lunes, 22 de octubre de 2012

¿Dónde estaba el Jardín del Edén? (2)




(Continúa de la entrada anterior)

El tercer río de Edén es el Tigris, Hiddekel en hebreo, que es la versión del asirio «i-di-ik-lat». En el Génesis 2.14 se dice que va «hacia el oriente de Asiria»; es decir, que forma la frontera oriental de Asiria, y eso ciertamente no era así. Asiria era un imperio extenso durante los siglos en que se escribió el Génesis, y se levantaba a ambas orillas del río. Sin embargo, Asiria es la forma griega del hebreo «Asur», que no sólo se aplicaba a la nación, sino también a su capital primitiva. Aquí se hace referencia a la ciudad, y el Hiddekel rodea efectivamente la ciudad por el Este.

El Hiddekel no es tan largo como el Éufrates, pero su longitud es igualmente respetable: 1.800 kilómetros. Es más turbulento que el Éufrates y no es navegable salvo para balsas y embarcaciones pequeñas. Tal vez por el peligro de su fuerte turbulencia es por lo que los griegos le dieron el nombre de «Tigris» (tigre), nombre por el que lo conocemos en la actualidad. El hecho de que la Biblia describa a los ríos de Edén como «un río que... se partía en cuatro brazos», haría pensar que el Tigris y el Éufrates, junto con los otros ríos aludidos, tendrían una sola fuente. Y casi es así. Uno de los manantiales del Tigris al este de Turquía es un lago que sólo está a unos dieciocho kilómetros de uno de los manantiales que forman el Éufrates.

Por tanto, existiría la fuerte tentación de situar concretamente el jardín del Edén al este de Turquía, si no tuviéramos en cuenta que los autores del Génesis no empleaban necesariamente nuestras modernas convenciones geográficas.

Cuando decimos que un río se parte en dos o más brazos, imaginamos que nosotros mismos vamos avanzando corriente abajo. Pero supongamos que confluyen dos ríos a medida que bajamos por la corriente; si se sigue la confluencia aguas arriba, se comprobará que se divide en dos ríos.Veamos cómo se aplica esto al Éufrates y al Tigris. Ambos ríos corren hacia el sudeste en forma casi paralela. En un punto, a unos 540 kilómetros del golfo Pérsico, se acercan a una distancia de treinta y cinco kilómetros, y luego se separan antes de volver a aproximarse.

En la época de las primeras civilizaciones que surgieron en la región, el Éufrates y el Tigris entraban en el golfo Pérsico por bocas separadas; la del Tigris, a casi ciento sesenta kilómetros de la del Éufrates. En aquellos tiempos, sin embargo, el golfo Pérsico se extendía a unos 260 kilómetros más al noroeste que ahora. Los ríos, que corren en dirección suroeste desde las montañas turcas, arrastran barro y cieno que a lo largo de seis mil años han llegado a formar un delta que rellena el extremo norte del golfo Pérsico, desplazando el litoral a 260 kilómetros al sureste.

El Tigris y el Éufrates tuvieron que seguir fluyendo por la nueva tierra a medida que se formaba. Dio
la casualidad de que el Tigris fluyó hacia el Sur y el Éufrates hacia el Este. Al fin confluyeron para formar un solo río, conocido en nuestros días como Chat-el-Arab, que tiene 193 kilómetros de longitud. En la época en que el libro del Génesis se llevó a su forma escrita, el Tigris y el Éufrates ya habían confluido para formar la corriente común, y el Génesis 2.10 se refiere seguramente a la partición (corriente arriba) del Chat-el-Arab en el Tigris y el Éufrates. Por tanto, la referencia al jardín de Edén señalaría los brazos inferiores de esos dos ríos en las cercanías de su confluencia, y da la casualidad de que allí fue precisamente (en épocas anteriores a la unión de ambos ríos) donde surgió aquella civilización.

Con ello quedan descartados los ríos primero y segundo del jardín, el Pisón y el Guijón. No es
posible identificar a ninguno de ellos, aunque se han formulado hipótesis brillantes. Así, el Pisón («Pishon», en la Revised Standard Version) «rodea toda la tierra de Evila, donde abunda el oro... bedelio y ágata». (La Revised Standard Version dice ónice en vez de ágata, y la Anchor Bible, lapislázuli.)

De ese modo se describe Evila como una tierra de la abundancia donde se encuentra oro y otros minerales preciosos. Al buscar un país de riqueza legendaria que correspondiera a Evila, los europeos modernos se inclinan a identificarlo con la India debido a la proverbial «riqueza de las Indias». En ese caso, el Pisón, o Pishon, podría ser el Indo, río tan largo como el Éufrates que desemboca en lo que ahora es Pakistán, en el mar Arábigo.

El Guijón parece descrito con claridad al decirse que rodea toda la tierra de Etiopía. En tiempos antiguos, Etiopía era una tierra situada al sur de Egipto, y en nuestros días la nación que lleva ese nombre sigue situada a unos setecientos cincuenta kilómetros al sur de aquel país. En Etiopía nace un afluente del Nilo y, por tanto, parece lógico suponer que el Guijón es el río Nilo.

En consecuencia, si no llevamos más adelante nuestro razonamiento, los cuatro ríos de Edén serían el Indo, el Nilo, el Tigris y el Éufrates, en ese orden. Es una hipótesis fascinante. Por lo que se sabe, sólo hay dos civilizaciones que rivalizan en edad con la de la región Tigris-Éufrates. Una surge en las orillas del Nilo, y la otra en la ribera del Indo.

Pero tal argumentación no puede ser exacta. Ni el Indo ni el Nilo se acercan en modo alguno al Tigris y al Éufrates. El punto máximo de acercamiento del Indo al Tigris-Éufrates está a dos mil kilómetros, y a mil quinientos del Nilo, de manera que no concuerda con la afirmación bíblica de que los cuatro ríos tenían un origen común. (Aunque en la Biblia no todo debe tomarse en sentido literal, hay ciertamente que suponer que los autores bíblicos sabían cuándo confluían cuatro ríos en una región que ellos conocían bien.)

Consideremos primero la tierra de Evila. Cualquiera que sea, no puede ser la India, ya que la palabra que designa a la India aparece en el libro de Ester, y en hebreo es «Hoddu». Luego se menciona más veces a Evila, especialmente en Génesis 25.18, donde se describe como parte de la región donde viven los descendientes de Ismael:

Génesis 25.18. Sus hijos habitaron desde Evila hasta el Sur, que está frente a Egipto, según se va hacia Asiria.

Es casi seguro que los ismaelitas eran tribus de la frontera arábiga, al sudeste de Canán y al sudoeste
del Tigris-Éufrates y, por tanto, sin tratar de asegurarlo categóricamente, podemos suponer que Evila estaba en algún lugar al sur del río Éufrates. Si ello es así, el Pisón podía ser un afluente del Éufrates que corriera en sus tramos más cortos desde Evila hacia el Sur y el Oeste. Quizá no fuese un río importante y tal vez desapareciera con la gradual desecación de la zona que tuvo lugar en épocas recientes. Incluso pudo ser un canal artificial que el autor bíblico confundiera con una corriente natural.

¿Y qué hay de Etiopía? Está muy lejos, en África. La palabra hebrea, que en la versión King James se traduce por Etiopía, es «Cus». Sin duda, en la Biblia hay ocasiones en que Cush se refiere efectivamente a la región sur de Egipto, y su traducción por Etiopía es justificada. Es muy probable que no se trate de ninguno de esos dos lugares. De hecho, en la Revised Standard Version, se dice que el Guijón rodea la «tierra de Cush». La palabra se deja en su forma hebrea y no se intenta igualarla con Etiopía.

La mayoría de las veces, la Cus bíblica se refiere a una tribu arábiga. Existe una razonable posibilidad de que la palabra «Cus» en Génesis 2.13 se refiera al país del pueblo que los antiguos geógrafos griegos llamaban kossaenos, y a quienes los historiadores modernos se refieren como kassitas. Habitaban al oriente del Tigris y tuvieron un período de grandeza en los siglos anteriores al surgimiento de Asiria, de 1600 a 1200 a.C. Si esto es así, el Guijón pudo ser un afluente, ya desaparecido, del Tigris, que corriera desde el Este; o posiblemente fuera otro canal artificial.

Así, pues, nos hemos quedado en la situación siguiente. El Pisón confluye con el Éufrates cerca de su embocadura, y el Guijón se une con el Tigris cerca de su desembocadura antigua. Los dos ríos dobles se unen luego en el nuevo territorio que más tarde fue formándose poco a poco. Los cuatro ríos convergen en una zona relativamente pequeña, y la civilización antigua que surgió en esa región puede representar el núcleo histórico de la historia del jardín de Edén. En el período primitivo tal región recibió un nombre que ahora transcribimos por «Sumer» o «Sumeria».

En lenguaje sumerio, la palabra eoden significa «llanura». Nadie sabe exactamente de dónde procedían los sumerios, pero si, como parece probable, entraron originalmente en la zona desde las regiones montañosas hacia el este, quizá pensaran ir «a Edén»; es decir, «a la llanura». Si es así, el término «Edén» puede apuntar concretamente a Sumeria, y su identificación con el posterior Edén de corriente arriba del Éufrates puede ser accidental (aunque ello nos situara en la posición correcta).

En hebreo, eden significa «placer» o «gozo», cosa que parece apropiada en relación con el jardín,
pero con toda probabilidad esto no es más que un afortunado accidente etimológico, porque el hebreo y el sumerio no son lenguas emparentadas. De hecho, el sumerio no tiene relación con ningún idioma conocido. Sin embargo, la significación accidental del hebreo contribuyó a afianzar la impresión de que Edén podría ser un término místico sin un sentido geográfico real, y de que el lugar originalmente habitado por la humanidad era simplemente «el jardín de las delicias», sin ningún nombre específico de lugar.

Aún es posible otra consideración. Hacia el 2500 aC, siglos antes del nacimiento de Abraham, los sumerios ya habían sobrepasado supunto culminante. Nuevas tribus procedentes del Norte, los acadios, conquistaron «la llanura», y los sumerios, como pueblo conquistado, debieron pasar tiempos difíciles y mirar al pasado con ojos nostálgicos, a los días grandiosos de «la llanura».

¿Puede el relato bíblico del glorioso jardín de Edén, perdido para siempre, haber sido un reflejo, cuando menos parcial, de la añoranza sumeria por un pasado que había desaparecido?

Siempre se ha dado por supuesto que el Jardín estaba cerrado, aunque ello puede deberse a que el término paradisos, versión griega del Jardín del Edén, significa “terreno cercado”. Con estos escasos elementos, poetas y pintores, comentaristas y teólogos vislumbraron imágenes del Edén, sirviéndose a menudo de otras tradiciones para completar sus propias interpretaciones.

Quizá el relato más antiguo sobre un paraíso date del segundo milenio antes de Cristo. El “Dilmun” sumerio, situado donde sale el sol, era la morada de los dioses, donde el dolor, la enfermedad y la vejez no existían, donde “el graznido de los cuervos no podía oírse”. Referencias más específicas a un jardín mágico (más parecido, sin embargo, al “jardín de Dios” del libro de Ezequiel que al Edén del Génesis) se hallan en la Epopeya de Gilgamesh, también sumeria. En ella, el héroe viaja a la cima de una montaña, “jardín de los dioses”, donde los matorrales relucían de gemas, los frutos eran de cornalina y las hojas de lapislázuli.

Las descripciones no bíblicas que más influyeron en las visiones cristianas posteriores del paraíso
fueron las de los poetas clásicos. En el siglo VIII a.C., el poeta épico griego Homero describió un lugar al que llamó Elíseo, situado en el extremo del mundo y carente de nieves y vientos, sólo recorrido por una suave brisa. Contemporáneo de Homero, el poeta Hesíodo, en cambio, puso el acento en una existencia idílica más que en el lugar mismo, y evocaba una era dorada en que la gente vivía en paz. Como Adán y Eva antes de la caída, nunca envejecían y, libres de fatigas, vivían de la abundancia de los frutos del lugar.

Homero y Hesíodo, así como los poetas romanos Virgilio y Ovidio, influyeron en la visión del jardín desde los inicios del cristianismo hasta más allá del Renacimiento. Por ejemplo, en su obra épica “El Paraíso Perdido”, el poeta inglés John Milton (1608-1674) describió el Jardín del Edén con detalles vivos. Era una meseta amurallada sobre una montaña escarpada y boscosa, adonde se llegaba por un empinado sendero. Plantas aromáticas como el mirto y el bálsamo perfumaban el aire, pleno de cantos de aves; los árboles ofrecían sombra, las fuentes y arroyos brindaban agua de sobra. El genio de Milton consistió en tomar fuentes bíblicas y no bíblicas para crear un conjunto coherente. La perpetua primavera del jardín y sus fértiles suelos procedían notoriamente del Elíseo clásico.

El jardín como banquete para los sentidos es uno de los rasgos del paraíso islámico, que, a diferencia del Jardín del Edén, se halla en el cielo, no en la tierra. Según el Corán, los musulmanes perseverantes serán recompensados en la otra vida con jardines de ubérrimas fuentes y manantiales, umbrosos árboles y cómodos divanes para recostarse. Ataviados con túnicas verdes de seda, los elegidos disfrutarán de alimentos en platos de plata servidos por vírgenes “tan bellas como corales y rubíes”.

 

En tanto que los estudiosos islámicos se ocupaban en recrear el paraíso en la tierra construyendo idílicos jardines, hasta la Edad Media los cristianos se obsesionaron con la idea de hallar el Jardín del Edén. Unos creían que había sido destruido por el Diluvio; otros, que había sobrevivido gracias a su enclave sobre una montaña. También se decía que estaba en una isla de Oriente: Sri Lanka fue su sede predilecta.

Se cree que la imposibilidad de dar con el Jardín del Edén fue lo que impulsó a los cristianos a seguir los pasos del Islam e intentar recrearlo. Para ello se basaron en la Biblia y los clásicos, no en el Corán, y, efectivamente, en los siglos XVI y XVII lograron forjar el paraíso en la Tierra en los jardines botánicos de Padua, París, Oxford y muchos otros lugares.

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