
Junto con el pacifismo antinuclear de los cincuenta, se iniciaron, impulsadas por Martin Luther King, una serie de campañas de los negros por la obtención de los derechos civiles en EEUU, que culminaron con la Marcha sobre Washington de 1963. Estas campañas coincidieron con el movimiento contra la guerra de Vietnam. En esta época comenzó a tomar cuerpo la investigación para la paz que le dio al movimiento un mayor peso teórico para hacer propuestas alternativas. También cobró fuerza la pedagogía de la paz, el estudio de los comportamientos agresivos y violentos y la apuesta por unas formas de socialización y educación diferentes, basadas en la comprensión del conflicto como un elemento constitutivo de la sociedad y en su resolución desde la no violencia, promoviendo valores como la solidaridad y la justicia social.
Durante los años sesenta y setenta, la doctrina de la no violencia influyó en los movimientos de descolonización de África y Asia, dando lugar a formas de resistencia pacífica y desobediencia civil frente a las autoridades coloniales. Sin embargo, estos movimientos se vieron difuminados por las acciones violentas de otros grupos o la presencia de tropas guerrilleras revolucionarias.
En los años setenta, junto a la lucha contra el armamento nuclear, se insistió en la eliminación de

En EEUU, el pacifismo se opuso al rearme del gobierno de Ronald Reagan, mientras que en Europa Occidental se criticaba el despliegue de nuevos misiles crucero de la OTAN de alcance intermedio, los Pershing II, dotados con armas nucleares. Europa Oriental, entretanto, desarrollaba un movimiento de oposición y disidencia a los regímenes comunistas en el que emergían conceptos antimilitaristas y antinucleares y prodemocráticos.

En Japón, país con una poderosa tradición pacifista desde el final de la Segunda Guerra Mundial, también hubo un rechazo al rearme de EEUU y a su presencia en el Pacífico a través de las fuerzas navales nucleares. El mismo tema fue enarbolado por los pacifistas neozelandeses y, en parte, los australianos, además de hacer campañas en contra de las pruebas nucleares de EEUU y Francia en el Pacífico Sur. A estas cuestiones se sumaron otras, como el rechazo al intervencionismo de EEUU en América Central o a las violaciones de los derechos humanos en Turquía.

De alguna forma, el pacifismo hizo en aquellos años lo que los movimientos antiglobalización pretenden hacer en el siglo XXI: poner a disposición de la sociedad un debate hasta entonces restringido a los expertos y polemizar con éstos (ayer la OTAN, hoy la Organización Mundial del Comercio o el FMI) sobre cuestiones que nos incumben a todos.
A partir de 1985 –con el inicio de la Perestroika en la URSS y la firma de nuevos acuerdos de control de armas nucleares- se produjo en EEUU y Europa un descenso de las actividades pacifistas y de su incidencia. Así, el movimiento no pudo responder adecuadamente al proyecto de la Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI), popularmente conocido como “guerra de las galaxias”, aunque poco después fue abandonado por fantasía irrealizable.
La guerra del Golfo provocó un cierto resurgimiento del pacifismo. La invasión de

Cuando se firmó el Acta de París para la Nueva Europa (1990), parte del pacifismo y sus expertos se aferraron a la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) como un marco que podría dar lugar a un sistema de seguridad en común. Al mismo tiempo, desde una CSCE fuerte se podría establecer una política de cooperación no intervencionista con el Tercer Mundo. Paralelamente se propugnaba que se utilizara el modelo de negociación de la CSCE en regiones conflictivas. Pero los países más fuertes de la comunidad atlántica prefirieron reforzar a la OTAN en detrimento incluso de las Naciones Unidas.

En la actualidad funcionan numerosas asociaciones de carácter pacifista con muy distintos

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