domingo, 6 de noviembre de 2011
Lidya Litvak: el as femenino
Dentro de las fuerzas armadas, los pilotos de caza se consideran una élite y, dentro de ella, los mejores de todos, la punta de lanza, son los “ases”, título honorífico otorgado a los que logran derribar cinco o más aparatos enemigos. Aunque normalmente a una mujer no se le ha permitido ni tocar los mandos de un aparato, lo cierto es que las mujeres han tripulado aeronaves desde el mismo año en que se elevó el primer globo de aire caliente, de modo que cuando estalló la Segunda Guerra Mundial existían numerosas aviadoras altamente cualificadas.
Muy pronto el desarrollo de los combates demostró que tanto en tierra como en el mar las fuerzas que perdían el dominio del aire eran derrotadas siempre. Construir aviones era una cosa, pero entrenar a sus tripulantes era un proceso largo y difícil. Entonces alguien cayó en la cuenta de que existían numerosas aviadoras ya instruidas y experimentadas. Sin embargo, ni lo apremiante de la situación era suficiente para lograr que algunas personas abdicaran de sus prejuicios. En un alarde de grosería machista, C.G.Grey, editor de la revista británica “The Aeroplane”, declaró: “La amenaza son las mujeres que piensan que deben pilotar bombarderos rápidos cuando en realidad ni siquiera tienen la inteligencia suficiente para fregar los suelos de un hospital”. En Estados Unidos el general Hap Arnold rechazó dos veces la creación de un cuerpo auxiliar femenino argumentando que no estaba seguro de que “una jovencita pudiera pelear con los mandos de un B-17”. Obsérvese la elección de términos: no “manejar” los mandos, sino “pelear” con ellos.
Finalmente, tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos se crearon servicios auxiliares femeninos, pues todos los hombres eran necesarios para las misiones de combate, y las mujeres se dedicaron entonces a conducir los aviones de las fábricas a los aeródromos o de un aeródromo a otro, incluso en vuelos transatlánticos. Cuando esto se supo, los pilotos de transporte amenazaron con la huelga alegando que dar ese trabajo a una mujer cuestionaba su propia competencia. La Alemania nazi nunca organizó un cuerpo aéreo femenino, pero muchas mujeres hicieron todo tipo de vuelos, excepto de combate.
Muy diferente fue la situación en Rusia. Ya en 1938, Charles Lindbergh comprobó que en las fuerzas aéreas rusas volaban hombres y mujeres. Pese a que su propia esposa era aviadora, escribió en su diario: “No sé si eso puede dar resultado. Después de todo, Dios ha establecido diferencias entre hombres y mujeres que ni siquiera la Unión Soviética puede suprimir”. Las pérdidas de aviones y pilotos habían sido espeluznantes durante los primeros meses de la invasión alemana y el alto mando soviético ordenó a Marina Ráskova, una de las aviadoras más experimentadas de la URSS, que reuniera mujeres para organizar tres regimientos. Ráskova reclutó a 200 muchachas, de entre 18 y 22 años en su mayoría, provenientes de la aviación civil o de los clubs deportivos. En octubre de 1941 las agruparon en un regimiento de cazas, el 586, con aviones YAK-1 y posteriormente YAK-3 y YAK-9, y dos de bombardeo, el 587 con Sujoi SU-22 de corto alcance y el 588 de bombardeo nocturno, que más tarde fue elevado de rango como el regimiento de la guardia 46 de bombardeo nocturno. Los alemanes las llamaron “brujas nocturnas”.
Para los alemanes fue algo asombroso encontrarse luchando en el aire contra mujeres. Cuando un escuadrón de Messerschmitt que defendía una batería antiaérea en el Cáucaso atacó a un grupo de nueve bombarderos rusos escoltados por una escuadrilla de cazas, su sorpresa fue mayúscula al oír por la radio voces femeninas desde los cazas enemigos. Los alemanes perdieron cuatro aviones. Según el testimonio del comandante D.B.Meyer, que examinó un YAK-9 tras derribarlo, la aviadora ni siquiera llevaba paracaídas. En otra ocasión dos YAK aislados se tropezaron con 42 bombarderos alemanes que se dirigían a bombardear un nudo ferroviario en Kastórnoie, en Rusia central. Las aviadoras atacaron inmediatamente y derribaron cuatro aparatos enemigos antes de caer. Algunas de las aviadoras de este regimiento alcanzaron la categoría de ases, como la capitana Budanova, que derribó once aviones alemanes. No obstante, la mayor as femenina soviética de esta guerra –en realidad la mayor as femenina de cualquier país y conflicto hasta la fecha- fue una muchachita rubia, coqueta y de ojos grises, llamada Lidya Litvak.
Lidya Vladimirovna Litvak nació en Moscú el 18 de agosto de 1921. Siempre había mostrado interés por volar y sus aptitudes y entusiasmo eran tan grandes que logró ser admitida en un aeroclub a los 16 años, uno menos de la edad habitual. Al estallar la guerra se alistó y fue entrenada junto con las demás pilotos de combate soviéticas en la base de Engels en cursos intensivos que se prolongaban 14 horas diarias levantándose a las seis de la mañana. La guerra arreciaba, las pérdidas, tanto en hombres como en material, eran espantosas y las jóvenes aviadoras tenían que aprender en seis meses lo que se enseñaba en dos años.
Desde el primer momento Litvak despertó la admiración de sus instructores y sus compañeras cuando logró derrotar a su propio instructor en un combate simulado, de modo que se la seleccionó dentro de la élite destinada a ser piloto de cazas mientras que más de dos tercios de las restantes alumnas eran enviadas a bombarderos. Comenzó su servicio en el regimiento femenino 586, en enero de 1942. En septiembre de ese año, Litvak y su compañera Katia Oudanova llegaban al frente de Stalingrado, asignadas al regimiento aéreo de caza 296 (más tarde convertido en el 73 de la Guardia), una unidad de élite formada mayormente por hombres, donde se las recibió con asombro y hostilidad. “Ninguna mujer volará conmigo”, declaró tajante el comandante Nikolai Baranov, oficial al mando de la unidad, pero órdenes son órdenes, y ambas se quedaron. Se quedaron… en tierra, por supuesto, pues no se les asignó misiones ni se les dio tiempo de vuelo, ni siquiera para practicar.
Mientras tanto, sus compañeros salían a combatir todos los días siguiendo la táctica de okhotniki o “caza libre”, en la que, en vez de ir a por un blanco específico o patrullar de modo fijo por un determinado sector, los cazas del regimiento se despliegan en parejas o en grupos pequeños de forma semi-aleatoria para atacar cualquier blanco que les salga al paso. De este modo los alemanes nunca sabían por dónde iba a aparecer el enemigo.
Entre tanto, la ofensiva alemana contra Stalingrado estaba en su punto culminante y la Luftwaffe poseía una clara superioridad aérea en el sector, realizando hasta 3.000 salidas diarias. Este es el infierno en que Litvak iba a estrenarse como guerrera. Las pérdidas fueron terribles en ambos bandos, circunstancia que, junto a la insistencia de su amigo Alexei Salomatem, convenció a su reluctante coronel para darle una oportunidad. Litvak iba a salir al aire como wingman o pareja de su valedor. Salomatem iría el primero y atacaría al enemigo. Litvak volaría tras él para cubrirle. Para batirse en duelos aéreos a muerte contra los cazas alemanes, Litvak y sus compañeros dispusieron del flamante Yakovlev 9, uno de los últimos modelos de la industria soviética –buen aparato de excelentes prestaciones, aunque muy por debajo en armamento de los formidables Messerchmitt 109 y los Focke Wulf 190-, que se estrenó en combate precisamente en Stalingrado.
En esta primera misión juntos, Salomatem se enzarzó en un duelo aéreo con un Me 109 y lo derribó. Litvak se convirtió en su pareja de combate habitual y al cabo de un par de misiones intercambiaron los papeles. En su verdadera primera misión de combate atacó una formación de bombarderos Heinkel 111 y logró derribar uno de ellos. “¡Esta chica va a convertirse en toda una campeona!” exclamó su asombrado jefe de escuadrilla, y no se equivocó. Para Navidad, Litvak ya había derribado tres bombarderos y tres cazas. Decoró el fuselaje de su biplano con una gran rosa blanca como insignia personal y por cada enemigo abatido añadía una rosa más pequeña, de modo que los pilotos alemanes comenzaron a llamarla “La rosa blanca de Stalingrado”. Comenzó a ser temida, y al grito de “Achtung, Litvak”, los pilotos de la Luftwaffe se avisaban por radio de su presencia. Fue condecorada con la orden de la Bandera Roja el 17 de febrero.
En marzo de 1943, tras la derrota alemana en Stalingrado, el regimiento 73 fue trasladado a Donbass y desde allí Litvak derribó otros dos aviones enemigos teniendo a Salomatem como wingman. Ambos se alternaron en esta posición y fueron pareja fija tanto en el aire como en tierra firme, pues se habían enamorado.
El 15 de marzo, en la misma misión en la que derribó a su noveno adversario, ella misma fue derribada y herida en una pierna, aunque logró efectuar un aterrizaje forzoso y salvarse. Cuando se reincorporó al regimiento, fue elevada al rango de comandante de vuelo, una posición crucial, pues con frecuencia era el único piloto de la escuadrilla con mapas e instrucciones precisas sobre la misión, de modo que era un blanco preferente para los cazas alemanes. Salomatem murió al ser derribado, pero eso no la desanimó.
En su primer vuelo tras la muerte de su compañero se encontró con un caza alemán que llevaba en su fuselaje una veintena de insignias de victoria. Litvak se enfrentó a él y tras quince minutos de combate lo derribó: su décima victoria. Todavía iba a derribar dos aviones más, pero en una misión el 16 de julio fue atacada simultáneamente por tres Messerchmitts que lograron derribarla. Sobrevivió, y dos días después estaba en el aire otra vez, pero volvió a ser derribada y herida en la mano. Ese mismo día murió su colega y as Katya Budanova. En ambas ocasiones cayó tras las líneas enemigas, pero la primera huyó a pie y la segunda fue rescatada por un compañero de escuadrilla que aterrizó expresamente para salvarla.
Poco después, el 1 de agosto de 1943, a pesar de sus heridas despegó de nuevo como líder de un escuadrón enviado para interceptar a un grupo de bombarderos alemanes en el sector de Jarkov. En una emboscada perfectamente planeada surgió un enjambre de Messerchmitts para atacarles desde un banco de nubes por encima de ellos. Ocho se concentraron sobre Litvak y comenzó una lucha desesperada. Tres veces creyeron los alemanes haberse librado de esa diablesa volante y en cada ocasión había resurgido como el fénix de sus cenizas añadiendo nuevas rosas de victoria al fuselaje de su Yak-9. Ahora estaban decididos a que no escapase. Lo último que sus compañeros vieron de ella es su Yak tocado despidiendo humo y perseguido de cerca por los Me-109. Tenía 22 años. Los restos de su avión desaparecieron en la vorágine y no fueron localizados e identificados hasta 1979, cerca de Dmitrievka.
Los rusos tuvieron aviadoras luchando en casi todos los sectores del frente hasta el fin de la guerra. Marina Ráskova murió en combate en 1943 y fue honrada con un funeral oficial, el primero desde el inicio de la guerra, colocando sus cenizas en la muralla del Kremlin con los máximos honores militares. Al finalizar el conflicto, de las varias millares de aviadoras de combate soviéticas no quedaron vivas ni la mitad.
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