
Para los historiadores de la ciencia y la religión existen dos formas de objeción al “paradigma del conflicto” defendido por los racionalistas de la Ilustración, los librepensadores victorianos y los científicos ateos contemporáneos. La primera es reemplazar la imagen de conflicto por una de complejidad al tiempo que poner el énfasis en las diferentes formas en las que ciencia y religión han interaccionado a lo largo del tiempo, en diferentes lugares y circunstancias locales. Algunos científicos han sido religiosos, otros ateos; algunas denominaciones religiosas han dado la bienvenida a la ciencia moderna, otras se muestran recelosas. Reconocer que ni Ciencia ni Religión son entidades monolíticas, singulares y sencillas, es parte importante de este planteamiento, así como la afirmación de la existencia de considerables diferencias nacionales. Por ver sólo el ejemplo más obvio, los debates sobre evolución y religión: desde comienzos del siglo XX y hasta el presente, se han desarrollado de forma bastante distinta en los Estados Unidos, Europa y el resto del mundo. Los debates que tienen lugar en las escuelas de Norteamérica sobre la enseñanza de la evolución se dan en circunstancias muy específicas dentro de ese país, especialmente relacionadas con la interpretación de la Primera Enmienda a su Constitución, la cual prohíbe al gobierno aprobar ninguna ley respecto a la adopción de una religión o la prohibición de la libertad de culto.
Si esta primera estrategia para rebatir la idea de conflicto consiste en cambiar el argumento, la segunda equivale a cambiar los papeles principales. En esencia, consistiría en lo siguiente: sí, existen conflictos que parecen tener lugar entre ciencia y religión, y son reales, pero en realidad, los antagonistas son otros. Entramos así de lleno en la complejidad de la Historia. Los protagonistas de esta lucha no han sido siempre los mismos, pero la idea general es que el verdadero enfrentamiento es político, relacionado con la producción y diseminación del conocimiento. La oposición ciencia-religión se contempla entonces desde un punto de vista de individuo contra Estado, o liberalismo secular contra tradicionalismo conservador. Es interesante

Estas cuestiones sobre la política del conocimiento merecen ser tratados con más detalle en


Más adelante en su vida, habiendo participado tanto en la revolución americana como en la francesa, puso su atención intelectual en la monarquía y el cristianismo. Las instituciones propias del cristianismo eran tan ofensivas a su sensibilidad ilustrada y newtoniana como las del gobierno monárquico. En su “La Edad de la Razón” (1794), Paine se quejaba de la “continua persecución llevada a cabo por la Iglesia, durante varios siglos, contra las ciencias y contra los profesores de ciencia”.
La versión de Paine del conflicto ciencia-religión cobra sentido dentro de su contexto político. Paine fue, como masón (llegó a escribir un tratado sobre el tema: "An Essay on the Origin of Free-Masonry" (1803-1805) ) un pensador científico que atacó la Biblia, especialmente el Antiguo Testamento, con sus historias de “voluptuosas carnicerías” entre los israelitas y el “implacable rencor” de su Dios. Ante el escándalo de sus amigos, Paine escribió de la Biblia: “la detesto de verdad, como detesto todo lo que sea cruel”.

Paine también despellejaba retóricamente a la clase sacerdotal que intervenía en la “adúltera relación” entre la Iglesia de Inglaterra y el Estado británico. Sin embargo, lo que deseaba no era el final de la religión, sino su sustitución por una religión racional basada en el estudio de la naturaleza, una que reconociera la existencia de Dios, la importancia de la moralidad y la esperanza de una vida tras la muerte, pero que prescindiera de las escrituras, los sacerdotes y la autoridad del Estado. Sus motivos eran democráticos. Las iglesias nacionales ejercían un poder ilegítimo sobre el pueblo arrogándose una conexión especial y privilegiada con las verdades y revelaciones divinas. Para él, cualquiera podía leer los libros sagrados y comprender a través de ellos el poder, la bondad y la generosidad de Dios.

Los ideales democráticos de Paine, incluyendo la separación de Iglesia y Estado, están plasmados


La obra “La herencia del viento”, escrita por Jerome Lawrence y Robert E.Lee y repr

Tanto en el caso del “Galileo” de Brecht como en el de “La herencia del viento” de Lawrence y Lee, fueron asuntos relacionados con la libertad intelectual, poder político y moralidad lo que se escondía tras la aparente lucha Ciencia-Religión. Ocurre lo mismo en la vida real.
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