miércoles, 24 de junio de 2009

El bumerán


La palabra bumerán se asocia a aborígenes australianos cazando canguros con un instrumento arrojadizo que regresa a sus manos. Sorprendentemente, el origen del objeto y de su empleo como arma son, cuando menos, controvertidos. En cambio, no admite dudas que ha sido en Australia donde su uso ha tenido más continuidad a lo largo del tiempo, hasta convertirse en una seña de identidad nacional.

De hecho, la palabra bumerán es de origen australiano. Cuando el capitán Cook llegó al continente en el siglo XIX, su primer contacto fue con el pueblo turuwal, cuyos miembros lanzaban un objeto curvado que describía un arco, antes de regresar a sus manos. Mientras permanecía en el aire, gritaban “boom-ma-rang” (“vuelve, bastón”). Algunos estudios antropológicos, en cambio, atribuyen el nombre a una deformación del término aborigen boomari, que significa viento.

El debate sobre si el bumerán nació en Australia es antiguo. Una tesis doctoral ya clásica sobre el tema es la de J.E.J.Lenoch, publicada en Viena en 1949 bajo el título Bastones arrojadizos y bumerán. En ella, se diferencia entre palos de madera que se lanzan y verdaderos bumeranes. Los mismos aborígenes australianos usaban el kylie para cazar, un artículo que volaba en línea recta hasta doscientos metros. El bumerán, en cambio, se reservaba para uso ritual, de exhibición en fiestas.

Según los etnólogos Winckler y Bork, el bumerán primitivo fue un invento babilónico que se propagó a Europa, África, la India y, desde allí, a Australia. El instrumento de ida y vuelta más antiguo que se conoce, hecho de colmillo de mamut, se encontró en la cueva de Olazowa, en los Cárpatos polacos y tiene más de 18.000 años de antigüedad. Los investigadores lo probaron ¡y todavía funcionaba! En el Antiguo Egipto se usaban diferentes artilugios arrojadizos de madera desde el 1.340 A.C. En Europa Occidental los godos usaban un palo de madera que retornaba a su dueño y era usado para cazar pájaros.


San Isidoro Hispalense, arzobispo de Sevilla en el siglo VI, señaló asimismo la existencia de mitos griegos que ya hablan de armas que se lanzan y regresan, como la clava de Hércules, con un extremo más grueso que el otro y rematada en metal. Los galos también emplearon algo parecido, bautizado como cateia por Horacio y que volvía a la mano del lanzador.

Sin embargo, mientras en el resto del mundo la invención del arco y la flecha sustituyó al bumerán y otros ingenios arrojadizos, en Australia se siguió utilizando. Lo cierto es que los bumeranes normalmente no regresaban. Estaban fabricados de dura madera de acacia, algunos encorvados como picos.

Y en cuanto a su uso para cazar, no eran canguros sus objetivos como alguien podría pensar. Reflexionemos. Como hemos dicho, la mayoría de los bumeranes no están hechos para que regresen. Son ligeros y rápidos. Incluso los más grandes no serían capaces de dar a un canguro adulto de 80 kilos algo más que un dolor de cabeza y, en el caso de que, por suerte, lo abatieras, ¿para qué quieres que regrese? De hecho, en la mayor parte de las ocasiones, no servían como armas arrojadizas, sino que se usaban para imitar el vuelo de los halcones y asustar a los pájaros hacia las redes que se habían dispuesto colgando de los árboles. Hay quien dice que mientras que algunos se diseñaban para rodar por el suelo y así romper las patas del animal. Inmovilizados de ese modo, podían matarlo, mientras otro podía ser atraído hacia el mismo destino. Además de su utilidad para cazar, el bumerán también se usó para cavar, hacer palanca o cortar, aparte de cómo instrumento musical o ceremonial.

Así que, después de todo, ¿por qué vuelven los bumeranes? La respuesta simple a esta pregunta es que la mayoría de los bumeranes no regresan y nunca se pretendió que lo hicieran. Los aborígenes australianos hicieron el bumerán para cazar y combatir más que para deporte o juego, así que en la mayor parte del continente australiano no hicieron el llamado bumerán de retorno. Para ellos el verdadero retorno de arrojar el bumerán llegaba en forma de comida fresca o de un enemigo abatido.

Ahora bien, los bumeranes que sí regresan –que los hay- operan por una combinación de efectos aerodinámicos y giroscópicos. Modernos o antiguos, todos los bumeranes constan de dos palas en ángulo, siendo el centro de masas el punto en el que se junta. Éste debe estar perfectamente equilibrado con las palas. Así, un bumerán es básicamente un ala rotatoria con dos o más hojas en forma de plano aerodinámico. Se arroja con su plano de rotación a unos 20 grados respecto a la vertical y de modo que gire rápidamente (lo habitual son unas diez revoluciones por segundo), con las hojas de arriba viajando en la dirección del movimiento general. Por tanto, la hoja de arriba se mueve a través del aire más deprisa que la de abajo. Las hojas que se mueven más rápido generan más fuerza propulsora que las que se mueven más despacio. Esto produce una fuerza total en la dirección del giro, más un par de torsión girando.

La rotación del bumerán hace que se comporte como un giroscopio. Cuando se produce el par de torsión girando, el efecto giroscópico hace que el bumerán gire (o precese) alrededor de un eje diferente, casi vertical. Esto cambia continuamente el plano de rotación del bumerán, que se desplaza siguiendo un arco que vuelve al que lo lanzó.

En las manos de un novato, el boomerang puede transformar un tranquilo parque público en una escena de una película de catástrofes. Pocas cosas provocan más ansiedad que la visión de un jovencito disponiéndose a lanzar su nuevo boomerang sin tener la menor idea mientras su nueva novia y su sacrificado perro labrador miran desde atrás sabiéndose a salvo puesto que el mortal instrumento nunca regresará a las manos de su dueño.

Para conseguir un buen lanzamiento debe soplar un viento suave y constante. De lo contrario, puede no retornar al punto de partida. Con el viento de frente, se lanza desde la altura de la cabeza y por encima el hombro, en línea recta o con un efecto aproximado de diez grados. Por cierto, hay bumeranes para diestros y zurdos, con las palas inclinadas de distinta forma. Hay que verificar de qué tipo es el nuestro, si no queremos acabar con un buen chichón.

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