
Dentro de las fuerzas armadas, los pilotos de caza se consideran una élite y, dentro de ella, los mejores de todos, la punta de lanza, son los “ases”, título honorífico otorgado a los que logran derribar cinco o más aparatos enemigos. Aunque normalmente a una mujer no se le ha permitido ni tocar los mandos de un aparato, lo cierto es que las mujeres han tripulado aeronaves desde el mismo año en que se elevó el primer globo de aire caliente, de modo que cuando estalló la Segunda Guerra Mundial existían numerosas aviadoras altamente cualificadas.
Muy pronto el desarrollo de los combates demostró que tanto en tierra como en el mar las fuerzas que perdían el dominio del aire eran derrotadas siempre. Construir aviones era una cosa,

Finalmente, tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos se crearon servicios auxiliares femeninos, pues todos los hombres eran necesarios para las misiones de combate, y las mujeres se dedicaron entonces a conducir los aviones de las fábricas a los aeródromos o de un aeródromo a otro, incluso en vuelos transatlánticos. Cuando esto se supo, los pilotos de transporte amenazaron con la huelga alegando que dar ese trabajo a una mujer cuestionaba su propia competencia. La Alemania nazi nunca organizó un cuerpo aéreo femenino, pero muchas mujeres hicieron todo tipo de vuelos, excepto de combate.
Muy diferente fue la situación en Rusia. Ya en 1938, Charles Lindbergh comprobó que en las fuerzas aéreas rusas volaban hombres y mujeres. Pese a que su propia esposa era aviadora, escribió en su diario: “No sé si eso puede dar resultado. Después de todo, Dios ha estable

Para los aleman

Lidya Vladimirovna Litvak nació en Moscú el 18 de agosto de 1921. Siempre había mostrado interés por volar y sus aptitudes y entusiasmo eran tan grandes que logró ser admitida en un aeroclub a los 16 años, uno menos de la edad habitual. Al estallar la guerra se alistó y fue entrenada junto con las demás pilotos de combate soviéticas en la base de Engels en cursos intensivos que se prolongaban 14 horas diarias levantándose a las seis de la mañana. La guerra arreciaba, las pérdidas, tanto en hombres como en material, eran espantosas y las jóvenes aviadoras tenían que aprender en seis meses lo que se enseñaba en dos años.
Desde el primer momento Litvak despertó la admiración de sus instructores y sus compañeras cuando logró derrotar a su propio instructor en un combate simulado, de modo que s

Mientras tanto, sus compañeros salían a combatir todos los días siguiendo la táctica de okhotniki o “caza libre”, en la que, en vez de ir a por un blanco específico o patrullar de modo fijo por un determinado sector, los cazas del regimiento se despliegan en parejas o en grupos pequeños de forma semi-aleatoria para atacar cualquier blanco que les salga al paso. De este modo los alemanes nunca sabían por dónde iba a aparecer el enemigo.
Entre tanto, la ofensiva alemana contra Stalingrado estaba en su punto culminante y la Luftwaffe poseía una clara superioridad aérea en el sector, realizando hasta 3.000 salidas diarias. Este es el infierno en que Litvak iba a estrenarse como guerrera. Las pérdidas fueron terribles en ambos bandos, circunstancia que, junto a la insistencia de su amigo Alexei Salomatem, convenció a su reluctante coronel para darle una oportunidad. Litvak iba a salir al aire como wingman o pareja de su valedor. Salomatem iría el primero y atacaría al enemigo. Litvak volaría tras él para

En esta primera misión juntos, Salomatem se enzarzó en un duelo aéreo con un Me 109 y lo derribó. Litvak se convirtió en su pareja de combate habitual y al cabo de un par de misiones intercambiaron los papeles. En su verdadera primera misión de combate atacó una formación de bombarderos Heinkel 111 y logró derribar uno de ellos. “¡Esta chica va a convertirse en toda una

En marzo de 1943, tras la derrota alemana en Stalingrado, el regimiento 73 fue trasladado a Donbass y desde allí Litvak derribó otros dos aviones enemigos teniendo a Salomatem como wingman. Ambos se alternaron en esta posición y fueron pareja fija tanto en el aire como en tierra firme, pues se habían enamorado.
El 15 de marzo, en la misma misión en la que derribó a su noveno adversario, ella misma fue derribada y herida en una pierna, aunque logró efectuar un aterrizaje forzoso y salvarse. Cuando se reincorporó al regimiento, fue elevada al rango de comandante de vuelo, una posición crucial, pues con frecuencia era el único piloto de la escuadrilla con mapas e instrucciones precisas sobre la misión, de modo que era un blanco preferente para los cazas alemanes. Salomatem murió al ser derribado, pero eso no la desanimó.


Poco después, el 1 de agosto de 1943, a pesar de sus heridas despegó de nuevo como líder de un escuadrón enviado para interceptar a un grupo de bombarderos alemanes en el sector de Jarkov. En una emboscada perfectamente planeada surgió un enjambre de Messerchmitts para atacarles desde un banco de nubes por encima de ellos. Ocho se concentraron sobre Litvak y comenzó una lucha desesperada. Tres veces creyeron los alemanes haberse librado de esa diablesa volante y en cada ocasión había resurgido como el fénix de sus cenizas añadiendo nuevas rosas de victoria al fuselaje de su Yak-9. Ahora estaban decididos a que no escapase. Lo último que sus compañeros vieron de ella es su Yak tocado despidiendo humo y perseguido de cerca por los Me-109. Tenía 22 años. Los restos de su avión desaparecieron en la vorágine y no fueron localizados e identificados hasta 1979, cerca de Dmitrievka.
Los rusos tuvieron aviadoras luchando en casi todos los sectores del frente hasta el fin de la guerra. Marina Ráskova murió en combate en 1943 y fue honrada con un funeral oficial, el primero desde el inicio de la guerra, colocando sus cenizas en la muralla del Kremlin con los máximos honores militares. Al finalizar el conflicto, de las varias millares de aviadoras de combate soviéticas no quedaron vivas ni la mitad.
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