martes, 16 de septiembre de 2014

Las viviendas romanas






Desde los tiempos de Augusto y durante los dos siglos siguientes, gracias al crecimiento y fortalecimiento del poder imperial, los emperadores habían establecido su residencia principal en Roma, y construido sus grandes palacios sobre la colina Palatina con vistas al Foro.

Augusto presumía orgulloso de haber encontrado la ciudad de Roma construida a base de ladrillos y dejarla de mármol. Preparó un amplio programa de construcción, en parte para incrementar su propia popularidad, pero también para enfatizar una continuidad de su gobierno con el pasado. El primer edificio público fue un templo dedicado a la memoria de su padre adoptivo, Julio César. Pero también mandó finalizar la construcción de un foro y la basílica Julia, ambos iniciados por César. Más tarde añadió su propio gran foro, el Forum Augusti. Y le siguieron otros edificios más; con ellos Augusto dio confianza y un sentido de grandeza a la ciudad.



La expansión de la civilización romana, particularmente en las provincias occidentales, había resultado exitosa, y la forma de vida en una villa (casa de campo), al igual que la imitación del diseño de las ciudades, se extendió por todo el Imperio. Para el aristócrata romano, la villa proporcionaba un retiro civilizado lejos del bullicio y el ruido de Roma. Al construir sus viviendas con la fachada hacia el exterior, dejando en la parte posterior el corral y los dormitorios de los labradores, los ricos podían hacer alarde de una posición cultural de aristócratas, y no de granjeros.

Las villas se construían en una gran diversidad de modelos diferentes, de acuerdo con las exigencias
del medio ambiente y la posición social de sus propietarios. Sin embargo, no todas se basaban en la arquitectura itálica, aunque todas incorporaban numerosas características de la cultura romana: las más comunes eran el mosaico, la casa de baño y el patio con columnas.

La villa, con una decoración ostentosa, proporcionaba a su propietario un determinado estatus. Los salones públicos eran invariablemente los mejor decorados; algunas veces se les añadía un pórtico para dar una mayor sensación de grandeza. Pero las villas también ofrecían la oportunidad de escaparse de las anteriores viviendas, frías y húmedas, y, sobre todo, de disfrutar de la privacidad de los dormitorios individuales y de las casas de baño. Con toda probabilidad, las villas romanas fueron las primeras viviendas cómodas en la historia de la Europa occidental.

La villa típica, con sus estucados, suelos de mosaicos y columnas, dotaba a la campiña de una nueva
elegancia. Los mosaicos eran utilizados en todos los grandes salones; los más bellos y decorativos se encontraban en las villas del norte de África. La vida en la villa era, sin duda, un tema aparte. Mucha gente incluso poseía un mosaico en el que aparecía representado un perro para advertir a los posibles intrusos de que tuvieran “cuidado con el perro” o cave canem.

Las villas más lujosas de todo el Imperio tenían paredes cubiertas de yeso pintado y, para los días más calurosos, disponían de un patio bellamente decorado con columnas y una fuente o piscina ornamental.

A excepción de en las viviendas de los potentados se usaban pocos muebles. La mayoría de ellos, sillones, sillas y camas, por ejemplo, se fabricaban en madera y eran diseños sumamente sencillos. Los cobertores para las camas y los tapices para las paredes y el suelo se hacían en telas tejidas en colores alegres y llamativos, al igual que los usados para las paredes de yeso.

Muchos de los propietarios de una villa trataban de ser autosuficientes; contaban con tejedores, bataneros, tintoreros, herreros y carpinteros propios. Con frecuencia, los muebles se hacían allí mismo.

El provinciano consciente de su posición adquiría mercancías procedentes de Italia o incluso de lugares muy lejanos. Las lámparas romanas eran muy populares: se alimentaban con aceite de oliva y su uso resultaba muy agradable, aunque mucho más caro que las acostumbradas velas, de
desagradable aroma.

La cerámica aretina, con bellos relieves de color rojizo que representaban elementos de la mitología romana o escenas de la vida cotidiana, procedente de Arretium (en la actualidad, Arezzo), en la Italia central, también se extendió por todo el Imperio. Las tazas de vidrio de Aquileia gozaban de gran popularidad e invadían el norte. Éstas se guardaban en alacenas o en estantes dispuestos a lo largo de las paredes. Sólo en muy pocas viviendas se usaban artículos de plata. Hacia finales del siglo I d.C., gran parte de todos estos productos se fabricaban a nivel local, una evidencia de la gran demanda que había desarrollado el mercado de tales objetos de uso diario.

En las ciudades, el agua corriente llegaba hasta las casas a través de tuberías hechas de arcilla, plomo o madera, o se recogía en la fuente más cercana. Pero, en el campo, cada propietario de una villa debía preocuparse de su propio suministro de agua, bien recogiendo el agua de lluvia, construyendo
un pozo propio, o haciendo una conexión con algún riachuelo vecino. Pero no todas las villas poseían un suministro propio y en ese caso se empleaban esclavos o sirvientes para traer y almacenar el agua necesaria para la casa.

El agua era indispensable para la casa de baño, una parte fundamental de casi todas las villas. Las casas de baño más grandes consistían en tres habitaciones principales, una para cambiarse, una de agua caliente y otra de agua fría. Los suelos también se calentaban para proteger a los bañistas del frío. Algunas incorporaban un buen sistema de drenaje y, en muchos casos, el agua usada se volvía a utilizar para limpiar las tuberías conectadas a las letrinas.

Los romanos combinaban la dedicación a la higiene personal con la vida social. Tanto las casas de
baño como las letrinas eran lugares para relajarse y charlar. La inhibición que antes causaba la desnudez, sobre todo durante los tiempos de la República, se había relajado considerablemente. La gente disfrutaba ahora de las facilidades que otorgaba la vida en comunidad.

Paradójicamente, esa gran comodidad de la que disfrutaban los romanos más adinerados consistía también en disponer de una mayor intimidad, la cual se obtenía gracias a los pequeños dormitorios individuales situados en las viviendas –una auténtica revolución en la vida social.

Con la llegada de la civilización romana, las provincias se beneficiaron de múltiples adelantos que les
ayudaban a llevar una vida con más comodidades. La calefacción fue una de las más apreciadas, sobre todo en las regiones septentrionales. En muchas villas se instalaban hipocaustos (sistemas de calefacción central situado bajo el suelo) en, al menos, uno de los salones de la casa. Se hacía circular el aire caliente de un gran horno por debajo del suelo, para después distribuirlo por entre los muros. A pesar de la simplicidad del sistema, los hipocaustos eran bastante efectivos.

Terminamos con un documento de la época, una carta de Plinio en la que describe con entusiasmo los placeres que disfruta en su villa situada en las colinas toscanas:

“Desde un extremo de la hilera de columnas se accede al comedor: a través de sus puertas plegables se puede apreciar el final de la terraza, el prado adyacente y una gran parte de la campiña…

Casi en la parte opuesta al centro de las columnas se ubican varios salones, situados alrededor de un pequeño patio en el que crecen plátanos silvestres que ofrecen sombra. En su centro se encuentra una fuente de mármol, que salpica a los árboles a su alrededor.

En la esquina de la columnata se halla un gran dormitorio, justo frente al comedor. Algunas de sus ventanas asoman a la terraza y otras al prado, mientras que debajo y delante de ellas se encuentra una piscina bellamente ornamentada, que ofrece, simultáneamente, dos placeres: su aspecto y el agradable sonido del agua que cae en suave cascada y que forma una abundante espuma blanca al tropezar con el mármol. En invierno, esa habitación tiene siempre una temperatura muy agradable, porque en días soleados queda bañada por la luz solar y, cuando amanece nublado, se pone en funcionamiento la cámara del horno contigua, que emite vapores calientes.

Después de pasar por un largo y encantador tocador, que forma parte del baño, se accede al salón
para refrescarse, que cuenta con un baño de buenas dimensiones, situado a la sombra. Si se necesita mayor espacio para nadar, o bien, agua caliente, hay otra piscina en el patio grande, con un pozo de agua fría para tonificarse, una vez se haya cansado de tanta agua caliente.

Allí disfruto de una paz mucho más profunda; además, cuento con más comodidades y preciso de un menor cuidado personal. No necesito nunca ponerme la toga formal, ya que no hay vecinos que me puedan molestar; todo es paz y tranquilidad, factores tan importantes para disfrutar de una vida sana como el cielo claro y el aire puro de este lugar”


Pero claro, la mayoría de la población romana no vivía así, sino en los grandes bloques de apartamentos denominados insulae. Se ubicaban a cierta distancia de las grandes zonas ceremoniales de la ciudad y componían la mayor parte de la misma. Por cada casa particular, se contaban 25 insulae. Evidentemente, Roma estaba superpoblada, y los especuladores sucmubían ante la tentación de incrementar sus beneficios con la construcción de edificios lo más altos posible y, naturalmente, el margen de seguridad era mínimo. Algunas de esas endebles estructuras tenían hasta seis pisos y, en más de una ocasión, se derrumbaron bloques enteros bajo el peso de sus numerosos inquilinos. Los alquileres eran exorbitantes y las condiciones, para los más pobres, realmente preocupantes.

En una memorable descripción de la vida en una insula, el poeta Juvenal señala: “Vivimos en una
ciudad que, en su mayor parte, está apuntalada por raquíticos tablones. El encargado del edificio se encuentra situado delante de una casa a punto de derrumbarse y, mientras trata de cubrir una larga grieta…te desea felices sueños aunque el hundimiento sea inminente”. Los más pobres se veían obligados a vivir debajo de los aleros, donde anidaban las palomas; no había salida en caso de incendio.

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