viernes, 30 de agosto de 2013

Mata-Hari: Espionaje entre sábanas






Mata Hari vivió apasionadamente una enigmática novela de aventuras en la que el amor fue sinónimo de astucia y cuya principal protagonista fue ella misma. Aunque no siempre resultó así. Ella, al igual que muchas mujeres de hoy, sufrió en su propia piel los abusos deshonestos y catastróficos de un hombre que la dominó, maltrató y humilló: su marido. Desengañada de la vida huyó a París y se inventó una nueva identidad, sin pensar en las consecuencias de aquella aventura tan arriesgada que finalmente la llevaría ante un peloto de fusilamiento en 1917.

Todo había empezado el 7 de agosto de 1876 en la tranquila y provinciana ciudad holandesa de Leeuwarden. Allí, en una calle céntrica, llama la atención un comercio destinado a la venta de gorras y sombreros que se halla cerrado a pesar de la avanzada hora de la mañana. El propietario, Adam Zelle, y su esposa, Antje Van der Meulen, acaban de ser padres de Margarita Gertrudis Van Zelle, una niña que pasará a la historia con el exótico nombre de Mata Hari.

Hasta los 15 años, la provinciana Margarita llevó una vida prácticamente idéntica a la de todas sus
amigas. Ningún indicio apuntaba siquiera los cambios que se producirían en la adolescente en un futuro cercano. Tan cercano como que fue ese mismo año de 1891 cuando su vida daría un giro –involuntario- de 180 grados que la marcaría para siempre. Por entonces, llevar sombrero dejó de estar de moda, o al menos eso debió pensar Adam Zelle al comprobar que nadie se decidía a comprar en su comercio, motivo por el cual tuvo que liquidar todas las existencias y cerrar el negocio. Como las desgracias suelen ir acompañadas, Antje Van Zelle falleció ese mismo año, dejando al esposo con la penosa carga de alimentar a cuatro hijos y dando, de paso, comienzo al vía crucis de Mata Hari.

Tras la muerte de Antje, Margarita sufrió y lloró como cualquier hija. El amor que sentía hacia su madre era tan fuerte e intenso que quienes la rodeaban llegaron a temer por su vida al presenciar sus desgarradoras expresiones de dolor. Contrariamente a lo esperado, Adam, aunque aparentaba la aflicción y la tristeza de un viudo, no tardó en rehacer su vida en todos los sentidos: se trasladó a vivir a Amsterdam, contrajo nuevo matrimonio e internó a Margarita en la Escuela Normal de Maestras de Leyden.

Nunca llegaría a darse cuenta del error que había cometido alejando de él a una “niña” que acababa de perder lo que más amaba en el mundo y que, ante todo, necesitaba un padre cariñoso. Pese a ello, las súplicas y lloros de Margarita no hicieron mella en un hombre que ya tenía otro hogar y así hubo de pasar drásticamente la página de una infancia que le había sido arrancada de cuajo. Por si fuera poco, pronto empezó su infortunio con los hombres, personalizado en el director del colegio, quien, en lugar de proporcionarle el amor paternal que Margarita precisaba, resolvió cortejarla y acosarla, pasando, con una celeridad pasmosa, de la intención al hecho. Los acosos y las constantes peticiones del maestro, obligaron a la joven a abandonar el centro para marcharse a vivir a la casa de un tío suyo llamado Taconis. Así las cosas, la existencia de Margarita transcurría tristemente entre la soledad y la incomprensión, cuando un anuncio en la prensa llamó su atención.

Una fría mañana de enero de 1895, la joven leía el periódico Fhet Nieuws van der Dag, como solía
hacer habitualmente. En la página de contactos –su favorita- se fijó en un anuncio que venía firmando por Rudolf Mac Leod, capitán del ejército holandés en las Indias. Se anunciaba como un hombre bueno y honrado, de 39 años, que buscaba esposa joven y atractiva. Con sus 18 años, Margarita pensó en lo maravilloso que resultaría casarse con un militar maduro y se estiró en el lecho dejando volar su imaginación. Cuando despertó de un sueño en el que se imaginaba con traje nupcial, cogió la pluma y escribió cuatro líneas claras y contundentes, manifestando su ilusión por conocer al autor de tan original anuncio. En su inocencia ignoraba que la solicitud del capitán había nacido de una apuesta efectuada entre varios oficiales afectados por un avanzado estado de embriaguez y que nada tenía de romántica. Pese a ello, Rudolf acudió a la cita, durante la cual no reveló a la joven el “pequeño” detalle de cómo había surgido la idea de anunciarse en el periódico. Los esponsales se celebraron el día 30 de marzo de ese mismo año, y cuatro meses después, Margarita y el capitán contraían matrimonio civil en Amsterdam.

Mac Leod, alto, apuesto y viril, resultó ser un impenitente jugador, mujeriego y alcohólico. Margarita quedó encinta de un varón que nacería el 30 de enero de 1896, al que llamaron Norman. Por entonces, el marido, ascendido a comandante del primer batallón de infantería de reserva, viajaba cada vez con mayor asiduidad –sin su mujer y su hijo- a Java y Sumatra, en Indonesia. Un año después, Margarita dio a luz a su segundo hijo, esta vez una niña a la que llamaron Juana Luisa, como la hermana de Mac Leod.

El día 26 de junio de 1899, Margarita sufrió en su propia carne la desgracia de ser víctima de una revancha dirigida a su marido. Su hijo Norman, que ya tenía tres años, acababa de cenar un plato de arroz. Unas horas después moría en brazos de su madre. La criada fue interrogada por la policía y confesó ser autora del crimen, urdido como represalia hacia Mac Leod. Ajena a todo arrepentimiento, la mujer argumentó que el comandante había maltratado a su marido –que era un soldado indonesio- injusta y cruelmente, hasta dejarlo inconsciente. Desde entonces pensaba en vengarse y no paró hasta conseguirlo. Margarita perdió el norte y entró en un estado depresivo que invadió todo su ser.

Mac Leod fue destinado nuevamente a Java, pero esta vez de forma definitiva, momento en que
decidió que su esposa debía trasladase junto a él. Margarita sigue cayendo en picado, pues por entonces empiezan a evidenciarse, mucho más severamente, los malos tratos a los que su marido la sometía. Una noche, acudió junto con Rudolf a una fiesta javanesa. En medio del salón danzaba una bailarina. Su cuerpo se contoneaba insinuante realizando exóticos movimientos. El resultado era de una sensualidad evidente. La señora Mac Leod, al igual que otras mujeres, se encandiló al contemplar las evoluciones de aquel cimbreante cuerpo. Tan ensimismada estaba en contemplar la danza, que no se percató de que su esposo la requería insistentemente. Rudolf, que tuvo que acercarse a ella para ser oído, pagó su “despiste” con una brutal paliza. Margarita tuvo que admitir públicamente que su marido la maltrataba, pues sentía que era muy capaz de desfigurarla o tal vez, de matarla.

De ese doloroso episodio, Margarita aprendió a disimular sus sentimientos ante un marido al que pensaba abandonar, no sin antes aprender la magia de esa danza que la había embrujado. Cumplido el objetivo, el 27 de agosto de 1902 Margarita presentó formalmente una demanda de divorcio, que fue fallada su favor, obteniendo la custodia de su hija. Sin embargo, ablandada ante las promesas de cambio por parte de Rudolf, Margarita accedió a volver con él. El intento sólo le produjo pérdidas, pues al ser declarada culpable de abandono del domicilio conyugal, perdió la tutela de Juana Luisa, que fue entregada a su padre. Tras apelar, Margarita logró nuevamente la custodia, pero unos días después, Rudolf raptó a la pequeña y amenazó a su ex esposa con matarlas a las dos si intentaba volver a recuperarla.

Así es como, en 1903, nuestro personaje llega a Paris. Y en la capital francesa entierra a Margarita
Gertrudis Van Zelle y saluda el nacimiento de una bailarina de origen indostánico iniciada en el misterioso arte de las sagradas danzas de los brahmanes. Su nombre: Mata Hari, que en lengua javanesa significa “ojo del amanecer”. Cuando le preguntan por su origen, dice haber nacido en las costas de Malabar, al sur de la India, hija de un dios y de una bayadera del templo que falleció al darla a luz. Según su relato, fue adoptaba por unos sacerdotes que la encerraron en el patio subterráneo de la Pagoda de Siva cuando comenzó a andar para enseñarle los sagrados ritos de la danza. Repite tantas veces la historia que la acaba creyendo y vive angustiada, víctima del misterio que ella misma ha creado y de la fatalidad.

En la capital francesa, donde entre 1904 y 1907 se convierte en la bailarina más famosa de la época, Mata Hari sabe satisfacer como ninguna otra la vanidad de los hombres. Al fin y al cabo lo ha aprendido a costa de mucho sufrimiento.

Los ministros se sienten atraídos por su palabrería, pues les demuestra que sabe hablar mejor que ellos, y el emperador austríaco Francisco José queda deslumbrado con sus danzas. Este nuevo mundo, repleto de glamour y exotismo, proporciona a Mata Hari la oportunidad de viajar a muchos países, entre ellos Alemania, y de conocer a altos mandos del ejército, a quienes, entre danza y danza, sonsacaba secretos de Estado. Al principio eran ellos los que hablaban en la intimidad de la alcoba; después nació la curiosidad de ella por conocer tan importantes secretos; finalmente, Margarita fue consciente del poder que tenía en sus manos y quiso utilizarlo. Fue su inicio como espía.

En 1915, usando la danza como tapadera, Mata Hari fue enviada por los servicios secretos alemanes a
cumplir una misión en España. Su presencia revolucionó Madrid, donde, según cuentan, las parejas se separaban por su causa. Allí, Mata Hari hizo gritar, llorar y languidecer a muchas personas, más por asuntos del corazón que por su eficacia como agente secreto, cuyo trabajo no pasó de mediocre. Enrique Gómez Carrillo, famoso escritor casado con la artista Raquel Meller, Cambó, Eduardo Dato, el conde de Romanones, el torero Vicente Pastor… forman parte de la larga lista de ilustres que sucumbieron a los encantos de la danzarina. Aunque su fama como artista de la danza y del teatro ya declinaba, Margarita impresionó a todo el mundo desde la habitación del hotel Ritz que escogió como domicilio. Entre sus paredes fue donde el senador catalán Emilio Junoy cayó hechizado bajo los tentáculos, casi venenosos, que danzaban exclusivamente para él. Sensualidad y misterio envolvían cada uno de los estudiados movimientos que Mata Hari ejecutaba con su cuerpo.

Durante su estancia en España, los ingleses la someten a una vigilancia exhaustiva, informando constantemente al servicio de contraespionaje francés sobre los contactos que ella mantiene con los alemanes. Al sospechar que está siendo vigilada, Mata Hari decide abandonar Madrid con la intención de entrevistarse en París con el comandante Ladoux, alta personalidad del espionaje francés. Utilizando su mejor arma, la belleza, lo convence astutamente de que ella puede obtener secretos del alto mando germano. El comandante, que no es precisamente un hombre confiado, aceptó la proposición no sin tomar algunas medidas de precaución.

De esta forma, antes de encomendarle una misión, la sometió a un certero interrogatorio: “En el caso de que fuera preciso que la recibiera una persona de sumo interés para nosotros, ¿cómo lo haría?” Al contestar, Mata Hari cayó en la trampa, pues mencionó un nombre -Craemer- cuya identidad como espía, no revelada por el comandante pero conocida por él, pues era una gran figura del espionaje mundial- denotaba a todas luces que sólo podía haber llegado a ella a través de sus contactos como agente secreto. De esta forma, Margarita daba a entender inconscientemente su posición traidora, aunque Ladoux decidió seguir adelante hasta que la mujer se delatara de una forma mucho más evidente. Así, prosigue su conversación y, sonriente, la acepta como colega, invitándola a estrenarse con una misión en Bélgica, aunque primero, y para quedar fuera de sospechas –le dice Ladoux- deberá dirigirse a un país neutral: España. Estamos en los tiempos de la Primera Guerra Mundial.

Ladoux pretende tenderle una trampa al señalarla objetivos falsos con el fin de que ella informe a los
agentes alemanes como si fueran ciertos. Mientras, él permanecerá al acecho hasta cogerla con las manos en la masa. De nuevo en Madrid, pero esta vez alojada en el hotel Palace, Mata Hari aguarda impaciente las noticias del comandante, mientras la intriga comienza a urdirse en torno a la espía.

Los informes que envía al servicio secreto alemán son interceptados en París, donde se conoce la clave en que se cifran los mensajes que circulan entre Berlín y Madrid, y viceversa. La sospecha de que Margarita es una espía alemana conocida como H21 ya está en boca de muchos y se confirmará si ella viaja a París, adonde es requerida en un telegrama interceptado que reza así: “Comunicar a H21 que regrese a Francia y que continúe su misión desde allí. Recibirá un cheque de 15.000 francos de Craemer sobre el Compoir d´Escompte”.

Mata Hari fue detenida en la frontera de Hendaya por la policía gala, acusada de espionaje. Su arresto tuvo lugar el 13 de febrero de 1917, dando comienzo a inciertos meses de presidio. El 24 de julio comienza en París el consejo de guerra contra la espía, presidido por Semprou, teniente coronel de la Guardia Republicana francesa. Como abogado defensor actuó Clunet, un antiguo amante de la bailarina que se encontraba en el exilio, en tanto que Emilio Junoy intentaba ayudar aportando datos que pudiesen resultar beneficiosos para ella en el juicio.

Con todas las pruebas en su contra, el 25 de julio de 1917, Margarita Van Zelle, alias Mata Hari, alias
H21, es declarada culpable de espionaje a favor de Alemania y condenada a muerte. Su ejecución y el inicio de la leyenda tuvo lugar en la madrugada del 15 de octubre de 1917.

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