Solía pensarse que la respuesta a esta pregunta era una combinación de simple mecánica y de práctica; es decir, que cuando aprendemos a andar en bicicleta nos entrenamos para evitar el bamboleo que se produce al empezar a pedalear jugando hábilmente con nuestro peso y el manillar. Una vez estamos ya en marcha, el giro de las ruedas empieza a surtir el efecto giroscópico, de manera que la bici se vuelve aún más estable. Sin embargo, la dinámica de cualquier cosa que implique giros nunca es sencilla.
Incluso aquellos que han estudiado el problema en profundidad no acaban de ponerse de acuerdo sobre ciertos detalles relativos a la estabilidad de las bicicletas. Sin embargo, coinciden en al menos una cosa: una bicicleta no necesita que nadie se suba a ella para mantenerse en pie, sino que basta sencillamente con empujarla para que se mueva a una velocidad de unos 8 km/h. Lo que provoca el debate es la fuente de esa estabilidad inherente.
El análisis pormenorizado demuestra que el efecto giroscópico del giro de las ruedas tantas veces esgrimido (entre otros por los columnistas científicos) para explicar la estabilidad de las bicicletas más bien carece de importancia. Sorprendentemente, la razón principal de que las bicis se mantengan derechas al andar es la forma de las horquillas; por lo general éstas apuntan al suelo, de manera que trazan una línea imaginaria que llega al suelo un poco más delante de la rueda. Quizá se trate sólo de un par de centímetros, pero por esa “vía” las fuerzas amortiguan el tambaleo de las ruedas y crean la estabilidad.
Una bicicleta con horquillas verticales –y, por tanto, sin “vía”- se tambalearía aún más a medida que acelerara, de manera que resultaría cada vez más difícil de controlar. Por descontado, con práctica se puede montar cualquier bicicleta, incluso un monociclo, cuyas horquillas verticales no crean ninguna “vía”.
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