lunes, 1 de julio de 2013

La división del trabajo






Asombrado, el español contempló la magnífica escena que tenía delante y quedó boquiabierto. Era el año 1436 y estaba en Venecia para ver cómo la ciudad-Estado italiana armaba sus buques de guerra. En la Península, éste era un proceso laborioso que tardaba días enteros, pero aquí, ante sus mismos ojos, los venecianos lograban armar una nave tras otra en menos de una hora. ¿Cómo lo hacían exactamente?

En España, las embarcaciones se amarraban al muelle y una horda de trabajadores se encargaba de subir a bordo todas las municiones y provisiones. En Venecia, en cambio, los buques se remolcaban uno por uno a lo largo de un canal y los distintos armeros especializados descargaban sobre la cubierta sus productos a medida que iban pasando. Todavía boquiabierto, el viajero español recogió los detalles del proceso en du diario. Acababa de ser testigo de la apoteosis de la división del trabajo: una de las primeras cadenas de montaje de la historia.


La idea es sencillamente ésta: podemos producir muchísimo más y muchísimo mejor si dividimos el trabajo y nos especializamos en lo que cada uno es bueno haciendo.

La división del trabajo tiene sentido ya sea a pequeña o gran escala. Pensemos, por ejemplo, en una
región que es particularmente adecuada para el cultivo del trigo por tener la densidad de suelo y los niveles de pluviosidad precisos, pero que con frecuencia ha de dejar parte de la tierra en barbecho porque sus habitantes carecen de las herramientas apropiadas para recoger más trigo en la época de la cosecha. Los habitantes de la región vecina son expertos en la fabricación de hojas para espadas y otras herramientas, pero sus tierras son improductivas y a menudo pasan hambre.

La potente lógica de la división del trabajo nos dice que ambas regiones deberían especializarse en aquello para lo que son mejores e importar lo que les cuesta trabajo producir. En tal caso, las dos poblaciones tendrían suficiente comida y tantas hojas como necesiten para cosechar el trigo o protegerse.

La división del trabajo se ha practicado durante milenios. Era una práctica consolidada ya en tiempo de los griegos, y se empleaba con éxito en las fábricas británicas en la época de Adam Smith, pero no encontró su forma culminante hasta comienzos del siglo XX, con Henry Ford y su modelo T.

La división del trabajo contribuyó a impulsar la primera Revolución Industrial y permitió a países del mundo entero mejorar su productividad y riqueza de forma espectacular. En la actualidad, es el método de producción de prácticamente cualquier objeto que nos venga a la cabeza.

Tomemos como ejemplo un lápiz normal y corriente. Su producción requiere una serie de pasos diferentes: cortar la madera, extraer y dar forma al grafito, poner la marca, la laca y la goma. Para fabricar un solo lápiz se requieren innumerables manos, como escribió Leonard Read en su breve y estimulante ensayo “Yo, el lápiz” (1958): “¿Simple? Sin embargo, no hay una sola persona sobre la faz de la tierra que sepa cómo hacerme. Esto suena fantástico, ¿no? En especial cuando se es consciente de que cada año se producen en Estados Unidos cerca de mil quinientos millones de lápices como yo”.

Con Adam Smith la división del trabajo se sintetizó en una teoría sencilla. El famoso ejemplo que el pensador escocés empleó en “La riqueza de las naciones” fue el de una fábrica de alfileres en la Gran Bretaña del siglo XVIII, donde éstos se hacían a mano. Hoy en día, decía, un hombre normal y corriente apenas podría hacer un alfiler al día, pero en la fábrica el trabajo se divide entre varios especialistas: “Uno alarga el alambre, otro lo endereza, un tercero lo corta, un cuarto lo afila, un quinto prepara el otro extremo para ponerle la cabeza; para hacer la cabeza se requieren dos o tres pasos distintos… de esta manera, la importante empresa de hacer un alfiler se divide en cerca de dieciocho operaciones diferentes”.

Según Smith, una fábrica de diez empleados podía producir cuarenta y ocho mil alfileres diarios gracias a la división del trabajo: un aumento de la productividad fabuloso, a saber, del 400.000 por cien. De esta forma, un equipo de trabajadores produce considerablemente más que la suma de sus partes.

Éste, por supuesto, es el prototipo de fábrica creado por Henry Ford hace un siglo. Ford concibió una cadena de montaje en la que una cinta transportadora ponía el coche que se estaba fabricando delante de diferentes equipos de trabajadores, cada uno de los cuales le añadía una nueva pieza estandarizada, lo que, en última instancia, le permitió producir un coche por menos precio, y en menos tiempo, que sus competidores.

Con todo, la división del trabajo no acaba aquí. Considérese el caso de una compañía en la que el director general es mucho mejor que sus empleados en las labores de gestión, administración, contabilidad, marketing y limpieza del edificio. Aun en una situación semejante, al director le convendrá ocuparse de la tarea más rentable y delegar todas las demás en sus empleados.

Del mismo modo, no tiene sentido que un fabricante de coches produzca todas y cada una de las piezas utilizadas en sus vehículos, desde los tapizados de cuero para los asientos hasta el motor y el sistema de sonido. Lo más conveniente es dejar algunos de estos procesos especializados, o incluso todos, en manos de otras compañías, comprar los productos terminados y limitarse a montarlos.

Smith llevó la idea un paso más allá: propuso que el trabajo no debía dividirse sólo entre diferentes
individuos especializados, en determinadas tareas, sino también entre diferentes países y ciudades.

No obstante, existen problemas inherentes a la división del trabajo. El primero, como puede atestiguar cualquier persona que haya sido despedida porque su trabajo se ha vuelto obsoleto, es que puede ser extremadamente difícil encontrar empleo cuando ya no hay demanda para el oficio en el que nos hemos especializado. En las últimas décadas, cientos de miles de trabajadores de la industria automotriz, la minería del carbón, la siderurgia… se han visto condenados a prolongados períodos en el paro tras el cierre de las fábricas, plantas y minas en las que trabajaban.

Un segundo problema es que una fábrica puede pasar a depender completamente de una sola persona o grupo de personas, lo que les otorga un poder desproporcionado sobre todo el proceso (por ejemplo, yendo a la huelga en caso de tener alguna reivindicación).

En tercer lugar, que un individuo se vea obligado a especializarse en un solo oficio o saber específico
puede minar su moral peligrosamente. Tener que realizar una única tarea repetitiva todo el día, todos los días, conduce a lo que Smith llamó la “mutilación mental” de los trabajadores, lo que degrada su capacidad intelectual y los aliena. Karl Marx estaba totalmente de acuerdo con este análisis, que, de hecho, es una de las bases de su Manifiesto Comunista, la obra en la que pronosticaba que el desengaño de los trabajadores los llevaría en última instancia a alzarse contra los empleadores que les han impuesto semejantes condiciones.

Con todo, hay que contraponer la alineación producida por la división del trabajo con los fenomenales beneficios que genera. La división del trabajo ha dado forma al crecimiento y desarrollo de las economías modernas hasta tal punto que sigue siendo uno de los elementos más importantes y potentes de la lógica económica.

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