martes, 21 de febrero de 2012
La trampa maltusiana (2)
(Sigue de la entrada anterior)
Es comprensible que la trampa maltusiana se conozca a menudo como la catástrofe o el dilema maltusianos. Distintos expertos siguen en la actualidad usando este problema para defender la necesidad de controlar el tamaño de la población mundial, y muchos movimientos de defensa del medioambiente lo han adoptado para ilustrar la insostenibilidad de la raza humana.
Malthus, sin embargo, se equivocaba, al menos en parte. Desde la aparición de su obra, la población mundial, que en su opinión se aproximaba ya a su máximo natural, ha pasado de 980 millones a 6.500 millones. Se calcula que para 2050 superará con creces los 9.000 millones. No obstante, la mayoría de las personas del planeta están mejor alimentadas, son más saludables y tienen vidas más largas que nunca antes en la historia. Malthus se equivocó en dos cuestiones:
1-Los seres humanos tienen un buen historial en el diseño de tecnologías para resolver problemas de este tipo. Fue Condorcet quien acertó al predecir que las herramientas de la Revolución Industrial contribuirían de un modo significativo al rendimiento agrícola. Así, Condorcet, expuso el defecto fundamental al rendimiento de Malthus: que dado que el alimento y la energía requeridas para nuestra supervivencia proceden, en última instancia, del Sol, y éste tardará miles de millones de años en apagarse, los métodos que podemos concebir para aprovechar ese energía son virtualmente ilimitados.
Gracias en parte a las leyes de la oferta y la demanda, que han animado a los productores a idear medios mejores y más eficaces de generar alimentos, el mundo ha sido testigo de una serie de revoluciones agrícolas, cada una de las cuales ha incrementado de forma espectacular los recursos disponibles. Los humanos, con la ayuda del mercado, han resuelto, al menos en parte, el problema de la comida (y más su producción que su distribución).
2-La población no siempre crece de forma exponencial, y después de cierto tiempo de crecimiento tiende naturalmente a estabilizarse. A diferencia de las células en la placa de Peltri, que se multiplican hasta llenarla por completo, los humanos tienden a reproducirse menos una vez que han alcanzado cierto nivel de riqueza. De hecho, en épocas recientes, la fertilidad humana ha estado cayendo de forma significativa, y en toda Europa y países como Japón, Canadá, Brasil y Turquía las tasas de natalidad son insuficientes para impedir la despoblación. El aumento de la esperanza de vida implica que la población se esté haciendo gradualmente más vieja, pero ésa es otra cuestión.
En su polémico libro “A Farewell to Alms” (“Adios a la limosna”), el historiador económico Gregory Clark sostiene que hasta 1790 los seres humanos estaban realmente atascados en una trampa maltusiana, pero que Inglaterra logró escapar de ésta debido a una combinación de factores que se dieron después, entre ellos, la muerte de los más pobres a causa de las enfermedades, la necesidad de reemplazarlos con hijos de las clases medias y altas (“movilidad social descendente”) y la propensión de estas clases a trabajar con mayor ahínco. Clark afirma que muchas partes del mundo que no han padecido una experiencia de este tipo siguen estancadas en la trampa.
Ahora bien, lo que ciertamente no estaba equivocada era la teoría que había detrás del maltusianismo: la ley de los rendimientos decrecientes. Esta teoría tiene lecciones importantes para las empresas. Pensemos, por ejemplo, en una granja o una fábrica pequeñas. El gerente decide sumar cada semana un trabajador adicional a la plantilla de personal. Al principio, cada nuevo empleado contratado se traduce en un aumento importante de la producción. Sin embargo, algunas semanas más tarde, llegará un momento en el que el aporte de cada nuevo trabajador será menor que el del anterior. Cuando el número de campos o máquinas en las que se puede trabajar es finito, la diferencia que puede suponer un par de brazos adicionales es limitada.
La forma en que la mayor parte de lo que hoy llamamos el mundo occidental (Europa, Estados Unidos, Japón y un puñado de economías avanzadas más) salió de la trampa maltusiana fue aumentando la productividad agrícola, al tiempo que la población tenía menos hijos a medida que se hacía más rica. Esto, junto con la invención de nuevas tecnologías, ayudó a lanzar la Revolución Industrial, y finalmente, catapultó los niveles de riqueza y de salud todavía más arriba. Por desgracia, otras partes del mundo siguen atascadas en la trampa.
En muchos países del África subsahariana, la tierra produce tan poca comida que una gran mayoría de la población tiene que dedicarse a la agricultura de subsistencia. Cuando el uso de nuevas tecnologías de cultivo aumenta la producción agrícola, la población de estos países se dispara, pero las hambrunas que a menudo siguen a las malas cosechas impiden que el crecimiento se mantenga y la población se enriquezca en los años siguientes.
Con todo, los teóricos sociales pueden ser juzgados por las preguntas que plantean más que por las que contestan. Si bien Condorcet tenía razón en relación a que la tecnología podría superar el problema de la comida, Malthus fue mucho más allá. Incluso más allá que Adam Smith en “Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones”: introdujo el tema de los ecosistemas en la filosofía política contemporánea, enriqueciéndola en grado sumo. Los hombres podemos ser más nobles que los monos, pero no dejamos de ser seres biológicos. En consecuencia, Malthus sugirió que nuestros políticos –nuestras relaciones sociales- se ven afectados por las condiciones naturales y las densidades de población de la Tierra.
La teoría geométrico-aritmética de Malthus de cómo la pobreza es consecuencia del exceso de población fue sólo un ejemplo de su tesis más amplia sobre las relaciones entre paz social y provisiones. En 1864, John Stuart Mill señaló en defensa de Malthus que “hasta el lector más ingenuo sabe que Malthus no hizo hincapié en este desafortunado intento de dar precisión numérica a cosas que no la admiten, y cualquier persona sensata debe comprender que esto es completamente superfluo en su razonamiento”. De hecho, Malthus revisó su ensayo seis veces, y abandonó su argumento numérico al mismo tiempo que mantenía la tesis central: que la población se dilata hasta los límites impuestos por sus medios de subsistencia. Y puesto que los aumentos de provisiones conllevaban incrementos de poblaciones (por lo menos en las sociedades preindustriales y protoindustriales a las que Malthus se refiere), esa deducción era razonable.
Allí donde la comida escasea, ya sea por causa de los precios, la mala distribución, la malversación política o la sequia, a menudo se han producido conflictos o padecido enfermedades. En Etiopía y Eritrea, en los años ochenta, una sequía causada en parte por factores climatológicos y el agotamiento del suelo por una población en aumento intensificaba el conflicto étnico, que, a su vez, fue manipulado por un régimen etíope asesino. La gente no exhibe pancartas que rezan: “Ahora que somos tantos, actuaremos de manera irracional”. Las explosiones demográficas no provocan agitación por sí mismas, pero agravan las tensiones étnicas y políticas existentes, como en Ruanda y en el archipiélago indonesio, por ejemplo.
Malthus escribe que siempre habrá “vicio y miseria” y que el “mal moral es absolutamente necesario para la producción de excelencia moral”, ya que la moralidad requiere la elección constante del bien sobre el mal. “Según esta idea –sigue diciendo-, el ser que ha visto mal moral y ha experimentado desaprobación y repugnancia al respecto, es esencialmente distinto al ser que sólo ha visto bien”. Sin mal no puede existir virtud. Es decir, la voluntad de hacer frente al mal con fuerza en los momentos propicios es el sello de un gran estadista.
Aunque ahora damos por supuestas estas observaciones, Malthus sigue provocando más resentimiento que cualquier otra figura de la Ilustración. Los humanistas le rechazan debido a su determinismo implícito. Trata la humanidad como una especie en vez de un conjunto de individuos obstinados. Luego están los que, como el economista clásico Julian Simon, entienden que el ingenio humano resolverá cualquier problema de recursos, obviando que ese ingenio suele llegar demasiado tarde para anticiparse a la agitación política: la Revolución inglesa de 1640, la Revolución francesa de 1789, las revueltas europeas de 1848 y numerosas rebeliones en los imperios chino y otomano acontecieron sobre un fondo de gran crecimiento demográfico y escasez de alimentos.
Los neo-maltusianos sostienen que aunque el ingenio humano ha conseguido retrasar la catástrofe un par de siglos, estamos nuevamente al borde de otra crisis. En este sentido, afirman que si bien los argumentos de Malthus giraban alrededor de la comida, hoy podemos hablar del petróleo y las fuentes de energía como los principales “medios de sustento del hombre”. Estando cerca de alcanzar el “cénit del petróleo” o habiéndolo superado ya, la población mundial pronto llegará a niveles insostenibles.
Malthus –el primer filósofo que consideró las repercusiones políticas del empobrecimiento del suelo, el hambre, la enfermedad y la calidad de vida entre los desfavorecidos- es un agente irritante porque ha definido el debate más importante de la primera mitad del siglo XXI. A medida que la población mundial aumente de los actuales 7.000 millones a 10.000 millones de habitantes antes de la estabilización prevista, poniendo a prueba el medio ambiente del planeta como nunca antes –con más de 1.000 millones de personas acostándose hambrientas y violencia (política y criminal) crónica en las regiones pobres del mundo- el término “malthusiano” se oirá cada vez con mayor frecuencia en los próximos años.
Esta situación no puede sino verse exacerbada por el calentamiento del planeta, que un equipo de científicos de las Naciones Unidas cree que provocará grandes inundaciones, enfermedades y sequía que interrumpirán la agricultura de subsistencia en muchas partes del mundo. El calentamiento del planeta, como fenómeno del mundo físico, es otro ejemplo del dogma de Malthus en el sentido de que los ecosistemas tienen una incidencia directa en la política.
Aun dejando de lado el calentamiento del planeta, los políticos deberán enfrentarse al peligro de grandes poblaciones urbanas, políticamente explosivas, que habitarán zonas de inundación y terremotos por primera vez en la historia, ya sea en el subcontinente indio, en el delta del Nilo, en los tectónicamente inestables Cáucaso, Turquía e Irán, o en China, donde dos tercios de la población, que generan el 70% de la producción industrial, viven por debajo del nivel de inundación de ríos caudalosos. Y a medida que la ciencia aprende a predecir el tiempo y otros fenómenos naturales, los políticos querrán saber qué deparara el futuro a esas regiones ecológica y políticamente frágiles. Esto añadirá otro elemento malthusiano a la política exterior.
Si Malthus se equivoca, ¿por qué es necesario demostrarlo una y otra vez, en cada década y cada siglo? Quizá porque, hasta cierto punto, existe un miedo corrosivo a la posibilidad de que tenga razón. Nadie puede prever si funcionarán los avances tecnológicos por venir y los controles de población que antes impidieron que las tesis de Malthus se hicieran realidad. ¿Y si no lo hacen…?
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