jueves, 2 de octubre de 2014

La Atlántida, el continente perdido (1)





En el Diálogo llamado Timeo, considerado el más representativo del platonismo desde la misma Academia de Platón, Critidas, un amigo de Sócratas, le relata a éste la historia que le había contado su abuelo, a quien se la había referido el gran sabio y legislador Solón, que a su vez la había oído de un anciano sacerdote egipcio.

Según éste: “Nuestros escritos refieren cómo vuestra ciudad detuvo en una ocasión la marcha insolente de un gran imperio, que avanzaba del exterior, desde el océano Atlántico, sobre toda Europa y Asia. En aquella época, se podía atravesar aquel océano dado que había una isla delante de la desembocadura que vosotros, así decís, llamáis columnas de Heracles”.

Las columnas de Heracles o Hércules, si empleamos el nombre latino más familiar a nosotros, son el estrecho de Gibraltar, pues como cuenta Baltasar de Vitoria en su Teatro de los Dioses de la Gentilidad, “Hércules hizo aquí una hazaña de las suyas, que fue dividir a aquel gran monte por medio, para que se juntasen los dos mares, el océano Atlántico y el Mediterráneo”.

Situada geográficamente la Atlántida, el sacerdote egipcio precisaba luego sus características: “Esta isla era mayor que Libia y Asia juntas y de ella los de entonces podían pasar a las otras islas y de las islas a toda la tierra firme (…) En dicha isla, Atlántida, había surgido una confederación de reyes grande y maravillosa que gobernaba sobre ella y muchas otras islas, así como partes de la tierra firme. Desde este continente dominaban también los pueblos de Libia, hasta Egipto, y Europa, hasta Tirrenia”.

Tras referirse a un conflicto entre atlantes y griegos, el viejo sacerdote daba la clave de la desaparición de la Atlántida: “posteriormente, tras un violento terremoto y un diluvio extraordinario, en un día y una noche terribles, la clase guerrera vuestra se hundió toda a la vez bajo la tierra, y la isla de Atlántida desapareció de la misma manera, hundiéndose en el mar. Por ello, aún ahora el océano es allí intransitable e inescrutable, porque lo impide la arcilla que produjo la isla asentada en ese lugar y que se encuentra a muy poca profundidad”.

Todavía en otro “Diálogo”, el Critias, se explaya Platón describiendo las maravillas de la Atlántida que en el reparto de la Tierra que habían hecho los dioses le tocó en suerte a Poseidón, quien la pobló con los descendientes que hubo de una mujer mortal. Uno de éstos, por cierto, era el rey Gadiro, de donde vendría el nombre de Gades (Cádiz), pues reinaba en la región contigua al estrecho de Gibraltar.

El Critias nos habla de los palacios, las riquezas, los minerales, las plantas y los animales de la Atlántida, diciendo entre otros detalles fabulosos que “en especial, la raza de los elefantes era muy numerosa”, lo que luego veremos cómo ha dado pábulo a ciertas teorías.

Sin embargo, los atlantes llegaron a estar “llenos de injusta soberbia y de poder”, por lo que Zeus, el
padre de los dioses, “decidió aplicarles un castigo para que se hicieran más ordenados y alcanzaran la prudencia. Reunió a todos los dioses en su mansión más importante, la que, instalada en el centro del universo, tiene vista a todo lo que participa de la creación y, tras reunirlos, dijo…”.

Ahí termina bruscamente el Critias; su continuación se perdió o simplemente Platón abandonó su redacción, el caso es que nos quedamos sin conocer los detalles del castigo divino que hundió a los atlantes en el mar.

A falta de que Platón concluyese su relato, la Atlántida ha espoleado durante siglos la curiosidad y la imaginación de todo tipo de investigadores, desde científicos hasta farsantes.

Más de dos mil cuatrocientos años después, siguen organizándose expediciones científicas empeñadas en descubrir los restos que confirmen la existencia de este continente mítico. Mientras aparecen esas pruebas irrefutables, la mayoría de los científicos se muestra escéptica. Sin embargo, otros investigadores creen que hay nuevos indicios de su existencia y que en el relato de Platón hay pistas que no sólo nos llevan hasta el continente desaparecido y a encontrar los secretos de una civilización legendaria, sino también a sus descendientes.

La mayoría de los científicos convencionales concluyeron hace tiempo que la Atlántida no era más
que un mito salido de la fértil imaginación de Platón. Consideran su relato como una ficción, una fábula moral destinada a advertir a los atenienses de su mal comportamiento como ciudadanos.

Los especialistas en Platón señalan en cambio que los discípulos inmediatos del filósofo se tomaron en serio la historia de la Atlántida y la tenían por auténtica; ya en época helenística, la escuela alejandrina veía, en general, en la narración de Platón una alegoría, cosa que, por otra parte, no les impedía creer en la existencia del legendario continente.

Otros lugares considerados como míticos, como la Troya de Homero, resultaron tener una ubicación real, como Heinrich Schliemann demostró a finales del siglo XIX. Descubrió la verdadera Troya y cinco niveles (nueve, entre los trabajos de Schliemann y Dörpfeld) de construcción que tenían miles de años de antigüedad. Por supuesto que todos se mofaron de él y lo criticaron, pero al final demostró que tenía razón. Para algunos buscadores, este podría ser el caso de la Atlántida.

Platón recalcó en sus escritos que su relato era realidad, no ficción, aunque eso es un viejo recurso literario. Después de la condena a muerte de su maestro Sócrates, Platón abandonó Atenas. No se conoce con precisión por dónde anduvo, aunque muy probablemente fue a Egipto, cuya cultura tanto atraía a los griegos. Es posible que allí escuchara el relato de la Atlántida, como historia o como mito, por lo que entonces no sería propiamente un invento suyo.

Por otra parte, la forma en que Platón aleja de sí la fuente –un anciano sacerdote egipcio, que se lo
cuenta a un personaje histórico del pasado como Solón, que se lo cuenta al abuelo de Critias, que en la provecta edad de los noventa años se lo cuenta a su nieto, que se lo cuenta a Sócrates, ya muerto cuando Platón escribe –indica una pretensión de distanciamiento respecto a la historia que está contando… Aunque también hay quienes lo interpretan al revés: un recurso para dar credibilidad a lo relatado, poniéndolo en boca de prestigiosos transmisores antiguos, como Solón.

Los investigadores que toman al pie de la letra a Platón afirman que lo más lógico sería buscar en Grecia y el área mediterránea, donde el filósofo vivió entre 428 y 347 a. C.. Pero un grupo importante de científicos ha centrado su atención en el corredor caribeño del Yucatán, siguiendo la pista dada por Platón de que la Atlántida estaba en el océano Atlántico.

Los doctores Greg y Nora Little forman uno de los grupos que intentan hallar rastros arqueológicos del continente perdido, para ellos hundido en América, exactamente en las Bahamas. Desde hace casi cuarenta años, este matrimonio –ambos psicólogos y escritores- están explorando la zona en busca de restos de los atlantes. Hasta el momento, el indicio que más se acerca es el llamado Camino de Bimini, una formación rocosa de 480
metros de largo que se encuentra bajo el mar en la costa de la isla del mismo nombre. Fue descubierto en 1968 por un piloto y en los años setenta un geólogo dictaminó, tras tomar muestras del interior de las rocas y para decepción de los buscadores de la Atlántida, que se trataba de rocas naturales. Sin embargo, el Camino de Bimini es una estructura que parece construida piedra a piedra, con bloques rectangulares y cuadrados, como siguiendo lo establecido en un plano. Los doctores Greg y Nora Little piensan que el Camino de Bimini pudo haber sido un rompeolas que cerraba un puerto de la capital, Poseidópolis, donde los atlantes atracaban sus barcos entre viaje y viaje por el mundo.

Además de las rocas de Bimini, los exploradores en las islas Bahamas han realizado varios descubrimientos: columnas de mármol, bloques de roca similares a los de Stonehenge y restos de muro, así como formaciones submarinas, de entre 150 y 300 metros de diámetro, con forma de figuras geométricas o letras. El matrimonio Little también se interesó por una de estas formaciones, pero cuando descendieron a estudiarla descubrieron que no era más que una agrupación de algas y esponjas, pasto de tortugas…

Seguir pistas falsas no ha desanimado en absoluto a esta pareja de investigadores, para quienes no se trata tanto de hallar la Atlántida como de encontrar la verdad sobre los restos arqueológicos de las Bahamas. Con ayuda de una pequeña cámara similar a las que la NASA envía a Marte, en el año 2003 encontraron otra formación rocosa en la costa de la isla de Andros, a 160 km del Camino de Bimini, que ellos bautizaron como Plataforma de Andros. Se trata de una capa de rocas con una estructura similar al Camino, de unos 364 metros de longitud y 45 metros de ancho divididos en tres hileras de unos 15 metros cada una. Desde que la descubrieron han vuelto cinco veces más a este lugar para cartografiar y filmar su hallazgo. Greg y Lora Little creen que la Plataforma de Andros estuvo oculta bajo la arena durante siglos hasta que el huracán Andrew la desenterró en 1992 y opinan que no se trata de una formación natural, puesto que los bloques de piedra están separados a intervalos muy regulares. Además, estos gigantescos bloques de piedra descansan sobre otras rocas de playa y, a diferencia de las naturales, tienen más altura a medida que aumenta la profundidad. Por desgracia, la mala suerte hizo que la Plataforma de Andros volviera a desaparecer bajo la arena del fondo marino en el año 2004, tras el paso del huracán Jeanne y los Little no han podido concluir, de momento, sus investigaciones.

Lo cierto es que, si los atlantes atracaban sus barcos en esta bahía, tendrían fácil acceso a los océanos
del mundo entero. Sus viajes desde este punto podrían haberlos llevado a tierras que ocuparían un lugar importante en su futuro, tierras todavía perdidas en el tiempo, con sus antiguos secretos e inquietantes misterios. En esta línea lleva 25 años indagando el escritor y antropólogo George Erikson. A diferencia de otros, Erikson no busca restos del continente perdido, sino el rastro de los supervivientes. Su libro “Atlantis in America: Navigators of the Ancient World”, escrito en colaboración con el profesor Ivar Zap, sostiene que algunos atlantes sobrevivieron a la destrucción de su continente y se refugiaron en distintos enclaves de Sudamérica y América Central, en concreto la península del Yucatán. “Se extendería –explica Erikson- otros 240 km hacia el norte: junto con Cuba, el doble de grande que hoy día, y las Bahamas que sería un gran banco de arena. Hace 11.500 años toda esta zona estaba por encima del nivel del mar”.

(Finaliza en la siguiente entrada)

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