sábado, 26 de marzo de 2011
OVNIS: la gran alucinación colectiva (1)
Los ovnis existen. ¿Quién lo duda a estas alturas? El que se convertiría en presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, a la sazón gobernador del estado de Georgia, vio un ovni en la ciudad de Leary el 6 de enero de 1969. Otro similar fue divisado sobre el Mediterráneo el 25 de febrero de ese año por el piloto de Iberia Jaime Ordovás, comandante del vuelo IB-435 Palma-Madrid, y su tripulación. Miles de ciudadanos canarios observaron el 5 de marzo de 1979 un ovni sobre sus cabezas. El 11 de noviembre de 1979, dos ovnis hicieron que el comandante Javier Lerdo de Tejada, al mando de un avión de la compañía TAE, desviara su rumbo y aterrizara de emergencia en el aeropuerto de Manises (Valencia). Todo el pueblo de Frontera (en la isla canaria de El Hierro) observó las luces intermitentes de un ovni que flotaba sobre la población en fiestas el 12 de agosto de 1995 y fue recogido por las cámaras de televisión. Los monitores de vigilancia infrarroja del Polvorín del Ejército de As Gándaras (Lugo) recogieron la imagen de un ovni el 27 de noviembre de 1995… la evidencia de estos casos es abrumadora. ¿O no?
En efecto, se cuentan por cientos de miles los avistamientos de luces en el cielo, objetos con forma definida, encuentros cercanos y hasta apariciones de figuras extrañas cerca de naves aterrizadas. Y fotos. Y huellas. Y casos de efectos fisiológicos provocados por la cercanía de estas naves. Y abducciones. Se trata de lo que se puede definir como “argumento acumulativo” y es el que emplean generalmente los vendedores de misterios en los programas de televisión. Apabullan contando en unos minutos una serie de incidentes misteriosos de toda procedencia, avistados por numerosos testigos ante los que la audiencia no tiene más remedio que rendirse.
La verdad es más compleja. Si bien son ciertos los avistamientos referidos al comienzo de este artículo, su exhaustivo examen ha demostrado que Jimmy Carter y el piloto de Iberia se confundieron con el brillo del planeta Venus; que el espectacular objeto visto desde el archipiélago canario por miles de personas fue un misil intercontinental Poseidón lanzado por un buque de la Marina de los Estados Unidos que navegaba 1.000 km al oeste de las Canarias; que lo que obligó a aterrizar en Valencia al comandante Lerdo de Tejada fue una confusión óptica con las luces de dos torres de gases en combustión de la refinería de petróleo de Escombreras; que un globo del que pendía una plataforma con bombillas que se encendían y apagaban fue lo que causó tanto impacto a los habitantes de la isla de El Hierro; y que fueron simples luces distantes a nivel del suelo lo que grabaron las cámaras infrarrojas del Ejército de Tierra en Lugo.
Pero claro, lo que causa impacto es la noticia. Los medios de comunicación no se ocupan luego de seguir los años de mucho trabajo, tanto de campo (entrevistas a testigos, mediciones in situ) como de gabinete (cálculos, estudio, gestiones informativas) necesarios para llegar al fondo de estas cuestiones y desvelar el supuesto enigma. Esto no interesa a los periodistas, no vende, no capta la atención.
Cincuenta años de investigación ufológica (UFO es el equivalente en inglés a OVNI) han permitido concluir pocas cosas, pero algunas de ellas son universales. Por ejemplo, se ha comprobado que la gente ve cosas que no sabe explicar porque estamos rodeados de estímulos naturales y artificiales que producen visiones coloristas y aparentemente asombrosas, que engañan al lego, pero que, a la vista de un experto, se convierten en reentradas de chatarra espacial, lanzamientos de misiles, globos sonda de investigación, nubes lenticulares, bólidos, cuerpos celestes y un largo etcétera. Otra, que la vista es el menos fiable de los sentidos y que cualquier persona -y un piloto de aviación, no es más infalible por llevar un uniforme e insignias- puede engañarse cuando un fenómeno poco habitual se cruza en su camino.
A veces uno escucha a un ufólogo que se las da de objetivo decir que “aunque el 90% de los informes se puede explicar, aún hay un 10% que se resiste a ser aclarado”. Eso es una gran verdad, pero lo curioso es que todas las historias de ovnis que llegan a las manos de esos autoproclamados estudiosos se encuadran precisamente en el diez por ciento residual. Muchas de las revistas que comercian con la creencia en seres extraterrestres falsifican la realidad y convierten en platillo volante todo lo que tocan. ¿La razón? Según los criterios de esta prensa amarilla, sólo lo morboso, esotérico, maravilloso e inexplicable vende. De ahí que no les convenga desentrañar la verdad.
La fenomenología presuntamente extraña se halla en ese diez por ciento de casos que no sabemos explicar. Pero la cuestión es si son misteriosos porque no se pueden explicar de ninguna manera, ni natural ni tecnológicamente, o sencillamente porque los testigos han aportado datos que falsean la observación. En la jerga ufológica, ¡los casos negativos son aquellos que se han logrado explicar! Los investigadores científicos conservan tanto los expedientes solventados como los informes de observaciones inexplicadas, porque la contrastación entre los dos grupos puede decirnos si se trata de dos universos de datos diferentes o no.
En un estudio de informes de “aterrizajes de ovnis” ocurridos en la península Ibérica entre 1900 y 1985, donde 355 casos quedaron resueltos y 230 no, se demostró que los dos grupos estaban directamente relacionados (la magnitud de ambos aumenta o disminuye a la vez); su aparición coincide sobre todo con la época estival y, concretamente, con el mes de agosto; las curvas de distribución horaria de ambos tipos de sucesos se solapan; y, por último, el reparto de casos por provincia sigue un patrón común (hay más informes en zonas con más investigadores y medios de comunicación). En suma, el conjunto de incidentes ovni “auténticos” no se distingue de los que se encuentran en los ficheros de casos explicados, lo que indicaría que ambos grupos tienen una naturaleza similar.
El problema fundamental de los avistamientos ovni positivos reside en su singularidad: cada caso es una unidad que no encaja en ningún rompecabezas lógico. Apenas existen fenómenos idénticos, cada explicación es un rico inventario de detalles, pero sin correlación con otros. La mayoría de los informes de encuentros cercanos dependen en última instancia de la credibilidad que tenga el testigo que presenta los hechos. Cuando hay vestigios físicos –los más habituales son huellas o marcas en la vegetación- se trata sólo de pruebas circunstanciales, ya que podrían haber sido producidas por animales, rayos, enfermedades… o bromistas. En cuanto a observaciones aéreas, nunca tenemos a la vez un radar que detecta una traza, un reactor que sale en interceptación, un piloto de caza que ve el fenómeno extraño y un radar a bordo que lo corrobora. No. Si un radar detecta un eco extraño, desde el avión interceptador no se ve nada. Y cuando un piloto cree ver un ovni, el radar de tierra no detecta nada. ¿Fantasmas extraterrestres o más bien fallos de la tecnología, efectos ópticos, alucinaciones y fenómenos astronómicos? Porque, eso sí, cuando se trata de un globo sonda estratosférico o de un avión sin plan de vuelo, tanto el radar como el piloto del avión de combate coinciden en sus apreciaciones. ¿La evidencia fotográfica? Las mejores tomas consisten en manchas discoidales que aparecen en los negativos sin que los fotógrafos hubiesen visto nada relevante en el momento de capturar la instantánea. En inglés se usa la palabra "artifact" para denotar esos errores en el procesado o de la película, que nada tienen que ver con los artefactos extraterrestres que algunos creen identificar en estas imágenes.
Esencialmente, todos los casos de ovnis son anécdotas, algo que afirma alguien. Los describen de varias formas, como de movimiento rápido o suspendidos en al aire; en forma de disco, de cigarro o de bola; en movimiento silencioso o ruidoso; con un gas de escape llameante o sin gas; acompañado de luces intermitentes o uniformemente relucientes con un matiz plateado, o luminosos… La diversidad de las observaciones indica que no tienen un origen común y que el uso de términos como ovnis o “platillos volantes” sólo sirve para confundir el tema al agrupar genéricamente una serie de fenómenos no relacionados.
La mayoría de la gente cuenta lo que ha visto con toda sinceridad, pero lo que veían eran fenómenos naturales, si bien poco habituales. Algunos avistamientos de ovnis resultaron ser aeronaves poco convencionales, aeronaves convencionales con modelos de iluminación poco usuales, globos de gran altitud, insectos luminiscentes, planetas vistos bajo condiciones atmosféricas inusuales, espejismos ópticos y nubes lenticulares, rayos en bola, parhelios, meteoros, incluyendo bólidos verdes y satélites, morros de cohetes y motores de propulsión de cohetes entrando en la atmósfera de modo espectacular. Es concebible que algunos pudieran ser pequeños cometas que se disipaban en el aire. Al menos, algunos informes de radar se debieron a la “propagación anómala”: ondas de radio que viajan por trayectorias curvadas debido a inversiones de la temperatura atmosférica. Tradicionalmente, también se llaman “ángeles” de radar: algo que parece estar ahí pero no está. Puede haber apariciones visuales y de radar simultáneamente sin que haya nada “allí”.
Cuando captamos algo extraño en el cielo, algunos de nosotros nos emocionamos, perdemos la capacidad de crítica y nos convertimos en malos testigos. Desde el principio existió la sospecha de que aquél era un campo atractivo para pícaros y charlatanes. Muchas fotografías de ovnis resultaron ser falsas: pequeños modelos colgados de hilos finos, a menudo fotografiados a doble exposición. Un ovni visto por miles de personas en un partido de fútbol resultó ser una broma de un club de estudiantes universitarios: un trozo de cartón, unas velas y una bolsa de plástico fino, todo bien preparado para hacer un rudimentario globo de aire caliente.
El relato original del platillo accidentado (con los pequeños extraterrestres y sus dientes perfectos) resultó ser un puro engaño. Frank Scully, columnista de “Variety”, comentó una historia que le había contado un amigo petrolero, convirtiéndose en el espectacular reclamo del exitoso libro de Scully de 1950 “Tras los platillos volantes”. Se habían encontrado dieciséis extraterrestres de Venus, de un metro de altura cada uno, en uno de los tres platillos accidentados. Se habían recogido cuadernos con pictogramas extraterrestres. Los militares lo ocultaban. Las implicaciones eran importantes.
Los estafadores eran Silas Newton, que dijo que utilizaba ondas de radio para buscar oro y petróleo, y un misterioso “doctor Gee” que resultó ser un tal señor GeBauer. Newton presentó una pieza de la maquinaria del ovni y tomó fotografías de primer plano del platillo con flash. Pero no permitía una inspección detallada. Cuando un escéptico preparado, haciendo un juego de manos, cambió el engranaje y envió el artefacto a analizar, resultó estar hecho de aluminio de batería de cocina.
La patraña del platillo accidentado fue un pequeño interludio en un cuarto de siglo de fraudes de Newton y GeBauer, que vendían principalmente máquinas de prospección y contratos petroleros sin valor. En 1952 fueron arrestados por el FBI y al año siguiente se los acusó de estafa. Sus proezas deberían haber servido de advertencia a los entusiastas de los ovnis sobre historias de platillos accidentados en el suroeste americano alrededor de 1950. No cayó esa breva.
El 4 de octubre de 1957 se lanzó el Sputnik 1, el primer satélite artificial en órbita alrededor de la Tierra. De los 1.118 avistamientos de ovnis registrados ese año en Estados Unidos, 701, o sea, el 60% -y no el 25% que se podía esperar-, ocurrieron entre octubre y diciembre. Es evidente que el Sputnik y la publicidad consiguiente habían generado de algún modo visiones de ovnis. Quizá la gente miraba más el cielo de noche y veía más fenómenos naturales que no entendía. ¿O podría ser que miraran más hacia arriba y vieran más las naves espaciales extraterrestres que están ahí constantemente?
La idea de los platillos volantes tenía antecedentes sospechosos que se remontaban a una broma consciente titulada “¡Recuerdo Lemuria!”, escrita por Richard Shaver y publicada en el número de marzo de 1945 de la revista de ciencia ficción Amazing Stories. En ella se informaba de que hacía ciento cincuenta mil años los extraterrestres se habían establecido en continentes perdidos, lo que llevó a la creación de una raza de seres demoníacos bajo tierra que eran responsables de las tribulaciones humanas y de la existencia del mal. El editor de la revista, Ray Palmer –que, como los seres subterráneos sobre los que advertía, medía poco más de un metro-, promovió la idea, mucho antes de la visión de Arnold, de que la Tierra era visitada por naves espaciales extraterrestres en forma de disco y que el gobierno ocultaba su conocimiento. Con las portadas de esas revistas en los quioscos, millones de americanos estuvieron expuestos a la idea de los platillos volantes bastante antes de que fuera acuñado el término.
Con todo, las pruebas alegadas parecían pocas, y a menudo caían en la credulidad, la broma, la alucinación, la incomprensión del mundo natural, el disfraz de esperanzas y temores como pruebas y un anhelo de atención, fama y fortuna. En ciencia, todo depende de la prueba. En una cuestión tan importante, la prueba debe ser irrecusable. Cuanto más deseamos que algo sea verdad, más cuidadosos hemos de ser. No sirve la palabra de ningún testigo. Todo el mundo comete errores. Todo el mundo hace bromas. Todo el mundo fuerza la verdad para ganar dinero, atención o fama. Todo el mundo entiende mal en ocasiones lo que ve. A veces incluso ven cosas que no están.
Si nadie ha podido demostrar que el diez por ciento de los casos sin explicación sean naves de otros mundos, ¿por qué tanta gente cree a pies juntillas que lo son? El desarrollo del fenómeno ovni ha seguido la típica dinámica de generación de un mito socio-cultural inducido por los medios de comunicación, tal y como veremos en las siguientes entradas
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