martes, 16 de octubre de 2012
¿Dónde estaba el Jardín del Edén? (1)
En el libro del Génesis, el relato de la creación de Adán y Eva, su desgracia y su expulsión final del paraíso que Dios había dispuesto para ellos en la tierra ocupa el centro de las tradiciones judía y cristiana. La idea del Jardín del Edén ha hechizado la imaginación creativa de generaciones de pintores y escritores a través de los siglos.
El jardín más famoso del mundo era idílico, abundante en agua y alimentos. Adán y Eva tenían por compañía a “todas las bestias del campo y aves del cielo”. Los árboles ofrecían amplia sombra y un animado río recorría el terreno; una vez fuera se dividía en cuatro cauces: Pishón, Gilón, Tigris y Éufrates. Pero eso es todo lo que sabemos de él; su forma, tamaño y situación nos son desconocidos. El único árbol cuya presencia puede ser inferida con relativa certidumbre es la higuera, aunque tradiciones posteriores identificaron a la palmera con el árbol de la vida, y al árbol de la ciencia del bien y el mal, con el platanero.
Pero, ¿qué sabemos de cierto sobre el Jardín del Edén?
Tras haber formado al hombre, Dios le prepara también un lugar de residencia, y ello entraña la mención del primer nombre de lugar en la Biblia:
Génesis 2.8. Plantó luego Yahvé Dios un jardín en Edén, al oriente...
Nótese que lo que se llama Edén no es el propio jardín. No puede hablarse de «Edén» como si fuera sinónimo de jardín, lo mismo que no se puede hablar de «Aragón» como si fuese sinónimo del Parque de Ordesa.
El jardín se planta en alguna parte de una tierra llamada Edén, que se localiza «al oriente»; es decir, al oriente de Canán, que es el núcleo de referencia de la historia bíblica y el país tanto de los autores como de los lectores primitivos del Génesis. Entonces, la cuestión es: ¿dónde está Edén?
Ha habido numerosas respuestas a esta pregunta, algunas sumamente improbables, y no existe ninguna contestación concreta que sea aceptable para todos. Sin embargo, si siguiéramos la idea más sencilla y directa posible, surgiría una solución razonable.
En primer lugar, supongamos que consideramos a la geografía de la región no como era en la época en que los antiguos judíos creían que la creación había tenido lugar (aproximadamente en el 4000 a.C según la convención cronológica moderna), sino como existía en un tiempo posterior, cuando se escribió el texto del libro del Génesis. Hasta cierto punto, el Génesis se basa en tradiciones muy antiguas, pero tales tradiciones no se pusieron por escrito hasta el siglo IX a.C como muy pronto. Algunas partes del libro no se escribieron hasta varios siglos después, y su conjunto no se unificó y no recibió la forma que ahora conocemos hasta el siglo V a.C.
Por tanto, las referencias geográficas del Génesis deben remitirse a la etapa que va desde el siglo IX al siglo V a.C (el período asirio y algo después), cuando la situación poseía sentido para el escritor y para el lector.
Así, si alguien fuera en la actualidad a escribir un libro sobre los indios norteamericanos del siglo catorce, bien podría escribir acerca de «las tribus indias que habitaban lo que ahora son los Estados Unidos». Para ahorrar espacio, podría hablar de manera elíptica de «los indios de los Estados Unidos», dando por sentado que los lectores comprenderían que los Estados Unidos no existían realmente en el siglo catorce y no se confundirían. En la antigüedad, cuando todos los ejemplares de un libro se hacían a mano y no a imprenta, la necesidad de ser parco con las palabras era mucho mayor. No podía esperarse que alguien escribiera: «Y Yahvé Dios plantó un jardín al oriente de la tierra que ahora llamamos Edén».
De modo que debemos preguntarnos dónde estaba Edén durante el período asirio; y la Biblia nos lo dice con toda claridad. En varias ocasiones se refiere a Edén no como un primitivo emplazamiento místico de un jardín por el que vagaban Adán y Eva, sino como una tierra prosaica y cotidiana que los asirios conquistaron en el siglo VIII a.C.
Así, cuando las huestes asirias de Senaquerib sitiaron Jerusalén en el 701 a.C, enviaron un mensaje a los hombres que guardaban las murallas de la ciudad, advirtiéndoles de que no confiaran en su Dios para salvarse, pues los dioses de otras naciones no habían evitado que éstas fuesen conquistadas por los asirios:
2 Reyes 19.12. Los dioses de los pueblos que mis padres han destruido, ¿los libraron en Gozán, Harán, Resef, y libraron a los hijos de Edén, que habitan en Telasar?
Telasar es el nombre de una provincia asiria, mencionada como Til-asuri en inscripciones asirias. Se extiende a ambos lados de los tramos medios del río Éufrates, de manera que está efectivamente situada «al oriente» de Canán, a unos seiscientos kilómetros hacia el Este, para ser más exactos. Y aun así, no es necesario suponer que el escritor bíblico se refiriese a la zona concreta, relativamente pequeña, de Edén en la provincia de Telasar. Con el tiempo, los nombres de lugares tienden a dilatarse y diluirse. De ese modo, «Asia», que originalmente aludía a la región occidental de lo que ahora es el Estado de Turquía, se extendió para incluir todo un vasto continente, mientras que «África», que en principio señalaba la parte norte de lo que hoy es la nación de Túnez, se amplió para abarcar un continente casi igual de grande. En consecuencia, Edén bien pudo utilizarse no sólo como un término geográfico específico, sino también en un sentido bastante general para todo el valle del río Éufrates.
Esto también es probable, porque si la Biblia hace de Edén el país original de la raza humana, la arqueología ha revelado que en las orillas del río Éufrates surgió una de las primeras civilizaciones, si no la más antigua. Hacia el 3000 a.C, ciudades florecientes salpicaban las riberas del Éufrates, una compleja red de canales de irrigación estaba en funcionamiento, se inventaba la escritura y, en general, existía el hombre civilizado.
En la época en que el libro del Génesis recibió su definitiva forma escrita, el redactor que ordenaba los textos de las diversas fuentes debió comprender que «Edén» se había convertido en un término vago, y se dispuso a delimitar el emplazamiento del jardín en términos más precisos que sin duda tenían más sentido en su tiempo, pero que con el paso de más de dos mil años se han hecho mucho menos claros. Establece su definición situando a Edén y su jardín en la confluencia de ríos importantes o cerca de ella:
Génesis 2.10. Salía de Edén un río que regaba el jardín y de allí se partía en cuatro brazos.
Génesis 2.11. El primero se llamaba Pisón, y es el que rodea toda la tierra de Evila, donde abunda el oro,
Génesis 2.12. Un oro muy fino, y a más también bedelio y ágata;
Génesis 2.13. Y el segundo se llama Guijón, y es el que rodea toda la tierra de Cus;
Génesis 2.14. El tercero se llama Tigris y corre al oriente de Asiria; el cuarto es el Éufrates.
Los ríos se mencionan en orden de familiaridad creciente respecto al escritor, de manera que éste se limita a aludir al Éufrates. No cree necesario situarlo mediante la descripción de las regiones que atraviesa. Ello es comprensible porque el Éufrates era bien conocido por los judíos del período asirio e incluso de antes, y había partes de él que no estaban muy alejadas. De hecho, en tiempos de David, cuando el reino judío era más extenso y poderoso, su frontera más al norte quedaba en la parte alta del Éufrates.
Los asirios llamaban al Éufrates «Pu-rat-tu», palabra derivada de un término aún más antiguo que significa «río grande». El término hebreo que se utiliza en la Biblia es «Perat», forma clara del nombre asirio; la palabra «Éufrates» se acuñó con los griegos, que convirtieron las extrañas sílabas asirias en una forma que tenía más sentido a sus oídos. (La Biblia nos ha llegado, en gran medida, del hebreo; primero a través del griego y, luego, del latín. Por tanto, muchos nombres hebreos vienen en forma grecolatina. En general, la versión católica de la Biblia se atiene más estrechamente al grecolatino, mientras que la King James y, aún más, la Revised Standard Version tienden a volver al hebreo original.)
El Éufrates es realmente un «río grande». Es el más largo del suroeste de Asia, y su curso mide 2.760 kilómetros. Nacen dos corrientes en la Turquía oriental, la más al norte a sólo 115 kilómetros del mar Negro. Discurren separadamente hacia el Oeste durante 360 kilómetros y luego se unen para formar el Éufrates. Fluye entonces el río hacia el Sur y se acerca a 160 kilómetros del Mediterráneo, entra en Siria y tuerce al sudeste, dejando Siria y pasando por Irak hasta que finalmente vierte sus aguas en el golfo Pérsico. Aunque nace y pasa muy cerca de mares abiertos al océano Atlántico, el río llega al fin al océano Índico.
Es un río lento, navegable durante bastante distancia. Durante la primavera, la nieve se funde en la zona montañosa de su manantial y produce un incremento de su cauce dando lugar a una crecida lenta y potencialmente útil. Adecuadamente controlado, ese abastecimiento de agua puede emplearse para convertir las tierras aledañas en un jardín fértil y productivo, y a lo largo del período bíblico los canales de irrigación se utilizaban de esa manera.
(Continúa en la siguiente entrada)
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