Los Polo estuvieron aproximadamente 17 años en China. Cada vez que la familia manifestaba su intención de volver a casa, Kublai encontraba una excusa para retenerlos. Finalmente, en 1292 (1290 según otras fuentes), el emperador accedió a dejarlos partir, no sin antes encomendarles una última misión: escoltar a una joven princesa china, Cocacin, hasta Persia, donde iba a contraer matrimonio con el primer mandatario del país.
La ruta terrestre estaba bloqueada debido a conflictos y guerras internas, por lo que el viaje se realizaría por mar. La flota con la que contaron constaba de 14 navíos más grandes que cualquier otro que Marco hubiese visto antes. Los barcos venecianos a los que estaban acostumbrados los Polo eran naves sólidas pero pequeñas, diseñadas para las tranquilas aguas del Mediterráneo y el mar Negro. Estos, sin embargo, eran grandes juncos preparados para surcar los océanos, cuyas bodegas tenían capacidad para almacenar no sólo provisiones para dos años, sino todo lo que los Polo habían ido acumulando durante su larga estancia en China. Y esto no era poco importante. Si hubieran viajado por tierra, habrían perdido la mayor parte de su cargamento en concepto de impuestos regionales, chantajes y sobornos. Ahora tenían un pasaje para Persia que les permitiría evitar esos gravámenes y por el que no tendrían que pagar nada.
Así, cargados con sus mercancías, la princesa Cocacin y otra princesa de reserva para el caso de la que la primera muriera, la flota zarpó hacia Persia. Como era entonces práctica universal, navegaban cerca de la costa, lo que permitió a Polo añadir toques exóticos a su diario. Describió las costas de Sri Lanka, India y Arabia y pretendió haber estado también en Zanzíbar y Madagascar que, dijo, estaba al fin del mundo. Informó también de un par de extrañas islas en el océano Índico, una de las cuales estaba habitada por hombres, la otra por mujeres; ambas poblaciones se juntaban entre marzo y mayo para procrear y después de separaban de nuevo. Los niños eran criados en la isla femenina hasta que cumplían 14 años, momento en el cual eran separados según su sexo.
Por alguna razón –piratería, enfermedad, guerras locales o naufragios- la flota perdió 540 hombres y varios navíos durante el viaje. Pero los Polo estuvieron entre los supervivientes y al final consiguieron arribar a Ormuz, donde se encontraron con el mismo nefasto lugar que a la ida, dos décadas antes. Habían esperado entregar a la princesa y volver a partir rápidamente para Venecia, pero se encontraron con otro problema. El kan había muerto durante su viaje, y su sucesor no quería princesas chinas. Les dijo a los Polo que le llevaran a Cocacin a su hijo, que entonces se encontraba en la frontera norte. Así que, otra vez por tierra, allá fueron los venecianos. Los Polo asistieron a las fiestas nupciales y luego se dirigieron hacia el mar Negro y Constantinopla. Al pasar por Trebisonda fueron asaltados y despojados de buena parte de sus pertenencias. Finalmente, en 1295, llegaron a Venecia. Habían estado 24 largos años fuera y cuando les preguntaron dónde habían estado, dijeron que en China.
El erudito Giambattista Ramusio recogió en el siglo XVI una leyenda veneciana según la cual los tres Polo habían sido dados por muertos por sus parientes debido a la larga ausencia. Cuando llamaron a la puerta de su casa vestían harapos y ropas tártaras, hablaban con acento extraño y estaban irreconocibles, pero consiguieron que les creyeran con otro gesto teatral: rasgaron el forro de sus abrigos y de ellos brotaron rubíes, brillantes y esmeraldas.
Marco había salido por la puerta de casa siendo un chico de 17 años y volvía convertido en un hombre de 41, pero sus aventuras no habían terminado. Al poco se vio afectado por el conflicto que enfrentaba a su ciudad con Génova, otro emporio comercial italiano, y fue hecho prisionero durante las hostilidades. Algunas fuentes señalan que armó una galera y fue apresado durante la batalla de Cúrcola, pero este dato no es seguro, de manera que lo más probable es que fuera capturado en un encuentro entre mercaderes armados. Sea como fuera, la cuestión es que Marco Polo fue a dar con sus huesos a una prisión genovesa, donde tuvo otro encuentro que cambiaría su vida.
Compartió celda y penalidades con un pisano de aficiones literarias. Se llamaba este hombre Rusticello y bien poco sabemos de él, pues no se tienen por ciertas ni la fecha de su nacimiento ni la de su muerte. El tal Rusticello compilo en francés una obra llamada “Meliandus y Giron le Courtois”, muy apreciada entonces entre el público y que abrió las puertas de la leyenda del rey Arturo a los lectores italianos. Se sabe de él que era notario, que estuvo en la corte de Enrique III de Inglaterra y que a consecuencia de la batalla de Maloria (1284) fue a dar con sus huesos a una cárcel genovesa, donde coincidió con el veneciano. Rusticello ha pasado a la historia por una especialidad que dentro del oficio de las letras no está demasiado bien vista: era un negro, ese que escribe por otro. Marco Polo, en las largas horas de reclusión, contó a su compañero de desdichas sus peripecias, y éste, como buen autor de “best sellers” de la época, lo convirtió en un texto épico que, a entender de no pocos eruditos, adornó a su gusto en las escenas bélicas y recreándose en episodios caballerescos, tan solicitados por los lectores de esos tiempos. Su título completo fue “El Libro de Marco Polo, ciudadano de Venecia, llamado Millón, donde se cuentan las maravillas del mundo”; pero de forma más reducida también se conoce como “El Libro de las Maravillas” o “El Millón”.
El “Libro de las Maravillas” es una obra trascendental. Describe todas las regiones que recorrió Marco Polo y aporta abundante información sobre todas las peculiaridades que le sorprenden de ellas: política, ejército, agricultura, economía, administración y hasta prácticas sexuales. Asimismo, se ocupa de todas las confesiones religiosas con las que se topa: maniqueos, budistas o nestorianos. También se refiere a todos los países vecinos de la China de Kublai, y es el primer occidental en describir Siam, Japón, Java, Cochinchina, Ceilán, India o Tíbet. Para la Europa del Medioevo, la obra de Marco Polo supuso la primera toma de contacto con la auténtica Catay.
Visto su estilo y contenido, puede decirse que El Libro de las Maravillas no es solamente un texto de viajes, sino que parece el legado de un periodista que abre sus ojos ante un mundo desconocido, es un maravilloso fresco de todas aquellas tierras y pueblos que conoce en su travesía y lo ofrece a aquellos a quien puede interesar, tal como se deduce del inicio del texto redactado por Rusticello en prisión: “Señores, emperadores y reyes, duques y marqueses, condes, caballeros y burgueses, y todos aquellos que queráis conocer las diferentes razas de hombres y la variedad de las diversas regiones del mundo, e informaros de sus usos y costumbres…”.
Aunque el relato es una de las grandes obras de la literatura, por desgracia, el manuscrito original se ha perdido. Algo sí tienen claro los críticos: es un libro que se ha ido haciendo mayor a medida que iba siendo traducido y revisado por los que abordaban su tratamiento con posterioridad al dúo compuesto por el veneciano y el pisano.
Todos los estudiosos aceptan que el núcleo de la información que facilita Marco Polo es fidedigno, aunque sea exagerado. Por ejemplo, nos acerca la leyenda de la secta de los Asesinos y de su líder, el Viejo de la Montaña, y se recrea en aquellos aspectos que pueden ser de utilidad a su oficio de mercader, como las especias exóticas, el petróleo de Armenia o las piedras preciosas, y redacta como un hombre que asiste estupefacto al descubrimiento de un mundo que hasta entonces ha permanecido oculto a los ojos de su gente.
El éxito editorial fue impresionante. Ya hemos citado a Ramusio, quien dos siglos después estudió la figura del viajero. Este erudito asegura que, a los pocos meses de la aparición del texto, toda Italia hablaba de él. En los siguientes 25 años el libro fue traducido al francés, al toscano y posiblemente al alemán. El dominico fray Pepino lo trasladó al latín, trabajo que aprovechó para arremeter contra el Islam y Mahoma siempre que pudo. En 1503 apareció la primera versión en castellano, que debemos a Rodrigo de Santaella.
Ahora bien, que le acompañara el éxito no quiere decir que la figura de Marco Polo y todas sus aventuras no hayan sido puestas en tela de juicio. Es más, no falta quien le define de forma muy poco cariñosa: como un espectacular farsante. En el siglo XVIII salió a la luz por vez primera la tesis de que ni él ni su padre ni su tío hubieran estado jamás en China: eran unos mentirosos y unos charlatanes. Otro dato se presenta como cargo contra Marco: que su libro se conociera en su tiempo como El Millón. También aquí hay dos argumentos contrapuestos. Uno, que en los últimos años de su vida, la familia compró una residencia en Venecia que había pertenecido a una saga de mercaderes llamada Villone, y que de alguna manera adoptaron este apellido del que se deriva una corrupción, “millione”. Otro, desfavorable, es que desde el primer momento se consideró que su narración era una exageración tras otra, y que se citaba mucho cifras de millones, que era algo absolutamente inusual y desorbitado en la época. Por ello, este título era una sátira del contenido.
La hipótesis del fraude persiste en nuestros días y hay un hecho sustancial que apoyaría tal acusación: la presencia de unos occidentales en los círculos de poder de Kublai Kan hubo de ser un acontecimiento notable y extraordinario en la China del siglo XIII, que tuvo que quedar registrado en alguna parte. Pues bien, en las fuentes chinas no hay ni rastro de los Polo, algo bastante inexplicable.
En el siglo XX nuevos expertos se han unido a este debate. Herber Franke ha señalado que la presencia de Marco en la corte del kan es un problema que no está resuelto. En 1999, Frances Wood, directora del departamento chino de la Biblioteca Británica publicó un libro donde recogía sus estudios en torno al viajero y en el que abiertamente cuestionaba la veracidad del relato del veneciano. No se puede negar que la disección a que ha sido sometido “El libro de las Maravillas” arroja algunas sombras. Una de ellas es la citada del vacío que hay en torno a su figura en las fuentes chinas; otra es que su texto adolece de conocimientos de las costumbres del país donde dijo residir. Pero las principales dudas se suscitan en torno a dos episodios que se relatan en el volumen y que vale la pena describir.
El primero es que Marco Polo se nos presenta como gobernador de Yangzhou durante tres años. Ésta no era una ciudad cualquiera, pues el ámbito de su dominio administrativo era muy amplio. Pues bien, los anales chinos de los mandatarios de este territorio son muy completos y en ellos no figura extranjero alguno ni ningún nombre que se pueda asimilar a Polo. Y el segundo es que se presenta como uno de los ingenieros militares importantes de la toma de Saianfú, la última urbe del Imperio Song que se rindió a Kublai y que está a orillas del río Han. Ahí, Marco, su padre y su tío supervisaron la construcción de las catapultas que colaboraron a derribar la resistencia de los ejércitos del kan. Tal aseveración presenta problemas insalvables. La principal es que la batalla tiene fecha: 1273. Es decir, dos años antes de que los Polo aparecieran en China. O sea, que mientras Kublai acababa con sus enemigos, los Polo estaban camino de su corte, no en su corte. La segunda es que fuentes persas nos han legado el nombre de los encargados de las catapultas, y eran grupos familiares que procedían de Baalbek y Damasco.
Otra duda que se presenta a los detractores de Marco es el idioma, lo que suscita una curiosa dificultad. Hay autores que afirman que Marco hablaba chino, pero la mayoría opina que no. De hecho, usa nombres persas para los datos geográficos. Él mismo presumió de manejarse en cuatro lenguas, pero nunca especificó cuáles. Biógrafos del aventurero creen que se defendía en uigur, mongol y persa, lo cual no es moco de pavo. Pero de chino, ni palabra. ¿Cómo se relacionaba entonces con Kublai, él que era un funcionario tan principal? En la vida real, cuando vas a un país que no es el tuyo y no hablas el idioma, estas perdido.
Frances Wood y otros opinan que, en realidad, Marco Polo y sus familiares no pasaron nunca del mar Negro y Constantinopla, y que lo único que hizo fue recopilar lo que le contaban mercaderes árabes y lo que consiguió averiguar de fuentes persas, en especial de los libros escritos por Rasid od Din. Persa de nacimiento, judío de origen pero convertido al Islam, Rasid fue un verdadero erudito. Escribió una colección de relatos en los que describió a todos los pueblos que tuvieron relación con la expansión mongola, incluyendo también a los francos, los cristianos de Occidente, lo que lo convierte en una fuente imprescindible para conocer cuál era la visión oriental sobre los europeos.
Pero veamos ahora la cuestión desde otra perspectiva: si Marco Polo no pisó China, ¿dónde estuvo? Tan difícil es aceptar la verdad íntegra de su peripecia como imaginarlo 24 años escondido en las tabernas de Constantinopla o en las factorías del mar Negro tomando notas de lo que le contaban. Tanto en uno como en otro lugar había otros mercaderes que hubieran denunciado el fraude. Además, hay intelectuales chinos que han aceptado que sí pasó por su país, como Li Tse-Fen o el profesor Dan Baohai, de la Universidad de Pekín. Así que, tal vez, nos deberemos quedar en una postura intermedia: Marco Polo no fue un farsante, pero sí un vanidoso, un presumido. A lo mejor sí estuvo en China, pero es posible que jamás fuera tan amigo de Kublai, ni gobernador de Yangzhou. Tse-fen apuesta porque fue un funcionario intermedio para el control del comercio de la sal, algo que conocía bien ya que era una ocupación propia de muchos empresarios venecianos.
En 1299, probablemente en el mes de junio, los genoveses liberaron a Marco Polo, que regresó a su Venecia natal, de donde ya no se movería. Disfrutó de una notable fama, pero llevó una vida monótona, lejos del exotismo que pregonaba haber conocido. La familia compró una residencia en la isla de Rialto (que se quemó en un incendio en 1596). Se acomodó a la existencia de propietario de fortuna media y tuvo problemas económicos con sus primos, a los que excluyó de su legado. Se casó con Donata Badoer y tuvo tres hijas: Cantina, Bellola y Moreta, que se contrajeron matrimonio con patricios menores. El 9 de enero de 1324 hizo testamento, en el que hacía donaciones a la Iglesia para que socorriera a los pobres y dejó sus pertenencias a sus hijas. Entre ellas había dos cosas que daban fe de su paso por la corte del kan: una joya de oro de piedras y perlas y la tabilla del mismo metal concedida por Kublai que servía de salvoconducto por las tierras del emperador..
Farsante o sincero, fabulador o notario de lo que vio, Marco Polo dejó su huella en la historia. Su libro influyó en las nociones geográficas de su tiempo, como en el Atlas Catalán, editado en 1375. Dos siglos después de su muerte, el relato de Marco Polo era aún la mejor herramienta disponible para el conocimiento de China y los países de los que habló. Un lector compulsivo de su texto fue otro viajero trascendental, Cristóbal Colón.
Hoy en día es difícil encontrar a alguien que no sepa quién es Marco Polo y es tan fuerte su magnetismo que ha eclipsado a todos aquellos que emprendieron su ruta antes que él, incluso a su padre Nicolás y su tío Mateo, a los que sólo se menciona para citar su leyenda. Y acaso ya no importe si a la postre estuvo en China o hizo todo lo que cuenta, porque el mérito no es ser el primero, sino contarlo. La historia también es propaganda.
El domingo 8 de enero de 1324, Marco Polo dejó este mundo que él había hecho más grande. Fue enterrado junto a su padre, en San Lorenzo. Tenía 69 años, y un tercio de ellos estuvo empeñado en aventuras que son, todavía hoy, la envidia de cualquier persona hambrienta de conocimiento. Cuenta la leyenda que en sus últimas horas sus amigos le instaron a retractarse de sus fábulas, para no reunirse con el Creador adornado con la mentira. Y que él respondió: “No he descrito ni la mitad de lo que vi”.
La ruta terrestre estaba bloqueada debido a conflictos y guerras internas, por lo que el viaje se realizaría por mar. La flota con la que contaron constaba de 14 navíos más grandes que cualquier otro que Marco hubiese visto antes. Los barcos venecianos a los que estaban acostumbrados los Polo eran naves sólidas pero pequeñas, diseñadas para las tranquilas aguas del Mediterráneo y el mar Negro. Estos, sin embargo, eran grandes juncos preparados para surcar los océanos, cuyas bodegas tenían capacidad para almacenar no sólo provisiones para dos años, sino todo lo que los Polo habían ido acumulando durante su larga estancia en China. Y esto no era poco importante. Si hubieran viajado por tierra, habrían perdido la mayor parte de su cargamento en concepto de impuestos regionales, chantajes y sobornos. Ahora tenían un pasaje para Persia que les permitiría evitar esos gravámenes y por el que no tendrían que pagar nada.
Así, cargados con sus mercancías, la princesa Cocacin y otra princesa de reserva para el caso de la que la primera muriera, la flota zarpó hacia Persia. Como era entonces práctica universal, navegaban cerca de la costa, lo que permitió a Polo añadir toques exóticos a su diario. Describió las costas de Sri Lanka, India y Arabia y pretendió haber estado también en Zanzíbar y Madagascar que, dijo, estaba al fin del mundo. Informó también de un par de extrañas islas en el océano Índico, una de las cuales estaba habitada por hombres, la otra por mujeres; ambas poblaciones se juntaban entre marzo y mayo para procrear y después de separaban de nuevo. Los niños eran criados en la isla femenina hasta que cumplían 14 años, momento en el cual eran separados según su sexo.
Por alguna razón –piratería, enfermedad, guerras locales o naufragios- la flota perdió 540 hombres y varios navíos durante el viaje. Pero los Polo estuvieron entre los supervivientes y al final consiguieron arribar a Ormuz, donde se encontraron con el mismo nefasto lugar que a la ida, dos décadas antes. Habían esperado entregar a la princesa y volver a partir rápidamente para Venecia, pero se encontraron con otro problema. El kan había muerto durante su viaje, y su sucesor no quería princesas chinas. Les dijo a los Polo que le llevaran a Cocacin a su hijo, que entonces se encontraba en la frontera norte. Así que, otra vez por tierra, allá fueron los venecianos. Los Polo asistieron a las fiestas nupciales y luego se dirigieron hacia el mar Negro y Constantinopla. Al pasar por Trebisonda fueron asaltados y despojados de buena parte de sus pertenencias. Finalmente, en 1295, llegaron a Venecia. Habían estado 24 largos años fuera y cuando les preguntaron dónde habían estado, dijeron que en China.
El erudito Giambattista Ramusio recogió en el siglo XVI una leyenda veneciana según la cual los tres Polo habían sido dados por muertos por sus parientes debido a la larga ausencia. Cuando llamaron a la puerta de su casa vestían harapos y ropas tártaras, hablaban con acento extraño y estaban irreconocibles, pero consiguieron que les creyeran con otro gesto teatral: rasgaron el forro de sus abrigos y de ellos brotaron rubíes, brillantes y esmeraldas.
Marco había salido por la puerta de casa siendo un chico de 17 años y volvía convertido en un hombre de 41, pero sus aventuras no habían terminado. Al poco se vio afectado por el conflicto que enfrentaba a su ciudad con Génova, otro emporio comercial italiano, y fue hecho prisionero durante las hostilidades. Algunas fuentes señalan que armó una galera y fue apresado durante la batalla de Cúrcola, pero este dato no es seguro, de manera que lo más probable es que fuera capturado en un encuentro entre mercaderes armados. Sea como fuera, la cuestión es que Marco Polo fue a dar con sus huesos a una prisión genovesa, donde tuvo otro encuentro que cambiaría su vida.
Compartió celda y penalidades con un pisano de aficiones literarias. Se llamaba este hombre Rusticello y bien poco sabemos de él, pues no se tienen por ciertas ni la fecha de su nacimiento ni la de su muerte. El tal Rusticello compilo en francés una obra llamada “Meliandus y Giron le Courtois”, muy apreciada entonces entre el público y que abrió las puertas de la leyenda del rey Arturo a los lectores italianos. Se sabe de él que era notario, que estuvo en la corte de Enrique III de Inglaterra y que a consecuencia de la batalla de Maloria (1284) fue a dar con sus huesos a una cárcel genovesa, donde coincidió con el veneciano. Rusticello ha pasado a la historia por una especialidad que dentro del oficio de las letras no está demasiado bien vista: era un negro, ese que escribe por otro. Marco Polo, en las largas horas de reclusión, contó a su compañero de desdichas sus peripecias, y éste, como buen autor de “best sellers” de la época, lo convirtió en un texto épico que, a entender de no pocos eruditos, adornó a su gusto en las escenas bélicas y recreándose en episodios caballerescos, tan solicitados por los lectores de esos tiempos. Su título completo fue “El Libro de Marco Polo, ciudadano de Venecia, llamado Millón, donde se cuentan las maravillas del mundo”; pero de forma más reducida también se conoce como “El Libro de las Maravillas” o “El Millón”.
El “Libro de las Maravillas” es una obra trascendental. Describe todas las regiones que recorrió Marco Polo y aporta abundante información sobre todas las peculiaridades que le sorprenden de ellas: política, ejército, agricultura, economía, administración y hasta prácticas sexuales. Asimismo, se ocupa de todas las confesiones religiosas con las que se topa: maniqueos, budistas o nestorianos. También se refiere a todos los países vecinos de la China de Kublai, y es el primer occidental en describir Siam, Japón, Java, Cochinchina, Ceilán, India o Tíbet. Para la Europa del Medioevo, la obra de Marco Polo supuso la primera toma de contacto con la auténtica Catay.
Visto su estilo y contenido, puede decirse que El Libro de las Maravillas no es solamente un texto de viajes, sino que parece el legado de un periodista que abre sus ojos ante un mundo desconocido, es un maravilloso fresco de todas aquellas tierras y pueblos que conoce en su travesía y lo ofrece a aquellos a quien puede interesar, tal como se deduce del inicio del texto redactado por Rusticello en prisión: “Señores, emperadores y reyes, duques y marqueses, condes, caballeros y burgueses, y todos aquellos que queráis conocer las diferentes razas de hombres y la variedad de las diversas regiones del mundo, e informaros de sus usos y costumbres…”.
Aunque el relato es una de las grandes obras de la literatura, por desgracia, el manuscrito original se ha perdido. Algo sí tienen claro los críticos: es un libro que se ha ido haciendo mayor a medida que iba siendo traducido y revisado por los que abordaban su tratamiento con posterioridad al dúo compuesto por el veneciano y el pisano.
Todos los estudiosos aceptan que el núcleo de la información que facilita Marco Polo es fidedigno, aunque sea exagerado. Por ejemplo, nos acerca la leyenda de la secta de los Asesinos y de su líder, el Viejo de la Montaña, y se recrea en aquellos aspectos que pueden ser de utilidad a su oficio de mercader, como las especias exóticas, el petróleo de Armenia o las piedras preciosas, y redacta como un hombre que asiste estupefacto al descubrimiento de un mundo que hasta entonces ha permanecido oculto a los ojos de su gente.
El éxito editorial fue impresionante. Ya hemos citado a Ramusio, quien dos siglos después estudió la figura del viajero. Este erudito asegura que, a los pocos meses de la aparición del texto, toda Italia hablaba de él. En los siguientes 25 años el libro fue traducido al francés, al toscano y posiblemente al alemán. El dominico fray Pepino lo trasladó al latín, trabajo que aprovechó para arremeter contra el Islam y Mahoma siempre que pudo. En 1503 apareció la primera versión en castellano, que debemos a Rodrigo de Santaella.
Ahora bien, que le acompañara el éxito no quiere decir que la figura de Marco Polo y todas sus aventuras no hayan sido puestas en tela de juicio. Es más, no falta quien le define de forma muy poco cariñosa: como un espectacular farsante. En el siglo XVIII salió a la luz por vez primera la tesis de que ni él ni su padre ni su tío hubieran estado jamás en China: eran unos mentirosos y unos charlatanes. Otro dato se presenta como cargo contra Marco: que su libro se conociera en su tiempo como El Millón. También aquí hay dos argumentos contrapuestos. Uno, que en los últimos años de su vida, la familia compró una residencia en Venecia que había pertenecido a una saga de mercaderes llamada Villone, y que de alguna manera adoptaron este apellido del que se deriva una corrupción, “millione”. Otro, desfavorable, es que desde el primer momento se consideró que su narración era una exageración tras otra, y que se citaba mucho cifras de millones, que era algo absolutamente inusual y desorbitado en la época. Por ello, este título era una sátira del contenido.
La hipótesis del fraude persiste en nuestros días y hay un hecho sustancial que apoyaría tal acusación: la presencia de unos occidentales en los círculos de poder de Kublai Kan hubo de ser un acontecimiento notable y extraordinario en la China del siglo XIII, que tuvo que quedar registrado en alguna parte. Pues bien, en las fuentes chinas no hay ni rastro de los Polo, algo bastante inexplicable.
En el siglo XX nuevos expertos se han unido a este debate. Herber Franke ha señalado que la presencia de Marco en la corte del kan es un problema que no está resuelto. En 1999, Frances Wood, directora del departamento chino de la Biblioteca Británica publicó un libro donde recogía sus estudios en torno al viajero y en el que abiertamente cuestionaba la veracidad del relato del veneciano. No se puede negar que la disección a que ha sido sometido “El libro de las Maravillas” arroja algunas sombras. Una de ellas es la citada del vacío que hay en torno a su figura en las fuentes chinas; otra es que su texto adolece de conocimientos de las costumbres del país donde dijo residir. Pero las principales dudas se suscitan en torno a dos episodios que se relatan en el volumen y que vale la pena describir.
El primero es que Marco Polo se nos presenta como gobernador de Yangzhou durante tres años. Ésta no era una ciudad cualquiera, pues el ámbito de su dominio administrativo era muy amplio. Pues bien, los anales chinos de los mandatarios de este territorio son muy completos y en ellos no figura extranjero alguno ni ningún nombre que se pueda asimilar a Polo. Y el segundo es que se presenta como uno de los ingenieros militares importantes de la toma de Saianfú, la última urbe del Imperio Song que se rindió a Kublai y que está a orillas del río Han. Ahí, Marco, su padre y su tío supervisaron la construcción de las catapultas que colaboraron a derribar la resistencia de los ejércitos del kan. Tal aseveración presenta problemas insalvables. La principal es que la batalla tiene fecha: 1273. Es decir, dos años antes de que los Polo aparecieran en China. O sea, que mientras Kublai acababa con sus enemigos, los Polo estaban camino de su corte, no en su corte. La segunda es que fuentes persas nos han legado el nombre de los encargados de las catapultas, y eran grupos familiares que procedían de Baalbek y Damasco.
Otra duda que se presenta a los detractores de Marco es el idioma, lo que suscita una curiosa dificultad. Hay autores que afirman que Marco hablaba chino, pero la mayoría opina que no. De hecho, usa nombres persas para los datos geográficos. Él mismo presumió de manejarse en cuatro lenguas, pero nunca especificó cuáles. Biógrafos del aventurero creen que se defendía en uigur, mongol y persa, lo cual no es moco de pavo. Pero de chino, ni palabra. ¿Cómo se relacionaba entonces con Kublai, él que era un funcionario tan principal? En la vida real, cuando vas a un país que no es el tuyo y no hablas el idioma, estas perdido.
Frances Wood y otros opinan que, en realidad, Marco Polo y sus familiares no pasaron nunca del mar Negro y Constantinopla, y que lo único que hizo fue recopilar lo que le contaban mercaderes árabes y lo que consiguió averiguar de fuentes persas, en especial de los libros escritos por Rasid od Din. Persa de nacimiento, judío de origen pero convertido al Islam, Rasid fue un verdadero erudito. Escribió una colección de relatos en los que describió a todos los pueblos que tuvieron relación con la expansión mongola, incluyendo también a los francos, los cristianos de Occidente, lo que lo convierte en una fuente imprescindible para conocer cuál era la visión oriental sobre los europeos.
Pero veamos ahora la cuestión desde otra perspectiva: si Marco Polo no pisó China, ¿dónde estuvo? Tan difícil es aceptar la verdad íntegra de su peripecia como imaginarlo 24 años escondido en las tabernas de Constantinopla o en las factorías del mar Negro tomando notas de lo que le contaban. Tanto en uno como en otro lugar había otros mercaderes que hubieran denunciado el fraude. Además, hay intelectuales chinos que han aceptado que sí pasó por su país, como Li Tse-Fen o el profesor Dan Baohai, de la Universidad de Pekín. Así que, tal vez, nos deberemos quedar en una postura intermedia: Marco Polo no fue un farsante, pero sí un vanidoso, un presumido. A lo mejor sí estuvo en China, pero es posible que jamás fuera tan amigo de Kublai, ni gobernador de Yangzhou. Tse-fen apuesta porque fue un funcionario intermedio para el control del comercio de la sal, algo que conocía bien ya que era una ocupación propia de muchos empresarios venecianos.
En 1299, probablemente en el mes de junio, los genoveses liberaron a Marco Polo, que regresó a su Venecia natal, de donde ya no se movería. Disfrutó de una notable fama, pero llevó una vida monótona, lejos del exotismo que pregonaba haber conocido. La familia compró una residencia en la isla de Rialto (que se quemó en un incendio en 1596). Se acomodó a la existencia de propietario de fortuna media y tuvo problemas económicos con sus primos, a los que excluyó de su legado. Se casó con Donata Badoer y tuvo tres hijas: Cantina, Bellola y Moreta, que se contrajeron matrimonio con patricios menores. El 9 de enero de 1324 hizo testamento, en el que hacía donaciones a la Iglesia para que socorriera a los pobres y dejó sus pertenencias a sus hijas. Entre ellas había dos cosas que daban fe de su paso por la corte del kan: una joya de oro de piedras y perlas y la tabilla del mismo metal concedida por Kublai que servía de salvoconducto por las tierras del emperador..
Farsante o sincero, fabulador o notario de lo que vio, Marco Polo dejó su huella en la historia. Su libro influyó en las nociones geográficas de su tiempo, como en el Atlas Catalán, editado en 1375. Dos siglos después de su muerte, el relato de Marco Polo era aún la mejor herramienta disponible para el conocimiento de China y los países de los que habló. Un lector compulsivo de su texto fue otro viajero trascendental, Cristóbal Colón.
Hoy en día es difícil encontrar a alguien que no sepa quién es Marco Polo y es tan fuerte su magnetismo que ha eclipsado a todos aquellos que emprendieron su ruta antes que él, incluso a su padre Nicolás y su tío Mateo, a los que sólo se menciona para citar su leyenda. Y acaso ya no importe si a la postre estuvo en China o hizo todo lo que cuenta, porque el mérito no es ser el primero, sino contarlo. La historia también es propaganda.
El domingo 8 de enero de 1324, Marco Polo dejó este mundo que él había hecho más grande. Fue enterrado junto a su padre, en San Lorenzo. Tenía 69 años, y un tercio de ellos estuvo empeñado en aventuras que son, todavía hoy, la envidia de cualquier persona hambrienta de conocimiento. Cuenta la leyenda que en sus últimas horas sus amigos le instaron a retractarse de sus fábulas, para no reunirse con el Creador adornado con la mentira. Y que él respondió: “No he descrito ni la mitad de lo que vi”.
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