Cuando introducimos una tarjeta bancaria en un cajero automático, una cabeza electromagnética revisa la banda oscura del reverso de la tarjeta. Dicha banda tiene tres pistas en las que hay grabadas hasta 226 letras o números. Una pista contiene el número de cuenta, otra el límite de disposición en efectivo y la tercera verifica que el número de identificación personal sea el correcto.
Si marcamos correctamente en el teclado el número de identificación, el dispensador, que está conectado al ordenador central del banco, revisa si no se ha excedido el límite de crédito y que la tarjeta no haya sido dada como perdida, robada o cancelada. Si todo está en orden, el dispensador resta la cantidad solicitada al saldo inicial y anota el saldo nuevo antes de expedir el dinero.
Si marcamos correctamente en el teclado el número de identificación, el dispensador, que está conectado al ordenador central del banco, revisa si no se ha excedido el límite de crédito y que la tarjeta no haya sido dada como perdida, robada o cancelada. Si todo está en orden, el dispensador resta la cantidad solicitada al saldo inicial y anota el saldo nuevo antes de expedir el dinero.
Las tarjetas de crédito, por otro lado, llevan el nombre del titular, el número de cuenta y la fecha de expiración. Cuando se coloca la tarjeta en la máquina (TPV) del establecimiento donde estamos realizando la compra, los datos pasan al ordenador del banco o de la compañía otorgante del crédito (VISA, Mastercard, American Express…) y en unos segundos se verifica que la tarjeta no esté cancelada, dada como perdida o robada y que no esté excedida del límite de crédito. Si todo está en orden, el ordenador autoriza la transacción.
Este proceso se llama transferencia electrónica de fondos en el punto de venta. En algunos lugares empezó a utilizarse a finales de los años ochenta. El mismo sistema funciona cuando se paga con tarjetas de débito con la diferencia de que el ordenador hace instantáneamente el cargo en la cuenta bancaria del usuario. Antes de que existiera la transferencia electrónica, los datos de la tarjeta de crédito tenían que verificarse por teléfono cuando la compra excedía de cierta cantidad.
Y hablando de tarjetas, todos hemos observado alguna vez al cajero del supermercado frotar vigorosamente nuestra tarjeta con cualquier artículo de tela que tengan a mano cuando han tenido algún problema a la hora de pasarla por el TPV. ¿Tiene algún sentido? Una tarjeta con banda magnética no funciona correctamente por una de tres razones.
Y hablando de tarjetas, todos hemos observado alguna vez al cajero del supermercado frotar vigorosamente nuestra tarjeta con cualquier artículo de tela que tengan a mano cuando han tenido algún problema a la hora de pasarla por el TPV. ¿Tiene algún sentido? Una tarjeta con banda magnética no funciona correctamente por una de tres razones.
En primer lugar, porque algo ha interferido permanentemente con la banda magnética de la tarjeta y el ordenador no puede leerla. El cajero tendrá que introducir el número de la misma manualmente y lo más probable es que haya que pedir una nueva. La segunda razón es que la máquina tiene algún problema y no es capaz de leer la tarjeta.
Pero la tercera razón es la más común: que se ha depositado sobre la banda magnética polvo o algún tipo de suciedad. Esto oscurece la información del lector electrónico. Lo único que hace falta para resolver esto es el frote rápido con la manga, consiguiendo que en la inmensa mayoría de los casos, la tarjeta funcione con éxito en el segundo intento. Eso sí, puede existir un inconveniente: frotar la tarjeta puede a veces causar que ésta se cargue con electricidad estática que puede interferir con el lector electrónico. Además, el recurso instintivo de frotar la tarjeta para intentar eliminar el polvo puede funcionar a corto plazo, pero la carga de electricidad estática extra que ha generado la frotación hace que se adhiera más polvo a la tarjeta más tarde.