martes, 24 de enero de 2012

Atentados con ántrax (1)

Una semana después de los atentados del11-S, Estados Unidos sufrió una segunda oleada de actos terroristas. Las cadenas de televisión ABC, NBC y CBS, así como los periódicos New York Post y National Enquirer, recibieron cartas que contenían suficientes esporas de ántrax como para causar millones de muertos. Poco después, el país sufrió la primera víctima por guerra biológica de su historia cuando Robert Stevens, un editor gráfico que trabajaba en el edificio del Enquirer, murió como consecuencia de la infección. El 9 de octubre, los senadores Patrick Leahy y Tom Daschle también recibieron cartas con el mortífero bacilo. A 22 personas en todo el país se les diagnosticó la infección y cinco de ellas murieron. El gobierno estadounidense interrumpió el servicio de correos y ofreció una recompensa de dos millones y medio de dólares a cambio de cualquier pista que permitiese detener a los responsables. En el momento de escribir estas líneas seguimos sin saber quiénes fueron. Los envíos cesaron de repente, aunque hubo un aluvión de cartas falsas. Comparados con el misterio del ántrax, los atentados de las Torres Gemelas están más que aclarados y explicados.

El hecho de que las esporas no matasen a más gente guarda más relación con la física que con la biología. Y estos aspectos físicos del fenómeno son algo que las autoridades de todos los países deben saber, no sólo para sopesar la amenaza, sino también para dirigir con más eficacia a sus servicios secretos en su búsqueda de los terroristas.

Mencionemos, no obstante, otras amenazas biológicas. A mucha gente le preocupa la propagación
de una enfermedad infecciosa. La viruela es mucho más mortífera que el ántrax, porque se propaga como una reacción en cadena. Si una persona infecta a diez, y cada una de éstas infecta a su vez a otras diez, y así sucesivamente, las cifras aumentan de forma exponencial: 1, 10, 100, 1000, 10.000, etc. En apenas nueve pasos, podría haber mil millones de afectados. En cambio, el ántrax no se contagia de una persona a otra, sino que únicamente mata a los pocos individuos que inhalen las esporas iniciales. En las granjas, las esporas de ántrax sólo se propagan cuando se liberan de cadáveres en descomposición, normalmente reses muertas en mitad del campo.

Las enfermedades contagiosas, como la viruela, representan un verdadero peligro, pero espero que cualquier terrorista que contemple semejante opción sea consciente de que un atentado con viruela no se limitaría a Estados Unidos, sino que se propagaría inevitablemente por todo el mundo. De hecho, es muy probable que Estados Unidos o Europa, dados sus avanzados sistemas de asistencia sanitaria, fuesen los que menos sufriesen. Las verdaderas víctimas de una pandemia de viruela serían los habitantes de los países en vías de desarrollo.

Mucha gente piensa que los atentados con ántrax de otoño de 2001 tuvieron éxito, esto es, que más o menos provocaron el número previsto de víctimas: cinco. Sin embargo, una conclusión igual de razonable es que fueron un fiasco.

Antes del 11-S solía pensarse que una cantidad muy pequeña de esporas de ántrax causaría una
verdadera hecatombe. El 1 de septiembre de 2001 –bastante antes del envío de las cartas infectadas-, el Centro Suffield de Investigación para la Defensa, sito en la provincia canadiense de Alberta, publicó en Internet un estudio en el que se afirmaba que las esporas de ántrax contenidas en una carta podrían liberarse de manera muy eficaz en forma de aerosol mediante el simple acto de abrir el sobre. Según el informe, la dispersión de ántrax mediante cartas era “mucho más eficaz de lo que en un primer momento se había sospechado”; en los experimentos realizados al efecto, la apertura de sobres de prueba liberó más del 99% de las partículas susceptibles de inhalación. La conclusión del informe era que una dosis letal puede propagarse rápidamente por la habitación en la que se abra un sobre cargado con ántrax. Es posible que algún terrorista que navegase por Internet a comienzos de septiembre se encontrase con este estudio y decidiese ponerlo en práctica.

Pensemos en las cantidades de ántrax utilizadas en los envíos de otoño de 2001. Por aquel entonces, prácticamente todos los artículos e informaciones de dominio público afirmaban que bastaba esparcir con eficacia unos pocos gramos de ántrax –el peso de una moneda de un céntimo- para acabar con la vida de millones de personas.

Es posible que algún terrorista combinase esta información con el estudio canadiense y sacase la conclusión de que el correo era un medio idóneo para matar a centenares, quizá miles de personas. Si eso fue lo que pensó el terrorista, su intención no era manifestar nada, ni sabotear el servicio de correos, ni siquiera la economía estadounidense. Lo que se propuso fue llevar a cabo una escabechina, incluyendo entre las víctimas a personalidades de la política y los medios de comunicación estadounidenses.

(Finaliza en la próxima entrada)

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