mnemónico tuvo una doble consecuencia: el desarrollo melódico y la creación de los primeros signos que, escritos sobre el texto, ayudaban a recordar el perfil de la música. En la melodía, esta necesidad favoreció que se aplicasen determinadas formas fijas, giros melódicos correspondientes a sílabas, palabras o frases enteras –por ejemplo, las fórmulas que, en la misa, preceden al Gloria (Gloria in excelsis Deo) y al Credo (Credo in unum Deo).
En cuanto a la escritura, los primeros signos se limitaban a recordar el sentido ascendente o descendente de la melodía. Se escribían sobre el texto sin líneas ni indicaciones de ningún tipo que dieran idea de las notas exactas que se debían cantar, así que seguía siendo imprescindible retener por completo todo el repertorio. Poco a poco, estos signos fueron dando lugar a los neumas, signos que representaban giros de entre una y cuatro notas, a los que se añadieron una línea roja para representar el fa y, más adelante, otra amarilla o verde para el do. La consecuencia lógica del avance fue el tetragrama, surgido sobre todo gracias a los esfuerzos del monje benedictino Guido d´Arezzo (995-1050). Con un sistema de escritura fiable, el gregoriano aseguró su difusión y, lo que para nosotros no es menos importante, su supervivencia hasta nuestros días.
Las melodías gregorianas se clasifican en tres grupos: la más sencilla y clara es la que asigna una nota a cada sílaba del texto, aunque en ocasiones una sílaba se extienda durante dos o tres notas: es el estilo silábico; en el estilo de neumas, las sílabas se extienden hasta unas cuatro notas, y en el estilo melismático, una sola sílaba se extiende a través de muchas notas. Cuando un melisma se prolonga, la música se independiza de su función litúrgica y se convierte simplemente en experimentación, juego y variación melódica, es decir, un cuidadoso desarrollo artístico que exige una depurada técnica vocal. Las formas silábicas, cuya belleza está en el desarrollo completo de las frases, eran empleadas cuando se quería un canto más sencillo, no sólo por necesidades litúrgicas, sino por la habilidad de los intérpretes. Los cantos destinados al pueblo eran silábicos y los cantos neumáticos y melismáticos se reservaban a los cantores expertos –schola cantorum o coro-.
Par seguir una melodía gregoriana es necesario entender el texto; saber, no sólo de qué está hablando, sino en qué momento de la frase se encuentra. Sus periodos siguen todos un mismo esquema: describen como un arco –ascendente y descendente- y, en general, mantienen características –ritmo, intervalos, entonación- próximas a las del lenguaje hablado. Esta puesta al servicio del texto hizo que al principio las ornamentaciones melismáticas se colocaran sólo en lugares que no oscurecieran el sentido, bien conocido por todos –los kyrie o los aleluya-, o en la última palabra. Con el tiempo, de camino hacia lo que sería la polifonía, el melisma se colocaría en cualquier parte.
Suelen considerarse cuatro formas de canto gregoriano: composiciones salmódicas, estróficas, monólogos/diálogos y comáticas. La forma que prevalece, la más definida y elaborada, es la basada en los salmos, hasta el punto de que hay musicólogos que simplemente dividen el canto gregoriano en salmódico y no salmódico.
El versículo de los salmos está compuesto de dos partes; la melodía recrea esta estructura: el cantante entona un motivo en la primera parte del versículo y es respondido o completado en la segunda parte. Hay tres formas de salmodia: la de responsorio –el coro contesta con un estribillo (respuesta o responsorio) a los versículos cantados por el solista-; la salmodia directa –carece de estribillo-; y la salmodia antifonal –el coro se divide en dos grupos que se alternan en el canto-.
Las composiciones estróficas se dan cuando la melodía se repite en cada estrofa (himnos) o bien una melodía se repite durante dos versos para dar lugar a una melodía nueva que se repetirá otros dos versos y así sucesivamente (secuencias).
Formas menos definidas musicalmente y más dependientes del carácter dramático son las composiciones basadas en monólogos y diálogos. Los monólogos los cantan el propio celebrante o los demás religiosos, y los diálogos son interpr3tados por los religiosos y los fieles.
En el cuarto grupo está la composición comática, esto es: dividida en versos cortos. A este tipo de composición pertenecen los cantos del oficio y de la misa que no tienen una estructura estrófica o salmódica. Se centran en la acentuación de las palabras individuales, no en la estructura de los versos.
La forma musical religiosa del canto llano, basado en los cantos monofónicos, tenía que evolucionar. La necesidad de encontrar nuevas formas expresivas, los hallazgos realizados durante los cantos melismáticos y el desarrollo de una notación musical cada vez más exacta favorecieron que los cantantes, libres de la obligación de memorizar todo el repertorio, empezaran –en el siglo X- a experimentar con la combinación de voces, al principio sólo reproduciendo la melodía a diferentes alturas y, después, introduciendo cambios rítmicos y melódicos. Así comenzó la armonía y el contrapunto.
El gregoriano no desapareció inmediatamente con el desarrollo de las nuevas formas de los siglos X y XI, sino que estaba implícito en ellas –estilo y expresividad de las melodías, intervalos, desarrollos melismáticos…-. No fue una ruptura. En las composiciones de los siglos siguientes, el antiguo canto llano convivió con las novedades, ya fuera insertado en medio de las composiciones recientes, ya fuera porque los compositores se basaban en los temas gregorianos para crear sus obras. Pero la separación entre la creación y la antigua monodia era inevitable. La Iglesia, a finales del siglo XVI, preocupada por la degeneración del canto, encargó al maestro Palestrina que lo revisara, mas el músico murió antes siquiera de comenzar el encargo.
El gregoriano perdió fuerza en los siglos siguientes, en gran parte debido a copias corruptas de los códices originales y a una interpretación errónea de la notación neumática. Desde el siglo XIX, esta música ha sido objeto de nuevos estudios y, en parte gracias al mercado discográfico, su interpretación ya no corre a cargo sólo de los religiosos, sino que se encuentra en manos de músicos profesionales.
El canto gregoriano no es algo cerrado o terminado. No lo sabemos todo. Hay muchas maneras de interpretarlo y los sucesivos avances en la investigación le convierten en una fuente de novedades como las que proporciona cualquier autor, si no vivo, sí con una gran cantidad de material inédito.
Hola. Muy interesante resumen de la historia del canto llano. Conciso y breve pero completo.
ResponderEliminarAprovecho para hacer publicidad de mi blog, ya que, si por aquí se cultiva la afición al canto gregoriano, he publicado dos entradas que pueden resultar de interés:
http://uhdlmc.blogspot.com.es/2012/12/la-musica-en-el-primer-milenio.html
http://uhdlmc.blogspot.com.es/2012/12/el-canto-gregoriano.html