viernes, 18 de noviembre de 2011
Frida Kahlo: cuando la vida supera al arte
Frida Kahlo afirmaba que en su vida había habido dos grandes tragedias. Una fue el terrible accidente de trolebús que tuvo en su juventud, en el que se fracturó la columna vertebral y la pelvis por varias partes y se aplastó el pie, lo que la condenó a una vida de sufrimiento y dolor. La otra, decía, fue Diego, el marido (se casaron dos veces) que la atormentó con sus múltiples infidelidades. Y decía que “Diego fue de lejos la peor”.
Pero esos dos desastres le ofrecieron recompensas inesperadas. Su larga convalecencia le dio la oportunidad y el deseo de pintar, y encontró su tema más importante en el dolor. A pesar de sus muchos defectos, Rivera le dio apoyo financiero, publicidad a escala mundial y un afecto perdurable. El accidente de Kahlo fue crucial para perfilar su talento. Podemos desear que no hubiera sufrido pero, ¿tendríamos sin ello el brillo de su arte?
Guillermo Kahlo y Matilde Calderón y González eran una extraña pareja. Él era un judío húngaro-alemán ateo y ella una mexicana católica de orígenes indígenas. La pareja tuvo cuatro hijas: la tercera fue Magdalena Carmen Frieda. (Con el aumento de los sentimientos antifascistas en el México de la década de 1930, se cambió la grafía alemana de su nombre por la de Frida). La niña sufrió una enfermedad (probablemente polio) que debilitó su pierna derecha. En 1923, su padre la matriculó en la escuela secundaria más prestigiosa de México, la Escuela Nacional Preparatoria, donde empezó a interesarse por las políticas de izquierdas y a observar con fascinación la obra de un artista que pintó un mural para el auditorio de la escuela: un tal Diego Rivera.
Los planes de futuro que tenía Kahlo quedaron interrumpidos el 17 de septiembre de 1925. El autobús en el que viajaba fue arrollado por un trolebús fuera de control y quedó empalada por una barra de hierro. Las heridas incluían la fractura de varias vértebras, una clavícula y dos costillas. La pelvis le quedó destrozada; tenía once fracturas en la pierna izquierda y el pie derecho aplastado. La barra de hierro había atravesado todo su cuerpo y había salido por su vagina. Más tarde Kahlo dijo que en aquel accidente había perdido la virginidad. Pasó un mes en el hospital, inmovilizada entre escayolas y aparatos de tracción ortopédica, y varios meses en cama en su casa. El aburrimiento era un tormento tan grande como el dolor, de modo que buscó algo en lo que ocuparse. Decidió ponerse a pintar. Aparte de haber asistido a las clases obligatorias de la escuela, Kahlo no tenía ni experiencia ni, aparentemente, inclinaciones artísticas. Mientras yacía envuelta en escayolas y corsés de metal, de repente desarrolló una pasión por el arte al que se sumaba un talento prodigioso.
Sin embargo, cualquier artista necesita que la aprueben, de modo que decidió acercarse al único artista que conocía, Diego Rivera. En 1928 se lo encontró trabajando en un mural, le enseñó sus lienzos y le preguntó si le parecía que tenía talento. Rivera contestó: por supuesto que sí.
El resto posiblemente fue inevitable. Rivera era incapaz de no ligar con una jovencita y muy pronto los dos empezaron una relación apasionada. Las amigas de la escuela de Frida estaban sorprendidas con su obsesión por un artista de mediana edad y con sobrepeso. Cuando un día Kahlo dijo que la ambición de su vida era tener un hijo con Rivera, una amiga protestó diciendo que el artista era un viejo “horrible, barrigón y mugriento”. Kahlo simplemente replicó: “Diego es tan amable, tan tierno, tan sabio, tan dulce. Y lo bañaré y lo lavaré”. Y eso fue lo que hizo. Rivera necesitaba que lo animaran para tomar un baño, así que ella lo convirtió en un ritual: frotaba a su marido de 120 kilos en una bañera llena de juguetes de niños.
En fin, el caso es que enseguida él le propuso que se casaran y ella aceptó. Se podría esperar que los padres de Kahlo estuvieran preocupados porque su hija de 22 se casara con un mujeriego de 43, pero en realidad se sentían aliviados por haber encontrado un hombre que pudiera hacerse cargo de su Frida. Podía necesitar atención médica durante el resto de su vida, y Rivera podía permitirse los tratamientos. Aunque eso no impidió que el padre dejara caer unas palabras de advertencia. Llevó a Rivera a un lado y le dijo de su hija: “Ella es un demonio”. “Lo sé”, contestó Rivera. “Bueno, yo se lo he advertido”, añadió Guillermo.
La pareja se casó el 11 de agosto de 1929. Los años siguientes fueron tranquilos y felices. Rivera trabajaba en una serie de murales en Cuernavaca y Kahlo muy pronto empezó a interesarse por las culturas indígenas mexicanas. Se acostumbró a vestirse con las ropas que llevaban las mujeres de la región de Tehuantepec: una blusa blanca de encajes y puntillas, una falda larga de terciopelo púrpura o rojo y collares hechos con monedas de oro. Durante los primeros años de su matrimonio pintó poco, aunque no pareció que lo echara de menos, y pronto estuvo esperando un hijo. Cuando los médicos le dijeron que difícilmente sería capaz de dar a luz debido a su pelvis maltrecha, se planteó seriamente si seguir adelante con el embarazo. A los tres meses, los médicos le dijeron que el feto estaba mal colocado y recomendaron practicar un aborto. A pesar de las objeciones de Rivera, ella intentó ser madre cuatro veces más, pero en todas ellas abortó de forma natural o provocada por recomendación médica. De modo que Kahlo dirigió los instintos maternales hacia el cuidado de sus sobrinos y su enorme colección de muñecas.
Otro demonio atormentaba a Kahlo: las constantes infidelidades de Rivera. Ya era exasperante cuando se acostaba con desconocidas, pero entonces tuvo un lío con su propia hermana menor, Cristina. Frida se quedó hundida, pero desde ese momento su relación tuvo nuevas normas: cada uno era libre de tener relaciones sexuales con quien quisiera.
Durante un tiempo ese arreglo pareció funcionar, y Kahlo tuvo varias relaciones, tanto con hombres como con mujeres. La más relevante fue la que mantuvo con el exiliado revolucionario ruso Leon Trotsky. Kahlo lo apodada el Viejo, y lo encontraba irresistible por su vigorosa e intelectual personalidad. Por supuesto, tener una relación con el héroe de Rivera era una venganza muy efectiva.
Entretanto, el arte de Kahlo se había hecho mucho más refinado y personal. Así como Picasso y Matisse se inspiraron en el arte africano, Kahlo lo hizo en el precolombino. Tanto ella como Rivera sentían un gran respeto por este arte, que la mayoría de los europeos tardaron en compartir.
Cuando los conquistadores españoles se extendieron por Sudamérica y Centroamérica, a principios del siglo XVI, encontraron imperios de rica tradición artística, pero lo único que les importaba eran sus riquezas en oro. En 1520, el artista alemán Alberto Durero pudo ver un alijo de tesoros de oro robados a los aztecas en una exposición de Bruselas. Durero, impresionado por la calidad de la artesanía, escribió que se había maravillado ante “el sutil genio de los hombres de esas tierras extranjeras”. Lástima que nadie estuvo de acuerdo con él. El Tesoro español fundió los objetos.
Es difícil describir el arte precolombino, ya que abarca dos continentes y varios milenios. No debe sorprendernos que el arte antiguo mejor conservado esté hecho de piedra. La civilización olmeca produjo excelentes escultores que crearon grandes y misteriosos bustos se cree que en honor de reyes. Por supuesto que la religión también era un tema importante, junto con la propaganda. Lo mejor que podían hacer tras conquistar otra ciudad-estado era encargar una escultura que celebrara la victoria. Tanto los mayas como los aztecas esculpieron intricados calendarios, que eran tan hermosos como funcionales.
Tanto Rivera como Kahlo adoptaron la imaginería de sus ancestros. Los complejos murales de Rivera se hacían eco de las enormes obras precolombinas esculpidas en los muros; y Kahlo integró el simbolismo azteca. Rivera adquirió una enorme colección de arte precolombino, y para albergarla construyó Anahuacalli, un remedo de templo azteca, museo y estudio a la vez, en el que también hay una cámara funeraria en la que pretendía que se colocaran sus cenizas y las de Kahlo. Hoy en día, Anahuacalli está abierto al público, y allí se exponen las 52.000 piezas de su colección.
Frida, además, pintaba su propia experiencia a modo de exorcismo artístico, algo que posiblemente sólo Edward Munch habría entendido. Incluso un cuadro relativamente tan sencillo como “Autorretrato con collar de espinas y colibrí” tiene muchos niveles de significado. En esta obra, un collar de espinas como la corona de Cristo le rodea el cuello, y el colgante toma la forma de un colibrí, símbolo del alma de los guerreros aztecas muertos en batalla.
El mundo del arte empezó a tener en cuenta enseguida el fantástico mundo de imágenes que Kahlo creaba. En 1938, el dueño de una galería de Nueva York le montó una exposición individual en la que fue declarada pintora por derecho propio. Luego hizo una segunda exposición en París.
Mientras Kahlo estaba fuera del país, Rivera se enteró de su romance con su héroe político y se sintió profundamente traicionado. Poco después de que ella regresara, en 1939, la pareja comenzó los trámites del divorcio. Se han dado varias explicaciones sobre las causas de la separación –la relación de Kahlo con Trotsky, la relación de Rivera con la actriz estadounidense Paulette Goddard-, pero sólo Kahlo y Rivera sabían la verdad, y nunca la contaron. Incluso después de divorciarse, las cosas no cambiaron demasiado, ya que seguían viéndose casi cada día. La única diferencia era que Kahlo deseaba ser económicamente independiente de Rivera, de modo que se puso a pintar más que nunca.
Inesperadamente, el siempre molesto Trotsky volvió a cambiar sus vidas. El 20 de agosto de 1940, un agente de la NKVD (organización precursora del KGB) se introdujo en su casa y le abrió la cabeza con una piqueta de alpinista. Murió al día siguiente. Kahlo había conocido al asesino en Paris, en círculos comunistas, de manera que fue interrogada por la policía durante doce horas. Rivera, que en ese momento estaba trabajando en San Francisco, la animó a que se reuniera con él en California, de modo que Kahlo hizo las maletas y se fue con él. Se volvieron a casar el 8 de diciembre. Kahlo sabía que Rivera no podía mantenerse fiel, así que tampoco ella se sentía obligada, pero sabía que se amaban. Un buen amigo (y amante) dijo de la segunda boda: “Él representaba para ella algo sólido en lo que apoyarse”.
De vuelta en México, Kahlo pintaba cuando los episodios de dolor se lo permitían. Muchos de los tratamientos para enderezar su columna vertebral parecían peores que el problema, como que le ataran sacos de arena a los pies mientras estaba suspendida en posición casi vertical durante tres meses o la colgaran del techo con anillas de acero. Nada funcionó. Durante la década de 1950 pasó casi un año en un hospital de la Ciudad de México. Cuando podía pintar, el dolor era un tema recurrente. “La columna rota”, de 1944, muestra un desnudo de Kahlo con uno de sus corsés médicos. Tiene la piel atravesada por clavos, y su cuerpo abierto muestra una columna griega hecha polvo en lugar de la columna vertebral. En su rostro se ven pálidas lágrimas.
Le quedaba por conseguir un triunfo: en la primavera de 1953, una galería de México presentó una exposición individual de su obra. Los médicos le advirtieron que estaba demasiado enferma para asistir a la muestra, pero Kahlo insistió tanto que Rivera hizo colocar en medio de la sala de exposiciones una gran cama con baldaquín. Kahlo llegó en ambulancia en loor de multitudes. Se quedó tumbada en medio del alboroto, con la cara constreñida por el dolor, pero exultante.
Más tarde, aquel mismo año, le amputaron la pierna derecha, infectada por la gangrena, por debajo de la rodilla. Se hundió en una profunda depresión, y al menos una vez trató de quitarse la vida con una sobredosis. El lluvioso día de 2 de julio de 1954 insistió en que Rivera la llevara a una concentración comunista contra la intervención de la CIA en Latinoamérica. Rivera empujaba la silla de ruedas de Kahlo, convertida en una heroica figura del fervor revolucionario. Pero el precio por aquel esfuerzo fue alto. Escribió en su diario que sabía que el final estaba cerca: “Espero que la salida sea feliz –y espero no volver jamás-“. Murió a primeras horas de la mañana del 13 de julio.
La influencia de Kahlo languideció durante las décadas inmediatamente posteriores a su muerte, mientras que Rivera se convirtió en el más famoso de los dos. La balanza empezó a inclinarse a favor de Kahlo en la década de 1980 al surgir el movimiento neomexicanismo, que celebraba la utilización de imágenes de la cultura autóctona. La fama de Kahlo aumentó durante la década de 1990, cuando celebridades estadounidenses la adoptaron como icono. Madonna, Salma Hayek y Jennifer Lopez compitieron por representar a la artista en la película biográfica de 2002. (Hayek interpretó el papel y fue nominada para el premio de la Academia como mejor actriz). El revuelo que se formó fue definido como “fridamanía”, aunque había quienes lo deploraban porque creían que abarataba su arte, mientras que otros aplaudían la atención que se daba a Kahlo por ser algo sin precedentes para una mujer artista.
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