sábado, 1 de marzo de 2014

Los secretos de Stonehenge




Stonehenge es el monumento prehistórico más famoso de la Tierra; una de las ruinas de piedra más misteriosas del mundo. Nunca ha sido “descubierto”. Antes de que llegaran los anglosajones, antes de los romanos, antes incluso de que apareciera el lenguaje escrito, Stonehenge ya estaba allí. Desde hace miles de años y de generaciones estos gigantescos bloques megalíticos han estado allí, repletos de secretos. Se desconoce con exactitud la finalidad que tuvo la construcción de este gran monumento, pero recientes investigaciones arqueológicas han aportado algunas explicaciones científicas al cómo y por qué se edificó y sobre quiénes, hace más de cinco mil años, comenzaron las obras de este incomparable y valioso testimonio de la cultura prehistórica.

Situadas en el contado de Wiltshire, a 48 km al norte del Canal de la Mancha y a 13 km al noroeste de Salisbury, en medio de las suaves ondulaciones de la campiña inglesa, estas ruinas han sido motivo de numerosas historias y leyendas sobre grandes ceremonias y rituales. Por su carácter misterioso han sido reivindicadas tanto por místicos modernos, que aseguran que se trata del centro de una increíble fuente de energía, como por adoradores locales o, incluso, bromistas “paranormales” que, no hace mucho, trazaron enormes “círculos de cosecha” a modo de extrañas señales en los terrenos próximos con ayuda de una cuerda y un pedazo de madera y después explicaron a todo el mundo su farsa… Pero la verdadera historia de Stonehenge comenzó hace más de cinco mil años y engloba mucho más que el monumento que ha llegado hasta nuestros días.

Los trabajos arqueológicos comenzaron en 1901, y se realizaron periódicamente hasta 1964. Entonces se decidió dejarlo tal cual, con el fin de preservar lo que aún permanecía intacto, y las excavaciones fueron prohibidas por las autoridades. Los científicos aún hoy en día intentan dar respuestas a varios de sus enigmas.

El arqueólogo inglés Julian Richards, autor de uno de los estudios más exhaustivos sobre el tema, destaca en sus investigaciones la importancia de los montículos funerarios o túmulos que salpican los alrededores de Stonehenge, algo que sólo se ha podido comprobar con una perspectiva aérea. Sobrevolando la zona, la visión desde el cielo ha permitido ver los rasgos del paisaje que lo rodea. Es el área que posee la concentración más alta de restos prehistóricos en todo el Reino Unido, algunos más antiguos que el mismo Stonehenge. Desde el cielo se ha podido ver que no se trata de unas simples ruinas, sino que representan toda una cultura.

En unos pocos kilómetros cuadrados hallamos, por ejemplo, el Cursus, una calzada que, hasta hace poco, se creía que era parte de un hipódromo romano hasta que se descubrió que en realidad databa de dos mil años antes de la invasión romana; y los Barrows, un campo de túmulos funerarios donde las excavaciones han sacado a la luz esqueletos humanos y joyas de cobre y bronce.

La parte más antigua de Stonehenge la forman una zanja y su terraplén, abiertos en un suelo calizo
que recién excavado brillaría con un intenso color blanco. Tiene forma circular abierta al noroeste y unos treinta metros de diámetro. Gracias a las pruebas del carbono 14 realizadas a las herramientas que sus constructores dejaron en el fondo de la zanja primitiva, hoy sabemos que las primeras obras se llevaron a cabo entre los años 3000 y 2920 a.C. Las herramientas que se utilizaron, durante la Edad de Piedra y en el período Neolítico, fueron picos fabricados con asta de ciervo.

La zanja de Stonehenge no es especialmente profunda, por lo que quizá no resultara demasiado complicado cavar con tan rudimentaria herramienta, pero en Grimes Graves, a 320 kilómetros al noroeste de Stonehenge, estos mismos picos de asta se utilizaron para cavar algo muy distinto: pozos mineros. En esta mina, los arqueólogos han descubierto estrechos pasillos que profundizan hasta nueve metros bajo tierra, tras los cuales el recorrido vuelve a la superficie. En algunas galerías aún se ven las marcas que dejaba cada golpe sobre la piedra e incluso huellas dactilares que datan de hace más de cinco mil años.

Grimes Graves cuenta con cuatrocientos pozos neolíticos donde durante más de mil años trabajaron
duramente con estas sencillas astas de ciervo equipos de mineros en busca del recurso mineral más preciado en la época, una variedad de roca de sílice llamada sílex que encontraban en forma de nódulos de color negro brillante, lo que conocemos como pedernal. El sílex era el recurso minero más valioso de aquella época, la materia prima de una nueva economía. La extracción y el comercio de esta piedra se convirtió en una de las fuerzas motoras del mundo de Stonehenge, debido a que del sílex, convenientemente tallado, salían hachas y otras herramientas, lo cual supuso un gran salto tecnológico y social.

Contra lo que pueda parecer, la talla lítica es un proceso muy técnico y preciso. Era imprescindible tener algunos conocimientos y pericia para convertir un pedazo de sílex en un hacha. Pero además a finales de la Edad de Piedra, estas herramientas sirvieron para talar árboles a gran escala, de modo que los pueblos nómadas que habían sido cazadores y recolectores se asentaron en comunidades y se dedicaron a la agricultura y la ganadería, dado que los bosques ya podían convertirse en granjas.

Al mismo tiempo que los hombres del Neolítico cambiaban su estilo de vida, comenzaba otra etapa en Stonehenge, que hasta entonces sólo era una zanja primitiva cavada con picos de asta. La nueva tecnología del sílex permitió levantar una estructura por el lado interior del talud compuesta por 56 vigas de madera que seguían la misma forma circular. No queda ninguna en pie, pero los arqueólogos han analizado el tipo de tierra que rellena los 56 agujeros sobre los que se asentaban, excavados también en el suelo calizo del lugar, y se ha podido saber que en cada uno se fijaba una viga de madera. Lo que ya no es posible adivinar es si, al igual que el posterior modelo en piedra, estos postes tenían troncos por encima a modo de dinteles. No se trataría del único monumento prehistórico construido principalmente con este material.

A unos escasos tres kilómetros de los bloques megalíticos de Stonehenge se encuentra Woodhenge –henge es el nombre que los arqueólogos dan a este tipo de edificaciones prehistóricas en forma circular-. Ambas ruinas prehistóricas siguen un plano de círculos concéntricos muy similar. Hasta el año 1920 se creyó que se trataba de los restos de un enorme túmulo funerario que hubiera sido despojado de la tierra. Sin embargo, al tomar las primeras fotografías aéreas se descubrió que cada uno de los puntos oscuros que aparecían marcados en el terreno indicaban la posición de un poste de madera y que todos juntos formaban un círculo.

Pero este lugar encierra algo más que su similitud arquitectónica con Stonehenge. En el transcurso de
unas excava iones en el centro de la circunferencia que forma Woodhenge se desenterró el cadáver de un niño con el cráneo trepanado, posiblemente fruto de algún sacrificio ritual del que sólo podemos imaginar cómo pudo desarrollarse, pero no saberlo a ciencia cierta. Alrededor de los seis anillos concéntricos que lo componen se encontraron objetos que iban desde huesos de animales hasta cerámica muy ornamentada y, justo en el centro, la tumba del niño. Woodhenge contaba con una estructura de madera claramente con algún tipo de función religiosa y, aunque su construcción debió de suponer un gran esfuerzo, no dejaba de estar hecho a base de simples troncos. Si se compara ambos conjuntos prehistóricos, Woogenge es el equivalente a la ermita de la aldea o a la parroquia local; Stonehenge, con su estructura de piedra, sería la catedral.

En Stonehenge no se han encontrado restos de sacrificios humanos, pero sí numerosos de incineraciones dentro de los agujeros donde se asentaban los primitivos postes de madera, Así que, durante cuatrocientos años, antes de que se talaran los árboles, antes de que los pueblos neolíticos que habitaban la zona reemplazaran la madera por los gigantescos bloques de piedra que conocemos hoy, Stonehenge fue, primero, un cementerio del que ha llegado a nuestros días incluso la ceniza de las piras funerarias.

Al final de la Edad de Piedra apareció en los alrededores de Stonehenge un enigmático hombre al que, actualmente, se ha dado en llamar el Arquero. Según recientes investigaciones, se sabe que tuvo que realizar un peligroso viaje hasta llegar a Inglaterra y que tenía las suficientes habilidades y conocimientos para comenzar una revolución. Fue enterrado a unos cinco kilómetros de Stonehenge, alrededor de 2500 a. C.

En el año 2002 de nuestra era, el doctor Andrew Fitzpatrick excavó su tumba y examinó sus huesos y sus dientes, ya que a medida que crecemos en ellos se almacena una huella química de nuestro entorno. Según este estudio, el Arquero provenía de
un lugar más frío que las islas Británicas; posiblemente de los Alpes o Europa Central. Este largo viaje a través de Europa, cruzando el canal de la Mancha, debió de ser extremadamente peligroso, pero el Arquero lo coronó con éxito y se convirtió en un hombre de gran relevancia en su nuevo hogar.

Quienes lo enterraron nos dejaron buena prueba de esto al inhumarlo con casi cien objetos de valor, cuando lo habitual para una sepultura rica eran unas diez posesiones. Junto con piezas de cerámica y utensilios del Neolítico, se hallaron tres cuchillos de cobre y el oro más antiguo descubierto en Gran Bretaña. El Arquero, en su viaje, llevó los conocimientos necesarios para trabajar el metal. El hallazgo más importante de su tumba es, paradójicamente, la pieza más vulgar: una simple piedra negruzca que contiene restos de oro y cobre, lo que demuestra que el mismo Arquero sabía trabajar el metal.

En opinión del doctor Fitzpatrick, el descubrimiento de la metalurgia en las islas Británicas fue coetáneo a la llegada del Arquero, quien a su vez, fue testigo, casi con seguridad, de la llegada de los grandes bloques de piedra y de la épica construcción de Stonehenge. Él trajo algo nuevo y supuso la oportunidad de un nuevo orden. En su tiempo dos cosas coincidieron: el comienzo de la construcción de un gran templo y la introducción del metal.

La respuesta a cómo el descubrimiento del metal estaba transformando el mundo de Stonehenge se encuentra en el norte de Gales, en una de las zonas mineras más antiguas de Europa, y en la mina de cobre más grande del mundo: Great Orme. Se estima que desde el año 4000 a.C. ya se estaba extrayendo mineral en ella, trabajos que duraron hasta aproximadamente 2900 a.C.

Great Orme fue descubierta en 1987 y desde el primer momento los arqueólogos que la estudiaban comprendieron que las minas estaban organizadas a una escala de tales proporciones que superaba a cualquier otra explotación minera prehistórica. Los extractores de mineral neolíticos retiraron más de cien mil toneladas de mena de aquellos pozos gigantes y llegaron a cavar a más de sesenta metros bajo tierra. Donde antes estaban las rocas con vetas de mineral ahora hay enormes pero impresionantes cámaras vacías.

En Great Orme pudieron haber trabajado más de mil personas durante sus picos máximos de
producción, mientras que en la explotación de sílex de Grimes Graves no lo hacían más de veinte personas a la vez, y sobre un solo pozo. De hecho, a pesar de que únicamente se ha investigado un 5% de Great Orme, hasta ahora se han encontrado treinta mil huesos de animales y miles de martillos de piedra –que pudieron ser las herramientas con las que se excavó la mina- y ocho kilómetros de túneles que datan de la Edad de Bronce. En las entrañas de estas galerías se han hallado numerosas pruebas de cómo y con qué fines se organizó este ingente número de trabajadores. Por lo general las prospecciones mineras empezaban cuando se localizaba malaquita en la superficie. En tal caso se comenzaba a profundizar en el suelo hasta que la veta de mineral se agotaba. Entonces, los mineros simplemente buscaban otra. Después sólo había que reducir la malaquita a polvo y mezclarla con carbón igualmente machacado. De la reacción entre ambos surgía el cobre puro.

En la mina de Great Orme eran maestros en el arte de la extracción del metal de las rocas. Y con ello comenzó una nueva era. Con el cobre se fabricaban millones de joyas y adornos rituales. El deseo de poseer estos objetos se convirtió en el motor de una expansión económica sin precedentes y unos avances tecnológicos que corrían a pasos agigantados.

Pero, ¿qué importancia tiene el descubrimiento del metal en la historia de un monumento que por aquel entonces se estaba construyendo en piedra? El aprovechamiento del cobre dotó a sus constructores de grandes riquezas y altas cotas de poder en una sociedad que estaba cambiando su definición de ambas. Quien podía trabajar y comerciar con los metales se convertía en un potentado y ostentaba nuevos símbolos de estatus. Del mismo modo que hoy llevamos joyas de oro o un reloj llamativo, el hombre prehistórico portaba una daga de cobre brillante o una bonita y reluciente hacha del mismo material. Las rocas de Stonehenge están decoradas con imágenes de utensilios de metal, lo que da fe del valor que tenían estos objetos para los pueblos de la Edad de Bronce. Pero el mayor símbolo de estatus social y económico era el mismo Stonehenge.

Los arqueólogos han demostrado que casi la mitad de los bloques que forman el monumento llegaron
desde la costa oeste de Gales a 241 km de Stonehenge. Hoy en día el mismo tipo de rocas, llamadas dolerita jaspeadas, está desperdigado por la misma campiña galesa de donde salieron hacia Stonehenge. La cuestión es cómo pudieron transportar trescientas toneladas de roca hasta allí antes de la invención de la rueda.

Para comenzar, lo primero que necesitaban eran cuerdas. Las fabricaban a partir de las fibras del tallo de la ortiga, una planta muy corriente en la región y recurso agrícola muy valioso y fundamental para muchos pueblos primitivos en todo el planeta. El proceso era muy sencillo: de los tallos de la planta se sacaban unas hebras que se enrollan, manteniéndolas en tensión. Las retorcían sobre sí mismas, hasta conseguir una cuera muy prieta, de diferentes grosores, muy eficaz y capaz de soportar mucha tensión. Así, con una gran cantidad de fibra y los trabajadores necesarios se podían crear sin dificultad sogas capaces de levantar megalitos del tamaño de los de Stonehenge.

El hecho de que los constructores de Stonehenge poseyeran la tecnología suficiente para realizar excavaciones con sus hachas de sílex y convertir fibras vegetales en cordaje no aclara el enigma de cómo pudieron mover las inmensas rocas que se alzaron. Algunos expertos piensan que los obreros prehistóricos construyeron plataformas de madera, una especie de trineos, para arrastrar las piedras, una técnica que ya habían desarrollado para algunas de sus tumbas primitivas erigidas con rocas de gran tamaño.

Sin embargo, el uso de una plataforma de madera bajo la roca, que al moverse reducía la fricción
contra el suelo y hacía más fácil su transporte, no parecía ser suficiente. La clave estaba en que estos pueblos primitivos también disponían de técnicas de carpintería muy avanzadas que les permitieron construir calzadas de madera con trabajos de ebanistería muy complejos, que utilizaban, por ejemplo, para salvar áreas pantanosas. Si tenían la tecnología, los recursos naturales y los trabajadores necesarios, no es nada descabellado pensar que fueran capaces de montar una de estas vías de madera para transportar la piedra hasta Stonehenge. Así, la teoría es que la plataforma de madera se deslizaba sobre una calzada igualmente de madera mediante un sistema de rodillos, antecedente de la rueda, con lo cual se reducía aún más la fricción y era posible transportarla a una velocidad razonable entre varios hombres.

Con estas investigaciones se sabe que, tan pronto como terminó la Edad de Piedra y llegó la Edad del Bronce, el hombre primitivo fue capaz de levantar grandes bloques de piedra y, sea como fuera, transportarlos con un enorme esfuerzo y erigir todas las rocas del monumento.

Pero, ¿con qué finalidad? En este punto surge otra de las incógnitas de Stonehenge.

Lo cierto es que es difícil saber con exactitud cómo era el aspecto que tendría Stonehenge en aquella época; cómo fueron los mil quinientos años de evolución desde una pequeña zanja en un montículo a una estructura de madera, hasta finalmente convertirse en una compleja construcción, como hoy se aprecia entre los bloques que quedan en pie, abierta a una gran avenida orientada al nordeste. Y es que, según aseguran muchos expertos, su especial orientación nos desvela el enigma de la construcción de Stonehenge: se trata de un observatorio astronómico, uno de los primeros construidos por el ser humano.

Se cree que estas grandes rocas, conocidas como Sarsen, estaban dispuestas alrededor de una
circunferencia de 30 metros de diámetro. Dentro de ésta, había otro círculo de 23 metros de diámetro hecho con unas sesenta rocas azules de menor tamaño, de casi dos metros de altura aproximadamente. En el centro del complejo de Stonehenge hay otras dos formaciones dispuestas a modo de herraduras, con la particularidad de que la altura de los bloques de piedra estaba regulado desde las más pequeñas en los extremos hasta las más altas en el centro de la herradura. La abertura orientada al noroeste se siguió conservando, convertida ya en una avenida para procesiones.

Esta orientación hacia la salida del sol no es en absoluto casual. Durante el día más largo del año, el sol llega justo al centro de Stonehenge. Nuestros antepasados más remotos festejaban este solsticio de verano utilizando la luz, la piedra y la sombra. Entonces, esto significa que conocían un dato de enorme importancia cosmológica. Aquellos primitivos comprendieron el ciclo que resulta del giro anual de la Tierra alrededor del Sol y la enorme importancia de las estaciones en su supervivencia hasta el punto de llegar a construir este impresionante monumento de piedras ciclópeas. Para ello hicieron falta más de mil quinientos años y, aún hoy, cada 21 de junio, en el solsticio de verano, Stonehenge nos recuerda que toda nuestra existencia se desarrolla alrededor de los ciclos de la naturaleza.

Pero además de su significado material, Stonehenge refleja un cambio en la espiritualidad del hombre
primitivo. En el curso de la Edad del Bronce, esta veneración del sol irá creciendo, acompañada de un simbolismo nuevo que invadirá todos los dominios artísticos, tanto los grabados por incisión como la orfebrería y la quincalla. Discos, colgantes diversos, motivos cruciformes testimonian por su abundancia, a finales de la Edad del Bronce y principios de la del Hierro, el triunfo de las creencias solares. Tenemos, por tanto, la impresión, aunque no la certidumbre, de que las divinidades uránicas o cósmicas comienzan a suplantar a los dioses y genios telúricos de la fertilidad, que anteriormente derivaron de las creencias animistas.

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