miércoles, 24 de abril de 2013
La Minería: Las piedras al servicio del hombre
La historia de la minería es, en parte, la historia de la riqueza de las naciones. Casi todo lo que perdura de otras épocas está construido con materiales provenientes de la propia corteza terrestre. Ésta es la historia de cómo el ser humano desarrolló las técnicas que le permitieron acceder a sus materias primas fundamentales.
La minería es una industria de alta importancia que provee al hombre de gran parte de las materias primas usadas en sus utensilios y construcciones –metales y piedras-, de un porcentaje importante de sus fuentes de energía –carbón- e incluso de condimentos alimenticios –sal-. En el mejor de los casos, estos materiales están al aire libre o enterrados a pocos metros del suelo, por lo que pueden explotarse en minas a cielo abierto. Lo más usual, sin embargo, es que estén formando capas, bolsas o filones ocultos bajo toneladas de terreno y sea imprescindible para su obtención la excavación de profundas minas.
El inicio de la minería estuvo a buen seguro relacionado, indirectamente, con el reconocimiento de las grutas en que el ser humano vivía y, directamente, con la búsqueda de pedernal –una variedad de cuarzo- con el que fabricaba todo tipo de instrumentos –armas, adornos o herramientas-. Como el pedernal enterrado es más fácil de labrar que el externo, el hombre primitivo decidió acometer su búsqueda y extracción. Y así, tras ser agricultor, ganadero y cazador, se convirtió también en minero.
El sílex y la obsidiana –un cristal volcánico- eran otros materiales muy útiles en aquellos tiempos. Su extracción se realizaba ya unos 3.000 años a.de C. en los Países Bajos, como lo prueban los centenares de pozos mineros de hasta 12 m de profundidad de las cercanías de Limburg. También de entonces data uno de los primeros métodos mineros típicos de extracción de piedra: la inserción de cuñas de madera en las grietas de las rocas de la cantera y su posterior baño con sustancias como vinagre o agua, que producía su aumento de tamaño y la consiguiente ruptura de los bloques de roca. Tal vez fuera éste el método usado por los hombres del Neolítico para la obtención de materiales con que erigir monumentos como el de Stonehenge, cuyos bloques, de unas 54 toneladas de peso, fueron llevados hasta allí desde los 40 km que lo separan de la cantera, o por los egipcios para sus magníficas pirámides.
El cobre ya se extraía hace 9.000 años en Anatolia, pero hasta el 150 a.de C. no se empezó a utilizar el método de extracción al fuego: la veta de cobre era calentada mediante una hoguera y, a continuación, enfriada bruscamente; la roca se fragmentaba y hacía más fácil la extracción del mineral. Así se hacía en regiones mineras como la de Mittenberg (Austria) de hasta 100 m de profundidad, donde, gracias al trabajo de unas mil personas, se extrajeron 30.000 toneladas de cobre en 300 años.
El oro, por su parte, cuando no se obtenía mediante la filtración del agua de ciertos ríos, lo era de minas las primeras de las cuales se abrieron en el Bajo Egipto 2.000 años a.C. La obtención del hierro era algo más dificultosa, pues generalmente se encuentra mezclado con otros metales y es necesario fundirlo. Para ello se utilizaban en la antigüedad los hornos renn, situados en las faldas de las montañas que, aprovechando la fuerza del viento, generaban el calor que se requiere para fundir el hierro. Este método era empleado ya en el norte de Europa unos 2.000 años a.de C. En cuanto a la sal, también hay constancia de que existían minas de sal gema en la Europa de hace 3.000 años.
La minería fue convirtiéndose, con el paso del tiempo, en una de las principales fuentes de riqueza. La civilización egipcia, por ejemplo, a falta de yacimientos cercanos al río, obtenía sus recursos minerales del desierto del Sinaí, de minas como la de cobre de Timna, que hoy en día sigue en explotación.
Los griegos heredaron gran parte de las avanzadas técnicas mineras egipcias. Herodoto y Jenofonte dan testimonio en sus escritos de la existencia de antiquísimas minas de cinc en Delfos, de plata en Laurion y otras en la isla de Thasos. Los griegos avanzaron considerablemente las técnicas de explotación: en Laureion, por ejemplo, había unos 2.000 pozos, de hasta 120 metros, excavados en terreno duro. Las minas contaban ya con buenas –para la época- medidas de seguridad y con un alto grado de organización, como lo prueba, por ejemplo, la existencia en ellas de útiles depósitos de agua subterráneos.
La civilización romana continuó con las técnicas griegas, difundiéndolas a todo su imperio. Abrieron multitud de minas en Chipre, los Alpes, los Cárpatos, la Italia Central o la Península Ibérica. Las técnicas utilizadas eran muchas y muy ingeniosas: tornillos de Arquímedes, cajas elevadoras, ruedas de agua…
Con la Edad media llegó la mecanización de la minería. Por ejemplo, se comenzaron a usar tornos y otros mecanismos hidráulicos. Además, empezaron a proliferar las minas verticales. Hasta entonces, la mayoría era un conjunto de galerías horizontales excavadas en la falda de una montaña; ahora fue posible horadar el suelo en vertical y, mediante mecanismos hidráulicos, subir los minerales obtenidos a la superficie.
El importante desarrollo del horno de carbón vegetal, mediante el cual era posible transformar el hierro, fue otro de los muchos avances tecnológicos de la época. Se crearon compañías de explotación y prácticamente se abandonaron las pequeñas explotaciones. Hasta que la minería del Nuevo Mundo eclipsó por su riqueza a la del Viejo Continente, en Europa existían numerosas y prósperas regiones mineras: Salzburgo, Carintia, Estiria, Tirol, Montes Metálicos de Bohemia, Sajonia, Selva Negra, Harz, Turingia… Tan grande fue su auge que los mineros, por su importancia vital en el desarrollo de un país, se convirtieron en una clase privilegiada: eran libres podían llevar armas, residir donde eligieran y estaban exentos de servicios militares.
El definitivo avance tecnológico minero comenzó a principios del siglo XIX, con la sustitución por la máquina de vapor de la energía hidráulica y la utilización de pólvora negra para la apertura de minas y otras voladuras, que facilitó enormemente una labor hasta entonces realizada a fuerza de músculo y utensilios simples. A finales del siglo, la pólvora negra fue ventajosamente sustituida por la dinamita. Además, la utilización de compresores de aire comprimido posibilitó la utilización de barrenas que abrían orificios en la roca donde se introducían los cartuchos de dinamita. También a finales del siglo llegó a las minas la electricidad como energía motriz de locomotoras, ventiladores y bombas, mecanismos todos ellos muy útiles en el trabajo minero. Un último pero no menos importante invento de este siglo fue el de la lámpara se seguridad, obra del físico inglés Davy (1778-1829), en la que la llama está rodeada por una camisa que enfría los gases de combustión y que evita que explosione el grisú.
Hoy en día la explotación de las minas suele estar en manos de grandes compañías, pues sólo ellas son capaces de rentabilizar la pobreza de los yacimientos actuales. Se hace necesaria la alta tecnificación de todos los procesos de explotación para aumentar la rentabilidad y ello requiere, a su vez, grandes inversiones que sólo las compañías pueden realizar. Además, es imprescindible un proceso previo de prospección del terreno que asegure la rentabilidad de cada posible explotación. Tras los estudios geológicos que determinan si es o no probable que bajo el suelo se halle una cantidad apreciable de mineral, se pasa al a más precisa prospección geofísica.
Son varios los métodos que empela esta última, y su enumeración puede servir para hacerse una idea del grado de tecnificación actual de los trabajos mineros. La prospección gravimétrica utiliza las medidas de gravímetros muy sensibles para determinar el diferente peso en distintos puntos causada por la existencia de capas más o menos presadas de mineral. Gracias a las diversas medidas se puede representar la veta que se va a explotar. La prospección magnética detecta, gracias a la balanza magnética creada por el estadounidense Carl Heiland, las variaciones del campo magnético terrestre creadas por la presencia de materiales magnéticos como el hierro. La prospección de las ondas sísmicas creadas por una explosión intencionada en el subsuelo para detectar su estructura de vetas. Los materiales radiactivos suelen ser detectados por prospección radiactiva gracias a contadores geiger.
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