domingo, 27 de julio de 2014

Los orígenes del Arte – La exteriorización de los sentimientos humanos


El arte es una de las más básicas y admirables manifestaciones de nuestra especie. Espejo fiel de los gustos, las costumbres y las creencias de todas las civilizaciones y culturas, y expresado a través de las formas y estilos más diversos, su esencia, nacida de la innata necesidad del hombre por exteriorizar sus sentimientos, lo convierte en la representación más atemporal y universal de la creación humana.

Una de las más bellas ideas surgidas acerca de la invención de la pintura aparece en una antigua leyenda griega que fue recogida por los autores clásicos latinos Plinio el Viejo (h.23-79) y Quintiliano (h.30-100); en ella, se relata cómo una muchacha, queriendo retener la imagen de su amado antes de partir, dibujó su retrato perfilando la sombra que el joven proyectaba contra un muro. Esta idílica y romántica historia refleja el interés que siempre ha despertado el conocimiento del verdadero origen de una de las más altas manifestaciones de la humanidad: el arte.

La creatividad es una de las principales características que distinguen al hombre del resto de las
especies animales, pero el cómo y el por qué surgió este particular modo de expresión humana han sido motivo de múltiples hipótesis y controversias. Si bien es cierto que algunos objetos pertenecientes a nuestro pasado remoto ya parecen evidenciar una intención ornamental o simbólica –como el asta de buey hallada en Pech de l´Acé, Francia, grabada con una serie de incisiones y que se remonta nada menos que a 300.000 años atrás-, se trata de ejemplos únicos y aislados que sólo sirven para dar una explicación subjetiva y confusa. Para comprender mejor las razones que motivaron la aparición del arte como tal, unido a la creatividad y a la estética, debemos situarnos en el Paleolítico Superior, periodo durante el cual se desarrollo, en especial entre 20.000 y 10.000 años atrás, una intensa actividad artística.

El primer hallazgo pictórico que fue atribuido a nuestros antepasados prehistóricos –aunque durante un tiempo recibido con cierto escepticismo- fue las pinturas rupestres de Altamira, encontradas en Cantabria, España, en 1879. Al igual que muchas otras pinturas y grabados descubiertos con posterioridad, su alto grado de perfección desconcertó a los estudiosos de la época en la idea de que el arte, como cualquier otra actividad en fase de desarrollo, debería haber evolucionado desde formas más rudimentarias para ir mejorando con el tiempo. El error de esta interpretación parte de considerar al perfecto acabado de obras como las de Altamira como fruto de un continuo aprendizaje técnico y meramente imitativo en lugar de ser el resultado final de un complejo proceso mental de observación, comparación, asociación, selección y memoria, surgido tras la toma de conciencia por el hombre de su capacidad para transformar la Naturaleza, que lo condujo primero a una abstracción simbólica de las formas y que desencadenó finalmente la creación, mostrada con más o menos talento o habilidad y –aunque no siempre unida a una experiencia previa- destinada a adaptarse con el tiempo a ciertos convencionalismos.

Se desconocen las razones que llevaron al hombre a exteriorizar su creatividad. Diversas conjeturas atribuyen la génesis artística a los motivos más variados, desde su finalidad ritual y territorial asociada a funciones sociales y religiosas –por ejemplo, como magia propiciatoria para la caza- hasta su origen utilitario y ornamental.

En este sentido, se ha señalado la posibilidad de que el arte entendido desde su faceta decorativa y
estética hubiera aparecido antes –aunque no demasiado- que como expresión simbólica y representativa, como un impulso espontáneo, meramente visual y ornamental, placentero y mimético, de diseños abstractos, destinado al adorno de los útiles y elementos cotidianos fabricados por el hombre. Una idea a la que se opone el prehistoriador y antropólogo Leroi-Gourhan que otorga a todo rasgo artístico, aun oculto por su apariencia decorativa, una razón y un significado de gran importancia social.

El arte, en todas sus facetas, ha actuado desde sus inicios como uno de los principales medios de comunicación, expresión y deleite, al provocar en el hombre, a través de sus formas sensoriales primarias, respuestas emocionales de carácter universal. Pero también ha cumplido una importante función social al permitir recrear, transmitir y conservar las peculiaridades, tradiciones y costumbres comunes de cada cultura, además de ser el principal portador de recuerdos, sentimientos y necesidades individuales y colectivas. Por esto no es de extrañar que las manifestaciones artísticas, al permitir exteriorizar y desarrollar las imágenes inconscientes y ficticias elaboradas en nuestro cerebro, adquirieran inmediatamente un carácter simbólico y que su principal temática fuera durante siglos inspirada por las creencias y la mitología cuyas raíces se hunden en la indisoluble relación del hombre con la Naturaleza.

Esto nos conduce hacia otro aspecto esencial en la concepción de las artes –sobre todo de las plásticas-: las diferencias entre la reproducción naturalista y la creación abstracta. Durante muchos siglos, la cultura occidental ha relacionado la calidad artística con el grado de verosimilitud de la representación, desplazando a las formas abstractas, tal como antes se ha señalado, hacia un papel secundario, cercano a la decoración y al primitivismo.

Así, cuanto más avanzado fuese el grado de civilización, más perfecto e ilusionista debería ser su arte. Esta idea se desarrolló ampliamente a partir del mundo clásico, para el cual el fin del arte era la imitación de la naturaleza visible. En aquel contexto, eran valorados aquellos artistas que, desde su experiencia visual y racional, y mediante la hábil fusión de lo real y lo imaginario, lograban sintetizar y expresar mejor la belleza; algo que pronto se tradujo en la sistematización de las formas y en la búsqueda del orden y de las proporciones ideales.

Estas premisas se mantuvieron hasta el siglo XIX, si bien para entonces muchos ya se sintieron
conmovidos por el carácter personal y transgresor nacido del impulso creativo o de la inspiración, que interpretaban como una muestra de profunda genialidad, tal como ocurriría con Miguel Ángel (1475-1564) o, más tarde, con Goya (1748-1828), algunas de cuyas obras, de formas extremas y en apariencia desagradables, se apartaban de las normas académicas y fueron causa de opiniones encontradas.

Pero no hay que olvidar que el desarrollo naturalista fue paralelo al proceso de abstracción, hasta el punto de que en el mismo arte paleolítico se pueden encontrar muestras de representaciones en las que aparecen juntas formas esquemáticas y figuras extremadamente realistas; una visión sincrética próxima al verdadero propósito creativo humano, nacido de los sentimientos e impulsos subconscientes más puros.

Esta búsqueda y representación inconsciente e intuitiva de la esencia humana –tratada con naturalidad por los artistas primitivos e, incluso, por los niños- es la que ha conducido a la creación y desarrollo de la abstracción en el arte moderno, cuyo propósito no está condicionado por el mero placer visual o la fácil comprensión ofrecida por las formas, temáticas e imágenes realistas. Un cambio que ha causado la desorientación del espectador, acostumbrado largo tiempo a identificar y reconocer con facilidad los mensajes transmitidos por el arte tradicional y al que, paradójicamente, le supone un gran esfuerzo intelectual alcanzar la comprensión de las formas más íntimas y personales de la creación artística.

La verdadera intención y finalidad del arte no ha variado mucho desde sus orígenes hasta la actualidad. Sometido a la opinión del público y utilizado a veces como medio de propaganda social atemperada, la deformación cultural y la manipulación de cualquiera de sus formas queda relegada frente a la imperante necesidad de los seres humanos de expresar sus deseos y exteriorizar su complejo mundo interior.

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