martes, 11 de noviembre de 2014

Edificios inteligentes – La tecnología al servicio de la arquitectura



Un edificio inteligente es un ente con vida propia, que dispone de un cerebro computarizado, sensores a modo de neuronas y cables de fibra óptica que simulan las terminaciones del sistema nervioso humano, con capacidad para controlar y regular todos y cada uno de los movimientos que se producen en su interior, y memoria para responder adecuadamente a estos impulsos.

Es una paradoja que el hombre, único ser vivo que posee inteligencia, haya diseñado y construido lo que se ha denominado edificio inteligente, comparando su capacidad intelectual con un sistema informático. Pero al igual que sucede en el comportamiento del cuerpo y del cerebro humano, para que todo funcione correctamente el cerebro necesita ser informado de lo que sucede en cualquier parte de nuestro organismo para enviar la orden adecuada y solucionar cualquier anomalía o simplemente adaptarse al medio y a la circunstancia.

La diferencia con esta inteligencia controlada por sistemas informáticos es que la humana es, a pesar del rápido y sorprendente progreso de las nuevas tecnologías, más potente y más lista. Mientras que en el cerebro existen más de 80.000 millones de neuronas, el edificio arquitectónica y tecnológicamente con más talento del mundo no supera los 100.000 en toda su infraestructura.

El nuevo reto de la construcción ligado al avance de la informática y las telecomunicaciones permite convertir un edificio convencional en uno inteligente. Esta aspiración empezó a tener visos de convertirse en realidad en la década de los ochenta en los Estados Unidos, cuando la tecnología informática se hizo más asequible. Bajo la denominación de “smart building”, comenzaron a construirse los primeros edificios en Norteamérica, Japón y Europa; se trató de los primeros proyectos vinculados a una tendencia arquitectónica conocida como high tech y que se caracterizaron por erigir grandes fachadas con una cubierta de vidrio y aluminio y crear falsos techos en los que se instalaba la red de cableado y la conducción de aire y calefacción.

Sin embargo, este tipo de diseño arquitectónico –cuyo máximo exponente son las obras del prestigioso arquitecto inglés Norman Foster- no tiene por qué equipararse necesariamente con los edificios inteligentes, aunque sí están muy relacionados entre sí, porque la complejidad tecnológica va asociada directamente a la dificultad de la construcción. Por ello, según la teoría de Foster, es preciso tratar la arquitectura como un proceso industrial y al edificio como una máquina

Pero la concepción de edificio inteligente va más allá de una infraestructura equipada con la más alta tecnología: es una construcción donde el control y la administración de todos los servicios está totalmente informatizada y cuyos usuarios tienen a su disposición un sistema completo e integrado de comunicaciones tanto en el interior como en el exterior.

Las últimas décadas han visto una rapidísima expansión de estos edificios y se estima que para 2020
el 80% de los edificios que se construyan y/o remodelen serán ya inteligentes en mayor o menor medida.

Los servicios y las funcionalidades que ofrecen estos inmuebles se asemejan aparentemente más a una película de ciencia ficción o de James Bond que a una realidad cotidiana. Los servicios de regulación y control del aire acondicionado, calefacción, iluminación, ascensores, y los de seguridad se verifican mediante complejos sistemas informáticos y de comunicaciones, que permiten mantener los niveles adecuados de funcionamiento dependiendo de las exigencias y las necesidades puntuales. Las tecnologías de la información proporcionan todas las herramientas necesarias para llevar a cabo la gestión controlada del edificio, modificar y reparar cualquier fallo y administrar y distribuir correctamente los servicios, al tiempo que permite reducir significativamente los costes de mantenimiento y gestión.

La infraestructura informática soporta, además, la mayoría de las tareas que realizan las personas que trabajan en el interior de estos edificios: comparten bases de datos, programas informáticos, correo electrónico, acceso a internet y algunas otras. Del mismo modo, las comunicaciones suponen la base más importante del edificio de oficinas, de ahí la importancia de la incorporación de la fibra óptica que permite transmitir gran cantidad de información a alta velocidad.

Otra característica de este diseño inteligente es la descentralización; cada planta está dividida en zonas que se gestionan de forma independiente y cada una de ellas tiene su propio sistema de control de la climatización, extinción de incendios, control de accesos… manteniendo la independencia de cada subsistema, aunque interconectados entre sí y con el ordenador central.

Las neuronas de esta compleja infraestructura de administración y control informático se llaman
sensores. Se trata de pequeños dispositivos que se encargan de detectar cualquier cambio en la temperatura, presión y todo tipo de incidencias para que, de forma inmediata y automática, el sistema informático resuelva cualquier anomalía. Por ejemplo, para la detección de incendios se instalan unos sensores especiales que funcionan por ionización del aire. El humo ioniza el aire; cuando se alcanza un determinado nivel, el sensor dispara una alarma.

Asimismo, para el control de acceso se instalan dispositivos biométricos de seguridad que son capaces de reconocer los rasgos físicos irrepetibles: huellas dactilares, analizadores de retina o verificadores fónicos. Otros métodos son la implantación de detectores de hiperfrecuencia, que
aprecian cualquier movimiento, detectores de infrarrojos, tarjetas lectoras de identificación y contactos magnéticos para acceso a zonas restringidas.

Estas estancias “inteligentes” son además sanas, debido a que están dotadas de diseños ergonómicos que mejoran la calidad de vida y la productividad de las personas que trabajan en ellas. La ergonomía previene las enfermedades del oficinista al ofrecer mecanismos de control de la temperatura ambiente, con niveles de humedad apropiados, luminosidad correcta y equipamiento y mobiliario adecuados. Además, la arquitectura high tech favorece el traspaso de luz natural y crea una conciencia de exterior que contribuye a crear un bienestar psicológico en el empleado por sus efectos relajantes.

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