domingo, 4 de julio de 2010

Por un nuevo sistema económico


Es muy simple. Los ecosistemas que sostienen la vida se están deteriorando, sistemas que llevan evolucionando cientos de millones de años. La civilización industrial ha causado un impacto devastador, y éste no se detiene, sino que se acelera. Sabemos desde hace treinta años de los peligros del calentamiento global y los avisos y advertencias desde la comunidad científica internacional no han cesado. ¿Por qué no reaccionamos? ¿Qué fuerzas impiden el cambio?

La mayor arma de destrucción masiva es, probablemente, la globalización económica empresarial. La avaricia ha sido una constante en la civilización humana y lo que ha sucedido con la creación de grandes empresas, que son las instituciones dominantes de nuestro tiempo, es que la han perfeccionado como sistema, y eso va a acabar con nuestro anfitrión, el planeta.

Actualmente, los ecosistemas, los bosques, los lagos o los ríos, no tienen derechos, son bienes; es decir, se pueden comprar, vender, destruir, intercambiar o repartir. Con nuestro sistema legislativo, o eres una persona o un bien, y está claro que la naturaleza es un bien. Y si tenemos tanta información en las bibliotecas sobre soluciones, energía, cambio de métodos de producción, transporte, cómo producir alimentos de forma sostenible o implantación de una economía razonable, es porque que nos ha faltado autoridad para legislar esas cuestiones. Porque en realidad nuestras leyes permiten a unas pocas empresas tomar decisiones que perjudican a una mayoría. Y esa falta de legislación es culpa nuestra, se debe a nuestra falta de autoridad.

La verdad es que tenemos líderes políticos muy receptivos: receptivos a la riqueza, al dinero y al poder empresarial. La petrolera Exxon Mobil es más rica que la suma de todas las empresas de automóviles del mundo. La gente dice: ¿por qué no reaccionan los políticos a la crisis climática mundial? Porque ellos reaccionan ante un poder superior, y actualmente es la industria de los combustibles fósiles.

En 2003, Rick Piltz, miembro del Programa Científico sobre Cambio Climático de los Estados Unidos, envió un borrador del informe “Our Changing Planet” a la Casa Blanca. Lo devolvieron lleno de correcciones hechas a mano del responsable de calidad ambiental, que no es un científico, sino un abogado. No sólo eso, sino que había sido miembro del lobby Instituto Americano del Petróleo antes de entrar en la Casa Blanca.

En cuanto al deterioro del medio ambiente, el sistema político ha fallado. No es una crisis tecnológica, ni siquiera un problema de opinión pública. Si se pregunta, ¿queréis energías limpias? ¿coches eficientes? ¿aparatos eficaces? La respuesta es rotunda: “Si”. El problema está en el puente que cruza el abismo entre la opinión pública y la política: el gobierno. Hubo un tiempo en los sesenta y setenta en que, en Estados Unidos, republicanos y demócratas se unieron para aprobar las principales leyes ambientales de la época: la ley de las especies en peligro de extinción, la ley del agua limpia, la ley del aire limpio, la ley de política ambiental nacional… fueron el resultado de la unión de los dos principales partidos. Pero de ese sistema no queda nada. Y una parte no pequeña del problema es que hay demasiado dinero dentro del sistema político.

Hay que entender que incluso el propio Jefferson afirmó: “las generaciones deben reescribir la Constitución para que se ajuste a sus necesidades”. ¿Acaso los padres fundadores sabían algo de deforestación o la cantidad de productos químicos tóxicos que se arrojan al aire, la tierra y el agua a diario? Nuevos problemas requieren nuevas soluciones.

Lo primero que hay que entender del sistema económico global es que es un subsistema de un sistema mayor: la biosfera. El problema, claro, es que nuestro subsistema, la economía, está orientado al crecimiento, la expansión, mientras que el sistema madre no crece, no cambia de tamaño. Conforme la economía crece, se desplaza e invade la biosfera: es el precio que hay que pagar por el crecimiento económico. Al expandirse, hay que renunciar a lo que antes había ahí.

Los economistas no piensan en todo lo que la Naturaleza nos regala. Algunas tecnologías jamás podrían darnos lo que nos ofrece la Naturaleza, como polinizar todas las flores del planeta. ¿Cuánto nos costaría extraer dióxido de carbono del aire e introducir oxígeno? Se puede estimar lo que nos costaría reemplazar la Naturaleza. Según algunos cálculos, podría ser 35.billones de dólares al año hacer lo que la Naturaleza ya hace gratis. Para entenderlo, sumando todas las economías del mundo se podrían recaudar 18 billones de dólares. Así que, la Naturaleza nos da el doble de servicio que las economías del mundo, pero en el maremágnum de la economía actual, esto ni se considera.

En las últimas décadas, en los estudios empresariales y en los másters de Administración de Empresas, se enseña que el fin es el crecimiento, como si fuera la Gran Meta. No lo es. Es un medio. Hemos confundido el fin con los medios. Si pensamos en el auténtico fin, la calidad de vida, veremos las contradicciones, porque el crecimiento incorrecto reduce aquélla.

El sistema industrial ha de reinventarse. Actualmente, la producción industrial va desde la extracción hasta el producto final, que acaba en un vertedero o incinerador. Por cada camión de producto de valor perdurable, se generan treinta y dos camiones de residuos. Increíble pero cierto. Así que tenemos un sistema generador de residuos. ¿Es sensato seguir excavando la Tierra para producir residuos?

Así que en este mundo globalizado y moderno, el crecimiento sigue siendo el objetivo de empresas y gobiernos, dañando el medio ambiente para sacar provecho económico. Pero, ¿y nosotros como individuos y consumidores? ¿Hasta qué punto participamos en la destrucción?

El problema no es la tecnología, ni el exceso de dióxido de carbono, ni los residuos… esos son síntomas del problema y éste es nuestra mentalidad. Es un problema fundamentalmente cultural. Somos el producto de 1 billón de dólares de publicidad al año. Para cuando un joven llega a la universidad, ya ha visto miles de horas de TV, una media de cuatro horas al día. Un estudio reveló que podían identificar mil logos de empresas, pero menos de diez plantas de su propio entorno. No sólo nos hemos convertido en consumidores, sino en grandes ignorantes de lo que nos hace vivir en la Tierra. Nos dedicamos a trabajar y a gastar la mayor parte de nuestro tiempo. El norteamericano medio, por ejemplo, va de compras (ya sea un bolígrafo o alimentos) cinco veces por semana. Dedicamos el día a trabajar para ganar dinero y poder comprar. Y hay una preocupación cada vez mayor por aparentar de cara a los demás. Con nuestros recursos económicos y energías dedicadas al consumo, nos quedamos sin tiempo y sin las cosas que nos importan.

En el mundo occidental nos sentimos muy protegidos por la gran acumulación de riqueza. En Estados Unidos, por ejemplo, se gasta más en mantenimiento de césped que lo que India recauda por impuestos en un año. Su presupuesto de defensa –que es un pequeño porcentaje del PIB- es superior a toda la economía de Australia. Estamos tan anestesiados por nuestra riqueza que olvidamos cómo vive la mayor parte del mundo y en qué estado se encuentra.

Ahora mismo, en esta civilización, el consumismo es la ideología dominante. Incluso la democracia es consumista, en tanto en cuanto cualquier régimen, sea el de China o EEUU, tiene que darle al pueblo lo que quiere y cuando lo quiere, es decir, ya. Y lo que quieren son bienes de consumo. Como seres humanos, siempre hemos tenido deseos materiales. Las cosas materiales nos definen a todos. No es que el consumo sea perjudicial, es que está fuera de control. Y una vez que los artículos se convierten en símbolos culturales, ya sea un móvil en las zonas rurales de China o un Ferrari en Mónaco, ya no hay nada que hacer. Hay que cambiar el objeto de deseo para llegar al fondo del problema. La gente quiere elegir, y elegir significa consumir para la mayoría. No vamos a salvar el medio ambiente diciéndole a la gente que está eligiendo mal. No funcionaría. Hay que cambiar la idea que hay tras la expansión sin límite. Cambiar bienestar económico por bienestar personal: una transformación cultural.

Los medios de comunicación son el instrumento a través del cual la sociedad adquiere conocimientos. Ya no aprendemos de la tierra, ya no estamos en contacto con las fuentes de la supervivencia; por lo general en la sociedad industrial occidental ya no cultivamos alimentos, ni nos ocupamos de nuestro sustento, ni aprendemos directamente de la experiencia, ni dejamos que la familia sea el motor de nuestras decisiones. Básicamente somos como un astronauta en el espacio: vamos flotando por un universo metálico recreado, desconectado de la Tierra y dependemos completamente de la información que nos llega de muy lejos.

Estamos psíquicamente entumecidos, por el ruido, la música alta o la luz que hay de noche. Ya nadie ve la belleza del mundo, así que hay que buscar sucedáneos, como los centros comerciales de brillante diseño. Eric Hoffer afirmó:”nunca consigues bastante de lo que no quieres”. Es decir, nos pasamos el día corriendo buscando algo, pero nuestra pérdida es que no sabemos lo que hemos perdido, y queremos compensarlo conquistando el mundo, dominarlo, poseerlo.

Desde el espacio puede verse cómo la raza humana ha cambiado la Tierra. Casi todo el suelo está deforestado y orientado a la agricultura o el desarrollo urbanístico. Las capas de hielo polares se reducen y los desiertos –en todo el planeta- no dejan de crecer. Por la noche la tierra ya no está oscura, sino que hay grandes zonas iluminadas. Todo esto evidencia que la explotación humana del planeta está alcanzando un nivel crítico. Pero las demandas y expectativas humanas siguen aumentando. No podemos seguir contaminando y esquilmando la atmósfera, la tierra y los océanos. Ya no queda más.

Vivimos una época de tremendos retos. Si no cambiamos la forma de actuar, nos enfrentamos a la pérdida de un tercio, o quizá de la mitad de toda la variedad de vida en la Tierra. Y no sabemos en qué momento la pérdida de biodiversidad hará que todo el sistema se venga abajo. La Naturaleza es resistente. Una vez que se extinga la especie humana, como muchas lo han hecho antes y muchas otras lo harán después, la Tierra seguirá girando feliz, sin humanos, y los microbios e insectos heredarán el mundo.

La vida seguirá, si, aunque arruinemos el aire y el agua. Pero al estar en lo más alto de la cadena alimentaria, somos los más vulnerables de todos. La vida ha existido en la Tierra desde hace 3.800 o 4.000 millones de años. En todo ese tiempo ha habido muchas especies, pero curiosamente el 99.99% de todas ellas están extintas. Así que la extinción es algo natural, es lo que ha permitido que la vida floreciera, evolucionara y cambiara en función de las condiciones del planeta. Porque el planeta no ha permanecido estable en 4.000 millones de años. Lo trágico de nuestra existencia es que somos una especie infantil. No solo estamos precipitando nuestra desaparición, sino que según el programa medioambiental de Naciones Unidas, 50 o 55.000 especies se extinguen cada año por nuestra culpa. Lo trágico no es tanto la extinción de la humanidad, sino la crisis “artificial” que estamos provocando en el sistema.

Hay potencial para una Edad Oscura. Uno de los problemas es que la mayor parte de la gente que tiene que aceptar individualmente el precio de la transición, ignora lo que se avecina y, lo que es peor, no quieren saberlo. Al despertarse por las mañanas suelen preocuparse de ir al trabajo, llevar los niños a la escuela y pagar la hipoteca; piensan en cambiar de coche, irse de vacaciones… con esa estrechez de miras no podemos afrontar los problemas que tenemos. Debemos concienciarnos de las fuerzas globales que nos afectan y que nos afectarán aún más en el futuro. Si no lo hacemos, la inevitable transición será desgarradora.

Corremos el riesgo de destruir la civilización, todo aquello por lo que hemos luchado, esta pequeña y frágil nave que ha viajado a través de siglos y milenios hasta aquí. Todo habrá sido en vano por culpa del consumo, la codicia, el mal juicio, la violencia y la injusticia.

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