miércoles, 12 de octubre de 2011
1994- El genocidio de Ruanda: cien días de infierno (1)
Durante el genocidio ruandés, quizá 60.000 tutsis huyeron de sus asesinos hutu, muchos escondiéndose en los pantanos de Nyamwiza en el sudeste del país, cerca de la población de Nyamata, donde gran parte de esos tutsis habían vivido antes. Los hutus que los perseguían habían sido en no pocas ocasiones sus propios vecinos antes de hacer de la matanza de tutsis una especie de trabajo a jornada completa. Todos los días, durante cuatro semanas entre abril y mayo de 1994, dejaban sus chozas en las colinas cercanas, se tomaban el desayuno, se unían al resto de sus bandas y se internaban en los pantanos blandiendo sus machetes sobre las 9.30 de la mañana. Cazaban y mataban tutsis hasta las 4 de la tarde, cuando paraban para comer y relajarse en el bar local. A la mañana siguiente volvían a comenzar. Los hutus eran unos eficientes y perseverantes asesinos siete días a la semana.
Uno de los tutsis perseguidos era Evergiste Habihirwe, estrella deportiva del equipo de futbol local. El 11 de abril, estaba pastoreando su rebaño cuando se enteró de que los hutus habían comenzado a masacrar tutsis. Al principio pensó en buscar refugio junto a un antiguo amigo y colega del equipo, incluso aunque éste era hutu, pero cuando Evergiste llegó a su casa vio que este hombre ya había asesinado a dos niños y sostenía en la mano un machete chorreando sangre. Evergiste consiguió escabullirse sin que le vieran y corrió a su propia casa. Era demasiado tarde. Los hutus ya habían asesinado a toda su familia. Entonces, corrió con todas sus fuerzas hacia los pantanos. Más tarde recordaría:
“” Los jugadores eran los más emperrados en trocear a otros jugadores. Tenían la ferocidad del jueMis piernas de corredor me llevaron a toda velocidad por el bosque. Durante el día, me mantenía agazapado entre el sorgo; por la noche, escarbaba entre la basura buscando mandioca. Oía a mis antiguos compañeros del equipo acechando en las cercanías de mi casa. Eran los mismos tipos con los que solía pasarme la pelota… Gritaban: “¡Evergiste, hemos buscado entre los montones de cadáveres, no hemos visto aún tu cara de cucaracha. Te vamos a rastrear, trabajaremos de noche si es necesario, pero te atraparemos!Los jugadores eran los más emperrados en trocear a sus compañeros. Tenían la ferocidad del juego en sus corazones”.
De los 60.000 tutsis que buscaron refugio en los pantanos o sus alrededores, 50.000 fueron asesinados a machetazos en mayo de aquel año. Sus muertes formaron parte de un genocidio fratricida que no se detendría hasta 100 días después y una vez que 800.000 hombres, mujeres y niños –el 75% de la población tutsi de Ruanda- hubieran sido asesinados, la mayoría con herramientas de granja y machetes. El Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, recordando la tragedia en su 15º aniversario en la primavera de 2009, declaró que el genocidio de Ruanda “persigue nuestra conciencia colectiva”. Fue una masacre que el mundo pudo, y debió, haber detenido. Pero no lo hizo.
Ruanda es un pequeño país en la región de los Grandes Lagos del dentro de África, con fronteras con Uganda al norte, Burundi al sur, la República Democrática del Congo (antiguo Zaire) al oeste y Tanzania al este. Es uno de los países más pequeños del mundo, con sólo 41.843 km2, pero su densidad de población es de las más altas del continente, con unas 408 personas por km2. Es un país fértil, cubierto por tierras de pasto y colinas redondeadas, con una temperatura media de 23ºC. Su principal cultivo es el café, introducido por los misioneros alemanes en 1910 y que supone el 75% de las exportaciones del país, aunque los envíos han sufrido frecuentes interrupciones en los últimos sesenta años debido a las guerras civiles y los asesinatos masivos.
Los primeros habitantes de Ruanda fueron pigmeos cazadores-recolectores conocidos como Twa, pero fueron desplazados y exterminados por sucesivas migraciones de otras dos tribus, los tutsis y los hutus. Los tutsis eran básicamente pastores, mientras que los hutus, que constituían la mayor parte de la población, eran granjeros. A pesar de esta disparidad, los tutsis se las arreglaron para dominar la región gracias a ser capaces de amasar mayor riqueza. Sin embargo, existía un alto nivel de cruce entre ambos grupos a través del matrimonio y, en el siglo XIX, ya compartían la misma lengua y herencia cultural. Es importante destacar que las diferencias entre ambas tribus a menudo se medían exclusivamente por el estatus social y la riqueza. Los hutus que se casaban con una mujer tutsi a menudo se hacían ricos, mientras que los tutsis que entraban en familias hutus perdían categoría social y capacidad económica.
Sin embargo, cuando llegaron los europeos –los alemanes a finales del siglo XIX y, tras la Primera Guerra Mundial, los belgas-, dejaron muy claras las distinciones racistas entre tutsis y hutus. La minoría tutsi, que a veces (pero no siempre) era de mayor estatura y rasgos más aquilinos, eran considerados “proto-europeos”; poseían, según un escritor belga, “unas maneras distantes, reservadas, corteses y elegantes”. Se pensaba que habían emigrado desde etiopía, cuna de una antigua civilización.
Por el contrario, los hutus eran los típicos campesinos, según el mismo escritor, “de naturaleza infantil, tímidos y perezosos y a menudo extremadamente sucios”.
Naturalmente, cuando llegó el momento de crear una administración colonial, alemanes y belgas eligieron a los tutsis como trabajadores de la misma. Los monarcas tutsi gobernaban el país, como siempre habían hecho, los burócratas tutsis recaudaban impuestos, controlaban las escuelas y poseían la mayoría de los negocios. Los belgas reforzaron las supuestas diferencias raciales entre ambos grupos en 1933 inventando una tarjeta obligatoria de identidad que consignaba el nombre del ciudadano y su identidad étnica: tutsi, hutu o twa. Ya no era posible, como en el pasado, cambiar el propio estatus tribal mejorando social o económicamente. La carta de identidad compartimentaba la sociedad y la dividía racialmente. Dichas diferencias habían estado presentes anteriormente, pero ahora se hacían más patentes todavía.
En 1959, murió el monarca tutsi Rudahigwa y el resentimiento de los hutus contra los tutsis explotó. Atacando a los tutsis con cuchillos, palos y aperos de labranza, los hutus mataron a miles de personas. El número se desconoce, pero puede estar entre los 10.000 y los 100.000 en una masacre que los tutsis bautizaron como “el viento de la destrucción”. Bertrand Russell lo llamó “la masacre más horrible y sistemática que hemos tenido ocasión de vivir desde el exterminio de judíos por los nazis”. Quizás unos 200.000 tutsis huyeron a Uganda, donde planearon su venganza contra los hutus. Los belgas, que sabían que se aproximaba el día en que deberían otorgar la independencia a Ruanda, no detuvieron los asesinatos. Ya habían hecho sus cálculos: cuando se les diera libertad de voto, los hutus serían mayoría y ganarían fácilmente.
En 1962, Bélgica otorgó la independencia tanto a Ruanda como al vecino Burundi. Ruanda estaba gobernada por el Partido para la Emancipación de los Hutus (PARMEHUTU) y la nueva república no tardó en convertirse en un régimen corrupto de partido único. En Burundi, los Tutsis, gracias a su control sobre el ejército, consiguieron gobernar aun siendo minoría.
La historia entre ambos grupos fue ensangrentándose cada vez más. Los tutsis de Uganda y Burundi lanzaban ataques de guerrilla contra Ruanda, lo que provocaba las correspondientes represalias contra los tutsis en la propia Ruanda. Y cuando las guerrillas hutu atacaron Burundi en 1972, el ejército controlado por los tutsis desató lo que ha sido calificado como genocidio, matando a 150.000 hutus. “Con la excepción de Ruanda”, escribe el historiador René Lemarchand, “en ningún otro lugar de África tanta violencia ha matado tanta gente en un espacio tan pequeño como en Burundi en la primavera y verano de 1972”.
(Continúa)
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