
Si alguna vez nos preguntasen cuál es la imagen que asociamos con la ciencia-ficción, puede que una gran parte contestásemos que la silueta de un platillo volante surcando el cielo o las profundidades del espacio interestelar. Incluso fuera del mundo del celuloide o de la literatura sobre el tema, existen miles de personas que juran y perjuran, sin ningún género de duda, haber visto y/o subido a bordo de estas naves de supuesto origen extraterrestre. En la mayoría de los avistamientos, los testigos afirman que los platillos volantes cambian el sentido de su movimiento de forma repentina y a unas velocidades muy superiores a las de un avión. También suelen coincidir en señalar la total ausencia de ruido en su sistema de propulsión.
La expresión “platillo volante” nació el 24 de junio de 1947, cuando el piloto estadounidense Kenneth Arnold afirmó haber avistado nueve objetos voladores mientras sobrevolaba el monte Rainier, en el estado norteamericano de Washington. Arnold afirmó que se encontraban a unos 3.000 metros de altura y se desplazaban a la increíble velocidad de 2.000 km/h. La paranoia que surgió aquella tarde de verano aún se deja sentir en nuestros días, más de 60 años después.
¿Por qué entonces? ¿Cuál fue el motivo de que la gente creyera y elaborara más y más aquella historia puntual? En los periódicos había cientos de historias de naves de otros mundos en los cielos de la Tierra. Parecía bastante creíble. Había muchas otras estrellas y, al menos algunas de ellas, probablemente tenían sistemas planetarios como el nuestro. Muchas eran tan antiguas como el Sol o más, por lo que había tiempo suficiente para que hubiera evolucionado la vida inteligente. El Laboratorio de Propulsión a Chorro de Caltech acababa de lanzar un cohete de dos cuerpos al espacio. El camino a la Luna y otros planetas estaba abierto. ¿Por qué otros seres más viejos y más inteligentes no podían ser capaces de viajar de su estrella a la nuestra? ¿Por qué no?
Eso ocurría pocos años después del bombardeo de Hiroshima y Nagasaki. Quizá los ocupantes de los ovnis estaban preocupados por nosotros e intentaban ayudarnos. O quizá querían asegurarse de que nosotros y nuestras armas nucleares no fuéramos a molestarlos. Mucha gente –miembros respetables de la comunidad, oficiales de policía, pilotos de líneas aéreas comerciales, personal

Había algo extraño en la mera invención de la expresión “platillo volante”. El 7 de abril de 1950,

Arnold creía haber visto una sucesión de nueve objetos, uno de los cuales producía un

El ambiente general fue resumido en la revista “Life” unos años más tarde con estas palabras: “La ciencia actual no puede explicar esos objetos como fenómenos naturales, sino únicamente como mecanismos artificiales, creados y manejados por una inteligencia superior”. Nada “conocido o proyectado en la Tierra puede dar razón de la actuación de esos mecanismos”. Y, sin embargo, ningún adulto parecía sentir la menor preocupación por los ovnis. ¿Por qué? En lugar de eso, se preocupaban por la China comunista, las armas nucleares, el macartismo o el alquiler de las viviendas.
El cine no se pudo resistir a la tentación de aprovechar la ocasión. Ya figuran entre los clásicos de las ensaladeras voladoras películas como “Ultimátum a la Tierra” (1951), “Regreso a la Tierra” (1955), “La Tierra contra los platillos volantes (1956), “Encuentros en la Tercera Fase” (1977) o “E.T. el extraterrestre” (1982). ¿De dónde vienen? ¿Qué quieren? ¿Son pacíficos o belicosos? Éstas y otras preguntas similares aparecen continuamente en la prensa cuando se hace eco de algún “contacto” o más comúnmente “encuentro”.
Aceptar que en nuestros cielos hay ovnis no es comprometerse a mucho: la palabra “ovni”, siglas de “objeto volador no identificado”, es un término que incluye algo más que “platillo volante”. Que haya cosas que el observador ordinario, o incluso el extraordinario, no entiende, es inevitable. Pero, ¿por qué, si vemos algo que no reconocemos, llegamos a la conclusión de que es una nave de las estrellas? Se nos presenta una gran variedad de posibilidades más prosaicas.

Se nos bombardea regularmente con extravagantes declaraciones sobre ovnis que nos venden en porciones digeribles, pero muy rara vez llegamos a oír algo de su resultado. No es difícil de entender, ¿qué vende más periódicos y libros, qué alcanza una mayor valoración, qué es más divertido de creer, qué es más acorde con los tormentos de nuestra época: un accidente de naves extraterrestres, estafadores experimentados que se aprovechan de los crédulos, extraterrestres de poderes inmensos que juegan con la especie humana o las declaraciones que derivan de la debilidad y la imperfección humanas?
La manera de proceder de mucha gente está altamente predeterminada. Algunos están


Pero lo que había en esos expedientes no tenía gran valor. Por ejemplo, ciudadanos respetables declaraban haber visto flotar luces sobre una pequeña ciudad de New Hampshire durante más de una hora, y la explicación del caso era que había una escuadrilla de bombarderos estratégicos de una base cercana de las Fuerzas Aéreas en ejercicios de instrucción. ¿Podían tardar una hora en atravesar la ciudad los bombarderos? No. ¿Sobrevolaban los bombarderos la ciudad en el momento en que se decía habían aparecido los ovnis? No. ¿Nos pueden explicar cómo puede ser que se describa que los bombarderos estratégicos “flotaban”? No. Las negligentes investigaciones del Libro Azul tenían un papel poco científico, pero servían para el importante propósito burocrático de convencer a gran parte del público de que las Fuerzas Aéreas se aplicaban a la tarea y que quizá no había nada tras las denuncias de ovnis.
Desde luego, eso no excluye la posibilidad de que en alguna otra parte se desarrollara otro


El sistema de globos militares más famoso, que fue probado ampliamente en todo Estados Unidos a principios de los cincuenta, se llamaba Skyhook. Otros sistemas y proyectos de globos se denominaron “Mogul”, “Moby Dick”, “Grandson” y “Genetrix”. Aunque decir que todos los ovnis denunciados eran globos militares es ir demasiado lejos, no se ha apreciado suficientemente su papel. No ha habido ningún experimento de control sistemático y deliberado en el que se lanzaran secretamente globos de gran altitud, se hiciera un seguimiento y se anotaran las visiones de ovnis por parte de observadores visuales y por radar.
En 1956, globos de reconocimiento estadounidenses empezaron a sobrevolar la Unión Soviética.

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