Cuando en primavera los días se hacen más largos, el aire resulta más cálido y la naturaleza nos despierta a una nueva vida, muchas personas se sienten renacer. A menudo se extiende un cansancio primaveral que tiene dos causas.
La primera de ellas es la gran modificación en el volumen hormonal, lo que para el cuerpo humano significa un poderoso esfuerzo. Cuando llega la noche, el organismo produce un incremento de melatonina, una hormona que se encarga de generar un sueño plácido y profundo. Cuando entran los primeros rayos de sol en el dormitorio, se suspende la segregación de melatonina y la persona se despierta. Cuanto más largos sea los días en primavera y verano, se segrega menos melatonina y se eleva la producción de serotonina, que es la denominada hormona de la felicidad. Desgraciadamente, este cambio puede traernos dificultades, pues no siempre estamos menos cansados ni, en cambio, más alegres y llenos de energía. En lugar de eso, sufrimos oscilaciones y auténticas caídas de la producción en las que no tenemos garantizado el abastecimiento de serotonina. Esto hace que nos sintamos cansados y flojos y comienzan los bostezos.
La segunda causa tiene que ver con la subida de las temperaturas. El cuerpo se va ajustando a ese incremento y se dilatan los vasos sanguíneos. Con ello desciende la presión sanguínea, lo que lleva consigo una sensación de cansancio y agotamiento hasta que el ciclo vuelve a coger impulso. Por ello, una primavera fresca resulta muy agradable para el cuerpo, ya que éste tiene bajo su control el volumen de hormonas antes de que se inicien las temperaturas cálidas.
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