martes, 16 de agosto de 2011

El Hinduismo: muchos senderos, un objetivo


Para los occidentales, la religión hindú sugiere una multitud de imágenes, desde los ascetas de piernas cruzadas y los templos ricamente tallados hasta los fuegos de cremación a orillas del Ganges y los dioses de cabeza de animal. El hinduismo es tan difícil de asir como una serpiente. No tiene un fundador, unas escrituras ni un credo. Hay muchos dioses, pero sólo una realidad definitiva. Se resiste a las definiciones claras y se encuentra a gusto en la diversidad. Quizá el único modo de describirlo es la reunión de prácticas y creencias de aproximadamente mil seiscientos millones de hindúes que viven en el subcontinente indio y otras partes del mundo hoy en día.

El término hindú proviene de la palabra acuñada por los antiguos persas para describir a los que vivían al lado opuesto de ellos, en la otra ribera del río Indo. Los hindúes modernos prefieren la frase sanatana dharma para describir su religión. Esto puede describirse como “el camino eterno de la conducta”, eterno porque es divino en origen, y camino de conducta porque se refiere a todos los aspectos de la vida.

Algunos hindúes creen que su ley sagrada, o dharma, puede ser sólo practicada en la India; si cruzan el kala pani, “el océano negro”, se volverán impuros e incapaces de vivir como hindúes. Otros no comparten este punto de vista; y, durante los últimos cien años, numerosos hindúes, muchos de ellos emigrantes por causas económicas, se han trasladado a otras partes del mundo. Hoy día, esos emigrantes se encuentran principalmente en Gran Bretaña y países de la Commonwealth británica, por ejemplo, en el Caribe, Canadá y África oriental así como en Estados Unidos y otros países europeos.

El impacto cultural del hinduismo en Occidente en los tiempos actuales puede fecharse
exactamente en 1893, cuando el Parlamento Mundial de las Religiones celebrado en Chicago fue dirigido por un asceta hindú llamado Vivekananda. Éste impresionó tanto a los allí reunidos con su espiritualidad y punto de vista sobre el hinduismo como una gran fe universal, que hubo muchos occidentales que se preguntaron acerca de la oportunidad de seguir mandando misioneros cristianos a India.

Animados por el interés provocado por Vivekananda, y quizá por el entusiasmo hacia todo lo indio que la reina Victoria demostró (había incluso estudiado el indostaní, pero no pudo visitar la “joya” de la Corona por razones de salud), personalidades hindúes y organizaciones de inspiración hindú viajaron a Occidente a partir de entonces. Uno de los grupos más visibles de raíces hinduistas es el movimiento Hare Krisna, fundado en Estados Unidos en 1966 y popularizado gracias a su asociación con estrellas del pop, como George Harrison.

Pero la tendencia no ha ido en una sola dirección. Algunos hindúes, incluyendo al Mahatma Gandhi, recibieron influencias de pensadores occidentales del siglo XIX, como John Ruskin y León Tolstói, así como de las enseñanzas de Jesús. Además, en 1893, Annie Besant, una mujer irlandesa de nacimiento, se fue a la India y fundó el Central Hindu College en Varanasi (Benarés), que llegó a convertirse en una universidad. Trabajó enérgicamente a favor de la educación de la mujer hindú, así como por la promoción de la teosofía, un sistema religioso esotérico fuertemente influido por las ideas hindúes.

A finales de los años cincuenta, Bede Griffiths, un monje británico benedictino, estableció un centro religioso o ashram, basado en ideas hindúes en el sur de la India. Sus enseñanzas y técnicas de meditación combinan aspectos de la espiritualidad tanto india como cristiana.

Aun cuando hay una gran diversidad dentro de su religión, la mayor parte de los hindúes comparten un cuerpo central de creencias y aceptan senderos tradicionales para acercarse a la realidad última. También subrayan la importancia de esforzarse por llegar a la pureza y evitar la contaminación, y la práctica regular del culto, o puja, tanto en el hogar como en el templo.

La mayoría de los hindúes aceptan la autoridad de las antiguas escrituras conocidas como los Vedas; la cuádruple división social (varna), sancionada por la divinidad en la escritura Rig Veda; y los grupos ocupacionales –castas o jatis- que se desarrollaron más tarde. Creen que sus vidas están gobernadas por el samsara, un ciclo de nacimiento, muerte y renacimiento, y que el alma (atman) se reencarna hasta que gana la libertad (moksha).

El concepto de Rita –el poder que da al universo orden y ritmo, que controla el nacimiento, el crecimiento, la decadencia y la renovación-, descrito en los Vedas, se convierte en posteriores escrituras en Brahman.

El fin último de los hindúes es llegar al moksha, es decir, a la liberación personal del samsara. Esto puede conseguirse a través del dharma, mejor descrito en este contexto como el seguimiento de un código sagrado de conducta que supone efectuar determinados rituales (rezos, cultos) y actuar de un modo moral para con uno mismo, la familia y la sociedad. Además, los hindúes reconocen un número de sendas específicas que conducen a la liberación. Son principalmente tres: los senderos de la devoción, la acción y el conocimiento.

El sendero de la devoción (bhakti) no requiere la ayuda de un especialista, como un sacerdote o un gurú (un maestro espiritual), y es el modo más sencillo de experimentar la unión que existe entre el alma individual (atman) y el espíritu universal (Brahman). Supone la creencia y la rendición total a un dios o diosa personales, así como abrazar una fe incuestionable en Brahman. La meta final consiste en romper el ciclo del samsara y llegar a estar eternamente en presencia de Dios colocando a atman en Brahman.

El sendero de la acción (karma) requiere que los hindúes tengan los pensamientos y realicen las acciones desinteresadamente, para que los efectos consecuentes, tanto buenos como malos, no aten al atman a vidas sucesivas en cuerpos diferentes. La manera más simple de conseguir esto es tener una ocupación que sea útil tanto a la sociedad como al individuo. El sendero del conocimiento tiene que aprenderse de un gurú, que puede explicar a partir de las sagradas escrituras la naturaleza de Brahman, atman, el universo y el lugar de las personas en él. Una clara comprensión de esta antigua sabiduría tiene como resultado romper los lazos con el mundo material y lograr la liberación.

Otro modo de conducir el alma a la liberación es a través del yoga, que comprende un amplio número de disciplinas físicas y mentales usadas por los ascetas y otras personas como ayuda para la contemplación espiritual. El yoga es también muy conocido en Occidente, particularmente el Hatha Yoga, que busca conseguir el samadhi, un estado de supraconciencia a través de ocho fases de ejercicios físicos, y el Raja (“Real”) Yoga, que destaca la postura del cuerpo, el control de la respiración, la concentración y la meditación.

A un nivel más mundano, los hindúes conceden gran importancia a la pureza y a la contaminación, en términos tanto de limpieza física como de bienestar espiritual. Esto influye en los actos de culto en el hogar y en el templo, tanto como la posición social de un hindú, que depende de su ocupación y el grado en que se relaciona con los elementos contaminantes, como la sangre y la materia de desecho. También afecta a la preparación y consumo de los alimentos. La comida vegetariana es muy popular entre muchos hindúes, porque está libre de sangre, considerada como un elemento contaminante, mientras que la veneración hacia las vacas procede de la misma idea unida a la utilidad económica del animal.

Para los hindúes, el culto o puja, de una deidad en particular puede tener lugar en el templo o en
casa. En casa, el puja suele realizarse en la cocina, considerada como el sitio más puro del hogar. Lo dirige un miembro mayor de la familia, que ha de bañarse antes. Este puja doméstico comprende lavar y secar imágenes (murtis) de deidades y ofrecerles especias en polvo, amarillas y rojas, agua, granos de arroz, flores, comida, incienso y luz. El ritual arati se realiza entonces pasando una lamparilla (encendida con mantequilla) ante las imágenes, mientras se cantan versos sagrados de alabanza. La comida que se coloca ante las deidades se vuelve a recoger y se considera prasad, o “bendita ofrenda”.

El culto en el templo gira alrededor de la imagen consagrada de la deidad a la que está dedicado dicho templo. La imagen se sitúa en el altar interior, que es el lugar más sagrado del edificio. El puja diario consiste en hacer diversas ofrendas (upacharas), normalmente supervisadas por sacerdotes masculinos.

Cualquiera de los fieles que estén presentes en los puja de la mañana o de la tarde pueden obtener una visión de la imagen del dios (darshan) poniéndose en la puerta del altar. Tras el puja se realiza un elaborado arati: los sacerdotes sacan a la sala del templo una bandeja con lamparillas y alcanfor y los fieles reciben la luz arati y la bendición de la deidad. Entonces los sacerdotes hacen una reverencia ante la deidad y se distribuye prasad entre los fieles.

La muerte y los rituales que la rodean son otro elemento inseparable de las religiones de todo el mundo. Los hindúes creen que sólo muere el cuerpo, mientras que el espíritu o alma vive muchas veces en diferentes cuerpos hasta que se completa la moksha, la liberación del ciclo de nacimiento, muerte y reencarnación.

A las personas moribundas se les da agua, preferentemente del río sagrado Ganges, y se les anima a que pronuncien el nombre de Dios, normalmente “Ram Ram”, para que el alma pueda lograr la paz. Cuando una persona muere, su cadáver se lava y viste con nuevas ropas. Todos los parientes adultos entran en un estado de contaminación ritual durante diez días. Los hombres de la familia preparan una camilla de varas de bambú y, colocando en ella el cuerpo, lo cubren con una tela blanca nueva y flores rojas y lo amarran firmemente. El hijo mayor o el más joven, que lleva carbones ardiendo en una vasija de barro, camina ante el cadáver mientras lo conducen al terreno funerario cerca de un río de la zona.

Los hindúes queman a sus muertos, pero los niños muy pequeños y los sannyasins (los que han
renunciado al mundo) son enterrados. Cuando la pira está levantada y el cuerpo colocado en ella, el hijo lleva a cabo su deber religioso de encenderlo mientras el sacerdote canta mantras (versos sagrados) para santificar el fuego. Entonces, el hijo camina a su alrededor tres, cinco o siete veces, sosteniendo una antorcha encendida. A veces se practica un pequeño agujero en la vasija de barro, que luego se llena de agua. Mientras el hijo camina alrededor de la pira, el agua que gotea forma una línea que impide al alma que escape de vuelta a la tierra. Cuando el calor de la pira resquebraja el cráneo del cadáver, los deudos se bañan en el río y vuelven a casa, dejando que el personal del lugar de cremación apague la pira. Al tercer día después de la cremación se recogen las cenizas y el décimo día, o más tarde, se las lanza a un río sagrado.

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