martes, 9 de febrero de 2010

Tigre: el felino amenazado


El tigre es el mayor de los felinos de nuestro planeta y uno de los animales más hermosos con el que la biodiversidad nos ha obsequiado. Pero el gran gato asiático está en grave peligro de extinción. La destrucción de sus hábitats, la caza furtiva para la utilización de sus huesos en la medicina tradicional china y la cotización de su piel lo han situado al borde del abismo.

Nadie sabe con exactitud el número de tigres (Pantera tigris) que se encuentran aún en estado salvaje. Algunos de los métodos utilizados para estimar el tamaño de las poblaciones han resultado un fracaso. Muchos conservacionistas bienintencionados han sido demasiado alarmistas, haciendo estimaciones a la baja en la mayoría de los casos. Por otro lado, y ahora que el ecoturismo y los viajes de aventura están de moda, contar en un país con una fauna que goce de buena salud es un motivo de orgullo y una buena fuente de ingresos, por lo que las cifras gubernamentales suelen hincharse, volviendo a arrojar datos erróneos.

Pero lo cierto es que, exceptuando al lince ibérico, el tigre es probablemente el felino más amenazado del planeta. De las ocho subespecies que habitaban el continente asiático en la década de los años cuarenta, sólo sobreviven cinco. Una de ellas –el tigre de China meridional, Pantera tigris amoyensis- cuenta con un total no superior a los 30 ejemplares en estado salvaje.

Mientras las poblaciones de tigres van disminuyendo de manera alarmante con el paso de los años, las poblaciones humanas experimentan niveles de crecimiento que hacen cada vez más insostenible la convivencia entre ambas especies. La continua demanda de zonas cultivables y la defensa de las cabezas de ganado –cuando no las propias- de los habitantes del subcontinente indio, Indochina e Indonesia han puesto a ambas especies en pie de guerra.

A todo ello hay que sumar la amenaza de los cazadores furtivos en busca de huesos, órganos y otras partes del cuerpo de estos felinos para su uso en la medicina tradicional china. En una sola noche en Nueva Delhi, la policía india ha llegado a incautar alrededor de 280 kg de huesos de tigre destinados al comercio de medicinas en China, 8 pieles de tigre, 60 de leopardo y más de 160 pieles de diversos animales. Un total de casi 600.000 euros en el mercado negro.

Y es que para la tradición china, el tigre es un animal mágico, símbolo de fuerza y poder. Cuando alcanza la mitad de su vida se convierte en un majestuoso felino blanco. Significa que es aún más temible porque aunque deja de devorar seres vivos, se dota de portentosos poderes sobrenaturales. En caso de ser cazado, para la medicina oriental no existe dolor o enfermedad que un bálsamo de tigre no pueda curar, lo que explica su irresponsable caza furtiva. Sus garras y sus dientes son algunas de las partes más solicitadas porque con ellos se elaboran afrodisíacos. En el sudeste asiático se cree que el más enérgico vigorizante sexual se compone de astas de ciervo y huesos de tigre triturados y una cuarta parte de la población mundial considera que el mejor remedio contra la artritis es una rótula de tigre macerada en alcohol. En Beijing y Yakarta se cotiza el kilo a más de 1.500 dólares.

Entretanto, los ejemplares que escapan de la cacería han de subsistir en un hábitat cada vez más reducido. Necesitan espacios extensos, con vegetación densa y un clima húmedo, como los ecosistemas con marismas, para sobrevivir.

El Centro de Información sobre el Tigre estima que cada día muere uno de estos felinos a manos de los batidores clandestinos. En torno al bosque menguante en que habita este felino se elaboran y se tiran por tierra leyes, proyectos y planes de conservación de forma prácticamente continua. Y todo ello a pesar de que el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) administra el tratado que prohíbe el comercio internacional de tigres. Una de las cifras más alarmantes nos la da el Tigre de Sumatra, reducido a unos 400 ejemplares, cuando hace apenas treinta años se contabilizaban más de mil. Ello a pesar de los esfuerzos del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) que en 1972, a instancias de la primera ministra de la India, Indira Gandhi, puso en marcha el “Proyecto Tigre”, un plan para desarticular las maniobras de los furtivos y preservar las condiciones del ecosistema del tigre. Se cuenta entre los proyectos conservacionistas más exitosos aun cuando al menos uno de los parques incluidos en él, el Sariska Tiger Reserve, ha perdido todos sus ejemplares debido a la caza furtiva.

Prácticamente ningún otro país en el mundo había dedicado tanto esfuerzo para salvar a un depredador tan extraordinario y, a la vez, tan peligroso para el propio ser humano. Todo ello vino de la mano de un país que, además, debía afrontar numerosos problemas de muy diversa índole. Pero el asesinato de Indira Gandhi en 1984, supuso un duro revés para los esfuerzos dedicados hasta entonces a la conservación de los tigres. Con todo, en mitad del desastre, el tigre de Bengala (Pantera tigris tigris) es el que goza de mayor éxito poblacional. La población de tigres de esta especie en la India, Nepal y Bután hasta 1984 era de unos 4.500 individuos; los últimos estudios estiman unos 1.500. El tigre de Siberia (Pantera tigris altaica) está aún en una situación más dramática si cabe. Existen 450 ejemplares en libertad, la mitad de los que se hallan repartidos por los zoológicos de todo el mundo.

Se cree que llegaron a existir unos 100.000 tigres en libertad. En la actualidad sólo sobreviven 2.000 en estado salvaje y 20.000 en zoológicos. ¿Parecen muchos? No lo son. La calidad genética está deteriorándose rápidamente debido a la escasa variedad de los diferentes grupos.

Aunque hoy en día la máxima población de tigres se concentra en la India, originariamente se encontraban repartidos por todo el territorio asiático. Deben su nombre técnico, Panthera tigris, a su antepasado, la pantera de las nieves, original de Manchuria (nordeste de China). Pero los cambios climáticos obligaron a la familia a extenderse por el continente asentándose y aclimatándose a los nuevos biotopos y dando lugar a ocho subespecies de tigres. Tal y como los conocemos hoy en día, existen desde hace dos millones de años, pero sólo tuvimos conciencia de su presencia gracias a la campaña de Alejandro Magno en India.

Su fisonomía se estructura de acuerdo al gran carnívoro que es, cazador de nobles piezas. Su fuerte musculatura le dota de capacidad para alcanzar altas velocidades y la longitud de sus patas posteriores, mayores que las delanteras, le permite dar saltos de hasta seis metros. Se diferencia de otros félidos como los leones o los guepardos, que gozan exhibiéndose en ambientes abiertos, porque los tigres prefieren espacios protegidos. En el claroscuro de la selva, el pelaje rayado del tigre lo hace virtualmente invisible.

Es un cazador solitario que, al caer el sol, aguarda a su presa escondido y en silencio, agudizando la vista y el oído. En una sola noche puede seguir a su víctima a lo largo de 20 kilómetros sin que ésta se dé cuenta de su presencia. Gracias a que sus zarpas están dotadas de almohadillas, el animal camina sin hacer el menor ruido. Pacientemente evalúa la situación y no ataca hasta no estar convencido de alcanzar el éxito.

Un gruñido sordo de satisfacción indica que ha llegado el momento oportuno. Su pelo se eriza y salta, impulsando sus 160 kg de peso, atrapando el cuello de su presa desde atrás. Los tigres matan a sus víctimas estrangulándolas, como demuestran las marcas de sus colmillos en el cuello de las presas. Tras matarla, la arrastra hasta algún rincón cercano al agua. Dependiendo de su hambruna, puede llegar a ingerir 35 kilos de carne de una sola sentada, aunque lo normal es que le basten unos 15 kilos diarios.

Los tigres son animales solitarios. El núcleo familiar lo forman la madre y sus crías. Una hembra de tigre ha de afrontar la difícil tarea de conseguir una presa para ella y para sus pequeños. Tan pronto como los pequeños cobran fuerza y confianza en sí mismos comienzan a acompañar a su madre para aprender las difíciles técnicas de caza.

Los adultos sólo se emparejan durante el corto período de celo, que no dura más de tres semanas, durante las cuales pueden aparearse una media de cincuenta veces al día. En los ambientes tropicales los acoplamientos se producen en cualquier momento, mientras que en las zonas frías se limitan a los meses invernales. Tras escasos cien días de gestación nacen tres o cuatro retoños ciegos y de un kilo escaso de peso, de los que sobreviven la pareja más fuerte. El periodo de lactancia dura 45 días. Los pequeños dependen completamente de la madre durante dieciocho meses, aunque no se emancipan hasta los dos años y medio. Poco después las tigresas, que han alcanzado la edad reproductiva a los tres o cuatro años, están preparadas para afrontar una nueva maternidad.

Los tigres adultos respetan sus espacios interpretando las señales que los delimitan: marcas de orina, heces, arañazos en los árboles… Las hembras emplean el mismo código para anunciar su disponibilidad para la gestación una vez crecida su anterior camada. Para ellas la importancia del territorio está determinada por la abundancia de comida; para un macho, por la presencia de tigresas que garanticen la prolongación de su progenie.

Los tigres de las subespecies septentrionales tienden a ser más grandes y poseer pelajes más claros y densos que los de las zonas meridionales. Esto es especialmente evidente en el tigre de Siberia, el cual ha de soportar temperaturas de 30ºC bajo cero. Su denso abrigo de piel de tigre alberga un animal de más de 320 kg de peso y casi 4 metros de longitud, incluyendo la cola, lo que lo convierte en la subespecie de mayor tamaño y, por tanto, en el mayor de todos los felinos que habitan el planeta.

El tigre de Sumatra (Panthera tigris sumatrae), en cambio, con su tamaño relativamente modesto, es el pequeño de la especie. El de Sumatra, como las demás subespecies, es un amante del agua. Además de ser un excelente nadador, pasa horas refrescándose en los ríos y en los lagos que encuentra durante sus largas caminatas. El tigre de Sumatra era tan abundante a principios del siglo XX que muchas aldeas fueron abandonadas por el riesgo que implicaba convivir tan cerca del gran depredador. Entonces comenzaron a ofrecerse recompensas por su captura, de manera que los tigres eran abatidos a razón de 100 ejemplares por año. En la actualidad, no sobreviven más de 400 en toda la isla, principalmente confinados en los parques nacionales.

El declive de las distintas poblaciones de tigres arranca desde principios del siglo XX. Ningún cazador que se preciase podría carecer de un abominable y esperpéntico mosaico de pieles inertes tapizando la gigantesca pared del salón de su casa. Subidos a lomos de un elefante asiático, los cazadores abrían fuego contra los tigres en interminables jornadas de caza en la jungla.

Afortunadamente, hoy –si se exceptúan las incursiones de los furtivos- los elefantes portan todavía cazadores, pero cazadores de imágenes, cuyas ráfagas de disparos se efectúan desde una cámara fotográfica. Como ocurre con las ballenas en la Baja California, los osos polares en el Ártico o los orangutanes en Borneo y Sumatra, los tigres pueden empezar a suponer más dinero vivos que muertos. En Corea del Sur, por ejemplo, un autobús repleto de turistas acude diariamente a algunos parques en los que los tigres devoran enormes trozos de carne que cuelgan por fuera del vehículo mientras los visitantes descargan sus cámaras a través de los cristales.

Convertir a un animal de este tamaño –o de cualquier otro- en un actor de circo tal vez sea preferible a poner fin a su vida, pero no cabe duda de que tal recurso no es más que el reflejo de una situación de agonía para una especie que ha sido, y sigue siendo, por derecho propio, todo un símbolo para los asiáticos y una pieza única del maravilloso engranaje de la biosfera.

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