Susana, que en hebreo significa “lirio”, era la hermosa y virtuosa mujer de un judío rico que tenía una elegante casa con jardín en Babilonia en tiempos del exilio judío. Un día, dos jueces judíos tan poderosos como corruptos vieron bañarse a Susana en el jardín de su casa e intentaron seducirla, pero ella se negó y empezó a gritar pidiendo ayuda. Los jueces, sin embargo, hicieron correr la falsa historia de que la habían descubierto bajo un árbol del jardín en compañía de un hombre joven y la acusaron de adulterio. En un primer momento, todo el mundo creyó la versión de los jueces y Susana fue condenada a muerte.
Pero el profeta Daniel, bajo la inspiración de Dios, intervino y declaró que los jueces estaban mintiendo. Tras interrogarlos por separado, observó que cada uno de ellos le decía un tipo diferente de árbol, por lo que su falso testimonio quedó al descubierto y Susana fue puesta en libertad. De acuerdo con la ley judaica, el testimonio en falso se castigaba con el mismo castigo que le habría correspondido a la persona falsamente acusada, y que en el caso de adulterio era la pena de muerte por lapidación, por lo que los dos jueces fueron condenados a morir lapidados.
En las catacumbas romanas ya se encuentran representaciones de Susana, quizá como símbolo de la virtud y la valentía en situaciones de adversidad. Desde el renacimiento en adelante, el episodio del baño y los dos jueces gozó de una gran popularidad, ya que permitía a los pintores retratar un desnudo femenino.
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