viernes, 5 de abril de 2013

¿Por qué gritamos al asustarnos o experimentar dolor?


La puerta se cierra, pero desgraciadamente los dedos se han quedado en medio. En estas situaciones se suele gritar, aunque eso no haga que el dolor sea menor. El sentido común de las personas debería decirles que no tiene ningún sentido gritar como un poseso pero, a pesar de ello, lo hacemos. De hecho, el intelecto no tiene ocasión de intervenir, ya que el reflejo se le adelanta.

Estos reflejos son los que han protegido a los hombres en épocas en las que aún no estaba implantado un lenguaje. Si el Homo sapiens resultaba herido o se sentía atacado, gracias a los gritos podía avisar a sus congéneres de la tribu y hacerles saber su situación de emergencia a la vez que les ponía en aviso acerca del peligro. A pesar de haber transcurrido mucho tiempo, no nos hemos alejado demasiado de esas costumbres de los hombres primitivos, y también los seres humanos del siglo XXI gritamos para recibir atención, ayuda o consuelo.

Pero durante este tiempo hemos aprendido algo. Si se conoce cómo es un dolor y nos resulta previsible que nos afecte, aún cuando sea comparativamente severo, seremos capaces de asumirlo y evitar los gritos como reacción refleja. En caso contrario, el estrépito de gritos en la consulta del dentista probablemente resultaría ensordecedor.

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