martes, 29 de marzo de 2011
OVNIS: la gran alucinación colectiva (2)
Si alguna vez nos preguntasen cuál es la imagen que asociamos con la ciencia-ficción, puede que una gran parte contestásemos que la silueta de un platillo volante surcando el cielo o las profundidades del espacio interestelar. Incluso fuera del mundo del celuloide o de la literatura sobre el tema, existen miles de personas que juran y perjuran, sin ningún género de duda, haber visto y/o subido a bordo de estas naves de supuesto origen extraterrestre. En la mayoría de los avistamientos, los testigos afirman que los platillos volantes cambian el sentido de su movimiento de forma repentina y a unas velocidades muy superiores a las de un avión. También suelen coincidir en señalar la total ausencia de ruido en su sistema de propulsión.
La expresión “platillo volante” nació el 24 de junio de 1947, cuando el piloto estadounidense Kenneth Arnold afirmó haber avistado nueve objetos voladores mientras sobrevolaba el monte Rainier, en el estado norteamericano de Washington. Arnold afirmó que se encontraban a unos 3.000 metros de altura y se desplazaban a la increíble velocidad de 2.000 km/h. La paranoia que surgió aquella tarde de verano aún se deja sentir en nuestros días, más de 60 años después.
¿Por qué entonces? ¿Cuál fue el motivo de que la gente creyera y elaborara más y más aquella historia puntual? En los periódicos había cientos de historias de naves de otros mundos en los cielos de la Tierra. Parecía bastante creíble. Había muchas otras estrellas y, al menos algunas de ellas, probablemente tenían sistemas planetarios como el nuestro. Muchas eran tan antiguas como el Sol o más, por lo que había tiempo suficiente para que hubiera evolucionado la vida inteligente. El Laboratorio de Propulsión a Chorro de Caltech acababa de lanzar un cohete de dos cuerpos al espacio. El camino a la Luna y otros planetas estaba abierto. ¿Por qué otros seres más viejos y más inteligentes no podían ser capaces de viajar de su estrella a la nuestra? ¿Por qué no?
Eso ocurría pocos años después del bombardeo de Hiroshima y Nagasaki. Quizá los ocupantes de los ovnis estaban preocupados por nosotros e intentaban ayudarnos. O quizá querían asegurarse de que nosotros y nuestras armas nucleares no fuéramos a molestarlos. Mucha gente –miembros respetables de la comunidad, oficiales de policía, pilotos de líneas aéreas comerciales, personal militar- parecía ver platillos volantes. Y, aparte de algunas vacilaciones y risitas, mucha gente no conseguía encontrar argumentos en contra. ¿Cómo podían equivocarse todos esos testigos? Lo que es más, los “platillos” habían sido detectados por radar, y se habían tomado fotografías de ellos. Salían en los periódicos y revistas ilustradas. Incluso se hablaba de accidentes de platillos volantes y de unos cuerpecitos de extraterrestres con dientes perfectos que languidecían en los congeladores de las Fuerzas Aéreas en el suroeste de Estados Unidos.
Había algo extraño en la mera invención de la expresión “platillo volante”. El 7 de abril de 1950, el famoso locutor de la CBS Edward R.Murrow entrevistó a Kenneth Arnold, el piloto que, como acabamos de ver, vio algo peculiar cerca de Mount Rainier, y que en cierto modo acuñó el término. Arnold afirmó que los periódicos “no me citaron adecuadamente… Cuando hablé con la prensa no me entendieron bien y, con la excitación general, un periódico y otro lo embrollaron de tal modo que nadie sabía exactamente de qué hablaban… Esos objetos más o menos revoloteaban como si fueran algo así como barcos en aguas muy movidas… Y cuando describí cómo volaban, dije que era como si uno cogiera un platillo y lo lanzara a través del agua. La mayoría de los periódicos lo interpretaron mal y también citaron esto incorrectamente. Dijeron que yo había dicho que eran como platillos; yo dije que volaban al estilo de un platillo”.
Arnold creía haber visto una sucesión de nueve objetos, uno de los cuales producía un “extraordinario” relámpago azul”. Llegó a la conclusión de que eran una nueva especie de artefactos alados. Murrow lo resumía: “Fue un error de citación histórico. Mientras la explicación original del señor Arnold se ha olvidado, el término “platillo volante” se ha convertido en una palabra habitual”. El aspecto y comportamiento de los platillos volantes de Kenneth Arnold era bastante diferente de lo que sólo unos años después se caracterizaría rígidamente en la comprensión pública del término: algo como un frisbee muy grande y con gran capacidad de maniobra.
El ambiente general fue resumido en la revista “Life” unos años más tarde con estas palabras: “La ciencia actual no puede explicar esos objetos como fenómenos naturales, sino únicamente como mecanismos artificiales, creados y manejados por una inteligencia superior”. Nada “conocido o proyectado en la Tierra puede dar razón de la actuación de esos mecanismos”. Y, sin embargo, ningún adulto parecía sentir la menor preocupación por los ovnis. ¿Por qué? En lugar de eso, se preocupaban por la China comunista, las armas nucleares, el macartismo o el alquiler de las viviendas.
El cine no se pudo resistir a la tentación de aprovechar la ocasión. Ya figuran entre los clásicos de las ensaladeras voladoras películas como “Ultimátum a la Tierra” (1951), “Regreso a la Tierra” (1955), “La Tierra contra los platillos volantes (1956), “Encuentros en la Tercera Fase” (1977) o “E.T. el extraterrestre” (1982). ¿De dónde vienen? ¿Qué quieren? ¿Son pacíficos o belicosos? Éstas y otras preguntas similares aparecen continuamente en la prensa cuando se hace eco de algún “contacto” o más comúnmente “encuentro”.
Aceptar que en nuestros cielos hay ovnis no es comprometerse a mucho: la palabra “ovni”, siglas de “objeto volador no identificado”, es un término que incluye algo más que “platillo volante”. Que haya cosas que el observador ordinario, o incluso el extraordinario, no entiende, es inevitable. Pero, ¿por qué, si vemos algo que no reconocemos, llegamos a la conclusión de que es una nave de las estrellas? Se nos presenta una gran variedad de posibilidades más prosaicas.
Una vez eliminados de la serie de datos los fenómenos naturales, los engaños y las aberraciones psicológicas, ¿queda algún residuo de casos muy creíbles pero extremadamente raros, sobre todo casos sustentados por pruebas físicas? ¿Hay una “señal” oculta en todo este alboroto? Desde mi punto de vista, no se ha detectado ninguna. Hay casos de los que se informa con fiabilidad que no son raros, y casos raros que no son fiables. No hay ningún caso –a pesar de más de un millón de denuncias de ovnis desde 1947- en que la declaración de algo extraño que sólo puede ser una aeronave espacial sea tan fidedigna que permita excluir con seguridad una mala interpretación, tergiversación o alucinación.
Se nos bombardea regularmente con extravagantes declaraciones sobre ovnis que nos venden en porciones digeribles, pero muy rara vez llegamos a oír algo de su resultado. No es difícil de entender, ¿qué vende más periódicos y libros, qué alcanza una mayor valoración, qué es más divertido de creer, qué es más acorde con los tormentos de nuestra época: un accidente de naves extraterrestres, estafadores experimentados que se aprovechan de los crédulos, extraterrestres de poderes inmensos que juegan con la especie humana o las declaraciones que derivan de la debilidad y la imperfección humanas?
La manera de proceder de mucha gente está altamente predeterminada. Algunos están convencidos de que el testimonio de un testigo ocular es fiable, que la gente no inventa cosas, que las alucinaciones o tergiversaciones a esta escala son imposibles, y que debe de haber una vieja conspiración gubernamental de alto nivel para ocultarnos la verdad a los demás. La credibilidad en el tema de los ovnis prospera cuando aumenta la desconfianza en el gobierno, que se produce de forma natural en todas aquellas circunstancias en que –en la tensión entre bienestar público y “seguridad nacional”- el gobierno miente. Como se han revelado engaños y conspiraciones de silencio del gobierno en tantos otros asuntos, es difícil argumentar que sería imposible encubrir un tema tan extraño, que el gobierno nunca ocultaría información importante a sus ciudadanos. Una explicación común de la razón de tal encubrimiento es evitar el pánico a nivel mundial o la erosión de la confianza en el gobierno.
Las Fuerzas Aéreas norteamericanas investigaron el fenómeno ovni a través del llamado “Proyecto Libro Azul”, aunque antes, significativamente, se había llamado “Proyecto Grudge” (Fastidio). El esfuerzo que se estaba realizando era desganado y desechable. A mediados de la década de los sesenta, el cuartel general del “Proyecto Libro Azul” se encontraba en la base de las Fuerzas Aéreas Wright-Patterson de Ohio, donde también estaba la base de la “Inteligencia Técnica Extranjera” (dedicada principalmente a averiguar qué armas nuevas tenían los soviéticos). Contaban con una sofisticada tecnología para la consulta de expedientes.
Pero lo que había en esos expedientes no tenía gran valor. Por ejemplo, ciudadanos respetables declaraban haber visto flotar luces sobre una pequeña ciudad de New Hampshire durante más de una hora, y la explicación del caso era que había una escuadrilla de bombarderos estratégicos de una base cercana de las Fuerzas Aéreas en ejercicios de instrucción. ¿Podían tardar una hora en atravesar la ciudad los bombarderos? No. ¿Sobrevolaban los bombarderos la ciudad en el momento en que se decía habían aparecido los ovnis? No. ¿Nos pueden explicar cómo puede ser que se describa que los bombarderos estratégicos “flotaban”? No. Las negligentes investigaciones del Libro Azul tenían un papel poco científico, pero servían para el importante propósito burocrático de convencer a gran parte del público de que las Fuerzas Aéreas se aplicaban a la tarea y que quizá no había nada tras las denuncias de ovnis.
Desde luego, eso no excluye la posibilidad de que en alguna otra parte se desarrollara otro estudio de los ovnis más serio, más científico. Es incluso probable que fuera así, no porque nos visiten extraterrestres sino porque, ocultos en el fenómeno de los ovnis, debe haber datos considerados en otros tiempos de importante interés militar. Desde luego, si los ovnis son como se dice –aparatos muy rápidos y maniobrables-, los militares tienen la obligación de descubrir cómo funcionan. Si los ovnis eran construidos por la Unión Soviética, las Fuerzas Aéreas norteamericanas tenían la responsabilidad de proteger su país. Teniendo en cuenta las notables características de actuación que se les adjudicaba, las implicaciones estratégicas de que hubiera ovnis soviéticos sobrevolando impunemente las instalaciones militares y nucleares norteamericanas eran preocupantes. Si, por otro lado, los ovnis eran construidos por extraterrestres, podrían copiar la tecnología (si pudieran apoderarse de un solo platillo) y conseguir una clara ventaja en la guerra fría. Y, aunque los militares no creyeran que los ovnis fueran fabricados por soviéticos ni por extraterrestres, tenían una buena razón para seguir los informes de cerca.
En la década de los cincuenta, las Fuerzas Aéreas norteamericanas utilizaban ampliamente los globos-sonda, no sólo como plataformas de observación meteorológica, como se anunciaba de manera destacada, y como reflectores de radar, algo que se reconocía, sino también, secretamente, como aparatos de espionaje robótico, con cámaras de alta resolución e intercepción de señales. Mientras los globos en sí no eran muy secretos, sí lo eran la serie de reconocimientos que hacían. La forma de los globos de gran altitud puede parecerse a la de un platillo cuando se ve desde el suelo. Si no se calcula bien la distancia a la que se encuentran, es fácil imaginar que llevan una velocidad absurdamente grande. En ocasiones, propulsados por una ráfaga de viento, hacen un cambio de dirección abrupto, poco característico de un avión y en aparente desafío de la ley de la inercia… si uno no atina a ver que son huecos y no pesan casi nada.
El sistema de globos militares más famoso, que fue probado ampliamente en todo Estados Unidos a principios de los cincuenta, se llamaba Skyhook. Otros sistemas y proyectos de globos se denominaron “Mogul”, “Moby Dick”, “Grandson” y “Genetrix”. Aunque decir que todos los ovnis denunciados eran globos militares es ir demasiado lejos, no se ha apreciado suficientemente su papel. No ha habido ningún experimento de control sistemático y deliberado en el que se lanzaran secretamente globos de gran altitud, se hiciera un seguimiento y se anotaran las visiones de ovnis por parte de observadores visuales y por radar.
En 1956, globos de reconocimiento estadounidenses empezaron a sobrevolar la Unión Soviética. En su momento culminante, había docenas de lanzamientos de globos al día. A continuación, los globos fueron sustituidos por aeronaves de gran altitud, como los U-2 y los SR-71, que a su vez fueron reemplazados en gran parte por satélites de reconocimiento. Es evidente que muchos ovnis que datan de este período eran globos científicos, como lo son algunas veces desde entonces. Todavía se lanzan globos de gran altitud, incluyendo plataformas que llevan sensores de rayos cósmicos, telescopios ópticos e infrarrojos, receptores de radio que sondean la radiación cósmica de fondo y otros instrumentos por encima de la mayor parte de la atmósfera de la Tierra.
Continuará...
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