sábado, 12 de septiembre de 2009

Houdini y el mundo de lo oculto


Corría el año 1869. El espiritismo arrasaba en Europa y EEUU. Las técnicas que usaban los visionarios del más allá eran de lo más variadas. Los médiums estaban muy bien organizados y disponían de corresponsales, periódicos de propaganda y cursos de formación. En EEUU se ofrecía un curso completo con todas las técnicas de comunicación con los espíritus por 2.450 dólares… ¡de los de 1930! También circulaba un Libro Azul para ayudarlos en su trabajo. En él aparecía gran cantidad de información acerca de los asiduos a las sesiones de todo el país obtenidas por medios nada paranormales.

Las conocidas sesiones espiritistas podían desarrollarse de dos formas. En una de ellas el médium se unía a los participantes formando la famosa cadena donde todos se cogían de las manos. En la otra, el médium se ocultaba tras una cortina negra colocada en una esquina de la habitación mientras el resto formaba la cadena alrededor de una mesa apartada. Después de entonar diferentes cánticos, se producían levitaciones de mesas y sillas, música, sonidos, olores… todo producido en la más absoluta oscuridad o, a lo sumo, bajo una tenue luz roja.

En los primeros meses de ese año, la Sociedad Dialéctica de Londres decidió investigar el fenómeno. Para algunos científicos era una pérdida de tiempo investigar algo irrepetible, impredecible y plagado de fraudes. Con todo, la investigación siguió adelante y terminó con un dictamen favorable hacia la realidad del fenómeno. Ahora bien, ¿están capacitados los científicos para investigar a los mediums? No. Ellos son los más fáciles de engañar. Así de rotundo era el inimitable Harry Houdini.

Su nombre real era Ehrich Weiss, hijo de un rabino húngaro llamado Samuel y de una hermosa mujer, Cecilia Steiner. La historia de su familia se halla oculta tras la leyenda que Houdini creó. Según ella, su padre tuvo que huir de Budapest al matar al príncipe Eric en un duelo. Después de pasar por Londres, acabó instalándose con su familia en Appleton, Wisconsin, en el medio oeste americano. Desde luego, esta historia era más llamativa que el hecho de una emigración forzada por culpa del antisemitismo.

Artísticamente, el ilusionista y sus publicistas hicieron de su vida una leyenda que rescribían llenando sus actuaciones de tintes dramáticos. Por ejemplo, el famoso salto del puente de Detroit: la historia cuenta cómo Houdini, esposado, saltó desde el puente Belle Isle al río Detroit un día de invierno. El río estaba helado y sus ayudantes habían tenido que hacer un agujero en el hielo. Houdini se liberó de las esposas, pero al subir a la superficie no encontró la salida. Respirando el aire atrapado entre la capa de hielo y el agua pudo ver el cabo de la cuerda que sus ayudantes, temiendo lo peor, habían arrojado desde la superficie. Cuando todos pensaban que se había ahogado, el mago apareció.

La realidad fue otra. Ciertamente, saltó desde el puente, pero a un río sin helar y atado a una cuerda de 45 metros. Houdini jugó siempre en sus actuaciones con la muerte, pero no era un suicida.

El 16 de julio de 1916 marcó un antes y un después para el genial ilusionista. Ese día murió su madre, el peor y más amargo trago de su vida. Desde entonces recorrió las casas de los mediums buscando un mensaje de su madre y sólo encontró fraude. Desencantado, dedicó el resto de sus días a desenmascararlos y ridiculizarlos.

En aquella época, conoció a sir Arthur Conan Doyle, creador de la figura de Sherlock Holmes. Pronto se hicieron amigos, pues al escritor también le fascinaba el espiritismo, aunque su misión era bien distinta: proclamar la verdad de la comunicación con los muertos. Era una amistad contra natura, sobre todo si se tiene en cuenta que para Doyle, Houdini podía escapar de esposas y grilletes desmaterializando y materializando su cuerpo a voluntad.

En junio de 1922, los Doyle se encontraban en Atlantic City e invitaron a los Houdini a pasar el fin de semana con ellos. El escritor ofreció al ilusionista una sesión de espiritismo dirigida por su mujer, que era médium: al parecer, su madre quería hablar con él. Jane Doyle preguntó entonces al espíritu que la había poseído: “Crees en Dios?”. Su mano golpeó tres veces la mesa. “Entonces haré el signo de la cruz”. Curiosamente, la madre de Houdini, esposa de un rabino y judía devota, no protestó por el símbolo cristiano. La mano de Jane, por su parte, comenzó a escribir la clásica cháchara sentimentaloide de los espíritus. Para el ilusionista, el contacto nunca se realizó. Su madre jamás le había hablado en inglés, sólo en yiddish, y no sabía escribirlo. Además, el día de la sesión, 17 de junio, era el del cumpleaños de la fallecida y no lo mencionó. La amistad entre ambos se resintió. Al parecer del mago, los Doyle habían jugado con sus sentimientos.

En diciembre de ese año, la revista Scientific American ofreció un premio de 2.500 dólares al primer médium que produjese un auténtico fenómeno psíquico. El comité investigador lo componían William McDougall, profesor de Psicología de la Universidad de Harvard; Daniel Fisk Comstock, antiguo miembro del departamento de Física del MIT; Walter Franklin Prince, de la Sociedad Americana para la Investigación Psíquica; el investigador psíquico Hereward Carrington y Houdini. El secretario fue un editor de la revista, James Malcolm Bird.

Cuatro médiums intentaron llevarse el premio. Con el primero, una famosa médium llamada Elisabeth Allen Thomson, sólo pudo hacerse una sesión informal, pues ella y su marido fueron arrestados al poco tiempo por fraude: el fantasma que aparecía era la propia Elisabeth. Los otros tres médiums fueron George Valiantine, Josie K.Stewart y Nino Pecoraro, un italiano que año y medio antes había asombrado con sus poderes a Conan Doyle. A Valiantine le pusieron una trampa. En su silla habían colocado un dispositivo que indicaba si el médium se levantaba. Curiosamente, los espíritus hablaban por un altavoz colocado en la habitación cada vez que se levantaba de su asiento. Josie, que producía escritos de los espíritus en trozos de papel, falló cuando esos trozos eran controlados hasta el comienzo de la sesión por los miembros del comité. Con Pecoraro, aún estando bien atado, las tres primeras sesiones fueron un éxito. Houdini, que no había asistido a ninguna por encontrarse de gira, se enfadó mucho con Bird por no haberle informado de que se estaban realizando pruebas con el médium. Cuando se enteró de que lo ataban con una cuerda de 23 metros de largo, Houdini estalló: “¡Veintitrés metros! ¿No saben que es imposible inmovilizar a nadie con toda esa cuerda?”. Nada más llegar, la cortó y ató a Pecoraro de pies, manos, muñecas, piernas, rodillas, cintura y torso. Ningún espíritu apareció.

Poco después se recibió una carta de un médico cincuentón de Boston llamado LeRoi Goddard Crandon. Su hermosa esposa Mina, a la que llevaba más de veinte años y llamaban “Margery”, tenía poderes psíquicos y quería que el comité la investigara. Ahí comenzó el mayor descalabro de Houdini.

McDougal empezó a investigar por su cuenta, pero poco pudo hacer: el marido de Mina controlaba las sesiones y pedía que quien sospechase algo lo dijera en voz alta. Y quien lo hacía no volvía a ser invitado. Días después, Bird visitó a los Crandon y le impresionó más la belleza de la médium que los fenómenos espiritistas. En abril de 1924, todos los miembros científicos del comité estaban confundidos. Sonidos, objetos que se movían… no encontraban explicación a los fenómenos. Bird escribió un artículo en la revista afirmando que existía un candidato para el premio: “Margery”.

Houdini, que estaba de gira, volvió a enfadarse con Bird por publicar el artículo sin preguntarle. Ahora él tomaría cartas en el asunto. Por su parte, Crandon le odiaba: “Vamos a crucificar a Houdini”, escribió a Doyle.

El 23 de julio, el ilusionista se preparó a conciencia para la primera sesión. El espíritu que invocaba Mina, conocido como “Walter”, hacía sonar un timbre oculto dentro de una caja presionando un pedal situado en la parte superior. Houdini colocó la caja entre sus piernas y se sentó a la izquierda de Mina con la pernera derecha del pantalón remangada. El ilusionista notó cómo Mina adelantaba su pie y tensaba los músculos al sonar la campana. Al día siguiente, Houdini descubrió que Mina utilizaba su cabeza para mover la mesa. Cuando el mago presentó sus descubrimientos al comité, se decidió obtener nuevas evidencias de fraude. Bird no estaba de acuerdo. Junto con Carrington, creía en las dotes de Mina. Lo que nadie podía imaginar es que les había contado a los Crandon todos los descubrimientos del comité.

El propietario de Scientific American, Orson Munn, pidió al mago que ideara un dispositivo para impedir el fraude. Houdini y su ayudante James Collins diseñaron una caja parecida a los antiguos baños de vapor. Sorprendidos, los Crandon protestaron y pidieron celebrar antes una sesión con sus amigos a puerta cerrada. Tras ella, en la sesión con el comité, la tapa de la caja saltó por los aires. Crandon dijo que Walter la había roto; para Houdini, Mina había saltado los goznes con sus hombros. El comité salió de la habitación para que los Crandon pudieran hacer otra sesión privada. Cuando regresaron, Walter le acusó de haber colocado una goma de borrar en el llamador para que fuera más difícil pulsarlo. ¿Quién puso la goma? Al día siguiente, Houdini reforzó las bisagras de la tapa. Al poco de caer Mina en trance, apareció Walter y entre un chaparrón de improperios gritó: “¡Houdini, sinvergüenza! Ha puesto una regla dentro del gabinete”. Dentro de la caja se encontró una regla de carpintero que, cogida con la boca, podía utilizarse para pulsar el botón del timbre y mover objetos. ¿Quién la puso allí? Houdini acusó a Mina y los Crandon inculparon al ayudante del mago.

Era la gota que colmaba el vaso. El ilusionista dio por concluida la investigación y desde entonces se dedicó a divulgar que había desenmascarado a “Margery”. Mientras, en la revista se recibían cartas indignadas por la impropia conducta del escapista. Entre ellas, una de Conan Doyle: él no hubiese permitido a un hombre “de comportamiento totalmente diferente al nuestro dirigir tan brutal ataque”.

McDougall le acusó de juego sucio y Carrington de buscar notoriedad. Claro que las manos de este último y de Bird no estaban muy limpias. Según confesó el propio Carrington, ambos recibieron favores sexuales de la bella Mina a cambio de ser cómplices en las sesiones.

El 22 de octubre de 1926 Houdini se encontraba representando su espectáculo en Montreal. El mago había recibido a tres estudiantes en su camerino. Uno de ellos, Gordon Whitehead, boxeador aficionado, le preguntó: “¿Es verdad que puede recibir golpes en su abdomen sin recibir dolor?” Houdini, que miraba distraído su correo, asintió. Sin avisar, Whitehead descargó varios puñetazos en su estómago. El orgulloso ilusionista siguió la conversación como si nada hubiera pasado.

A los pocos días empezó a sentir un dolor agudo en el abdomen. Aun así, se negó a recibir tratamiento médico. Al final, llegó el fatal desenlace. Mientras se encontraba entre bastidores en un teatro de Detroit, se desmayó. Llevado con urgencia al hospital, los médicos no pudieron hacer nada. Una peritonitis aguda se llevó al mayor ilusionista de todos los tiempos. Era el 31 de octubre de 1926, día de Halloween.

Su muerte causó una gran conmoción, pero el gran mago no iba a dejar este mundo sin un reto. Con su madre había convenido una palabra secreta que debería aparecer en su mensaje si realmente los muertos podían comunicarse. De igual forma, también había ideado un mensaje con su mujer, Bess. Ésta, depositaria de ambos, ofreció 10.000 dólares a quien los averiguara. Miles de personas lo intentaron sin éxito, pero Arthur Ford lo logró. El 8 de febrero de 1928, en el Carnegie Hall de Nueva York, recibió este mensaje de la madre de Houdini: “Perdón”. Ésa era la palabra que el mago esperó toda su vida y hubiera sido toda una prueba si realmente sólo la hubiesen conocido Houdini, su madre y su mujer. Pero había sido publicada el 13 de marzo de 1927 en el periódico Brooklyn Eagle, en una entrevista realizada a Beatrice Houdini. Arthur Ford no se amilanó. Ahora le tocó el turno al mago, que le envió el siguiente mensaje: “Rosabelle, responder, decir, rezar, responder, mirar, mirar, mirar, decir, responder, responder, decir”. Bessie reconoció la secuencia como parte del código secreto de su marido. Se trataba de un código de transposición numérico que se traducía como “Rosabelle, cree”. Pero, otra vez, el código no era tan secreto. Quien hubiera leído la página 105 del libro de Harold Kellock “Houdini, su vida-historia”, también lo conocía.

Desde su muerte, Houdini no ha logrado triunfar en este último acto de escapismo, quizá porque, como afirmaba: “cualquiera puede hablar con los muertos, pero ellos no responden”.

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