
En estas fechas, con motivo del aniversario del devastador terremoto de Haití, se está volviendo a recuperar el discurso que conmina a todo el mundo libre a seguir mandando dinero a paladas a esta isla del Caribe, al tiempo que se dice -esto con menos énfasis- que los muchos millones de euros que ya han ido llegando a Haití no han servido para nada, que todo está igual que antes del terremoto. Quizá haga falta algo más de perspectiva histórica para entender por qué todos esos fondos no van a servir para nada, por muy doloroso que este pensamiento pueda resultar.
La historia de Haití es horrible, una sucesión ininterrumpida de sangre, brutalidad, guerras, masacres, líderes enloquecidos y corrupción. Es uno de esos agujeros oscuros de anarquía y desgracia, un matadero del que nadie quiere acordarse hasta que no queda más remedio, como en el caso de una guerra civil particularmente sangrienta -y eso, como veremos, es decir mucho en Haití- o una catástrofe natural. Entonces se mandan observadores, comisiones, cooperantes o, si procede, soldados; se dan una vuelta, tratan de echar una mano, se desesperan, gastan dinero a espuertas y, cuando está claro que no han conseguido nada, se largan mucho más silenciosamente de lo que llegaron. Y Haití vuelve a sumergirse en el olvido internacional.
Los haitianos tienen razones de sobra para estar cabreados con todo el mundo, incluso con ellos mismos. Basta rascar un poco en su historia para entender por qué en Haití todo está teñido con la violencia y el resentimiento. Siempre ha habido un grupo u otro, extranjeros en muchos casos, locales en los tiempos más recientes, haciendo papilla a los haitianos.
Ya era así cuando desembarcó Colón. La Española, la isla que comparten Haití y la República

Los españoles volvieron con más hombres y más armas y exterminaron a los caribes. Éstos

Y eso era importante, no sólo para los colonos, sino para Francia, que por entonces gobernaba toda la isla. Es importante recordar que en aquella época los europeos tenían su punto de mira en las Antillas. A principios del siglo XVIII, Norteamérica no les interesaba mucho; era sólo un enorme y frío despoblado donde no había oro y que no se prestaba a cultivos tropicales, que era

Así fue la vida para los haitianos negros durante muchísimo tiempo. Se entiende que estuvieran cabreados. Las revueltas empezaron pronto y ya nunca más pararon. No obstante, cabe decir que el rebelde comportamiento de los esclavos haitianos fue bastante inusual. Los esclavos de las posesiones británicas no se sublevaron mucho. Y tampoco hubo nunca una revuelta a gran escala en el sur de los Estados Unidos, ni siquiera cuando las tropas de la Unión estaban por allí cerca. Incluso entonces los esclavos obedecieron las órdenes de sus amos.
Y es que los franceses no siguieron las instrucciones del manual para esclavistas eficientes. En

Los mulatos eran esa clase 50% blancos -o 50% negros, según interesara-, que eran libres, podían enriquecerse, incluso recibir educación. Y los franceses los trataban un poco como seres semihumanos. Así las cosas, los mulatos empezaron a identificarse con los franceses, a tratar de ser como ellos… y a mosquearse cuando vieron que no les dejaban y que, mientras los franceses estuvieran allí, no podrían acceder al poder. Según les conviniera, a veces apoyaban a los franceses, otras a los esclavos... odiando a ambos al mismo tiempo.
De modo que hacia 1750, cuando se iniciaron las rebeliones, aquella pequeña isla era un batiburrillo de gente loca que hervía de resentimiento y odio hacia todos los demás. En la selva tenemos esclavos fugados que siguen hablando en sus lenguas africanas, haciendo vudú y

Naturalmente, la cosa explotó. La primera gran revuelta se produjo en 1751. Incitados por un hechicero vudú, los esclavos de la selva atacaron los poblados. Los esclavos de las plantaciones se apuntaron a la revuelta y seis mil personas murieron antes de que los franceses capturaran al hechicero y lo quemaran en la pira. Lo que salvó a los franceses fue que, esta vez, los mulatos se pusieron de su parte. Les gustaban tan poco estos locos guerrilleros negros como a los franceses. Los mulatos aspiraban a algo más refinado y los negros, ya fueran esclavos o huidos, eran un recordatorio de sus propios orígenes.
Las cosas se calmaron durante un tiempo y se volvió a la normalidad. Normalidad a la haitiana, claro; esto es, la esclavitud, los latigazos hasta la muerte, la caña de azúcar y el saqueo de poblados por parte de los esclavos huidos. Y entonces vino la Revolución Francesa. El tsunami político y social que se originó no sólo afectó a toda Europa, sino a las colonias francesas a muchos miles de kilómetros de distancia. De repente, los radicales de París decretan que todo mulato que posea tierras puede votar y ser ciudadano. Los colonos franceses en Haití, como se podía esperar, dicen que ni hablar.
Y ahora son los mulatos los que se sublevan, en 1790. Y lo más gracioso es que esta vez los esclavos negros les devuelven la pelota a sus más claritos ex amigos y se alían con los franceses para aplastar la rebelión mulata. Luego, en 1791, un año después de ayudar a los franceses a poner fin a la revuelta de los mulatos, los negros empezaron otra por su cuenta. De gran envergadura, con media docena de brillantes jefes guerrilleros, algunos gente noble como

Entonces hicieron acto de presencia los buitres que esperaban aprovecharse del caos reinante: españoles y británicos desembarcaron en la isla y se la repartieron. Para entonces todos mataban a todos. Había incluso esclavos negros que peleaban por restaurar la monarquía francesa. Toussaint, el más listo de los líderes rebeldes, decidió que Haití saldría mejor parado haciendo un trato con los radicales de París que con los españoles y los británicos. Se unió a las fuerzas francesas, echó a españoles e ingreses y venció a los mulatos comandados por Rigaud. Toussaint estuvo al mando hasta que Napoleón llegó al poder.
El emperador tenía planes para la isla. Y además le sobraba un cuñado, Charles LeClerc, al que estaba harto de ver en la sede del gobierno en París. Fue la vieja historia: el jefe envía al inútil de su cuñado a una lejana misión y así lo pierde de vista. LeClerc desembarcó en Haití en 1802 con 20.000 hombres. Toussaint, que era sin duda el tipo más noble en todo este lío, se rindió para evitar otra masacre. Los franceses le hicieron muchas promesas, domesticaron a la población en un visto y no visto y enviaron a Toussaint encadenado a Francia, donde murió un par de años más tarde en una gélida mazmorra. En 1803, tan sólo un año después de que los franceses engañaran y capturaran a Toussaint, Haití consiguió la independencia. El ejército de LeClerc

Y si se puede pensar -con razón- que la historia de Haití hasta aquí es poco ejemplarizante, lo que vino a continuación fue aún peor.
A comienzos del siglo XX, la situación volvía a estar de lo más caliente en Haití. En 1912, el


Pero la gente no estaba contenta. Para empezar, los soldados norteamericanos blancos no discriminaban, como esperaba la “élite haitiana”, entre una “clase superior” mulata, que hablaba francés y estaba por encima de los “negros”, de los campesinos africanos puros que hablaban criollo y que hacían todo el trabajo. Naturalmente, estos mulatos esperaban colaborar con los extranjeros blancos para mantener a los negros en el peldaño más bajo, y clamaron al cielo cuando los marines dejaron claro que para ellos en Haití todo el mundo era negro.
Los marines se marcharon en 1934. Un lameculos llamado Vincent subió al poder, se inventó una

Pero a nadie le importaron todos aquellos haitianos muertos. El mundo ni se enteró, preocupado como estaba por los sucesos de Europa. De todos modos, y para decirlo de manera más cruda, a nadie le ha importado nunca lo que pueda pasarles a esos pobres haitianos. Estados Unidos exigió a Trujillo que pagara indemnizaciones y éste regateó hasta dejarlo en medio millón de dólares, lo que haciendo cálculos sale a 25 dólares por cabeza cortada.
(Continúa en la siguiente entrada...)
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