martes, 3 de agosto de 2010

11-S: la física de un atentado (2ª parte)


2-El control del aparato

Una vez hubieron despegado los aviones, los terroristas se hicieron con el control de los aparatos. Les resultó tan fácil que no necesitaron armas; como he mencionado más arriba, en 2001, la política de las compañías aéreas era cooperar. ¿Por qué las compañías no previeron un atentado suicida? Se habían hecho advertencias, desde luego, y existían relatos de ficción en los que se describía semejante posibilidad, pero es prácticamente imposible prepararse para todo lo que se cuenta en las novelas; lanzar advertencias es fácil, lo difícil es actuar en función de las mismas. Los responsables de la seguridad estaban bien preparados para hacer frente a atentados como los sufridos hasta entonces, es decir, los que consideraban más probables. En 2001, los estadounidenses estaban, por lo general, bastante satisfechos con la forma como se habían manejado anteriores secuestros aéreos. En varias ocasiones, los secuestradores habían exigido que el avión se dirigiese a Cuba, y así se había hecho. En todos y cada uno de los casos, ni bien aterrizó el avión, Fidel Castro mandó arrestar inmediatamente a los secuestradores y los metió en una cárcel cubana. El dictador no era aliado de Estados Unidos, pero convertirse en el destino favorito de todos los piratas aéreos tampoco era recomendable desde el punto de vista de las relaciones públicas. Todas las aeronaves fueron inmediatamente devueltas a Estados Unidos.

Los terroristas del 11-S podrían haberse hecho con el control del aparato simplemente franqueando la puerta de la cabina, que, hasta ese día, solía dejarse abierta. Con decir que iban armados, los pilotos les habrían creído a pies juntillas. Así pues, no tenían necesidad de arriesgarse a introducir armas a escondidas, pues habrían sido innecesarias.

3-El pilotaje del avión

El adiestramiento de un piloto de avión consiste sobre todo en aprender a aterrizar, a despegar, a asegurarse de que no haya problemas y a solucionarlos si se presentan. Como ya sabrá el lector si ha visto alguna de las muchas películas que hay sobre catástrofes aéreas, pilotar un avión a altitud constante es relativamente simple. Lo difícil es aterrizar, al menos si se pretende salir con vida.

La navegación es también relativamente fácil, sobre todo si uno apunta a estructuras altas, como las Torres Gemelas. Hasta para pilotar un avión pequeño hace falta aprender a usar el instrumental de navegación y varios de los terroristas habían recibido formación. También podrían haber usado un simple GPS. En 2001, estos aparatos se vendían por menos de 200 dólares; hoy son todavía más baratos. Un GPS nos informa de dónde estamos, de qué velocidad y rumbo llevamos, y de la distancia hasta un objetivo que habremos introducido previamente: por ejemplo, las Torres Gemelas. La capacidad del aparato depende de que tenga al menos tres satélites a la vista. El GPS mide las distancias a los tres satélites y, a continuación, calcula el único punto de la Tierra que está situado a esas tres distancias.

Naturalmente, los terroristas también podían emplear el método de navegación más antiguo de todos, el vuelo por referencia visual. Puede que los secuestradores del vuelo 11 llegasen a Nueva York simplemente siguiendo el curso del río Hudson.

En cambio, cualquiera que haya sobrevolado la ciudad de Washington se habrá percatado de lo difícil que resulta divisar puntos de referencia. Ni siquiera el monumento a Washington se localiza con facilidad, pues desde el aire parece muy pequeño. Hasta la Casa Blanca es diminuta y muy difícil de distinguir. El caso del Pentágono, en cambio, es diferente. Por su enorme tamaño y forma peculiar, representa un blanco fácil. La dificultad de impactar contra el Pentágono radica en lo bajo que es. Para estrellarse contra las Torres Gemelas, lo único que hay que hacer es dirigir el avión en la dirección adecuada, casi da igual la altitud; en cambio, para atinar en el Pentágono, hace falta volar a la altura correcta. Se trata de una maniobra complicada: según parece, el 757 de American Airlines se estrelló primero contra el suelo y luego se deslizó hasta chocar contra un lateral del edificio.

Tal como se aprecia en las imágenes de vídeo captadas desde Battery Park, el avión que impactó contra la torre sur del World Trade Center estaba muy ladeado en el momento del choque. Según algunas personas, esa inclinación demuestra lo bien preparados que estaban los pilotos, pero la idea es absurda, pues lo único que demuestra es que el piloto había calculado mal el rumbo y que, en el último momento, intentó una maniobra desesperada para chocar contra el edificio. Por desgracia, le salió bien.



4- El impacto

Cuando el avión se estrelló contra la torre destruyó muchos de los pilares situados alrededor del perímetro que sostenían la parte superior del edificio. Los ventanales y el muro exterior quedaron pulverizados, el avión se hizo pedazos, y la mayor parte de las sesenta toneladas de combustible salió a borbotones. Así y todo, bastantes pilares del perímetro se mantuvieron en pie y siguieron sosteniendo los pisos superiores. Sobrevivieron. El edificio estaba bien diseñado.

El combustible pudo inflamarse por muchas razones, entre ellas, la energía del impacto –en los motores diésel lo que hace arder el combustible es su compresión súbita-, las chispas o el propio calor de los motores. Los automóviles que se estrellan suelen arder, sobre todo si se rompe el depósito de gasolina, pero, a pesar de lo que puedan hacernos creer las películas de acción, no explotan.

El combustible del avión no tuvo tiempo de mezclarse bien con el aire, luego la bola de fuego resultante en realidad no fue una explosión, o al menos, no una de ésas que causan enormes destrozos adicionales. En una explosión verdadera, el gas de alta presión se expande con tal fuerza que puede hacer añicos el cemento. Los gases de la bola de fuego del World Trade Center eran subsónicos –esto es, más lentos que la velocidad del sonido- y, en su mayor parte, se limitaron a rodear los pilares, tal como suelen hacer los gases de este tipo. Derribaron muros que no eran de carga y dejaron casi toda la estructura intacta. En la jerga técnica de los científicos, más que una explosión deberíamos llamarla una “deflagración”. Por eso desde la calle no se oyó un estallido atronador, sino un gran rugido. Dentro del edificio, algunas personas oyeron pequeñas explosiones, pero puede que se debiesen al combustible que se inflamó en habitaciones, huecos de ascensor u otros espacios cerrados.

Los pilares de acero de las Torres Gemelas estaban cubiertos de material aislante y diseñados para conservar su solidez durante dos o tres horas de incendio normal. Sin embargo, el material que ardió no era simplemente mobiliario de oficina y papeles: era queroseno. El ritmo de combustión estaba limitado por el oxígeno disponible, no por el combustible. Una cantidad reducida de aire significa una combustión más prolongada, con lo cual el calor tuvo más tiempo de penetrar el aislante.

A una temperatura elevada, el acero se funde; a una temperatura mucho más baja, se reblandece. Estos cambios pueden atribuirse a la agitación de las moléculas, que aumenta la separación entre los átomos de hierro y debilita los vínculos que dan al acero su fuerza. El queroseno provocó un infierno mucho más caliente de lo previsto por los arquitectos de las torres, que, al sopesar la posibilidad de un incendio, jamás habrían contado con que hubiese toneladas de combustible ardiendo durante más de una hora cerca de lo más alto del rascacielos.

Cuando la temperatura de los pilares alcanzó los 815 ºC, se reblandecieron lo bastante como para sufrir el llamado “pandeo”. Este fenómeno físico provoca una flexión brusca. Coja el lector una pajita de refresco y ejerza presión en ambos extremos, uno contra el otro. La pajita opone una resistencia considerable –teniendo en cuenta que está hecha de papel- hasta que, de repente, se dobla. El motivo es que la pajita es muy fuerte cuando se somete a una compresión pura, pero en cuanto se dobla un poco, se pliega del todo inmediatamente. El papel es muy poco resistente a la flexión.

En cuanto uno de los pilares del rascacielos se pandeó, dejó de de soportar la parte del peso que le correspondía, con lo cual toda la carga pasó a gravitar sobre los pilares restantes, que también se habían reblandecido. Es probable que en ese momento se pandease un segundo pilar, cercano al primero. Y a continuación otro. El resultado fue una especie de avalancha. A medida que más pilares se vinieron abajo, los restantes no fueron capaces de sostener toda la carga. El piso entero se derrumbó en menos de un segundo. El tramo del edificio que quedaba por encima cayó a plomo como un gigantesco martillo pilón sobre el piso de abajo.

Un hundimiento de este tipo multiplica su fuerza exactamente igual que un martillo normal y corriente. Analicémoslo por un instante. Al blandir un martillo, lo que hacemos es aplicarle una fuerza durante un recorrido de, pongamos, 25 cm. El objetivo de este movimiento es acelerar el martillo. Cuando finalmente golpeamos el clavo, éste absorbe toda esa energía en una distancia mucho más reducida, tal vez un centímetro. Por tanto, la fuerza descargada sobre el clavo viene dada por la proporción entre esos dos valores: 25 cm frente a 1 cm; esto es, una fuerza 25 veces mayor que la aplicada al martillo durante el recorrido previo al impacto. A esto me refiero cuando hablo de multiplicar la fuerza. Si se trata de madera dura, puede que el clavo apenas penetre un par de milímetros. En ese caso, el factor de fuerza sería de 125 (25 cm frente a 0.2 cm). En realidad, aplicamos más fuerza a un clavo para clavarlo en una madera dura que en una madera blanda, pero durante menos tiempo.

Cuando los pisos superiores del World Trade Center se desplomaron sobre los inferiores, la fuerza se multiplicó de manera parecida. El peso que la parte superior del edificio ejerció sobre el piso de debajo se multiplicó considerablemente, tal vez hasta 25 veces más, como en el ejemplo del martillo. El piso no pudo soportar toda esa fuerza y sus pilares también se pandearon de manera casi instantánea. Este piso, a su vez, se desplomó junto con la parte superior del edificio sobre el piso de debajo, y así sucesivamente. El edificio entero se fue desmoronando de piso en piso, sólo que prácticamente a una velocidad de caída libre. Cada uno de los pisos se derrumbó como si lo golpease un martillo hidráulico, y la masa del martillo fue aumentando conforme se unían más pisos.

Cuesta creer que los terroristas hubiesen previsto todo lo que ocurrió. Tal vez supusieron que el impacto del avión haría tambalearse el edificio, o que derribaría la parte superior. Lo más probable es que simplemente pensaran en lo espantoso que resultaría un incendio en un rascacielos tan alto. Los bomberos, desde luego, no se esperaban un hundimiento semejante, de lo contrario no habrían montado su base de operaciones en la planta baja del edificio incendiado. En la película “El coloso en llamas” de 1974, no se insinúa en ningún momento la posibilidad de que se derrumbe el edificio entero. El hundimiento completo de un rascacielos era algo sencillamente inesperado. De no ser porque la segunda torre también se desmoronó, todavía estaríamos discutiendo sobre la probabilidad de que volviese a ocurrir algo igual.

Mientras veía el incendio por televisión, uno de los ingenieros que diseñaron las torres se percató súbitamente de lo que ocurriría, pero dado lo caótico de la situación, no logró llegar hasta los bomberos para avisarles de que debían evacuar la parte inferior de los edificios.

Cuando las torres se vinieron abajo, arrastraron tras de sí todo el queroseno que aún no se había consumido y que siguió ardiendo sin parar. El resultado fue el hundimiento –de nuevo, a causa del reblandecimiento de los pilares- de un rascacielos cercano, el Edificio 7.

Así pues, lo que provocó el desmoronamiento de los edificios del World Trade Center no fue una explosión, ni tampoco el impacto de los aviones. Fue el fuego.

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